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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 27 de Enero de 2021, 11:55 [ Más información ] Tweet
Negligencias
Capítulo 7: Negligencias -Hola, Ronald -dijo el antiguo Ministro Kingsley Shacklebolt-. Me alegra verte. -¡Vaya por Dios! -exclamó Roddy Martindale, antiguo compañero del Departamento de Seguridad Mágica de Ronald Weasley.- ¡Nada menos que el mismísimo maestro! Me habían dicho que te habías encerrado en la tienda de tu hermano, y que en secreto aún trabajabas para Potter... Quiero saber todo lo que has hecho durante este tiempo, hasta el menor detalle. ¿Estás bien? ¿Amas todavía al Departamento? ¿Cómo está la deliciosa Hermione? Luego, le llegó el turno a Edward Whitehall, auror del Departamento de Estados Unidos que conocía por los rumores que se habían extendido por todo el globo sobre él y su obsesión por cazar a los fantasmas de su pasado. No literalmente. -Conocí a su hermano Charlie. No tenía ni la mitad de inteligencia que William, pero en cuanto a criaturas... Solo se me ocurre un experto similar y se llama Newt Scarmander. -Todos rieron aceptando aquella realidad.- Me alegro de conocerte al fin, Weasley... Tus compañeros siempre hablan maravillas de usted. ¡Sobre todo Potter! ¡Uña y carne, dicen! El acento neoyorquino de Whitehall chirrió al principio el sensible y británico oído de Ronald, quien simplemente sonrió. Fue Kingsley el que había mandado reunir a aquel improvisado grupo de aurores retirados del servicio. Él había decidido retirarse de la carrera política desde que Richard McKing ocupó su puesto tras una elección pacífica del Comité. Por otro lado, Martindale se había retirado para investigar acerca de las familias de mortífagos y vigilarlas, pues, dado que no había sido partícipe en ningún bando durante la guerra, sentía que los estragos eran su deber. Por último, a Whitehall le echaron hacía unos años del Departamento estadounidense por haberse vuelto "loco" tras el misterioso asesinato del Ministro de los estados americanos, su tío Samuel Whitehall. Junto a ese grupo variopinto, se incluía él, Ronald Weasley, héroe de la Segunda Guerra Mágica y antiguo auror, que se había retirado para ayudar a su hermano y, secretamente, descansar de una vida frenética que no le daba un respiro. -Intuyo por qué nos has llamado, Kingsley, pero no vendría mal un recordatorio para aquellos que andan muy perdidos...- concedió Martindale, haciendo una clara referencia al desconocimiento de Ronald Weasley. -Ocurrió hace unas semanas -comenzó Whitehall. Secamente, Kingsley le interrumpió: -Los primeros días de septiembre. Creo que será mejor que hablemos con precisión. -Bueno, pues el 3 de septiembre -rectificó Whitehall, obediente.- En Quebec había calma. A doscientos kilómetros al norte estábamos un par de nosotros en espera de órdenes del Departamento de Aurores de Dinamarca que había dado una alarma en la zona cercana a Groenlandia. No hacíamos más que enseñar hechizos unos a otros y volar de vez en cuando en unas escobas más viejas que las de los colegios para hacer un reconocimiento de la zona. -Estamos en un período de calma, ¿qué alarma iba a haber? -preguntó algo escéptico Weasley. -Sí, así estaban las cosas -respondió Whitehall.- Cuando de repente, llegó una petición urgente de una familia danesa para entrar en la zona por Canadá. Desde un punto de vista político, el asunto olía a gato encerrado: una familia de ancianos magos que aparentemente no tenían problemas legales querían entrar a territorio danés por la zona canadiense. Si se pensaba desde un enfoque audaz, se aclaraban las cosas: podrían querer eludir los cargos fiscales del cambio de residencia y ahorrarse costes. La costa a la que querían dirigirse era un gran bloque de hielo que solo algunos muggles vigilan temiendo el cambio climático... ¿Dónde irían a quedarse? ¿En las tribus autóctonas? -Las tribus de allí son todas muggles... Si esa familia quería practicar su magia, estarían encarcelados de por vida allí. -Por tanto -retomó la palabra Whitehall-, hice lo que el señor Shacklebolt me había mandado en una carta. Les permitimos el paso para ver qué ocurría... Al fin y al cabo la alarma procedía de su propio gobierno. Cogí mi escoba junto con el otro auror canadiense, Harrold Parker, y nos dirigimos hacia donde ellos pretendían instalarse, en una tribu pequeña que no rondaba ni los quinientos habitantes... No sabes cómo nos arrepentimos en ese instante de no llamar a refuerzos. -Una gran comitiva de magos encapuchados se dirigían a la zona a través de un portal abierto... Hemos intentado identificar a algunos a través de los recuerdos de Whitehall pero sus rostros no figuran en ningún registro mágico ni muggle... -¿Magos que entran de manera ilegal en zonas