|
||||
![]() |
Menú
|
La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 27 de Enero de 2021, 11:55 [ Más información ] Tweet
(III) Capítulo 12: Un paso atrás
-¿Te gusta Annie Gallagher, Hugo? Justo en ese instante, el joven Weasley se dio cuenta de hasta dónde había llegado su patética situación. El séquito de Lorcan había decidido saltarse aquel baile como acto de rebeldía ante las convenciones sociales con las que no se sentían cómodos. ¿Cómo iba a rechazar Hugo aquel evento, siendo sus padres los protagonistas? No era solo una falta de respeto, sino, más bien, prevenir un posible castigo. La búsqueda de pareja fue la primera tarea que le hizo plantearse si realmente aquello merecía la pena. Fue dura, sobre todo, si para Hugo aquello era lo más tedioso que había tenido que hacer para asistir al Baile con objetivo de no fastidiar a sus padres y, como plus, protegerles de lo que fuera que iba a pasar esa noche. Breedlove le había avisado por Polvos Flú en su chimenea que se guardara de asistir al Baile. Solo hizo que Hugo Weasley tuviera ganas de ir. Breedlove no aprobó su decisión, pero no estaba allí para detenerle, ¿no? ¡Quería volver a la acción! Y solo tenía que buscar pareja para el Baile. Parecía que el hecho de ser Ravenclaw le asignaba el calificativo de raro de por vida. Habría ido con ganas de la mano de Lyslander, pero, al parecer, tenía a Hufflepuff y Gryffindor a sus pies. Y quería estar más tiempo con gente que acababa de conocer. No deseaba desperdiciar su simpatía con Hugo, claro estaba. Y Lily parecía estar en una maldita película Disney con Malfoy. Así que ahí estaba Hugo, cuya pareja, Serena Cadwallade, una Ravenclaw -a la que sí le hacía justicia el calificativo "rarita"-, había desaparecido nada más entrar. Y no la encontraba por ningún sitio. Y tampoco tenía mucho interés en ella. Como ambos habían acordado, lo suyo era pura y simple conveniencia. De hecho, Serena estaba demasiado enamorada de Lorcan y Hugo solo tenía ojos para proteger a todo el mundo. Objetivos diferentes para aquella noche. No solo esa era la razón por la que no congeniaban. Debido al aburrimiento que estaba suponiendo aquel tedioso Baile, el joven había decidido acomodarse entre sus padres, algunos de sus tíos -tan solo Ginny y Harry-, y varios miembros de la política de Inglaterra. No estaba mal. Verdaderamente, aquel sitio era en el que más cómodo se sentía. -¿Qué?- el muchacho hizo como si no lo hubiese escuchado. Y lo había hecho perfectamente. Así como todos los alumnos en un diámetro de dos metros. Al parecer, Ronald Weasley también estaba aburrido y quería sonsacar algo a su hijo. Si su padre supiera… -Oh, vamos, Hugo… ¡No me digas que estás enamorado! -¡Papá! ¿De qué estás hablando? Dejar en evidencia a Hugo era un proceso tan natural en su padre, que parecía no tener otra forma de demostrarle cariño. Hugo se habría ruborizado, de no ser por su fijación en analizar la zona. -No es nada malo, créeme. -Papá… Al menos podrías bajar el tono…- eso pareció causar algo de risa en el hombre, que se calló por un segundo. Un bendito segundo. Probablemente solo le estaba dando razones a su padre para confirmar su disparatada teoría. ¿Cómo esperaba su padre que estuviera enamorado? ¿Él? ¡Su matrimonio sería el conocimiento! Bufó ante la idea del estúpido romance que su padre estaba maquinando. Y, puesto que no tenía nada mejor que hacer, le siguió la historia. Quizás su padre era más feliz creyendo que su hijo estaba ausente por motivos del corazón, en lugar de por el miedo a que aquel Baile se tornara en una pesadilla. -¿Y de qué Casa es esa tal Annie? Hugo resopló. -Gryffindor. Ronald se asombró del gusto de su hijo. Creía que al ser Ravenclaw acabaría dejándose llevar por las excentricidades esas suyas y se enamoraría de alguna persona de Slytherin. Su sobrino era de Slytherin y la hija de Longbotton, pero aquello era una extraña excepción. -Vaya, buena elección.