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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(III) Capítulo 17: La suerte está echada.
Lanzó una palomita de maíz y quedó atrapada en el cabello rubio de la muchacha que leía un libro (Matar a un Ruiseñor de Harper Lee, lo cual resultaba bastante extraño porque ella no parecía interesada en aquella temática). El joven aguantó la risa, mientras la volteaba para mirarla. Se sentó en el sofá de enfrente. Si hubiese sido el muchacho responsable que siempre había sido, no estaría allí. En primer lugar, no habría escapado del internado hacía unos meses para salir una noche con sus compañeros de cuarto. No habría conocido a la muchacha del vestido ceñido y la chaqueta de cuero, que, aunque era uno o dos años menor que él, parecía mucho mayor. No habría vuelto a escaparse en numerosas ocasiones para seguir conociéndola y descubrir a una joven misteriosa y cínica que, aunque le pusiese de los nervios, hacía más amena su estancia allí. No es que no estuviese a gusto con sus amigos, sino que en ocasiones podrían llegar a ser demasiado materialistas, con demasiada testosterona y le hacían sentir como el capitán de fútbol y de las chicas del internado. Obviamente no cambiaría eso por nada. Pero, en ocasiones, necesitaba dosis de realidad para que cuando su familia le dijese: "Frank, estamos en guerra, estamos en peligro", no se sintiese como un tonto al que no le preocupa nada. Quizás ni le gustaba Gwen, pero le distraía. De hecho, últimamente estaba resultándole bastante divertido estar con ella, y no porque fuese graciosa precisamente. Era más bien descubrir, sin que ella se diese cuenta, a la verdadera Gwen. Lo mejor de todo era que Frank intuía quién era. Demasiadas pistas que soltaba sin querer y que a Frank Longbottom le resultaban tanto peligrosas como intrigantes. Se acomodó en el sofá de enfrente. Observó los cuadros, pinturas abstractas y sin sentido para él. Y para ella seguramente tampoco, qué demonios. -Mi casa está llena de fotos familiares.- dijo con cierta nostalgia. Gwen alzó su mirada azul hacia él.- ¿No te llevas bien con tu familia? - Ella puso los ojos en blanco.- Ya sé que tu padre siempre está de viaje y que tu madre murió de cáncer, pero… No sé, ni una foto pequeña. Frank la miró intrigado. Era una pregunta de doble filo, aunque ella siguiese pensando que era tan tonto que podría estar toda la vida engañándole. Puso los ojos en blanco. -¿Qué quieres? -Oh, solo es una observación. Sus ojos le fulminaron. -A mi padre no le gusta tener fotos, le recuerda a mi madre, se pone triste… Y, ¿sabes? Me da exactamente igual. Por mí como si me muero sin fotos de nadie. El joven soltó una risita. -Me encanta cuando te pones así a la defensiva. Era mentira aquello por supuesto. Le había preguntado hacía tiempo qué cáncer tenía su madre. Un día era de pecho, que era curable, y a las semanas fue cerebral. Por supuesto no dijo nada al respecto. Le encantaba pillarla sin que se diese cuenta. Descubrirla sería acabar con el divertido juego. -Déjame leer en paz, Frank. -Qué sabia, leyendo un libro que yo me leí con doce años… -No todos tenemos un director como padre que nos obligue a leer, Frank. El joven por poco se atraganta con la respiración. Mantuvo la calma y su expresión se endureció. Sus manos empezaron a temblar levemente. Se llevó la mano a la barbilla. Sintió un escalofrío por su espalda. -¿Cómo lo sabes? -¿El qué?- dijo Gwen sin levantar la mirada del libro. -Que mi padre es director.- contestó sin dejar de sonar despreocupado. -No sé, me lo habrás dicho.- la joven le restó importancia y siguió leyendo. -No, nunca te lo he dicho. Gwen sonrió. -Sí, claro que sí.