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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(III) Capítulo 25: El lobo ataca con el diente
-Lupin llegará en unos minutos.- avisó Bastien Lebouf, con voz cansada, como si hubiese acabado de correr una carrera de atletismo.- ¿Dónde están los demás?- Ronald Weasley, cuyas manos escondían la sangre de una cabeza decapitada que se había encontrado en un pasillo, se encogió de hombros con una mezcla de rabia y cansancio. Acababa de llegarle un Patronus de Astoria Malfoy informando que su hija y el hijo de Malfoy se encontraban en su Mansión e iban a ser atendidos médicamente a causa de severas heridas con las que se habían presentado. Minutos antes de aquello, su mejor amigo le informaba de que su hija menor ya estaba en Enfermería. - Solo quiero decir que me gustaría pasar aquí el menor tiempo posible. Ronald alzó la cabeza hacia su acompañante. Era relativamente joven, para ser un auror francés, y su cuerpo estaba encogido envolviendo con fuerza la varita torcida que empuñaba con fuerza. El hombre pelirrojo soltó una breve risa. Se encontraban quietos ante uno de los tantos pasillos que recorrían aquel palacio como si se tratase de un laberinto. Habían perdido el rumbo, por mucho que le hubiese gustado negarlo. Tan solo tenían que encontrar a Longbottom y salir pitando. Sin embargo, sabría que él no lo haría. Suponía que su esposa había ido en la búsqueda de su hija y que su hermana estaría en la enfermería con la pequeña Potter. Alexis estaría a saber dónde en el Palacio, buscando a Harry, quien se habría escapado de su protección para buscar a su hijo. Moonlight seguiría con Loring. Y Bastien estaba a su lado, esperando órdenes. -¿Te da miedo cruzarte con tu jefe?- se burló, con cierta seriedad tras sus palabras. -Puede sancionarme por entrar en la propiedad privada del Ministro francés, ya sabes lo corrupto que se está volviendo mi sistema… - recordó, quizás más para sí mismo que para el auror inglés. Cruzaron una mirada. Habían escuchado un rugido proveniente de una habitación contigua al pasillo en el que estaban. Era arriesgarse, pues tenían que encontrar a Longbottom, pero también era no salvarla en caso de que aquel rugido se dirigiese hacia ella. -Mantén la calma, Lebouf. -¿Y si es Greedy?- preguntó, refiriéndose al "discípulo" de Ronald. Podía intuir cierto recelo hacia el joven licántropo por parte del francés. Ronald se lamió los labios empuñando la varita hacia la pared de la que provenía aquel extraño sonido. Miró de reojo a su acompañante. -Sé que se tiraba a tu hermanita, pero se está encargando de Loring, así que podrías agradecerle más tarde su labor.- comentó, pasando por alto que su hermana estaba muerta tras el ataque a Hogsmeade. Se dirigió hacia la pared.- Reducto. En seguida, la pared se disolvió en miles de partículas que hicieron al principio borroso la escena que les esperaba, la cual quizás no era la que esperaban. Tristán McOrez tenía cogido por el cuello a Albus Severus Potter. -¡INMOBULUS!- gritó Alice Longbottom, apareciendo detrás de Ronald y de Lebouf. Tenía los ojos llorosos, el pelo enmarañado y su cuerpo temblaba a causa de varias convulsiones. Miraba con preocupación a Albus. Había inmovilizado a Tristán McOrez. La niñita de Neville había inmovilizado a Tristán McOrez. Cogería los genes buenos de su padre.- ¡¿A qué esperas, Albus?! ¡Sal de allí, por las barbas de Merlín! El joven, quien se había quedado un tanto patidifuso, al igual que el gran auror Ronald Weasley, salió como pudo del agarre rápidamente y se dirigió a su tío. Este pestañeó rápidamente. Su sobrino. A salvo. Delante de él. Después de tres meses. -¡VEN AQUÍ, PEQUEÑO HARRY!