- su hijo le respondió con una mirada de desdén. No habría día que Ronald Weasley no se cuestionara si su hijo realmente era suyo. ¿Qué había heredado del pelirrojo? Hugo también se lo cuestionaba. Afortunadamente, los genes de Hermione Granger habían sido superiores. No era como si fuera una sorpresa. - Quiero decir, no es que sea la mejor Casa… Claro que no, todas son iguales excepto Hufflepuff… -Lys es Hufflepuff. -Lys no cuenta, mírala, es un prodigio del Quidditch…Eso fue un error del Sombrero. -Por si no había tenido bastante, Annie Gallagher, cuya sonrisa se extendía así como la longitud de su vestido burdeos, se acercó a ellos arrastrando consigo a Sebastian McKing, quien había sido, no sorprendentemente, su pareja. Por su parte, Hermione también entró en escena. - Las dos mujeres de nuestras vidas.- susurró ganándose un leve pisotón. -¡Hugo! Te he estado buscando… Creía que venías con la chica esa, pero no estabas con ella…-comentó por encima Gallagher. Hugo la miró de reojo. No quería más distracciones además de su padre. Además, no confiaba en Gallagher. ¿Por qué había sido la única persona que se había acercado a él? ¡Precisamente a él! Él era una persona interesante, desde luego; pero no para la media intelectual de allí. No para ella. Y, sospechosamente, su mejor amigo era el hijo del Primer Ministro. -La he estado buscando pero me he rendido, hay demasiada gente aquí.- mintió descaradamente. -Soy Ronald Weasley, señorita.- se presentó, disfrutando el momento, su padre.- Un placer conocerla, he oído hablar muy bien de usted. Los ojos de la joven brillaron. Por supuesto, era mentira. Solo había dicho aquello porque Rose Weasley le había preguntado con su padre presente si no iba a ir con Gallagher, en base a que los había visto hablar en alguna ocasión. El hecho de que Hugo hablara con alguien del sector femenino era un hito para su familia. Rodó los ojos. ¿No tenían otro momento para maquinar sobre su absoluta carencia de intención con respecto a ese tipo de emociones? Sebastian McKing optó por irse a tomar algún vaso de ponche. Odiaba aquellas situaciones. Al menos no había ido su padre para recriminarle su falta de motivación. Con suerte, tenía a Gallagher que respondía por él en las ocasiones en las que se quedaba mirando a un punto fijo y no atendía a lo que le estaban preguntando. Echó el ponche y observó cómo Lily Potter le miraba fijamente y se acercaba a él rápidamente. La joven parecía angustiada y le apretó el brazo con fuerza. La conocía de haber coincidido con ella en la Sala Común. Y de que ambos eran Gryffindor que no querían saber mucho de sus compañeros de Casa. -¿Has visto a Albus Potter? Aquella pregunta le hizo preguntarse si la joven sabía algo realmente acerca de su personalidad o si estaba tan desesperada por buscar a su hermano que no se había parado a pensar en que Sebastian McKing siempre estaba ausente. Nadie le daba crédito. -Está dónde ponen el trifle.- y lo cierto era que aquel joven era un excelente observador. La joven asintió y le dio las gracias con la mirada. Siguió apartando gente hasta llegar a la mesa donde aquel pudding lleno de fruta parecía atraer a todo aquel cuyo peso corporal superase la media. Por suerte Rose no lo había visto todavía. Se centró en la búsqueda de Albus. No tuvo que poner mucho empeño. Estaba sentado en una silla observando detenidamente las burbujas del ponche. -¡Albus!