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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 27 de Enero de 2021, 11:55 [ Más información ] Tweet
(III) Capítulo 8: Verdades y Mentiras
Alejado del territorio del castillo, se alzaba un pintoresco pueblo. Hogsmeade era el único pueblo íntegramente mágico que quedaba en Gran Bretaña. Entre las escarpadas y frías montañas de Escocia, se encontraba este lugar lleno de tiendas y lugares que en los que podían disfrutar los alumnos de Hogwarts en algunas escapadas. Algunos alumnos sabían que podían visitar el pueblo debido a la existencia de varios pasadizos secretos que, desgraciadamente, aún no habían encontrado. A los alumnos les gustaba visitar Honeydukes para comprar víveres cuando los exámenes se acercasen y para variar la dieta que no incluía apenas dulces que las cocinas del castillo ofrecían. Bajo la calle principal, se escondía Cabeza de Puerco, dónde solo los alumnos que querían buscar problemas y bebidas prohibidas lo frecuentaban. Las normas de Hogwarts prohibían ir a aquel lugar. Flitwick incluso recomendaba que se llevasen sus propios vasos. A pesar de que Sullivan Hegarty -antiguo alumno de Hufflepuff- y su hija adoptiva Willa habían eliminada el fuerte olor a cabra y le habían dado un aire menos ilegal, lo cierto era que su reputación le predecía. Otro lugar frecuentado era la tienda de Hogsmeade de Sortilegios Weasley, que había sido comprada por George Weasley y se encontraba donde anteriormente estaba Zonko. Normalmente era Angelina la encargada de aquella tienda, puesto que George seguía con su puesto en el número 93 del Callejón Diagon. Sin embargo, aquel curso ningún Weasley o familiar se encargaba de la tienda en el pueblo. Había sido un favor por parte de su vieja amiga, Katie Bell, atender a los clientes que seguramente abarrotarían aquel lugar. Aunque, sin lugar a dudas, el lugar al que todo alumno acudía -tarde o temprano- era Las Tres Escobas. Su propietaria, la señora Rosmerta, no atraía al sector masculino de los alumnos como antaño, aunque no dejaba de tener un gran atractivo. El lugar estaba repleto de mesas de distinto tamaño en las que los clientes se agrupaban para pedir alhelí, hidromiel caliente con especias, jarabe de cerveza y gaseosa con hielo o ron de grosella. Pero la cerveza de mantequilla era la especialidad de la casa. De estas grandes jarras estaba llena la barra -siempre impoluta- en la cual los que se posaban en ella podían ver reflejada la taberna en el cristal que se escondía tras ella. Un ambiente cálido, lleno de gente, con un poco de humo -ya del vapor que soltaban las bebidas calientes o de algún que otro cigarrillo o puro- e irremediablemente acogedor. Para muchos, su lugar favorito de Hogsmeade. En un rincón de la taberna, en el que el bullicio de las conversaciones ajenas se difuminaba entre sí, se encontraban cuatro jóvenes dispuestos a probar por primera vez la cerveza de mantequilla. Todo el mundo decía que tenía un sabor un poco menos empalagosa que una butterscotch. Bebida que ninguno de los jóvenes tampoco había tenido el placer -suponían- de probar. Con la espalda reposando en la pared, se encontraba la parte femenina del grupo. Justo en el rincón, una joven de cabellos indomables y rojizos, cuyos ojos burbujeaban ante la bebida que transmitía calor desde la mesa. Tenía las mejillas encendidas y una sonrisa constante. Era algo bueno, puesto que había estado casi todo el mes de octubre sumida en un halo de seriedad y silencio. Sin un ápice de alegría en las comisuras de sus labios. A su lado, la joven de ojos verdes y labios frondosos la miraba con una mezcla de burla y comprensión. Examinaba su cerveza con recelo, y, de vez en cuando, se llevaba mechones negros detrás de su oreja. En frente de ellas, el sector masculino. Por un lado, unos ojos esmeraldas se escondían tras unas gafas algo torcidas. Se estaba riendo del entusiasmo exagerado de su prima mientras acomodaba la escayola de su brazo izquierdo de forma que no molestase a su compañero. Un alargado muchacho de pelo platino que reía la gracia de su amigo mientras se llevaba la mano al pelo para desordenarlo un poco más mientras fruncía el ceño, algo que había estado haciendo desde que pisó el andén de King Cross. O quizás antes. Y, el que llevaba la batuta de las risas como si fuera un experto catador de cervezas mágicas, se había dejado reclinar sobre la silla tentando a la gravedad. Rose Weasley tomó la palabra. -Debéis saber que puede que tenga una pizca de alcohol.