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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 13 de Enero de 2021, 10:53 [ Más información ] Tweet
(III) Capítulo 23: Non desistas
Alguien había salido del castillo. Olisqueó el resto de magia que dejaban los polvos flú, acercando la tierra mojada a su nariz como si él mismo fuese un perro rastreador. Esa clase de magia era muy difícil de ser encontrada en el colegio, quizás solo los elfos mágicos, con su nueva independencia que les permitía salir y entrar del castillo a sus anchas, eran los únicos que podían haberlos administrados a los alumnos. Y, por supuesto, no eran alumnos cualesquiera. Eran alumnos que habían modificado los polvos flú. Eso lo sabían él y todos sus compañeros llenos de impotencia que se encontraban en la linde del bosque, donde habían desaparecido cinco estudiantes polémicos. Frunció los labios. Oía a todos los aurores discutiendo entre ellos la medida que debían tomar, al fin y al cabo tenían a Kingsley para dar órdenes. Sin embargo, no eran capaces de comprender lo más importante de todo aquello: esos críos habían ido a por Albus Severus Potter. Tal vez el hecho de que él fuese un joven auror, le ayudaba a entender mejor el comportamiento de aquellos suicidas, ya que no había un calificativo mejor para describir el acto de valentía que habían llevado a cabo. Por suerte, podrían ayudarles. Neville Longbottom le había mandado a la escena tras ser informado por un Gryffindor de que sus compañeros habían ido al Palacio de Hielo. Las pobres criaturas no sabían a qué se enfrentaban, y en el caso de que lo supieran no podían ser más jodidamente…Inteligentes. Claro que lo eran, la genética se lo debía. Si alumnos de Hogwarts entraban allí, el Departamento de Seguridad Mágica tenía carta blanca para ir a por ellos. Si ningún auror había pensado antes en esa solución, era por que arriesgar la vida de unos niños resultaba aterrorizador. En todo caso, le estaban salvando la vida al hijo de su jefe. Neville también le había dicho que le avisara a Harry Potter. Él no podía hacerlo, ya que al parecer sentía la pérdida de algo que escondía en el Bosque Prohibido, le dijo que confiaba en él para traer a su hija sana y salva. Era bastante comprometedor cuando se suponía que tenía que salvar la vida de los hijos de gente tan poderosa, en manos de asesinos despiadados que no dudarían en hacerle pedazos en un segundo. -Kingsley.- le llamó con una mezcla de vergüenza pero a la vez autoridad. Era extraño tener el poder de mandar sobre alguien que había sido el Ministro Mágico.- Vigila a los demás a alumnos, estoy seguro de que no son los únicos que van a salir.- Aquella conjetura era vaga, pero tenía la certeza de que el hijo mayor de Potter no iba a quedarse de brazos cruzados.- Además, el Ojo puede aprovechar esta situación para atacar. - lo dijo con firmeza, pues realmente sería estúpido dejar al castillo sin vigilancia teniendo un séquito de aurores esperando en el Departamento para ir a lanzar maleficios. El antiguo Ministro le miró con algo de duda tras sus ojos. Probablemente el aspecto de Alexander Moonlight no era tan profesional como los demás. Le importaba bastante poco tener que vestir en traje, su chupa de cuero y sus camisetas de bandas de música muggle eran mucho más cómodas. Es más, seguramente imponía más respeto y temor que ellos. -¿Tú dónde vas? Moonlight se incorporó, llevaba agachado descifrando el origen de los polvos flú un buen rato. Le miró con serenidad, como si aquella situación fuese algo cotidiano. Miró a los dos aurores que le precedían, seguramente estarían asesinándole con la mirada. Sabía que solo era querido por un par de aurores que entendían su talento en su Departamento, los demás aún seguían creyendo que aquello había sido enchufismo. Además aun había aurores que le miraban con recelo por ser un licántropo. -Reuniré a un par de aurores competentes para traer a esos críos de vuelta.