-el joven dio un brinco. -¿Lily? -¡Rápido! Es James…- su hermano no tardó en seguirle, aun sin pensar exactamente qué demonios quería su hermano ahora. -¿Y Greenwood? -Esto… No lo sé… Con su pareja, tal vez… -No pasa nada, no hay tiempo, ¡vamos! -apremió Lily Potter. Si tardaban un segundo más, probablemente se perderían lo que su hermano quería enseñarles. Y ella quería estar presente. Antes de desaparecer del Gran Comedor, Rose Weasley captó su huida desde el rabillo del ojo. Había visto como James se llevaba Scorpius. Y ahora… ¿Lily y Albus? Por pura intuición, asegurándose de que Peter Glyne no se percatase de que estaba algo nerviosa por los extraños movimientos de sus amigos, buscó con la mirada a Fred y Susan Jordan. Ni rastro de ellos. Aquello olía a que estaban tramando algo que no saldría bien. -Glyne…- el joven paró de relatar el motivo por el que no se había presentado a las pruebas de Quidditch. Rose había dejado de escucharle. Tan sólo quería tener una pareja de baile para no decepcionar a su madre. Después de saber que esta le había dicho a sus amigos del Ministerio que estaría allí y se la presentarían, Rose no había querido desperdiciar la oportunidad de conocer a personajes importantes del mundo mágico con vistas a un futuro en el que ella fuera la persona a la que todo el mundo admiraría.- ¿Te importa si voy al baño un segundo…? El joven se extrañó. Había ido al baño hacía unos minutos. -Te acompaño. -¿Cómo me vas a acompañar al baño de chicas? -preguntó incrédula. -Puedo ir sola, ahora vengo… En realidad, iba a perseguir a sus primos porque no sabía qué se traían entre manos. Había visto sus miradas asesinas desde que entró con Glyne. Ella nunca había tenido problemas con aquel muchacho. Sí, bueno era un poco insolente con Malfoy. Pero, en los inicios de Hogwarts, había acompañado fielmente a Rose Weasley en su odio hacia Malfoy. Su huida del Gran Comedor fue la menos disimulada de todas. Es más, muchos de los alumnos pensaron que algo le pasaba por las prisas que llevaba arrastrando su vestido entre ellos. Atisbó a Greenwood con su pareja, pero decidió no decirle nada. Justo en ese momento estaba llegando a la garganta de su pareja ante todos. No quería ser partícipe de aquel escándalo. Los pasos de Albus y Lily se escuchaban en las escaleras que conducían al segundo piso. Ella, quizás con un físico más entrenado, les alcanzó casi al entrar al baño de las chicas. Había que tener en cuenta que Albus estaba en rehabilitación de los cien huesos rotos que le habían dejado en la prueba de Quidditch -a pesar de que estuviese mejorando gracias a los entrenamientos. -¿Qué pasa aquí?- exigió saber Rose Weasley bajo la mirada asesina de Albus y Scorpius. Ante Rose, se encontraban Albus, James y Lily Potter, junto con Scorpius Malfoy, Fred Weasley, Susan Jordan y Cornelia Brooks. El hecho de que Greenwood y Longbotton no estuvieran allí fue lo único que la atenuó de sentirse traicionada. Pero no era todo. Quizás lo que más les impactó fue el hecho de que la Cámara de los Secretos estuviese abierta. Y Rose lanzó un grito, no sabía si de sorpresa o de miedo. -Rose...- intentó tranquilizarla su primo James. -¡Avisad a papá!- la joven Weasley, que conocía de primera mano la violencia de aquellos que estaba segura de que la habían abierto, prefería que fuesen combatidos por verdaderos expertos, y no simples amateurs. -Weasley, tranquilízate. - Pidió Brooks mientras miraba detrás de ellos asegurándose de que no hubiese nada más.- No ha salido ningún basilisco ni ninguna otra criatura de ahí. -Eso no es cierto, Brooks.- rebatió Susan Jordan señalando con el índice un punto en el suelo.- Ahí hay varias huellas de barro. -¡Hay dos zapatos!- aseguró Scorpius Malfoy acercándose más al suelo para comprobarlo.- Y uno es demasiado pequeño y delgado como para ser de un hombre. -No vimos ninguna mujer cuando conocimos a los encapuchados, Malfoy.