- la muchacha alzó la mirada del libro para dedicarle una sonrisa torcida. Frank sonrió con los ojos también. Cuando se perdió el contacto visual, el joven frunció el entrecejo. Se rascó la barbilla. Sacudió su cabeza. Creía que lo que Gwen ocultaba era algún crimen sin importancia. Vivir sola tras haber escapado de casa. O cualquier otro asunto muggle. Muggle. Pero no. Gwen sabía que su padre era director. Y estaba seguro de que no se lo había dicho nadie porque era un secreto que su padre le había pedido guardar ante sus amigos, en caso de ser descubierto por los peligrosos enemigos de sus padres. Y Gwen lo sabía. Por lo tanto, no estaba ante una criminal adolescente muggle, sino ante una maga peligrosa. ¿O no? ¿Qué debía hacer? ¿Seguirle la corriente hasta que descubriese qué tramaba? Aunque se hacía una idea bastante clara. Pero… Ella parecía real. Era decir, no se forzaba. Le echaba de casa, decía su opinión abiertamente… Pero, claro, tampoco hablaban de magia. Un flash voló a su cabeza. Su hermana atragantándose tras escuchar el nombre de Gwen. ¿Sabría ella algo? ¿Era peligrosa? ¿O simplemente no le caía bien? En ese momento se odió por estar poniendo en peligro a toda su familia. Y, consecuentemente, al mundo mágico. -¿Por qué no lees El Señor de los Anillos mejor? -Demasiado largo. -A mí me gusta, mi personaje favorito es Gandalf, siempre he querido ser un mago… Aunque claro, eso es imposible. Es como quién quiere ser astronauta, ¿no? ¿Tú qué querías ser de…? -Déjalo, Frank.- Gwen cerró el libro. Se levantó. Se acercó a él.- Venga, adelante. Pregúntamelo. Frank se hizo el inocente. La joven estaba demasiado seria como para decir algo chistoso. De hecho, ambos llevaban esperando ese momento demasiado tiempo. Gwendoline Cross sabía que Frank Longbottom la había descubierto hacía tiempo. Las preguntas que le hacía. Su mirada de escéptico. Pequeñas pullas que la sacaban interiormente de los nervios. De hecho, un día estuvo por pegarle un puñetazo y después lanzarle un hechizo para que lo olvidase. La sacaba de quicio. Su actitud de superioridad. Su inteligencia, que, aunque pareciese algo despistado al principio, se había topado con una mente bastante compleja. Aún no sabía por qué había esperado tanto para descubrirla. Tampoco es que ella quisiese hacerlo. Sin embargo, estaba cansada de aquellas preguntas. No estaba preparada, en cambio, para lo que llegase a continuación. ¿Desaparecería? ¿Mandarían a otro para que ejerciese una amenaza sobre él que facilitase la cooperación de su hermana? Tenía miedo de lo que pudiese pasar porque, podría aceptarlo fácilmente, Frank Longbottom le caía bien. Había sido una sorpresa toparse con un muchacho así. Sobre todo cuando Octavio Onlamein se aprovechaba de ella, la menospreciaba y la ponía a menudo en evidencia. No quería admitirlo, pero no había tenido que fingir para acoger la calidez que desprendía Frank, por muy falsa que fuese la situación. Por supuesto, sabía que a Frank ella le suponía un misterio para resolver. Y que en ese momento, con sus ojos llameantes, estaba dando con la última pieza que tenía que encajar en el puzle. Sabía que no era algo que le fuese a gustar. Ella había matado a Minerva McGonagall. Ella había casi ahogado y ahorcado a Rose Weasley. Contaba con veinte víctimas en su historial de asesina. Y tan solo tenía 16 años. No era la estúpida hija de un hombre de negocios que le encantaba leer historias basadas en hechos históricos o escuchar música Rock. Era la hija ignorada de una pareja que pertenecía a un poderoso Clan que quería matar al padre de Frank Longbottom, que le gustaba leer noticias fatídicas y escuchar el grito de sus víctimas. Y, en su lado más tierno, le gustaban las palomitas, las canciones de Avenged Sevenfold que escuchaba Frank y volar en escoba. Se sentó a horcajadas sobre él. Le volvió a mirar con dureza. Aunque en sus ojos, quizás, si se profundizaba, se escondía algo de tristeza. Le dio un suave puñetazo en su omoplato. -¿Qué?- se quejó el joven. -Sabes qué soy. Frank la miró entornando los ojos. -Esto me recuerda demasiado a una escena de Crepúsculo.