- ninguno de los cinco pudo reprimir una risa cómplice.- Por lo visto tiene un efecto menos pronunciado en los humanos que en los elfos domésticos…Pero aun así, nos podemos ver afectados. -Si sólo nos tomamos una pinta no creo que nos pase nada.- señaló Scorpius mientras cogía elegantemente su jarra. Quemaba un poco entre sus manos por lo que se apresuró a brindar.- A Peter y a mí no nos pasó nada en junio… -¡Que tú recuerdes, amigo, que tú recuerdes! -le interrumpió en voz alta, evitando que soltara cualquier estupidez que habían llevado a cabo bajo la influencia de aquella bebida. -¡Por más recuerdos que sean fáciles de olvidar! -alzó la jarra a la vez que Scorpius. Los tres restantes cogieron rápidamente su taza y la chocaron con la que Peter Greenwood sostenía en alto. Se habían prometido que tras ese encuentro no habría más distanciamiento. Que todos arreglarían las cosas. Lo que suponía contar aquello que les rondaba por la mente y no se atrevían a revelar - Rose, cuidado, si bebes deprisa se te sube antes -avisó con una sonrisa Albus. La aludida le lanzó una mirada asesina. -No sé qué insinúas. -Que si bebes como comes puede que te dé un coma etílico- aclaró Albus entre risas. -Creo que Rose borracha tiene que ser algo que no queremos ver …- advirtió divertida Alice. La joven, tras un extendido y largo trago, les miró a los tres amenazadoramente. -Veo que os habéis aliado en mi contra… Otra vez. Ese no era el trato. -¡Cierto! -interrumpió Peter chocando su cerveza con la de la pelirroja, como si le hubiera recordado algo. -¿Se puede saber qué os ha pasado que las margaritas se marchitan si pasáis a su lado? ¡Albus y yo os necesitamos a todos! -Empieza tú, Rose- sugirió Albus.- ¿Qué demonios hiciste este verano y por qué estás ahora tan…bruta, terca y seria? Es decir, lo de bruta simplemente ha aumentado, y lo de terca más si es posible…Pero ¿seria? ¡Oh, venga…! Alice secundó la moción buscando la jarra de Albus para brindar. Scorpius le lanzó una mirada a Rose de desafío. Peter Greenwood le dio tragos a la cerveza para huir de aquella explosión. -Lo que decía… ¡Un motín! -¿No eras la más valiente de nosotros…?- le retó Alice de forma perspicaz. Rose bufó. -No sé por dónde empezar…- suspiró y adoptó una expresión algo adecuada para lo que iba a contar. Pero antes pensó en algo que debía hacer.- Muffliato.- ya estaban a salvo de los oyentes ajenos.- ¿Os habéis dado cuenta de que Gwendoline Cross no ha venido este año a Hogwarts? Bueno, pues yo creo que sé la razón de eso. Quitando el creo.- la joven se dio cuenta de que no estaba nerviosa. El efecto de la cerveza, seguramente.- Me atacó en el baño justo la noche en la que Roxanne fue asesinada. Y no me atacó con magia precisamente. Aprovechó que estaba en la bañera e intentó ahogarme. Me dio un puñetazo. Yo la tiré a la bañera. Lo último que recuerdo fue estar de pie en una bañera llena de mi sangre rodeada de mis compañeras de cuarto que creían que me había caído. -¿¡Por qué no me lo contaste!? Alice le cogió del brazo, alarmada y preocupada. Buscó los ojos azules de Rose que estaban en otra parte. Reaccionaron al ser zarandeada por su amiga. -¿Qué?- negó varias veces sacudiendo su melena.- ¡Después de lo que le había pasado a Roxanne! Decidí callarme. ¡Estaba muerta de miedo! -¿Y por eso huiste este verano y no nos respondiste ninguna carta?- preguntó preocupado Scorpius. La joven le dio una palmada en el pecho algo molesta. Bueno, sí que era la razón por la que no había contestado a ninguno. Pero muy probablemente su padre no le habría dejado mandar una carta a la Mansión Malfoy. -¡No estaba huyendo!