frías? -rio con sarcasmo Whitehall. -Para que luego me digan que me he vuelto loco cuando llevo años avisando a todo el mundo sobre el Clan del Ojo. Ronald frunció el entrecejo. -¿Quieres decir que existe de verdad? Siempre he creído que era un mito... -Ojalá tuviera más pruebas... ¡No sabes lo frustrante que puede llegar a ser que nadie te crea! -exclamó irritado Whitehall. Ronald recordó que en su confesión como testigo del asesinato de su tío había perjurado que el asesino había sido un miembro de aquel arcaico Clan del que solo había oído hablar una vez y fue solo en cuando Whitehall lo sacó a la luz. No obstante, nadie le había creído. El Clan del Ojo era una leyenda que ni siquiera era mencionada en los libros de Historia y del que la sociedad sabía tan poco que solían olvidar los oscuros rumores que suscitaban. -¿Qué pasó? -Lanzaron una maldición a Parker que acabo con su vida...- se lamentó Whitehall.- Y a punto estuve yo de morir... Pero vinieron otros magos, cuyos rostros estaban cubiertos, y se pusieron a masacrar a los encapuchados. Fue como revivir una escena de la Segunda Guerra Mágica... No sé cómo los gobiernos han sido capaces de encubrirlo tan bien... Aunque quizás sea lo justo cuando no tienen ni idea de ante qué están tratando... -Pero... Si otros magos acabaron con la comitiva... ¿Cuál es el problema? -El gobierno danés canceló la alarma. Muy conveniente, ¿no? No obstante, recibí una notificación del auror suplente de Parker diciendo que había dejado entrar a la familia Onlamein, los mismos ancianos que habían creado todo aquello... -No entiendo nada.- anunció Martindale. -Mi teoría es que el Clan del Ojo querían esconder ahí algo... Y lo han conseguido. He hecho varias rondas de reconocimiento y no he visto absolutamente nada... Excepto una cosa: la tribu a la que querían ir ha desparecido por completo. No hay registros de sus habitantes, el gobierno canadiense no puede decirnos nada y el danés parece hacer oídos sordos a nuestras peticiones. -Pero no tenemos pruebas de que sea el Clan del Ojo que dices... O de que realmente estén allí... O... -¡Sí que hay pruebas! ¡Mis recuerdos! -le contestó algo irritado Whitehall. -Vi esa batalla con mis ojos y vosotros podéis verla también. -¿Para eso nos has llamado? ¿Necesitas a alguien que te dé credibilidad? -preguntó algo extrañado Ronald Weasley. Whitehall le lanzó una mirada desafiante y fue Shacklebolt el que tomó la palabra: -El Ministerio húngaro y el francés ya nos ha avisado de que algo oscuro está por llegar... Si podemos evitarlo está en nuestra mano. Lo que sabemos es lo siguiente: unos magos encapuchados querían a toda costa ir a esa zona de Groenlandia y otros magos querían impedirlo. Por consiguiente, hay dos bandos hechos... Reunimos un par de preguntas al respecto: ¿A cuál nos unimos? ¿Qué quieren? Y, sobre todo: ¿El Clan del Ojo existe de verdad? Albus Severus Potter cada vez soportaba menos al malcriado hijo del Ministro McKing, quien parecía, además de no tener amigos, no querer hacerlos, pues trataba con superioridad a todo el que se le pusiera por delante. -Qué pena que tu padre no te haya cambiado de Casa -le espetó a Albus Potter mientras éste daba un portazo a su dormitorio y se encaminaba a las afueras del Castillo donde había quedado con su prima Rose para visitar a Hagrid. La joven se encontraba en el puente, esperándolo con un montón de horarios y apuntes subrayados con diferentes olores. A Albus no le importaba que su prima fuera así, pero le fastidiaba que cada vez que la veía -mágicamente cuando no estaba acompañado por su amigo Scorpius Malfoy- le obligara a hacer lo mismo. -¿Para qué repasas si ya te lo sabes todo? -¿Para qué estoy repasando? ¿Estás loco? ¿Te has dado cuenta de que tenemos que aprobar todos los exámenes para entrar en segundo año? Son muy importantes, menos mal que estoy empezando a tiempo... Desgraciadamente, los profesores parecían pensar lo mismo que Rose Weasley. En aquellas primeras semanas les dieron tantos deberes que no las acabarían ni para Navidad. Además, era difícil relajarse con Rose Weasley al lado, recitando los doce usos de la sangre de dragón o practicando movimientos con la varita. No quería ni imaginar lo que Alice Longbotton tenía que soportar en sus ratos libres en la biblioteca con ella. Cuando llamaron a la puerta de la cabaña del guardabosques, unos minutos más tarde, les sorprendió ver todas las cortinas cerradas. -¿Quién es? -¡Somos nosotros, Hagrid!- anunció Rose Weasley. Les dejó entrar y cerró rápidamente la puerta detrás de ellos. En el interior, el calor era sofocante. Pese a que era un día cálido de septiembre, en la chimenea ardía un buen fuego. Hagrid les preparó té y les ofreció bocadillos de comadreja, que ninguno de los primos aceptó. -¿Qué tal vuestros primeros días en el Castillo? ¿Tan extraordinario como os lo contaban vuestros padres? -¡Y tan agobiante! -añadió Rose con clara referencia a los deberes que tenía en su regazo. -Digna hija de Granger -le concedió con cariño.