- lo enfundó en un abrazo y le besó numerosas veces la coronilla. Se separó y formuló un Patronus para su mejor amigo. Albus a salvo. Alegraría a toda la familia. -Cómo me gustan los reencuentros…- dijo la ronca voz de Tristán McOrez, quien se había liberado de su hechizo, ya que claramente Alice Longbottom no era una eminencia en los duelos. Ronald puso rápidamente a su sobrino detrás de él y le pidió con la mirada a Bastien Lebouf que se llevara a los niños. El francés negó y se puso delante de él, encarando así a Tristán McOrez. Ronald no pudo más que asentir. Sabía la historia de aquellos dos. Hacía poco Lebouf había averiguado que fue Tristán McOrez quien asesinó a su padre, cuando él era un niño, en plena luz del día en el centro de París. No podía arrebatarle aquella oportunidad de venganza, aunque sabía que podía salir mal parado. Al fin y al cabo, Ronald no era nadie para juzgar qué era lo que hacía aquel auror para vengar la muerte de toda su familia. -Vuelve vivo.- susurró Ronald, dándose la vuelta. El pelirrojo siguió a los muchachos por un pasillo hasta topar con una esquina, allí les cogió a ambos de la mano y les miró a los ojos con serenidad mientras los hacía desparecer. Tenía que improvisar un lugar franco en el que solo el Departamento de Seguridad Mágica tuviese permiso. Su despacho. Al aparecer, miró fijamente a su sobrino. -Supongo que no nos dejarás ir a Hogwarts tan tranquilamente, tío Ron.- comentó Albus con cierta decepción. ¿A Hogwarts? ¿Ese niño estaba bien? ¡Ni hablar! ¡Ahí mandaría su tío Ron que para eso era una de las figuras más importantes de Inglaterra! Por los calzones de Merlín, si ese niño había sido torturado física y psicológicamente… Sabía el poder que tenía el castillo para parecer acogedor, pero no podía olvidar que había sido secuestrado por una organización de la que necesitaban información. Y que tenía que estar con su familia, qué demonios. -¿Puedo irme yo, señor Weasley?- preguntó educadamente Alice Longbottom. Estaba nerviosa. Albus la miraba con escepticismo, como si su presencia le molestase. Recordó que él mismo miraba así a Hermione (y no solo en su etapa juvenil). -Por supuesto. - sentenció. La muchacha le miró expectante.- Oh, sí, ¿por qué no vas al despacho de Charlie y que te lleve él? Supongo que también te tendrán que interrogar antes… ¡Y dile que saque a mi hija de la casa de los Malfoy! Por Merlín, dónde va a acabar esta tolerancia a los seguidores de Ryddle…- Albus tosió adrede.- Olvida eso, viejas costumbres…- le indicó que se sentase.- Supongo que te habrán hecho muchos interrogatorios para sacarte información sobre tu maravillosamente poderosa familia, en especial ese auror tan aclamado que es… Yo. - Albus sonrió con desgana.- Solo te pido que respondas a unas pocas preguntas para que pueda llevarte a casa… ¿Quieres pastel de arándanos de la abuela? Albus sonrió, aquella vez realmente feliz. Su tío Ron volvió a abrazarle y él se dejó llevar por el cálido aroma del hogar. El auror vio en la cara de su sobrino una mueca que le indicaba que el joven quería romper a llorar, ya que, quizás, creyó que moriría dentro de aquellas mazmorras. De pronto, un halo de luz proveniente de la nada se instaló en la habitación. Un Patronus que Ronald no pudo reconocer. Un búho. -Por favor, que alguien nos ayude… Estamos cerca del acantilado del Palacio… Soy Cornelia Brooks… Y James… James está con el hombre lobo… Necesitamos ayuda. Ronald miró a su sobrino en tensión. Primero, asombrado por la capacidad de una alumna de convocar un Patronus múltiple, ya que estaba claro que se lo había enviado a varias personas. Segundo, por la presión que debía tener su sobrino en sus hombros: su hermano estaba en peligro por su culpa. -Tengo que ir a por mi hermano. ----------------------------------------------------------------------------------------------------
Entender aquello del todo era arduo. En realidad, si se atenía al simple enunciado, todo parecía coser y cantar: "el ADN es la molécula fundamental de la vida, porque lleva en su estructura la información hereditaria que determina las características y funciones esenciales del organismo". El legado más puro de los progenitores. La teoría era preciosa, pues, entonces, estuviese donde estuviese su hijo siempre tendría algo suyo y algo de su padre. Aquello había lograda tranquilizarla, ya que últimamente soñaba que Remus le era arrebatado y se había convertido en su peor pesadilla. Quizás fuese porque había comenzado a trabajar, lo que le hacía sentir muy orgullosa de sí misma.