- comentó clavando su mirada en Flynn, quien realmente le sacaba de sus casillas. Kingsley puso los ojos en blanco, ya acostumbrado al tedioso humor del joven. Los demás aurores reprimieron algún que otro comentario mordiéndose la lengua por dentro. -Estoy deseando que el licántropo del Ojo te clave unas cuantas garras en tu bonito torso, Greedy.- le espetó Flynn con desprecio. No recibió respuesta porque sencillamente no la merecía. Moonlight desapareció en el aire con tranquilidad. Necesitaba todo el apoyo del mundo para enfrentarse a lo que venía ahora: ¿cómo podía salir vivo de aquello? ¿Decirle a Ronald Weasley que su hija había ido a la boca del lobo acompañada de Longbottom y -para más inri- Malfoy? ¿O contarle a Potter cómo su hija pequeña les siguió, a la vez que era perseguida por McOrez junior? Apareció en el despacho de Ronald. Y todos parecían haberle ahorrado contar las malas noticias. Estaban esperándoles, por supuesto algún auror en busca de un ascenso fue el primero en reportar a los padres de las criaturas. Y Ronald Weasley no estaba solo. Allí también se encontraba Harry Potter - a veces no sabía quién era el perrito faldero de quién-, Hermione Weasley -la cual imponía tanto que tuvo que sostener la mirada duramente para no apartarla-, Ginevra Potter, Bastien Lebouf y Alexis. Se habían ahorrado llamar a la pandilla. -Es una incidencia muy grave dejar que unos niños se escapen.- acusó deliberadamente Harry Potter. Debía haber dicho que Flynn fuese a informar personalmente a esos leones enfurecidos. Al menos si a él le acribillaban y lo mataban con sus ojos llenos de fuego, nadie lo notaría y sería un alivio para él. -No soy yo el único auror que hay en Hogwarts.- se excusó. -Y por eso tú respondes ante todos ellos.- concluyó Ronald con un gesto serio. - Lo que sea.- atrajo a Moonlight hacia su escritorio, al cual todos rodeaban, pues allí se encontraba un mapa del Palacio de Hielo. Y no un mapa cualquiera, sino uno que indicaba, en función del calor que transmitían los cuerpos, dónde había personas. El problema de aquel artefacto sacado del Departamento de Seguridad Mágica norteamericano, era que la imagen era muy difusa y usualmente había errores.- Hay como cien personas dentro de ese castillo de nieve en este momento, así que lo más eficaz sería encontrar a los niños y sacarlos. Puede que ahora mismo nos estén preparando una trampa, pero mejor salir heridos nosotros que los niños. -Recordad el objetivo son los niños que han ido allí.- comentó Alexis. Sacó unas fotografías digitales muggle y las colocó sobre la mesa tapando el mapa.- Rosebud Weasley.- su rostro lleno de pecas y su voluminoso pelo rojizo revolvió el estómago de su padre.- Alice Longbotton.- en aquella foto la niña era mucho más joven de lo que él la recordaba y sus ojos verdes parecían acaparar toda la fotografía.- Scorpius Malfoy.- su predominante nariz y su aspecto elegante se entreveían en una fotografía que parecía sacada sin permiso.- Y Lily Potter.- la dulce niña parecía más inocente en la foto de lo que su temperamento decía. Alexis suspiró.- Al no saber con certeza si Albus Potter se encuentra allí, solo en caso de avistarlo se actuará en su favor. Que esto quede entendido, pues no podemos arriesgarnos a perder ninguna vida. Vemos a uno de estos niños, los cogemos y nos vamos pitando. ¿Algo que objetar? -todo el mundo negó, envuelto en el plan que Alexis había parecido preparar minuciosamente. - Bien, pues nos dividiremos… Ya sé que vuestro lema es eso de la unión hace la fuerza pero yo soy más de divide y vencerás, ya que, teniendo en cuenta que somos una panda de aurores enrabietados contra un mini ejército de asesinos profesionales… Lo mejor es andar con cautela. - les miró a cada uno con fiereza. Obviamente reteniendo el espíritu de héroe de todos aquellos que se encontraban allí. - Potter, tú irás conmigo. Es a ti a quién más sujeto te tengo que tener…Ya sabes por qué.