-Te aseguro que está todo en orden… -No me interrumpa, Morgan.- le exigió un hombre en un abrigo largo y negro con mirada de severa preocupación. - El hecho de que traiga una paciente a su casa hará levantar dudas sobre su reputación. Sobre nuestra reputación. Haga el favor de llevarla en ocasiones a la clínica para hacerle revisiones y que tome sus pastillas, no queremos que haya incidentes, doctor Morgan, ¿a qué no? -Le aseguro que la señorita Imogen Smith está en perfectas condiciones, doctor Regan. No tiene de qué preocuparse… -Ya conocemos su historial acerca de las causas perdidas, doctor Morgan. Espero que esta vez también tenga usted razón. - el joven doctor miró hacia la izquierda del médico recién jubilado con escepticismo. Aquella muchacha de ojos asustadizos solo le traería problemas a su ídolo en psiquiatría. -Cuide del doctor, señorita Smith. Nos veremos pronto. La mirada que le lanzó a la joven fue de rechazo, de desafío. De amenaza. La pálida joven se encogió sobre sí misma. Miró hacia abajo. De eso se trataba su vida últimamente. No había sido fácil convencer que aquello que los ojos del doctor Morgan habían visto era cierto. De hecho, fueron varias veces las que volvieron al andén para comprobar, que si cerraban los ojos y creían en la magia, atravesarían aquel portal. Las sesiones entonces se volvieron instructivas por parte de Imogen hacia su futuro salvador. El doctor Morgan no tardó en enviar documentos a los superiores del centro médico que indicaban la mejora, que había comenzado antes de aquel suceso, de aquella intrépida paciente. Por supuesto, dada su reputación, consiguieron facilitarle la salida del psiquiátrico. El único obstáculo fue el doctor Finn Regan, quien veía demasiado sospechoso que la paciente fuese acogida por el doctor Morgan bajo su mismo techo. Quería demasiado al doctor y necesitaba protegerle de las mentes retorcidas de los pacientes más feroces. Por eso se encontraba allí aquel día. Finn Regan quería asegurarse de que Imogen supiese que la estaba vigilando. Que no se fiaba de ella. Que sabía que ocultaba algo. Y Imogen le temía. No porque fuese mala persona, ni mucho menos, apreciaba su vocación por el doctor Morgan y lo comprendía a la perfección. Pero temía que descubriese algo. La magia. Seguramente ya había hecho mucho daño al mundo mágico revelando ese secreto a su benefactor. -Adiós, Finn.- se despidió el hombre mayor abriéndole la puerta y cerrándosela tras pasar. Miró con una cándida sonrisa a Imogen. Sin lugar a dudas, la paciente más prometedora de toda su historia al servicio de las mentes dementes. Quizás le tenía tanto aprecio porque le recordaba demasiado a su hermana de joven, aquella chica que enloqueció y que hacía menos de un año había muerto en extrañas circunstancias, dejándole al mundo una nieta demasiado rebelde. Achinó sus ojos hacia Imogen cuando escuchó un aullido fuera de su casa. Un silbido descarado hacia el joven doctor que acababa de salir por la puerta.- Es hora de que te presente a mi sobrina nieta, querida. Unas llaves sonaron en la puerta principal. Se oyó un golpe en la puerta y unos susurros. Más bien maldiciones. Imogen se mordió el labio. Aquella iba a ser su compañera de habitación durante una larga temporada. Y por lo que le había contado su doctor, no iba a ser un camino de rosas. -¡Maldita sea! ¿Es que los ingleses no pueden hacer una cerradura en condiciones…?- una muchacha menuda con el pelo caoba y los labios pintados de color berenjena apareció detrás de la puerta. Tenía una expresión furiosa y un brillo extraño en sus ojos marrones -Ojalá hubiese una tercera guerra mundial y muriesen todos… God save the shit…- tarareó riéndose de su propia versión de uno de los himnos nacionales de Inglaterra.- Oh, mierda. Lola Morgan vio a su tío abuelo mirándola fijamente, con algo de sarcasmo. Aun no se acostumbraba a que no llevase su bata de doctor y que se dejase barba porque ya estaba jubilado y no tenía que preocuparse por la imagen que tenía que dar a sus pacientes. Le sorprendió ver a una muchacha a sus espaldas. Cerró los ojos y se llevó la mano a la frente con dramatismo. Porque la había cagado en realidad. Esperó que la avispada mente de su tío no se diese cuenta de un pequeño detalle. O gran detalle. La ginebra no le dejaba percibir bien las distancias, las cantidades o las miradas de descaro. -Esta es Lola, Imogen. -Interrumpo algo importante, ¿verdad? Joder, siempre lo hago.