La empresa que dirigía el King's College London la había aceptado. Rutinariamente iba todas las tardes a aquel menudo despacho al que acudió para pedir ayuda en cuanto al ADN de Charlotte Breedlove. Después de casi un mes, aun no tenía los resultados -y dudaba que fuese porque tardaban en realizar el análisis. Había aprendido muchísimo sobre la estructura molecular y, gracias a su metodismo y a sus no tan mediocres notas en Pociones, era capaz de hacer los análisis notablemente. De hecho, le habían asignado como auxiliar del analista principal en aquel despacho, el cual solo contaba con uno. Le prometió que ella misma empezaría a hacer aquello por su cuenta en cuanto lo dominase por completo.
Aquel pequeño despacho capitaneado por la exigente doctora Brooks se encargaba de averiguar identidades y filiaciones a través de una molécula, pero con un detalle especial: eran encargos privados, por cuestiones personales. Es decir, normalmente los clientes solían ser personas que mantenían duramente el anonimato y que debían tener bastante dinero, pues aquella clínica era bastante prestigiosa. También tenían una política de imagen muy estricta y debían vestir según los colores del logo de la firma (dorado y azul). Además, en ocasiones le pedían que se ocupase de la recepción, junto a la mujer hindú que se encontraba allí y de la cual notaba cierto recelo hacia ella, quizás temiendo que le sustituyese en su apreciado puesto de trabajo.
Victoire se encontraba allí en ese momento, mientras Priya, su compañera de recepción, se había ido al almacén a rescatar algunos resultados para los clientes que tenían previsto llegar aquel día. Las personas que recurrían a aquella empresa no solían llegar en aglomeraciones; es más, había ocasiones en las que solo tenían que atender a tres en un día. Aunque para la empresa no suponía ningún problema: el precio de un análisis ordinario era de dos mil libras.
La joven se recostó en la butaca leyendo un artículo sobre el proceso de aquel análisis. Aquel en concreto se centraba en la prueba de paternidad, que solía ser la petición más común entre la clientela. Victoire creía que aquellas madres eran algo irresponsables y que aquellos que desconocían su procedencia genética debían dejarla mejor enterrada. Suponía que a ella jamás le había picado la curiosidad en aquel aspecto porque para ella era fácil decir de dónde venía o quién era el padre de su hijo. Aprendería a considerarse afortunada.
"Entonces, el hijo, para ser hijo biológico (yo lo siembro al lado) tiene que compartir con el padre alguna de sus dos bandas. Y la madre tiene que compartir alguna de sus bandas con el hijo. Si este ejemplo se repite para todos los genes utilizados, estamos ante un caso positivo. Si por otro lado encontramos al menos dos genes en donde el supuesto padre no le hereda ninguna banda al hijo, el resultado informado es negativo. En definitiva, los únicos dos posibles resultados de estos estudios."
Aquella era la conclusión del artículo de la revista científica. Sonrió. Le gustaban las cosas bien atadas, los finales cerrados y los resultados claros. Las complicaciones, a pesar de ser una joven dada al dramatismo, le abrumaban y le hacían sentir estúpida, pues creía que la gente inteligente era la que nunca tenía que encarar dificultades debido a que se adelantaba a ellas. Cuán ingenua podía llegar a ser.
-Weasley.- la llamó Priya. Pronunciaba su nombre de forma que parecía estar insultarle, sería la única con aquel apellido que conocía y el significado de tal le parecería infame. A aquella mujer le parecían demasiadas cosas desdeñables. -Sal.- la llamaba desde la puerta del despacho, pidiéndole que saliese a la calle. Debía de estar de broma. No reaccionó ante lo que la mujer pedía, por lo que esta entró a la recepción y se acercó al mostrador en el que se encontraba Victoire, a la que miró con impaciencia.- Sal.- repitió, aquella vez jalando del hombro a la muchacha y haciéndole salir por la fuerza.