- le recordó James. Entre ellos, comenzó a surgir una avalancha de suposiciones y conjeturas que se sostenían en un vacío dotado por el desconocimiento. -Yo sé perfectamente quién es esa mujer.- sentenció Rose creando un silencio extraño.- Gwendoline Cross. - Esas dos personas que han entrado deben de estar dentro del Gran Comedor, camuflados por cualquier poción multijugos...- Acertó a decir Scorpius Malfoy.- Así que, mejor avisamos a los superiores de que hay alguien dentro del castillo que es… No le dio tiempo a acabar. La puerta del cuarto de baño se cerró de sopetón. Lily lanzó un aullido. ¿En qué diantres estaban metidos sus primos y sus hermanos? Rose y James corrieron a la puerta. Tiraron con todas sus fuerzas de ella. Fred, Susan, Albus y Scorpius acudieron a su ayuda. -Estamos jodidamente jodidos…- recalcó Albus Potter. El tic-tac de un triste reloj colgado en la triste y gélida pared de una silenciosa habitación marcaba los latidos de un hombre, cuyos ojos rasgados por la cicatriz de una zarpa miraban atentamente a un espejo. Su corazón estaba siendo marcado por las agujas de aquel antiguo mecanismo. Con suerte, lograría estabilizar sus nervios en unos minutos. Montdark, como le conocían todos desde hacía mucho tiempo, hacía crujir los nudillos de sus manos con el fin de causar alguna clase de perturbación en el joven que le observaba detrás del cristal del espejo. Mantenían una mirada tensa. Probablemente, jamás habían estado tanto tiempo en silencio. El joven bufó, con frustración. Su expresión de estar harto de algo de lo que Montdark también parecía estar nervioso, acabó por romper el hielo que se había formado en aquel rincón del Palacio de Loring. -Tú deberías de estar impidiéndolo…-soltó el joven. Montdark le fulminó con la mirada y se mofó de su propuesta.- McGonagall lo hubiese hecho por ti.- le acusó deliberadamente. -McGonagall no me recuerda. -No es su culpa. De hecho, tú fuiste el que te encargaste de borrar tu huella de todo registro mágico, ¿recuerdas? - le respondió un sonido gutural. - Va a morir por tu culpa. Se levantó del banco de madera desde el que observaba a su acompañante y cerró los puños. Dejaba escapar el aire por la nariz a trompicones, como si la rabia fuese superior a él. -Cállate, Celius. - Cogió el marco dorado con sus mugrientas manos mientras acercaba su rostro al del joven atrapado allí.- Tú no eres nadie para juzgar. ¿Recuerdas quién es el culpable de todo esto?- el joven bajó la mirada, sin dejar de mostrar la misma furia que parecía correr por la sangre de Montdark.- Si tú no hubieses cometido semejante estupidez, quizás McGonagall no habría muerto. - escupió las palabras con saña, abriendo sin mediación una herida que sangraba en los pensamientos de aquel joven con mirada melancólica. -¿Crees que no me culpo? ¿Crees que no sé que soy yo la razón por la que Ivonne ha tenido que huir toda su vida de…Nosotros? ¡Claro que me culpo! ¡Llevar encerrado más de medio siglo aquí no es suficiente castigo para mí! -Créeme que propuse métodos más crueles para torturarte. Si no te maté aquel día, fue por ella. Para mí, estás más que muerto. Celius le miró con tristeza. Reconociendo su error, sus errores. Aceptando con desgana el odio que le profesaba aquella persona desde hacía tanto tiempo que apenas recordaba las sonrisas afables que Montdark sabía esbozar. -La traerán de vuelta. Seguro que lo estás deseando - Admitió el joven mientras sus ojos se achinaban a causa de la furia que volvía a emerger.- ¡Joder, Adolf, después de tanto tiempo aun no te das cuenta! ¡Sí que te han frito el cerebro! Le harán daño. Todo el mundo. Tantos aquellos que se creen buenos, como los que son nombrados como malos. Los héroes la temerán y los villanos querrán tanto su poder que acabarán destruyéndola. ¡Ivonne debe seguir estando lejos de su alcance! -Debe de estar donde le corresponde.