- se acercó a la antigua paciente del doctor y la olió. No había una razón exacta para hacer eso, simplemente le apetecía saber su olor. Contempló su rostro borroso. Demasiado joven para estar allí con su tío.- ¿Ahora te van las prostitutas de alta alcurnia, doctor? Sí que os pagan bien en ese loquero… Guardó un manojo de llaves en el bolsillo de su chupa de cuero. Tenía que ocultar más de una prueba, después de todo… Aunque al parecer su tío no ocultaba nada. ¿Pretendía casarse con una prostituta? ¿Por eso estaba allí? ¿Qué se creía, Richard Gere en Pretty Woman? Oh, por favor la menopausia varonil estaba rozando límites desconocidos. -Cuida tus modales, Lola. Es una antigua paciente, se va a quedar aquí durante una temporada. Lola abrió con sorpresa sus ojos. Soltó una risita. -¿Ahora te tiras a las pacientes? ¡Y encima jóvenes! Menudo abuelete estás hecho, ¿eh?…Supongo que dormirá en mi cuarto, ¿no? En la otra cama, sí… - arrastraba las palabras lentamente y hacía gestos con las manos para corroborar su discurso.- No sé si me gusta esa idea, ya sabes… - frunció el entrecejo, buscando las palabras adecuadas.- Privacidad y todo ese rollo. O quizás peor, o sea, si pretendéis hacer algo, tú tienes la cama de matrimonio… -¡Lola! No pretendo hacer nada indecente con la señorita Smith. -Smith.- repitió Lola y rio durante unos prolongados segundos. Una lágrima de la risa se le escapó. Qué original.- Es apellido de prostit… -Basta, Lola.- le cortó bruscamente el doctor Morgan, sin llegar a sonar grosero. Se acercó a su sobrina nieta y le quitó las llaves del bolsillo. Examinó unas en particular. No eran llaves de una casa, o de una taquilla. - ¿Estas llaves son de un coche? -Moto.- corrigió ella, demasiado feliz.- Mi moto.- Se arrepentiría más tarde de aquello, desde luego. Del numerito que estaba dando. No, no era educada pero mantenía sus comentarios a raya para no parecer vulgar ante su prestigioso tío. Si no fuese por la ginebra, tendría ganas de pegarse un tiro. -Eso es imposible, querida, tan solo tienes 14 años. La joven bufó. -Mi carné no dice lo mismo.- le quitó las llaves de la mano con torpeza y le miró fijamente. Como desafiándole. - ¿Algo más? -¿Has bebido? -olisqueó el aura de la joven que se mordió el labio y miró hacia otro lado. Ups, la había pillado.- Alcohol. ¿Has estado bebiendo?- el tono de su tío se exasperó. Como si no tuviese pinta de haberse pegado borracheras de joven. O como si aquello no fuese algo normal en la sociedad de ganados de alcohólicos. El doctor Morgan no recibió respuesta.- ¡Por el amor de Dios! ¡Eres demasiado joven! ¿Quién te compra el alcohol? Lola pareció ofendida ante aquella pregunta. ¿Pretendía que le cortase el suministro de alcohol? ¿Qué se creía aquel hombre? Le miró con desprecio. -No sabía que te importase tanto lo que hiciera fuera de casa…- le espetó.- Además, estoy de celebración.- sentenció mirándolo como si fuese una amenaza. Le echó una ojeada a Imogen, aunque había olvidado ya el nombre y lo que era. Estaba enfadada. Su tío era un insensible. Si se hubiese molestado aunque fuese una milésima de preocuparse por Lola, sabría por qué estaba justo aquel día así. Pero claro, para él era una joven irresponsable porque vestía con tachuelas, se teñía el pelo y se pintaba como "si fuese a una fiesta para adultos". Hacía tiempo que habían cambiado de milenio. -Lo único que hay que celebrar en esta casa es el día en el que comportes como una señorita, ¿de acuerdo?