La joven no se atrevió a hablar hasta que dejó de apretar el antebrazo. Entonces, la miró con incredulidad. ¿Cómo se le ocurría dejar la recepción vacía? ¿Qué mosca le había picado? Probablemente la doctora Brooks las despediría.
-¿Qué… Por qué?- preguntó Victoire hacia Priya. Aquella mujer llevaba mucho tiempo trabajando allí, según el analista le había comentado, por lo que esperaba una explicación razonable a aquella situación. Suponía que tenía relación con la excentricidad de la doctora Brooks por guardar el anonimato de los clientes.
-El benefector- respondió simplemente Priya, como si aquello solucionase todas las dudas que podían surgirle a Victoire, así que tuvo que bufar para conseguir más información.- El benefactor viene. Todos salimos.
Sabía que el inglés de aquella mujer era impoluto, pero parecía disfrutar forzando el acento y diciendo frases simples a los demás, como si hablar para ellos fuese tan tedioso que el solo hecho de formular una palabra le resultase la tarea más tediosa del universo.
-¿Para no verlo? Pero lo veremos al entrar.- Priya negó con la cabeza. Victoire entornó los ojos al recapacitar: no había ninguna puerta de entrada que no fuese aquella. Lo sabía porque había estado en todas las estancias. Aquello era imposible… Al menos que fuese un mago. -¿Quién es el benefactor?
-El que nos beneficia.- dijo aquella vez con un resquicio de sonrisa burlona en su rostro. -Ninguno lo sabemos, no lo podemos ver nunca. Solo lo conoce la doctora Brooks- respiró pausadamente.- Y tampoco sabemos cómo entra. Es un misterio. Y no más preguntas.
Victoire asintió, pues para ser Priya, ya había dicho demasiadas cosas. Quizás a ella aquel misterio le sacudía demasiado. Su rostro estaba preocupado, y jamás la había visto así. ¿Sería el Benefactor alguien del Ojo? ¿O sería su Charlotte Breedlove? ¿Y qué tenía que ver con todo eso una clínica de genética?
Sintió un escalofrío.
-Yo creo que sé quién es.- musitó Victoire, no muy segura de si debía decir aquello.
La mujer hindú la miró de reojo con algo de pena, para la sorpresa de la joven.
-Eso creemos todos. -Sonrió tristemente.- Todos creemos que el Benefactor es la persona por la que estamos aquí. Por desgracia, nunca lo sabremos. - Concluyó enigmáticamente.- Mientras mantenga mi trabajo, estaré feliz.
La joven le secundó con un asentimiento un tanto cabizbajo, sabiendo que ella no estaría feliz si pensaba que el Benefactor era quién ella pensaba. Y si era así, ¿de qué conocería a Priya? ¿Y de dónde sacaba el dinero para mantener una firma de tal calidad? Cabía la posibilidad de que la propia doctora Brooks estuviese jugando con sus mentes para no desvelar nada de lo tratado allí, imponiendo un extraño régimen estricto. ¿Y si simplemente era mafia muggle?
Priya alzó las cejas hacia ella, señalándole algo que debía encontrarse detrás de ella y que había causado estupor en la mujer, y cierto nerviosismo. Se le encogió el estómago por un momento antes de mirar hacia atrás. Había conseguido transmitirle la incertidumbre y el frío londinense sin abrigo -Priya no había tenido la decencia de dejar que lo cogiese- le raspaba la piel.
-Vic.- Ted Lupin venía con aire acalorado, sudor en la sien y su pequeño hijo en sus brazos, liado en una mantita con un gorro de lana que tapaba sus pequeñas orejas.- Tienes que encargarte de Remus, me ha surgido una urgencia.- Pidió, mientras todo su cuerpo temblaba.
-Ted, estoy trabajando. -contestó prudentemente, observando con el rabillo del ojo a Priya. Esta, como si entendiese la situación, procedió a caminar hacia otra dirección, dejándolos momentáneamente solos. Ted sabía que nadie podía acudir a su trabajo, y menos si iba a pedirle que se encargase de Remus. Habían llegado a un acuerdo por el que ambos trabajarían y ambos se encargarían del bebé. Así, Ted trabajaba en Hogwarts por la mañana y ella por las tardes en la clínica. -Llévate a Remus, Ted, es tu turno… ¡Me da igual que tengas que dar una clase extra!