- Moonlight no lo sabía así que simplemente asintió, como de acuerdo con todo lo que aquella mujer que una vez le lanzó de un acantilado, decía. Pareció leerle el pensamiento, y no le extrañaría, pues miró fijamente hacia él.- Tú irás con Ronald, hacéis un buen equipo si os da una nuera de pronto. - ambos asintieron, Moonlight aliviado de ir con su mentor. -Gin Potter y Hermione. Y Lebouf, me gustaría que tú fueses a buscar a Lupin… Nos haría falta más de un licántropo. Puedes irte ya. Bastien Lebouf desapareció a la vez que asentía. Admiraba esa capacidad para trasladarse de aquellos aurores tan experimentados. A él aun le daban náuseas. Ronald le miró justo en ese instante para formalizar el equipo. -Tú y yo aparecemos en la azotea. Mantén la calma y no te conviertas hasta que yo te diga.- acto seguido le cogió del hombro y sintió un mareo y un tirón desde el talón que indicaba que no cabía lugar a objeciones.- ¿Listo? Un viento helado cruzó su rostro. Le dolía el frío. Probablemente un abrigo extravagante pero cálido como el que Ronald llevaba en ese momento era mucho más apropiado que la chupa de cuero negra de Moonlight. Miró a su alrededor. La "azotea" era un balcón que sobresalía de un acantilado de hielo sobre el cual se había asentado el Palacio. Estaba todo hecho de aquel material translúcido y gélido, e imponía como si fuese la primera vez que veía Hogwarts, aunque daba muchísimo más miedo. Una cristalera les impedía el paso al interior del castillo. -Me encanta cómo planeáis las cosas así a la vieja usanza, sin tener en cuenta muros ni gilipolleces…- comentó Moonlight sabiendo que estaba en riesgo de muerte.- Voto por un Bombarda Máxima. - le dijo con una sonrisa lobuna. Ronald le dio una palmada en la espalda. -Como seguramente ya habrán notado nuestra presencia… Creo que no les importará que un hombre lobo les raye un poco el cristal de sus ventanales…Además, se van a creer que solo sabemos usar unos hechizos limitados… ¡Hay que parecer inteligent…! Moonlight ya se había convertido en hombre lobo, respiró con calma y miró a los ojos de Ronald, quien sonreía con orgullo. Se le había vuelto a olvidar el talismán que le hacía comportarse, pero teniendo a Ronald junto a él, estaba seguro de que no ocurriría ningún incidente. Rugió a los cuatro vientos, que trasladaron su sonido por todo el Palacio y retumbando en todos los rincones. Se abalanzó contra el cristal, haciendo añicos pedazos afilados que se clavaron en su cuerpo y que conforme su cuerpo se iba regenerando se iban cayendo en el suelo. Descubrió un salón colosal con una gran mesa barroca que se extendía a lo largo de la habitación. Ronald entró en el habitáculo gracias al agujero que Moonlight había creado en el ventanal. El frío entraba al igual que el viento, agitando los pedazos de cuarzo que formaban la gigantesca lámpara que colgaba del techo, haciendo sonar una tétrica melodía. En el áspide de la mesa se encontraba un hombre con una taza de té en sus delicadas manos. Les sonrió tétricamente. Moonlight soltó un rugido que pareció pasar desapercibido por aquella alargada figura de ojos claros y un prominente pico de viuda que parecía señalarles a ellos. Sorbió un poco de té y les devolvió la mirada. -Habéis tardado más de lo que esperaba. Ronald secundó el primer rugido de su compañero peludo que se imponía ante él. Las manos del viejo auror temblaron con rabia y tuvo que agarrar la varita con fuerza para controlarse. Miles de hechizos rondaron su mente, hecho del que se percató la parte más humana del licántropo que se encontraba a su lado. No podía permitir que su mentor cometiese un estúpido error así de primeras. -Ve a por tu hija.- su voz sonó gutural y sobrenatural, haciendo retumbar toda la sala. Ronald le miró con la rabia en sus ojos.