- sentenció Montdark.- Este es su lugar. Aquí sabemos cómo tratarla y aquí reside su destino. No podrá cambiar eso. Nadie podrá hacerlo. Las profecías son inquebrantables… -¡No sabes de qué estás hablando, Adolf! ¡¡Pareces un autómata- los puños del aludido se cerraron fuertemente sobre el marco del espejo.- Te han comida la cabeza … Te dije que no podías confiar en nadie, pero claro… Los hermanos mayores siempre llevan la razón, ¿no? ¡Mira en lo que te has convertido! ¡Eres su Cancerbero! ¡Eres un asesino sin piedad al que todo el mundo teme! Te aseguro que ella no estaría orgullosa de ti. -No busco su aprobación. -Oh, por supuesto que no. Pues te recordaré una cosa, Adolf: Tú eras el niño que quería salvar vidas cuando éramos pequeños, no el que las arrebataba con los dientes. Montdark le miró con desprecio. Escupió en el espejo manchándolo y haciendo borroso el rostro de Celius. -No sabes nada- Celius se burló de sus enigmáticas palabras. -¡Tú sí que no sabes nada! ¡Maldito el día en el que…! Un silencio se propagó por la habitación. De nuevo, tan solo se escuchaba el tic-tac del reloj. Celius seguía siendo una imagen difuminada por la saliva impregnada en el espejo. Montdark se había vuelto a sentar en el banco. De pronto, soltó una risa de suficiencia. -Te estás perdiendo muchas cosas desde que estás ahí metido- acto seguido, miró hacia arriba para comprobar la hora.- A Minerva McGonagall le queda media hora de vida. Media hora menos para sus restos se los coman los gusanos. -¿Cómo puedes vivir siento tan semejantemente inhumano?
Algo devastador se estaba acercando. No se había dado cuenta del gran error que estaba cometiendo aquella noche hasta que oyó el aullido. Le encantaban las noches de Luna Llena, el lago era especialmente misterioso. Las criaturas reaccionaban ante ella de forma extraordinaria. Acogían en sus brazos aquella luz como si les renovase las fuerzas. Por supuesto, tenía otros efectos no tan admirables en otras criaturas mágicas. Cuando Dominique Weasley decidió salir aquella noche para abrazar la luz de la luna, no pensó en la posibilidad de encontrarse con algún peligro en el Lago. De hecho, llevaba zapatillas de correr, solo en caso de emergencia extrema. Había ido cientos de veces a ver los centauros por la noche. Era el momento más mágico. Sus cuerpos resplandecían ante la luz de la luna. Pero, sobre todo, le apasionaba sus rituales astronómicos. Las estrellas. Para los centauros, sus dioses. Había escogido aquella noche porque no quería asistir a un estúpido Baile y prefería sentir la magia con Firenze. ¿Qué podría ocurrir? Al haber oído el aullido, su vello se erizó y comenzó una carrera sigilosa de vuelta al castillo. Aún quedaba un largo trayecto hasta su encuentro y, si algo pasaba, estarían bastante lejos como para protegerla. Un pitido continuo sonaba en sus oídos avisándole de exceso de adrenalina. Sus pies se convirtieron en torpes extremidades cuando se acercó a la orilla del Lago. Pensaba bordearlo y llegar más fácilmente al castillo. Cuando Dominique Weasley decidió salir aquella noche, no pensó en la posibilidad de que Alexander Moonlight decidiese convertirse en hombre lobo en mitad del bosque. En realidad, tenía sentido. Todo el mundo acudiría a una cita en el baile. Y aquel muchacho probablemente necesitaba también despejar sus pensamientos después del asesinato de su amiga Hegarty. Habría sido la oportunidad perfecta para Moonlight. Todos los alumnos estarían seguros tras las murallas de Hogwarts. A nadie se le ocurriría dar un paseo por el Bosque Prohibido a altas horas de la noche. Excepto a ella. Y estaba segura de que Moonlight no había pensado en ella