Ted se ofendió considerablemente. Había llegado corriendo al lugar del trabajo de Victoire, para el que había ido con el hechizo de Aparición, al que Vic no le gustaba utilizar con el bebé, pero en ese momento le importaba una mierda lo que pensase ella.
Cornelia Brooks, una de sus alumnas más sobresalientes, le había mandado un Patronus hacía unos instantes informando de que su hermano estaba en peligro a causa de, nada más y nada menos, un licántropo del Ojo. De hecho, el licántropo del Ojo. Tenía que poner a Remus a salvo, y solo estaría a salvo en ese momento con Vic -ya que sus abuelos aquel día habían salido de la Madriguera desgraciadamente. Necesitaba dejar a Remus con ella. Porque temía que James estuviese en un estado indeseable y no podía permitírselo. No podía dejar que una rabieta de Victoire le hiciese llegar demasiado tarde.
-¡VIC, JAMES ESTÁ EN PELIGRO!- le gritó, acusándola además por la falta de consideración. -Tengo que irme.
En aquel momento, la mujer hindú apareció de nuevo. Ted sabía lo que debió haber pensado de su cuerpo temblando y vociferando a Victoire. Y por ello habría acudido con aspecto sobreprotector sobre la pelirroja. Maldita sea. Confirmó que Remus estaba bien sujeto en los brazos de Victoire.
Le lanzó una mirada llena de ira a la compañera de trabajo y se dio la vuelta. Escuchó el susurro de esta hacia Victoire: ¿Estás segura de que él es el padre? ¿Qué demonios? Esa mujer estaba peor que la propia mujer con la que vivía. Ya le había avisado en su momento Ron de las paranoias que podían entrarle de vez en cuando a las mujeres, pero siempre había pensado que exageraba. Oh, qué va. Desgraciadamente cada vez estaba más harto de Victoire, de su obsesiva y compulsiva manía de planificar sus vidas desde que ella encontró trabajo. Como si aquello el diese derecho a sentirse superior. Además, trabajo en una clínica clandestina de pruebas de paternidad… Y aquella pregunta de la hindú solo había logrado enfurecerle más. ¡Y en aquel momento debía estar calmado, maldita sea! Ya había decidido sus personas, por las que daría su vida y fue tras una charla con Moonlight: eran Harry, Remus, su abuela, James y Moonie. Eran ellos. Y no podía permitirse perder a ninguno. Porque Harry era su padre, Harry era aquello que le seguía atando a sus padres, el que los seguía manteniendo vivos a pesar de que su alma estuviese enterrada en un ataúd en Hogwarts, como héroes. Porque Remus era su hijo y con aquello bastaba. Porque James había sido el hermano que nunca pudo tener y el que completó su infancia, a pesar de que con la adolescencia de este se habían distanciado. Porque su abuela era su familia, y debía cuidar lo único que le quedaba. Y porque Moonie era su amigo, su mejor amigo, y la persona cuya sangre de hombre lobo corría por sus venas, cosa que les había unido gracias a una magia especial.
Desapareció de un callejón por el que había aparecido. Y el frío helador del glacial le despertó de todos sus turbios pensamientos. Se mareó en un principio, desorientado. ¿Dónde demonios se había metido James? Estaba en un bosque lleno de pinos nevados, y la oscuridad se cernía, no solo por la noche que se avecinaba sino por el cielo interrumpido por las copas de los árboles que lo ocultaban. Gruñó. Y su gruñido le hizo agudizar el oído, no supo si lo hizo a posta, pero fue su instinto lobo en busca de James.
Olió a alguien, pero no era el joven Potter. Llevaba perfume de mujer. Tampoco era Brooks. No había rastro de ninguno de los dos. Era otro aroma que le costó identificar. Solo hasta que logró verla, no la reconoció. Era Alexis, la novia de Charlie Weasley. Se mosqueó. ¿Qué hacía ella allí y por qué no estaba con los demás?
-¡Estoy buscando a James!- le gritó. Qué otra cosa sino, pensó Ted exacerbado.
Ted se aproximó a ella. Olía a sangre fresca, sangre humana. Parecía que demás rastro había sido borrado. La interrogó con la mirada.