- le dijo, cogiéndola del brazo cuando la joven pretendía subir las escaleras hacia su cuarto. Lola contuvo sus fuerzas y exhaló una larga respiración. Le miró con odio. -¡Hoy era su cumpleaños! Morgan suspiró. De pronto, era como si todas sus barreras hubiesen caído. La miró con lástima, lo que la enfureció más. -Ella no estaría orgullosa de ti. La joven se sacudió y se soltó bruscamente. -¡Y qué más da si ya está muerta! Corrió escaleras arriba. No miró atrás. Las lágrimas luchaban por salir pero no le iba dar el gusto a su tío de llorar. Porque Lola Morgan era una joven fuerte y tan solo lo hizo dos veces en su vida. Abrió con fuerza la puerta de su cuarto, dejándola abierta. Le importaba una mierda si venían a verla. Aunque sabía que su tío la ignoraría durante semanas. O meses. Al fin y al cabo, era lo que había hecho desde que se vio obligada a mudarse porque su abuela había muerto, o había sido asesinada, según la versión, aunque la suya a nadie le importaba, y la echaba demasiado de menos. Era su único familiar. Su único familiar de verdad. Y estaba muerta. Buscó desesperadamente un mechero en uno de sus cajones y sacó un paquete de Lucky Strike. Se encendió un cigarro y se sentó sobre la cama de la muchacha que había sido invitada a su casa, obviamente sin que antes se lo hubiesen consultado, porque ella no tenía ni voz ni voto desde hacía mucho tiempo. Esparció las cenizas por la almohada y se rio para sus adentros. -Hola.- dijo una voz demasiado dulce en ese momento. Se arrepintió de haber rociado las cenizas. Sobre todo porque la había visto. Joder. -¿Qué quieres, rubia? -Puedo irme si te molesta mi presencia. Lola bufó y se encogió de hombros. -Aun no me molestas. Sin pedir permiso, porque su dormitorio iba a ser compartido sin que ella quisiese, la tal Imogen entró. Y se sentó a su lado. Olía a jabón, a un perfume fresco y a fármacos. No era cálido, pero la sonrisa que le estaba transmitiendo era acogedora. Sincera. Total, ¿qué le iba a servir la actitud de una loca? -Siento que tengas que compartir tu cuarto conmigo. Podría dormir en el sofá… -No hace falta. Puede que notes el guisante y ya la tenemos liada.- la joven rubia puso una expresión de incomprensión al no entender la referencia.- Olvídalo. -No tengo ningún sitio al que ir. Tu tío ha sido muy considerado al acogerme en su casa. Lola rio sarcásticamente. Definitivamente la había drogado. -Oh, sí, mi tío es muy considerado. -Me ayudó a salir del centro psiquiátrico. -Sí, tiene esa odiosa manía de ser extremadamente bueno en su trabajo.- le dio una calada al cigarro.- ¿Para qué sirve si con la familia eres un inepto desgraciado y amargado?- sintió una punzada en la cabeza. Tabaco y alcohol. Nunca fueron grandes amigos, ¿no? -Por ejemplo, sin ir más lejos, hoy era el cumpleaños de mi abuela… La que murió. Seguro que no te lo ha dicho, le importaba una mierda su hermana… ¡La metió en un psiquiátrico cuando era joven! ¿Te lo puedes creer? ¿Sabes qué ha hecho? Nada. Dudo si quiera que supiese que era su cumpleaños… Total el mío fue hace un mes y lo único que obtuve fue… Oh, sí, con que me mantenga en su casa me debe bastar… ¡El esfuerzo que está haciendo por no dejarme en la calle! -Siento lo de tu abuela. -Oh, Gen- le dijo mientras se levantaba y le daba otra calada más larga al cigarro.- Es imposible que sientas la muerte de mi abuela. ¡No sabes qué es que te quiten la única persona en el mundo que se preocupa por ti! -En realidad, sí que lo sé.- musitó Imogen con algo de tristeza. Lola puso los ojos en blanco. Delirios de una loca, parte 1. Y nada más acababa de empezar. -Sí, lo que sea.- contestó sin prestar atención a lo que Gen (Gen sonaba menos a prostituta y estaba seguro de que a su tío no le iba a gustar) dijese.- Vale, sí, pierdes a alguien… Muy mal todo, muy triste. ¿Te cuento cómo murió mi abuela? Bien, yo acababa de llegar de clase, o bueno, en realidad eso es lo que le dije a los policías, no podías decirle que te la habías saltado… Y allí estaba en el pie de las escaleras con la mirada perdida. Sabía que estaba muerta pero tenía que sacudirle por si eran imaginaciones mías. Y justo cuando la sacudo, escucho un ruido en la parte de arriba de la casa. Cuando subo, veo una sombra que desaparecer en el aire…- se rio secamente.- Si hubiese sido por mi tío, al que adoras, me hubiese metido en tu clínica para dementes. -A veces, en momentos de shock… -Qué bien te sabes la teoría, ¿eh? Cruzaron una mirada extraña, que ninguna de las dos supo interpretar. -¿Qué dijeron los médicos? -Infarto, por supuesto. No sé cuántas mil millones de personas mueren por infartos en una semana. Y se supone que eso me tiene que hacer sentir mejor… Estúpidos médicos.