- ¿Sabíais que vuestro Teddy no ha superado las pruebas de auror? Tenía unas calificaciones bajas... Y al parecer no tiene una actitud adecuada... ¡Desde luego no ha salido a su madre! -Hagrid, ¿podríamos abrir una ventana? Me estoy asando. -No puedo, Albus, lo siento.-respondió Hagrid. Albus notó que miraba de reojo hacia el fuego. El joven también miró, junto con su prima. -Hagrid... ¿Qué es eso? En el centro de la chimenea, debajo de la cazuela, había un enorme huevo negro. -Ah -dijo Hagrid, tirándose con nerviosismo de la barba -. Eso...eh... -¿Dónde lo has conseguido, Hagrid? ¿Es un huevo de dragón, verdad? -preguntó Rose, agachándose ante la chimenea para ver de cerca el huevo- Debe de haberte costado una fortuna. -Me lo ha regalado tu tío Charlie -explicó Hagrid-. El mes pasado...Es el hijo de Norberta... Y Charlie quería que lo criase yo como crie a su madre... A quien espero entregarle a su hijo. Ya sabéis... Tienen tendencia a matar a sus crías. -¿Y qué vas a hacer cuando salga del cascarón? -preguntó Albus. -Bueno, estuve leyendo un poco porque no me acuerdo muy bien de qué es exactamente lo que hay que hacer -dijo Hagrid, sacando un gran libro de debajo de su almohada-. Lo conseguí en la biblioteca: Crianza de dragones para placer y provecho. Está un poco anticuado, por supuesto, pero sale todo. Mantener el huevo en el fuego, porque las madres respiran fuego sobre ellos y, cuando salen del cascarón, alimentarlos con brandy mezclado con sangre de pollo, cada media hora. Y mirad, dice cómo reconocer los diferentes huevos. El que tengo es un ridgeback noruego. Y son muy raros. Es como cuando nació Norberta. Vuestros padres estaban aquí también. Parecía muy satisfecho de sí mismo, pero Rose Weasley no. -Pero esto es una casa de madera -dijo. Pero Hagrid no la escuchaba. Canturreaba alegremente mientras alimentaba el fuego. La crianza doméstica de dragones seguía siendo ilegal, incluso cuando había sido regalado por un importante biólogo mágico. No obstante, Hagrid contaría con el apoyo de McGonagall. -Ya casi está fuera -anunció eufórico Hagrid. Colocó el huevo sobre la mesa. Tenía grietas en la cáscara. Algo se movía en el interior y un curioso ruido salía de allí. Todos acercaron las sillas a la mesa y esperaron, respirando con agitación. De pronto se oyó un ruido y el huevo se abrió. La cría de dragón aleteó en la mesa. No era exactamente bonito. Albus pensó que parecía un paraguas negro arrugado. Sus alas puntiagudas eran enormes, comparadas con su cuerpo flacucho. Tenía un hocico largo con anchas fosas nasales, las puntas de los cuernos ya le salían y tenía los ojos anaranjados y saltones. Estornudó. Volaron unas chispas. -¿No es precioso? -murmuró Hagrid. Alargó una mano para acariciar la cabeza del dragón. Este le dio un mordisco en los dedos, enseñando unos colmillos puntiagudos. -¡Bendito sea! Mirad, conoce a su papá -dijo Hagrid. Era la primera vez en su vida que Lily Potter veía a un Auror del Departamento de Seguridad Mágica con su uniforme habitual y en su casa. Realmente le dolía que aquel joven llamado Steve Herrman estuviera allí por su culpa. Harry Potter no se encontraba en casa, seguramente un chasco para aquel novato que estaría encantado de poder conocer y acudir al hogar de su héroe y jefe. Solo la hosca mirada de Ginevra Potter que asentía con irritación. -...Esto es solo una advertencia y al ser menor de edad no tendrá ningún tipo de pena.-concluyó el auror. Ginevra Potter asintió y se giró hacia su hija quien asintió con la mirada avergonzada.- Aquí tiene la Guía de Cómo Reprimir la Magia en Menores escrita por D. Umbridge. -¿Dolores Umbridge es la autora de este libro?- preguntó más indignada que sorprendida Ginvra. -No es la primera que se sorprende...- se excusó el Auror. -¿Sabe usted quién fue esa mujer? -le espetó, echando a un lado a su hija. -Claro que lo sé, fue una mortífaga que... -¡Y cómo es que admiten una obra suya para ayudar a los niños! ¡Es impensable! ¡Un crimen y una falta de respeto a los caídos...! -Señora Potter, yo no pongo las reglas... Solo es lo que nos dan en estas ocasiones. No hay ningún otro libro similar y ha sido revisado por varios expertos... -¡Como si ha sido revisado por mi propio marido!- le gritó antes de cerrarle la puerta en la cara. Lily Potter escondió una sonrisa que no pudo evitar al conocer el fuero interno de su madre que tanto le recordaba al suyo propio. -¿Quién es Dolores Umbridge? -Nadie comparable conmigo como vuelvas a hacer algo así.
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