-Dile a Moonlight que venga, lo necesito aquí.
Ella pareció desconcertada al principio. Acabó por asentir y dirigirse en dirección sur, donde estaría seguramente el Palacio de Hielo en el que en su momento rescató a Victoire y se enteró de la llegada de su hijo.
Cuando se marchó, Ted pudo concentrarse en buscar el olor de James. Y no tardó en llegar, además del sonido de sus gemidos. Corrió hacia él, convertido en hombre lobo, al que hacía mucho tiempo había dominado. Se lo encontró tirado como un trapo sucio en la fría nieve llena de una gran mancha roja. Antes de acercarse a él, se percató de que el latido de su corazón era tan débil que una lágrima surcó su rostro peludo.
James Sirius Potter estaba al borde de la muerte.
Se acercó hacia él. Lo olisqueó. Y lo observó detenidamente. Tenía los ojos cerrados, sin fruncirlos con fuerza, como si se hubiese rendido ya. Tenía numerosas heridas abiertas por todo el cuerpo, de los que la sangre había brotado abruptamente. Ted contuvo su instinto más animal de acabar matándolo, sabía que su parte licántropo no podía resistirse al hedor tan puro de un cuerpo muriéndose y lleno de sangre. Miró hacia otro lado. Hacia la muñeca del joven. Y entonces lo vio.
Una mordedura de hombre lobo.
El corazón de Ted latió con fuerza. ¿Dónde demonios estaba Moonie? ¿Y Brooks? Ellos sabrían qué hacer.
Si el licántropo del Ojo había mordido a James, podría haber significado que este se convertiría en un hombre lobo. Sin embargo, el hombre lobo no había dejado que la metamorfosis surgiese y aquello solo podía tener una grave consecuencia: la muerte de James.
El sudor más humano comenzó a humedecerle el pelo del licántropo. Volvió a observar el estado de James. Su corazón cada vez más lento. Solo había una única solución: que un licántropo le convirtiese. Solo existía aquella maldita y horrible solución. Si no lo hacía alguien, moriría.
Miró a su alrededor, ¿dónde demonios se había mentido Moonie? Él lo hizo con Ted cuando era niño. Podría hacerlo de nuevo sin problemas. ¿No era así? Ted no podía hacer aquello.
Respiró profundamente.
Se acercó la muñeca de James a su boca.
Había un veneno que se mezclaba con la saliva del hombre lobo y se arrinconaba en los colmillos, aquel veneno era magia. Era lo que servía para matar, si se proporcionaba poca cantidad a la víctima, o para convertir al licántropo si se daba una cantidad considerable, siempre teniendo en cuenta que cuando el hombre lobo mordiese succionaba sangre, y que, por tanto, podría inducir un derrame tan grande que la víctima moriría. Era un proceso complicado, que solo algunos lobos lograban perfeccionarlo con la práctica.
Ted, con una parte humana derrumbada y una parte loba ansiosa de sangre, hincó sus colmillos en la pálida y moribunda muñeca de James. Comenzó a succionar sangre. No pudo evitar sentir una lujuria que le hizo succionar con más fuerza, agarrando incluso el brazo del joven para arrebatarle más cantidad de aquel líquido rojo. Sus ojos chispearon, y, por un momento, su parte humana dejó lugar a la parte licántropa.
-¡Es suficiente!- gritó alguien hacia él, haciendo despertar de su placer por la sangre. Retiró casi instintivamente el brazo del joven de él y miró a la portadora de la voz, que se encontraba a una distancia de precaución prudente. Cornelia Brooks había aparecido del bosque, con la varita apuntando hacia él y su rostro lleno de sangre y moratones. Había detenido al hombre lobo. Lo supo porque tenía zarpazos por todo el cuerpo, dando lugar a heridas abiertas que salivaron la boca de Ted.
Entonces, Ted dejó de escuchar el breve latido de James.
Había muerto.