- Yo me encargo de Loring. Sus piernas se flexionaron y dio un gran salto hasta alcanzar la lámpara que se encontraba justo en el centro de la lámpara y desde ella, la cual comenzó a descolgarse lentamente, se abalanzó al hombre que justo en ese momento había tirado la taza de té a un lado partiéndola en miles de pedazos con furia. Una varita aparentemente sacada de la anda apuntó hacia Moonlight. -¡Expelliermus!- vociferó Loring. El cuerpo del licántropo se estrelló contra la pared de hielo, rasgándolo y haciendo gemir al joven. Al caer estrepitosamente al suelo miró con urgencia a Ronald. -¡VETE!- le apremió mientras volvía la mirada al hombre que se había montado en la mesa para ganar altura sobre él. Si aquel era su último momento, lucharía hasta el final. Se volvió a abalanzar sobre él, esta vez pillándolo por sorpresa. Le estrelló contra la cristalera y ambos salieron a la intemperie del balcón, donde el viento movía en retroceso el vello enmarañado que cubría el cuerpo de Moonlight. Volvió a rugir, intentando hacer estremecer a su oponente, quien se retorcía de dolor a causa de los cristales que se habían clavado en su espalda. Moonlight sintió cómo su sangre se aceleraba con el olor de las heridas de Loring. Sabía que justo en ese instante podía matarle. Sus ojos se inyectaron de sangre y un temblor sacudió su cuerpo. Aquella vez su rugido animal hizo inmovilizar a su oponente, cuyos ojos reflejaban su cercana muerte. La conciencia de Moonlight le sacudió de nuevo. ¿En qué se convertiría si lo despedazaba allí mismo? ¿No era aquello contra lo que había luchado toda su efímera vida? Cerró los ojos con fuerza y apretó los puños. Loring pareció prepararse para su momento final, su varita descansaba demasiado lejos y su malherido cuerpo distaba mucho del corpulento del depredador. Ante su estupor, Moonlight se volvió a por él y tiró de él hacia el final del balcón, hacia el acantilado. Sus cuerpos se precipitaron rápidamente y se sumergieron en las heladas aguas que se clavaron en sus músculos como afiladas agujas. En ese momento, pudo ver cómo varias personas se habían acercado al borde del balcón, observándoles. Una de ellas cogió una escoba mágica. Moonlight se apresuró a bucear convertido en hombre lobo, aunque menos feroz debido al contacto con el frío que había coagulado la temperatura de su sangre y con ello su instinto asesino. Debía salir de allí y buscar a Ronald. Seguramente les estarían esperando.
Ella sabía dónde tenía que ir. No se lo había dicho a Scorpius Malfoy pero había estado en ese palacio más de un par de veces. ¿Se sentía avergonzada? Muchísimo. Era como apuñalar por la espalada a todos y cada uno de sus amigos. Sin piedad. Ella jamás los hubiese perdonado si ellos fuesen así. Alice jamás se perdonaría así misma. Ya estaba atada hasta las trancas al Ojo, era tan fácil entrar y tan difícil salir. Era una secta milenaria, después de todo. Y ella era solo Alice Longbottom, una joven desesperada por salvar a su hermano. Ella sabía lo que estaba arriesgando. Aunque tuviese una extraña fidelidad hacia el Ojo, pues no había comentado que de algún modo trabajaba para ellos; jamás se ganaría su lealtad. Su corazón siempre pertenecería a su familia y a sus amigos, pero era cierto que los hechos importaban más que las palabras en un mundo tan sumamente hostil. Había perdido a Albus. Y todo lo que ello acarreaba aun no lo había experimentado. No solo no la volvería a mirar a los ojos de la misma forma, si no que el resto de sus amigos tampoco. Se lo merecía, por supuesto. Eso era el precio que tenía que pagar para que su hermano no sufriese ningún daño. Quería más a su hermano, ¿qué problema había en eso? Su hermano era frágil, era un squib, quería estar alejado del mundo mágico y no tenía que ser la cabeza de turco de nadie. Su impotencia nadie la entendería. Ella no había escogido un bando, sino a una persona a la que salvar. Aquello la convertía en una traidora. Había acabado por asimilarlo. Le rompería el corazón a su padre. Su madre no se lo creería. Y cruzaba los dedos para que su hermano no se enterase. Prefería ser tachada de traidora a revelar la existencia de