-lanzó una bocanada de humo hacia la ventana.- No fui al funeral, ¿sabes?- no esperó respuesta. Su estómago hizo un giro. ¿El alcohol o sus sentimientos?- Y no porque no quisiera… Que aunque no sea mi pasamiento favorito ver a un muerto, tenía que estar allí para que no estuviese sola… Sino porque ni a tío ni a los médicos se les ocurrió decirme el nombre de mi abuela. -¿No sabías el nombre de tu abuela…? -¡Claro que sí! Julie Morgan -bufó.- Pero nadie me dijo que en los documentos oficiales se llamaba Ivonne Donovan. ¡Y te asegura que ese no era su nombre de casada porque mi abuela nunca se casó! Lola observó cómo Imogen frunció el ceño. No le dio tiempo a crear teorías. Lola empezó a vomitar en sus pies. Sentía cómo su mayor enemigo se reía de él desde la tumba. ¿Quién le dijo que iba a ser para siempre feliz desde que lo derrotó? ¿Quién le aseguró una vida sin problemas? ¿No debería estar acostumbrado a lidiar con aquellas sacudidas que lo devastaban? Quizás ya estaba demasiado viejo. Quizás aquellas tormentas le dejaban peor. O quizás había perdido la fuerza que antes le hacía ser el héroe que todos necesitaban. Porque, en realidad, él nunca se consideró uno. Héroe había sido su padre, su madre, Sirius Black, Severus Snape, Albus Dumbledure, Remus Lupin, Tonks, Dobby, Cedric. Los Weasley. Hermione. Ron. Ginny. Luna. Neville. No había un solo héroe. Pero parecía que el peso del mundo estaba solo sobre sus hombros. Sentía demasiada rabia acumulada en su interior. Furia. De esa que solo se desataba lanzando hechizos. De esa que solo se sanaba cuando abrazase a su hijo de nuevo. Cuando supiese que todo aquello era solo una de sus pesadillas. ¿Era mucho pedir? Harry Potter tenía que encontrar a su hijo. De nada servía buscar a Ivonne. Se había dado cuenta de que era una tarea imposible. Que incluso podrían estar burlándose de ellos. Aunque, claro, después venía Ed Whitehall con informes que decían que su tío había estado buscando a Ivonne desde hacía mucho tiempo y entonces aquello parecía más real. Más real que el hecho de que su hijo estuviese en perfectas condiciones. Le dolía admitir aquello tanto que sentía como su corazón se desangraba. Miró con desesperanza el final del callejón londinense en el que se encontraba. -El gran Harry Potter con una botella de Smirnoff.- comentó una figura que sobresaltó al hombre señalando su botella medio vacía. La figura se rio.- ¿Te has rendido ya? El aludido se limpió la boca con la manga de su camisa y se levantó rápidamente, entornando los ojos para descifrar la identidad de su acompañante nocturno. -¿Quién eres? La figura se rio. Harry pudo contemplar su rostro bajo la luz de una farola a punto de fundirse. Una suave capa de barba abrazaba los costados de su rostro. Tenía la cara algo redonda, una nariz afilada y unos ojos azules sobre dos sombras oscuras demasiado penetrantes. Le miraba con una sonrisa de suficiencia. Con prepotencia. Las arrugas que enmarcaban su boca estaban tensas. -Soy la peor pesadilla de tu hijo. En aquel momento, fue la expresión de Harry Potter la que se endureció. Se acercó fugazmente a la figura que se imponía ante él y sacó su varita. -Cómo te atreves a… -Tranquilo, Potter. Solo vengo a cerciorarme de que estás preocupado por tu hijo, buscándolo en el fondo de una botella de vodka… Déjame darte un consejo: en unos meses, quizás sí que lo encuentres en la morgue. -ARRGH El frustrado padre lanzó un puñetazo fallido al rostro de aquel hombre. No sabía quién era. No le importaba. Sintió un deseo peligroso de acabar con él. -Oh, por favor, ¿en serio crees que vas a poder conmigo? Harry Potter, al fin, cayó en la cuenta de quién había ido a verle. -Tristán McOrez… Al fin tengo el placer. -Seguro que lo tienes. -¿A qué has venido?- preguntó Harry, sabiendo que no podía acabar con él estando ebrio.