como una excepción a la regla. Los alumnos de su edad estarían sorprendidos al descubrir la ausencia de la Reina del Baile por excelencia. Algunos la acusarían de cobarde por temor a no encontrar pareja. O por tener que enfrentarse a las miradas de odio de Nicholas Woods. Nadie optaría por suponer que simplemente tenía otros planes más importantes. Sobre todo, algo que la distrayera cuando su hermana mayor podría estar dando a luz a su primer sobrino. No tenía permiso para salir de Hogwarts -lo que realmente le fastidió, tanto a ella como a Louis. Necesitaba despejar su mente. Nunca pensó que la relación de su hermana con Ted Lupin llegase tan lejos. ¿Un hijo? ¿Se habrían planteado el aborto o era su hermana demasiado tradicional? ¿No era acaso condicionar sus vidas con apenas 20 años? Dominique aparentaba aceptar, e incluso acoger, aquella decisión de su hermana mayor. Pero, en realidad, no estaba para nada de acuerdo. En ocasiones, se sentía algo egoísta por desear un conflicto en la relación. Victoire y Ted no se complementaban tan bien como todo el mundo creía. Sin embargo, el hecho de tener un hijo les uniría de por vida. No había vuelta atrás, nadie daría un paso atrás. Ted Lupin jamás la vería como una joven a la que conquistar. Era su cuñada. Y punto. Sí, aquella noche los más turbios pensamientos de Dominique salieron a la luz. Así como la Luna Llena. El castillo parecía cada vez más lejos, y el temblor de los árboles detrás de ella más cerca. La pesadilla de su infancia que la había estado persiguiendo por años se repetía. Solo esperaba que aquella vez la transformación voluntaria que había aprendido Moonlight funcionase. El sonido cesó. Dominique se paró en seco. Aterrorizada. Una brisa movió las hojas de los árboles suavemente. Solo escuchaba su propia respiración entrecortada y las olas del lago acariciando la orilla. -¡AAAARGH! El rugido partió dos árboles en dos dejando ver la figura de un hombre lobo que se acercaba a toda velocidad hacia ella. Sus pies, que parecían paralizados, lograron reaccionar y corrió mientras un grito de horror surgía desde su garganta. En apenas unos segundos, el hombre lobo ya la había alcanzado y tiró de ella. Cayó de bruces en el suelo lleno de piedras y musgo, abriendo varias heridas por todo su cuerpo. La sangre que brotó hizo salivar la dentada boca del hombre lobo, que la acercó hasta situarla bajo sus patas. La saliva le caía en el pelo, y el maloliente hedor de su aliento se metía con fuerza por los recovecos de su nariz. Su corazón palpitaba tan fuerte que creyó que se le iba a salir del pecho. Mientras el hombre lobo la observaba como a una presa, Dominique soltó una lágrima. Tenía el cuerpo completamente tenso, y se sacudía con temblores involuntarios. La joven quería estar lo más calmada posible. Había aprendido cómo era una transformación voluntaria de un hombre lobo. Habían tardado décadas en perfeccionarla. Se había desarrollado en un pueblo de Estados Unidos en el que había numerosos casos de hombres lobos y vieron necesario hacer algo al respecto. Había sido su tío, Charlie Weasley, uno de los expertos llamados a ese suceso. Tenían que recibir un estímulo exterior. Algo que les recordase a quién exactamente eran. Al verlo, su subconsciente cómo hombre lobo entraría en contacto por tan solo unos segundos con su parte humana. Si el estímulo era el correcto, el humano dentro de aquella criatura tomaría el control. Y bien podría ser un hombre lobo controlado, o volver a su cuerpo humano. Les aconsejaron llevar una pulsera que con algún colgante que les provocase ese estímulo. Comprobó las muñecas del hombre lobo. Vacías. Tampoco poseía colgante alguno. Miró de nuevo el pelaje negro y abundante de la criatura. Jamás olvidaría a aquel