Lo había matado él. El licántropo sollozó. Y las pequeñas lágrimas dieron lugar a un llanto que rompió el corazón del bosque. Su voluptuoso cuerpo se sacudió y se retiró del cadáver del que había considerado su hermano avergonzado por su falta de humanidad. Jamás se lo perdonaría. Jamás lo olvidaría. No había perdón para él. Era una maldita bestia del demonio. Merecía la muerte o algo peor. O quizás aquella carga era condena suficiente. Había matado a su hermano. Lo había asesinado. Había succionado su sangre hasta dejarlo sin ella, hasta el último latido de su corazón.
Miró hacia Brooks, hacia su alumna. Hacia la persona que había presenciado el asesinato. Se sintió horrible cuando la mandíbula de la joven se abrió, incrédula, dolida y terriblemente triste. La joven se acercó corriendo a James. Ted la observó. Colocó la cabeza sobre el pecho del joven, tenía los ojos llorosos y todo el barro y la sangre que la impregnaba se pegó a la camisa del joven.
Fue entonces cuando supo que era lo que Brooks estaba haciendo.
Al principio, creyó que el latido del corazón repetido y desembocado era el suyo. Pero lo cierto es que sentía un eco. Otro latido sobrenatural que parecía alcanzar una velocidad vertiginosa. Brooks estaba comprobando que lo que Ted había hecho había surgido efecto. Su alumna había confiado en él, incluso cuando él perdió la fe en sí mismo.
James convulsionó. Todo su cuerpo tembló. Y lanzó un rugido que precipitó a la joven Brooks hacia un lado, haciéndola chocar con el frio suelo nevado. Ted se acercó cautelosamente al joven, quien parecía estar a punto de explosionar. Se volvió a convertir en humano y miró a Brooks.
-A San Mungo.- dijo, con una mezcla de rugido y sonido totalmente gutural.
Ella asintió y se agarró del brazo de su profesor. Ted cogió con sumo cuidado el cuerpo que convulsionaba constantemente de James. Y cerró los ojos fuertemente para aparecer en San Mungo. Apareció en la recepción y todas las enfermeras y Sanadores les miraron, al principio sin entender qué ocurría.
-¡Le han convertido en hombre lobo!
Los ojos se abrieron como orbitas a todos los presentes. Una enfermera puso a James en una camilla y ató sus brazos y sus piernas con unos cinturones de cuero rápidamente. Miró a Ted y le pidió con la mirada que lo acompañara. Brooks les siguió pero al entrar en un pasillo le vetaron la entrada. Ted siguió a la enfermera hacia una habitación que parecía de acero y que tenía una ventana de color. La enfermera dejó allí la camilla y echó hacia fuera de la habitación a Ted, junto con ella misma, quien cerró la habitación.
A Ted le costó recordar aquella habitación. Tras la guerra, muchos hombres lobos habían sido convertidos por Greyback y a la hora de sus conversiones no tenían nada de control. Así, se desencadenó un brote de licántropos por todo el Reino Unido que acudían a San Mungo para hacerla más leve. Cuando Moonlight le convirtió, sufrió su primera conversión allí. Y, al contrario que las creencias, la conversión era mucho más dolorosa en un espacio reducido. Sin embargo, no se dañaría a nadie… Y aquello era por lo que todos estaban dispuestos a sufrir más.
La enfermera, una mujer de edad avanzada y de aparente experiencia en aquellos casos, dirigió a Ted, a quien seguramente conociese de su época infantil incontrolada, le dirigió hacia una habitación desde la que se podía observar qué estaba pasando con James.
-Hasta mañana por la noche no podrá entrar en la habitación, Lupin.- le comentó, con cierto tacto.- Sabe que transformar a un hombre lobo es un delito castigado con la pena de prisión, ¿no?- le miró de reojo, con la sospecha ya levantada.- Confío en que tenga un argumento vital para lo que le ha hecho a ese joven.
-Iba a morir.- le dijo.- No podía dejar que muriese… Un hombre lobo le había mordido, y yo…
-Usted es mayor de edad y tendrá que responder ante un juzgado. Su amigo Greedy tuvo suerte de que era un niño… Pero usted sabía exactamente qué estaba haciendo.
-Le he salvado la vida a James.
-Si es así como considera esta maldición… Pero la ley dice otra cosa, y le va a importar muy poco tu interpretación.
Dejaron de hablar de pronto.
Una zarpa había arañado el espejo ante el cual Ted y la enfermera podían ver al licántropo desatando su ira.
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