- ¡CONTESTAME! Tristán McOrez soltó una risa fría. -A reírme de ti. Y se rio de él. Y se dio la vuelta, sabiendo que la furia que contenía Harry Potter lo anclaría al suelo. Sabiendo que estaba deseando matarlo, pero que no lo haría porque pensaba llevar a cabo una venganza mayor. Porque le había hecho demasiado daño. Había dañado su reputación, aunque no contase a nadie aquel encuentro. Estúpido Potter. No encontraría jamás a Ivonne. No tenía medios. No tenía la inteligencia necesaria. Deberían haber acudido a Hermione Weasley. Bajo presión podría haber dado con Ivonne en cuestión de días. Pero, claro, su jefe quería causar temor en la población mágica y el hijo de su héroe favorito era el indicado. Albus Severus Potter. Se mofó tanto del nombre como de lo que suponía. Vivía bajo la sombra de una familia poderosa. Quería ser como su padre aunque evitaba que el mundo supiese que seguía su camino. Se disfrazaba con un aire de timidez. A él no le engañaba, sabía que era más inteligente que su padre. Sabía que su mente era retorcida. Pero tampoco para tanto. Era un títere de las circunstancias. Como lo fue su padre. El mundo creería que era un héroe por el hecho de ser secuestrado. El mundo era un lugar para ignorantes. Para lerdos. Para paletos. Se desvaneció en un callejón bajo la mirada asesina de Harry Potter. Y se volvió a reír de él porque era patético. ¿De verdad creía que él encontraría a Ivonne cuando en más de cuarenta años nadie la había encontrado? ¿De verdad se creía tan especial? Lo peor de todo es que tenía Inglaterra bajo sus pies. El mundo necesitaba un cambio. Apareció en un pasillo oscuro lleno de celdas. Con una puerta blanca al fondo. Suspiró. El mundo estaba a punto de cambiar, al fin. Tenía los días contados. Ya habían empacado aquellas personas que se embarcarían en la nueva arca de la salvación. Volvió a reír. ¿Qué mundo era peor: el mágico o el muggle? ¿Es que acaso había alguna diferencia? Panda de lerdos. Se les daba un poder ancestral y tenían la necesidad de desperdiciarlo. Abrió una de las puertas. -Acabo de estar con tu padre.- dijo alegremente. La figura tendida en el suelo, envuelto en lo que parecía un saco de tela alzó el rostro hacia su visitante. Había adelgazado considerablemente. Se le notaba en los costados de su cara. Tenía ojeras de no poder dormir por pensamientos demasiado turbios. O porque los sueños eran demasiado turbulentos. Tenía el labio reventado. Una ceja rota. Y la sangre se había secado en su camisa. Parecía una persona totalmente diferente. Más viejo. Más maduro. Más cansado. Con menos esperanza que nunca. Solo había una cosa que seguía igual: el brillo esmeralda de sus ojos. -Como le toques un pelo…- susurró. Fue un susurro impregnado de odio que hizo sonreír a Tristán McOrez. Al final iban a crear a un ángel vengador…Si es que salía con vida de aquella celda. Se incorporó a duras penas sobre su propio peso. Sus brazos estaban excesivamente delgados. Nunca había sido esbelto, pero aquella delgadez era enfermiza. Desafió a Tristán McOrez.- Mátame. El hombre rio. -Tu padre y tú tenéis una curiosa facilidad para rendirse… Albus Potter tosió, haciendo sacudir todo su endeble cuerpo. -No. No me estoy rindiendo. Sé que si me matas, no podrás chantajear a mi padre. Sé que me matarás cuando obtengas lo que quieras… Hazlo ya y ahórrame tiempo.- le espetó. Tristán se rascó la barbilla con intriga. -Creéme que no me importaría hacerlo… -Creía que a ti no te mandaba nadie, Tristán McOrez.- Albus se mofó. No estaba en condiciones para reírse de uno de sus torturadores, pero… Qué más daba. Le harían lo que quisieran igualmente. El hombre le miró con sorna. -Me gustas así de sarcástico… Creía que, ya sabes, eras un títere de esa muchacha… ¿Cómo se llama? ¿Allison? ¿Annabeth? ¿Alice? -Déjala.- su voz sonó ronca. Tristán McOrez alzó una ceja, con sorpresa. -¿Sabes que os está traicionando a todos y aun así la estás protegiendo? No sabía que el amor juvenil podía ser tan… ¿Cómo decirlo? ¿Tolerante? ¿Esa es la palabra? -La estás obligando, por Merlín, Alice jamás haría algo así.