hombre lobo. Estaba muy segura de que era Moonlight. Y también estaba convencida de que alguien le había arrebatado su sistema de seguridad. Un diente de tiburón. La joven, desde aquel accidente de su infancia, se había percatado de que Moonlight llevaba siempre consigo un diente de tiburón colgado al cuello o en alguna pulsera. Tardaría años en saber que era su estímulo. Aquel día, estaba completamente vacío. Su hocico se acercó al rostro de Dominique y sus babas la habían impregnado. -Moonlight…- le llamó. Quizás había más estímulos externos que despertasen su lado humano.- No me hagas daño, por favor…- susurró entre lágrimas que acudían a sus ojos. El hombre lobo no reaccionó seguía atrapando a su presa y observando a su futura cena.- Alex…- volvió a sollozar mientras las babas llenaban su rostro. Aquel momento estaba siendo una tortura. Una idea surcó su mente. Una idea estúpida pero ante la cual no tenía nada que perder. -¡Recuerda quien eres, Alexander! -le gritó recibiendo un gruñido feroz. -¡Alexander sé que estás ahí….! -volvió a gritarle. Entonó mejor su voz. Y se centró en su interior. Olvidando que la saliva del licántropo impregnó su cara. Y que sus garras comenzaron a hacer brotar sangre sobre sus brazos. Se centró en el interior de ella misma. En la naturaleza que tenía escondida. -Vuelve a ti, Alexander…- Su voz sonó como una melodía. Era distinta. Era como un pájaro que trinaba. Los ojos del lobo se irritaron. No gruñó. Una luz salió de la piel del licántropo, centelleando y fundiéndose con la piel de Dominique. El hombre lobo ya no generaba saliva. Se irguió y dejó de estar encima de Dominique, liberándola. La luz dejó de brotar como un hechizo que se rompía. Soltó un rugido mientras se transformaba dolorosamente en un cuerpo musculoso y afortunadamente humano. Las ropas hechas girones tapaban algo de su cuerpo, pero dejaba entrever los abdominales y los músculos que poseía. Su mirada sagaz estaba clavada en el cuerpo de la joven que yacía en el suelo. Alexander Moonlight se acercó a ella y le tendió una mano llena de cicatrices. La joven aún estaba algo en shock y tardó en alzarla para ayudarse a levantar. -Gracias.- la voz del auror sonaba más propia de un hombre lobo. -No sé cómo…. - Sus mejillas se ruborizaron. Intuía lo que había podido pasar pero se negó a pensar si quiera en ello. -Oh, yo creo que es lo que siempre ha dicho tu tío….- su voz se naturalizó poco a poco. -¿No se suponía que debías llevar siempre tu diente de tiburón?- preguntó acusadoramente Dominique. Cambiando de tema. El joven reaccionó de forma brusca y agarró con fuerza sobrenatural a la joven pelirroja de la mano en una carrera hacia el castillo. -¡Vamos! ¡Están todos en peligro!- por su rostro cruzó una expresión de terror que intensificó la adrenalina que estaba sufriendo la joven. Se olvidó por completo de que había sido la primera vez que había utilizado su naturaleza veela. La primera vez que despertaba. Se quedó paralizada por un momento mientras Moonlight luchaba por tirar de ella en mitad del bosque.-¡Vamos, Weasley! ¡Hay que salvarles! La joven no permitió que se le moviese. Se llevó las manos con horror a la boca y respiró profundamente varias veces. Tenía los ojos como platos mirando hacia la nada. Aprovechó que Moonlight tenía un brazo extendido hacia ella para apretarlo con fuerza. -He visto a Gwendoline Cross en el pasillo.- volvió a temblar con fuerza y a sollozar.- Iba con un hombre. - miró expectante a Moonlight.- Cross ya no está en Hogwarts. Moonlight asintió. Y, al ver que aquella muchacha estaba en shock, decidió cogerla en brazos y comenzar su carrera a Hogwarts convertido en un hombre lobo domado por la voz de la joven, que repetía en voz baja que protegiese a su hermano.