su hermano. ¿Podía con el peso de las consecuencias? Esperaba que sí. El rugido de un hombre lobo en las zonas más altas del palacio había levantado sospechas por todos los pasillos. No todos eran audaces asesinos. Había sirvientes que jamás habían lanzado un hechizo y vigilantes que eran tan inútiles como los que trabajaban para el Ministerio. Había civiles. Esperó, de todo corazón, que los aurores que viniesen tuviesen en cuenta aquello. Que no fuesen prejuiciosos con todo aquel que cruzase una mirada con ellos. Al menos no había ido Fred Weasley, temía que la joven Gillian Bauer, quien cocinaba la comida que alimentaba a Albus no sufriese ningún daño. La mayoría de ellos no sabían de qué trataba su bando. Simplemente habían nacido allí. -Tú.- alguien la llamó. Estaba paseando por allí como si fuese un día de los que ella se pasaba por allí para que algún que otro idiota le pidiese hechizos escritos en los libros de la sección Prohibida de la biblioteca. Ante ella se imponía un hombre cuyo aspecto había cambiado enormemente gracias a una poción que había mejorado su rostro cicatrizado y su aire amenazador que le envolvía constantemente. Montdark. Era el más temido para ella y para muchos de los de allí. Si había cambiado su rostro por uno más afable era para infundir confianza y después arrancar el corazón de alguien. Se estremeció cuando sus ojos, unos fríos ojos azules, le miraron con cierta sospecha. -¿Qué desea? -¿Los has traído tú? Alice pensó en un cielo en blanco. En páginas de color beige abriendo y dejándose llevar por una brisa artificial. También pensó en las nubes. O en el frío que se había colado por su espalda justo en ese preciso instante. Conocía el hecho de que Montdark leía el pensamiento. Probablemente lo habría hecho antes de hablarle y la estaría martirizando. -No, vinieron ellos. Yo simplemente los acompañé. Y era cierto. Habían sido ellos los que habían ideado el plan, los que se habían hecho con polvos flú y los que sabían a dónde tenían que ir. Pero no dónde exactamente estaba Albus. Por eso al llegar, ella apareció en un sitio diferente. -¿Y los aurores? -No sé nada de ellos. -¿Vienen más niños?- preguntó, con algo de preocupación tras sus palabras. Alice calló. -No lo sé. Montdark bufó y volvió por dónde había venido. Alice suspiró aliviada de su ausencia momentánea. Intuía que iría al castillo a comprobar si alguien volvería, porque tenía cierto odio al joven que había acabado con su basilisco: James Sirius Potter. La joven recordaba como en realidad había sido tarea conjunta, pero el hombre se había quedado con el rostro del mayor de los Potter. Con suerte, no iría al Palacio. Alice siguió su trayectoria hacia el pasillo en el que tenían a Albus retenido. Su puerta era exactamente igual que todas las demás. No tenía vigilancia, porque no la necesitaban dentro del castillo y porque, seguramente, si Albus salía de la habitación no tendría a dónde ir. Giró el pomo de la puerta atenta a sendos lados del pasillo. Sabía que los aurores habían llegado y que todo el Palacio estaría en alerta. No sabía que temía más: si al exterior del pasillo o al interior. Solo había visto una vez a Albus. Una vez en la que lo torturaron y un pedazo de su propia alma fue torturada igualmente. Nunca olvidaría su rostro ensangrentado y su endeble cuerpo retorcerse de dolor. Le habían contado que ella trabajaba con ellos. Que tenía un hermano secreto y que lo hacía por él. Albus era el único que conocía la totalidad de su secreto. Era el único que tenía la oportunidad de decidir si seguir sosteniendo su mano cuando hacía frío dentro del lago o bien apartar su mirada. Era el único con el poder de destrozarla tanto que jamás lograría recuperar los trozos desperdigados que dejarían su rechazo. La figura de Albus estaba sentada en el alfeizar de una ventana mirando al frío horizonte del glacial que parecía no tener fin. No se inmutó cuando Alice entró, ni desvió la mirada para ver quién