- dijo aquello como si se lo hubiese repetido así mismo cientos de veces. -¿De verdad crees que la obligamos? Papi es el director y yo aun así, dejo que me manipulen... ¡Por favor, Albus Potter, no puedes esperar que tu novia sea tan tonta! Después de todo es una Slytherin, ¿no? -Alice no es así.- repitió con perseverancia. -¿Sabes qué? Quizás tengas razón.- Albus puso los ojos en blanco.- Puede que esté así porque le estemos chantajeando… ¿Te contó que su hermano Frank está bajo amenaza permanente? En peligro de muerte, para ser exactos. El joven frunció el entrecejo. -Alice no tiene hermanos.- le contestó como algo obvio. -¿Eso piensas?- Albus apretó su rostro.- Oh, claro… Te ha mentido. A ti y a todos. Se llama Frank Longbottom. -Tristán McOrez se acercó a él y le entregó una foto. Alice estaba rodeando con los brazos a un joven mayor que ella. - Se parecen demasiado como para poder negarlo… Lo siento, Albus. Es muy feo que tu chica te haya mentido durante toda su vida, ¿no? También te dijo que nos dijo que no colaboraría con nosotros y lo ha seguido haciendo.- el entusiasmo de aquel hombre, la teatralidad, le dolía a Albus. -Mientes. -No soy un mentiroso, Albus…Al parecer, tu amiga sí. ¿Te ha dicho que nos regaló la piedra de la Resurrección? -Mientes. -Eso fue el año pasado, claro. Ahora hace cosas más útiles y más…Cotidianas. Qué raro que Alice haya sido tan buena y tan cariñosa contigo los días anteriores a que te cogiéramos, ¿no? ¿Sabría que te íbamos a secuestrar? -Alice jamás sería así.- le dijo seriamente. -Y, bueno, gracias a su piedra de la Resurrección hemos conseguido hacer avances increíbles… -¡La piedra está en el Bosque Prohibido! -¿Y quién sabe dónde…? -Neville Longbott…-Albus cerró la boca bruscamente y rugió en su fuero interno.- ¡MIENTES! Tristán McOrez rio ante la desesperación de Albus al conocer la verdad. Pobre crío. El mundo seguramente parecería maravilloso desde su punto de vista. No tenía previsto que se comportase así, pero le estaba encantando. -Te has enamorado de una mentirosa, Albus. Son las peores. Te cogen el corazón y lo aplastan con tus mentiras… Y no solo eso, sino que hará como si nunca hubiese pasado. Unas verdaderas zorras, si me permites la expresión. -Calla. -El primer paso es aceptarlo, Albus… Además, tú también eres un mentiroso. Sois tal para cual… No nos dijiste que tu vecina Julie Morgan estaba muerta…Aberratio ictus. Le guiñó el ojo y cerró la puerta tras él. Le dejó con la foto de Alice y su supuesto hermano. Su hermano ficticio. Ni se paró a pensar en lo último que le acababa de decir, pues, para Albus, eso no tenía importancia. Cuán equivocado podría estar. Podrían haber modificado aquella foto. Tenían tantos medios para engañarle. Una tortura psicológica. Albus sabía que se trataba de aquello. Porque era imposible que Alice les traicionase así, ¿no? Alice. Era Alice. Te has enamorado de una mentirosa, Albus. ¿Estaba enamorado? ¿Era como lo que Ted sentía por Victoire? ¿Lo que su padre sentía por su madre? ¿Eso insinuaba aquel hombre? ¡NO! Era distinto. Albus jamás babearía por Alice. Jamás sería el perrito faldero que su padre, en ocasiones, parecía acatando las órdenes absurdas de su madre. Con Alice era distinto porque no quería ir detrás de ella, no tenía esa necesidad de estar siempre a su lado, de tener su aprobación, de buscar su mirada entre las de todos los demás. Albus no estaba enamorado. Si es que aquello era enamorarse. Albus estaba desmoronado. Albus Potter sabía, en el fondo, por mucho que le costase admitirlo, que McOrez decía la verdad. Alice era una mentirosa nata. Alice era ambiciosa. Alice guardaría un secreto así hasta su tumba. Se llevó las manos al rostro. Alice podía ser una traidora si así salvaba a los demás. Porque la conocía. Odió pensar en ella como si fuese a perderla. Como si le estuviese diciendo adiós. Odió pensar así en ella porque Alice era alguien quien necesitaba en su vida, quien le ponía los pies en el suelo y que cuyos labios eran jodidamente suaves. Rugió para sus adentros. ¿La acababa de perder?
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