-¿Sorpresa? Un círculo de barrera mágica separaba en el centro del Gran Comedor a Gwendoline Cross y su acompañante, Octavio Onlamein, del resto de invitados al baile. McGonagall, en el centro de aquella barrera se mantenía con calma mientras observaba los rostros expectantes y horrorizados de todos aquellos que se sorprendieron de aquella intrusión en el castillo. Eran sus últimos minutos de vida. Le gustaría dedicar sus pensamientos a todas las personas que habían significado algo realmente importante para ella. A su padre Robert McGonagall, quien aceptó sus talentosas habilidades como bruja desde pequeña. A su madre Isobel Ross, cuyo amor era la magia más poderosa que jamás conoció. A Dougal McGregor, el amor de su vida que rechazó por vivir una vida rodeada de magia, pero a quién seguía amando y protegiendo en la oscuridad durante todo aquel tiempo. El hombre al cual visitó en el hospital cuando murió hacía una década y el destinatario del último beso que dio en el cual depositó todos sus pensamientos hacia él. A Albus Dumbledure, el sabio más vulnerable que jamás conoció y su compañero de guerras del que nunca dudó. A Rubeus Hagrid, por ser el afable amigo que siempre le protegería. Y a los niños que vio crecer y a quienes crio como sus propios hijos, a quienes dedicó sus últimos años y quienes en ese momento la verían morir sin poder evitarlo. Pero no se lo dedicó a Ivonne. Porque la había abandonado. Cuando Gwendoline Cross le tatuó con un cuchillo en el brazo desnudo y huesudo el nombre de su antigua amiga, Minerva clavó sus ojos en el niño al que profesó su protección. Harry Potter gritaba el nombre de la mujer que le había tratado como la madre que nunca pudo tener. Él sufría más que la torturada. Él lloraba las lágrimas que Minerva no dejaba escapar. Las varitas lanzaban hechizos inútiles ante la barrera de defensa que alzaba Octavio. Todos los rostros se debatían nerviosos y frustrados entre miles de hechizos. Gwendoline Cross disfrutaba ante la impotencia de todos ellos. El brazo de McGonagall sangraba y escocía. Dolía. Pero lo más doloroso era el sentimiento y todos los cabos sin atar que les dejaría. La guerra empezaría con su asesinato. Y ella no podía hacer nada para evitarlo. Tan solo morir sin ofrecer una visión de llanto. -¡AVADA KEDAVRA¡ Todos se horrorizaron ante aquella maldición letal. Los alumnos lloraban y los más grandes ahogaban gritos y blasfemias. Las lágrimas se apoderaron de los ojos de Harry Potter. Se arrodilló ante el dolor que desgarró su corazón. Murió como la Minerva que emanaba constantemente la magnanimidad y la severidad, cuyo respeto era bien recibido, que todo el mundo mágico conocía. Su rostro se apagó con la serenidad que siempre hacía sentir a los demás. Protegiendo, como siempre, a todas aquellas personas que amaba. Esperando a que la paz llegase a todo aquel que la mereciese.
![]()
Potterfics es parte de la Red HarryLatino
contacto@potterfics.com Todos los derechos reservados. Los personajes, nombres de HARRY POTTER, así como otras marcas de identificación relacionadas, son marcas registradas de Warner Bros. TM & © 2003. Derechos de publicación de Harry Potter © J.K.R. |