era. Aquello rasgó por dentro a Alice. Albus mantenía su solemne rostro hacia otro lado. Podía ver su perfil: había recuperado peso y las heridas habían sido curadas. Era como si lo hubiesen preparado para dejarlo marchar. -Hola, Al. El joven dio un respingo al escuchar su voz. Alice se acercó a él y rozó su hombro para llamar su atención, pues no había hecho ningún otro movimiento. Lentamente Albus giró su rostro para enfrentarse al de la joven que le miraba con un deje de disculpa y desazón. No había rastro de moratones. Tenía una ceja partida y el labio parecía estar mejorándose. Se percató de que su sucia ropa había sido sustituida por un jersey verde y unos vaqueros limpios. Al principio su rostro siguió igual de solemne. En cambio, cuando pareció darse cuenta realmente de la presencia de Alice, arrugó la frente y la miró con una mezcla de odio y dolor. -¿Qué haces, traidora?- le espetó. Aquello dolió más de lo que Alice esperaba. -He venido a rescatarte. Hemos venido a salvarte. -De todas las personas en el mundo, tenías que ser tú. -Sabía dónde estabas.- murmuró. Alice supo que aquello le dolió a Albus por su mueca triste en el rostro. Le entraron ganas de llorar solo por ver cómo Albus comenzaba a rechazarla. No estaba preparada para eso. -¿Y a dónde me vas a llevar? -A casa.- dijo ella con una sonrisa. La mueca de tristeza de Albus aumentó y tuvo que apartar la mirada de Alice. Exhaló un largo suspiro. Entrelazó sus dedos y miró para la ventana. Carraspeó algo que Alice no entendió. -Me has traicionado, Alice.- dijo suavemente, como si aquello fuese algo que hubiese asimilado hacía mucho tiempo. -Tienes un hermano.- parecía una pregunta pero sabía que estaba afirmándolo.- Entiendo que no me lo dijeras, pero sabes perfectamente que te hubiese ayudado a que no le hicieran daño. Lo sabes, Alice. Sabes que haría cualquier cosa por ti. A Alice se le escapó una lágrima, que no le dio tiempo a quitarse porque Albus le cogió el rostro tiernamente con una mano. La miraba de nuevo con dolor. Como si estuviese hablando con un muerto. Otra lágrima se precipitó al vacío. -Tenía que saber el momento oportuno para sacarte de aquí. No podía arriesgarme a que te hicieran más daño, Albus. Lo siento.- bajó la mirada, pero Albus volvió a levantársela. La atrajo hacia sí y le dio un abrazo. -Ha cambiado todo, Alice.- le susurró en el oído.- Le diste a ellos la piedra de la Resurrección. Puedo considerar que colabores con libros, pero eso es un crimen de alta traición. - A Alice se le encogió el estómago. Precisamente aquella vez les había dado aquel artilugio para salvar a Albus.- Cuando salgamos por esa puerta y me lleves a casa, ya nada volverá a ser como antes. No vuelvas a hablarme jamás. No intentes pedirme perdón porque no lo quiero. No intentes remediarlo porque es alta traición, y yo seré el único que lo sepa. No se lo diré a nadie porque me importas demasiado y porque sé que prefieres hacerlo tú cuando llegue el momento. Pero, entiéndeme, he estado encerrado por meses sabiendo que tú venías aquí y tan solo una vez obligada has venido. Si realmente no eres leal a ellos, podría haberte importado una mierda y haber abierto esa maldita puerta y… Maldita sea, me bastaba con verte. Aunque no me hubieras rescatado. Sabía que tú estabas ahí y ni te dignabas a verme… Y si era por estar avergonzada, entonces es que la traición es más grave de lo que tú misma crees. Y no me lo esperaba de ti. No puedo volver a mirarte con los mismos ojos.- Las lágrimas de Alice parecían proceder de una fuente interminable y silenciosa. Albus aun la tenía abrazada y hablaba en su oído. Sentía un hormigueo camuflado por toda esa sensación de impotencia y de pena.- Cuando salgamos por esa puerta, todo habrá cambiado. Alice no podía decirle que luchase por ella y que confiara en ella. Era ser egoísta y era demasiado pedir. Apoyaría su decisión como él había tolerado la suya. Era perderlo, pero era lo adecuado. No quería hacerle más daño. No quería hacerle más daño a nadie. Quizás era la mejor opción de todas las que había tomado. -Ese jersey… El que llevas… Lo traje yo. Y toda la ropa que te han dado. Y toda la comida, yo conozco a la cocinera. Sé que no va a marcar ninguna referencia respecto a lo que has decidido… Pero solo quiero que sepas que no me quedé de brazos cruzados. Me hacían oír tus torturas. Me hacían lavar tu ropa ensangrentada. Yo convencí a Theodore de que eras una buena persona. Sé que ya no importa, pero solo quiero que lo sepas. Albus la separó de él. La cogió por la nuca y la atrajo hacia él. La besó. Y no fue como su primer beso de niños, un inocente y desastroso beso que acabó en una de sus más grandes peleas. O como su segundo beso, sumergidos en las gélidas aguas del lago en las que se dejaron llevar por todos los sentimientos reprimidos a lo largo de tantos años. Aquel beso fue desgarrador. Sabían que se estaban perdiendo el uno al otro. Era de desesperados por demostrar todo lo que les daba vergüenza admitir. Fue duro y pasional, y los dejó a ambos destrozados. Así sabía su último beso. -Te q… -No lo digas, Albus. - Pidió Alice suplicante.- O me matarás por dentro.- su rostro hacía una horrible muestra de tristeza que conmovió a Albus por dentro. - Por favor. Albus asintió, con el ánimo decaído. Se incorporó del alfeizar y observó el rostro perdido de Alice. Le besó en la frente con sumo cuidado. -Vámonos, antes de que me arrepienta de todo lo que estoy a punto de hacer. Ella asintió y se dirigió a abrir la puerta. No le quedaban suficientes polvos flú y tenía que buscar a Scorpius y a Rose que andaban perdidos por el Palacio, seguramente no en muy buenas manos. Sin embargo, había una sorpresa tras la puerta. -¿Creías que iba a ser así de fácil, Longbottom? Octavio Onlamein franqueaba la puerta con la varita en la mano apuntando a la cabeza decapitada de la que había sido la cocinera de Albus durante todo aquel tiempo. Su cuello estaba sangrando y la tajada era demasiado limpia como para haber sido hecha con un simple cuchillo. La sangre caía a trompicones en el suelo y los ojos vacíos de la joven miraban directamente a Alice. Su boca estaba entreabierta dejando salir un río de sangre que se sumaba al enorme charco que había en el suelo. Su pelo estaba siendo tirado desde las sienes por el puño de Octavio. Este, cuya sonrisa macabra removió las entrañas de Alice, les miraba con cierta burla. La joven estuvo a punto de vomitar y Albus aprovechó el momento para sacar la varita que asomaba del bolsillo de la capa de Alice para sostenerla ante Octavio. -Déjanos, ya nos has hecho mucho daño… ¡Dudo que puedas hacernos más! Octavio rio y puso los ojos en blanco. -Estoy seguro de que con matar a uno de los dos, el otro se convertirá en un muerto viviente… ¿No es así, Potter? ¿Qué te parece si le arranco la preciosa cabeza a tu chica?- Alice sintió cómo el brazo de Albus temblaba de rabia y de furia. Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando se percató de a lo que se refería exactamente aquel hombre, pues aún seguía perturbada por la imagen que tenía ante ella de la cabeza decapitada de Gillian. -Petrificus Totallus.- Albus encantó a Octavio, quien se quedó petrificado con esa sonrisa maléfica en su rostro.- Vamos, Longbottom, no durará mucho tiempo. Ambos corrieron por el pasillo que indicó Alice y que conectaba con la salida del Palacio. El hielo y su velocidad hicieron que en más de una ocasión, hicieran un amago de resbalarse. En un momento, sintieron unos pasos correr detrás de ellos. Ambos sabían quién era, pues Albus habría perdido la práctica con los hechizos. Alice no pudo evitar querer salvar por fin a Albus, así que lo empujó hacia una habitación que había abierta. -¡Alice, sal de ahí!- bramó impotente el joven. La joven le plantó cara a su opresor. Tanteó en su capa buscando la varita. -¡AVADA KEDAVRA ¡
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