- suspiró y pareció intentar calmarse.- Como me había atacado sin varita, pensé que me sería útil aprender defensa personal o hacer hechizos sin varita.- dirigió su mirada a su primo.- ¿Os acordáis cuando McMillan habló de la magia de combate? Pues Viktor Krum me ha estado entrenando. Estuve todo el verano aprendiendo esa técnica. Para ser más fuerte, más rápida y poder defenderme mejor. -¿Y aprendiste a qué? ¿Dar patadas a lo vikingo?- preguntó Alice. Rose negó algo azorada. -Por favor… -¡Rose!- Albus estaba molesto.- ¡Yo podía haberte ayudado! Si me lo hubieses dicho… Además, sabes que yo te protegeré siempre. -Oh, perdona si quiero ser autosuficiente. Además, Albus, creo que Viktor Krum mejor maestro… -¿Quién es Viktor Krum y por qué lo conocéis todos? -Peter Greenwood les preguntó. Perdido en su falta de conocimiento de los entramados y relaciones mágicas. -Es como el David Beckham del fútbol -le contestó Alice Longbotton, la cual, por alguna razón, siempre sabía el equivalente perfecto de las cosas mágicas al mundo muggle. -¿Un deportista retirado pero que sigue siendo famoso porque es guapo? -Exacto -respondió Scorpius Malfoy con retintín. -Yo creo que hiciste lo correcto, Rose.- comentó Alice, asintiendo.- A mí también me gustaría aprender a luchar. Rose se sonrojó y Albus puso los ojos en blanco. -Tienes razón, Alice… ¡Pero no puede pensar que está sola en el mundo! Tienes que confiar en nosotros, Rose. Por Merlín, somos tus amigos…Sino nos cuentas lo que te pasa, ¿a quién se lo contarás? - Ya no es solo que te pasen cosas malas de ese tipo. Puedes contarnos lo que sea. No me gusta que estés tan callada, no es para nada tu estilo. Sé que necesitas liberarte de vez en cuando de todos tus pensamientos…Sé que estoy ausente, pero no dudes en buscarme.- Alice bajó la mirada, azorada por sus palabras. Nunca era tan sentimental. Jodida cerveza de mantequilla. Ojalá no se le escapase nada de su hermano. -¿Y a ti qué te pasa, Alice?- Peter pasó la bola a Alice. Su última conversación a solas había dejado tremendamente preocupado a su amigo. - Sabemos que sueles ir siempre a tu rollo…Pero, en fin, no te he visto en todo el mes de octubre. Y ya estamos a principios de noviembre. Alice se encogió. No. Podía. Decirlo. No. -¿Te ha pasado algo?- preguntó Albus, con un semblante serio. La mente de Alice vaciló. -No solo eso.- respondió débilmente. Lanzó una larga bocanada de aire.- Renata Driggs, mi compañera de cuarto, pertenece al Clan del Ojo. Así como los McOrez y su séquito. Me han pedido que colabore con ellos. Rose se atragantó con la cerveza. Scorpius bufó y tensó los puños. Peter se rio nervioso. Ahora entendía por qué había sido tan evasiva entonces. Albus seguía mirando seriamente a Alice. -¿Con qué te han amenazado?- preguntó Scorpius con voz áspera. -Con matar a mi familia.- Alice volvió a suspirar. Era muy difícil controlarse. ¿Le habían echado veritaserum? ¿Y si se le escapaba algo de su hermano? Bueno, al menos era algo que estaba deseando quitarse de sus hombros durante un tiempo. Lo tenía planeado. Quería contárselo. No sería la cerveza, después de todo. -¿Qué le has dicho?- Albus había cogido su mano, en un intento de tranquilizar los pensamientos de Alice, que parecían salir a borbotones entre lágrimas. La joven se mordió el labio. -Tranquila, cielo.- la calmó Rose, mientras la abrazó tiernamente. La pelirroja sabía cómo era su amiga. A pesar de ser inteligente y astuta, era la más vulnerable del grupo. No era tan fuerte como Rose, ni tenía la coraza de Albus. Siempre había sido la frágil, escondida en palabras despreocupadas. Las mejillas de Alice estaban coloreadas del rojo que competía con el pelo de su amiga. Era la primera vez que se derrumbaba delante de Scorpius y de Peter, quienes la mirada con expresión preocupada.Les había cogido mucho cariño. Sabía que era un grandes amigos. Y, admitía en su interior que confiaba más en Peter que en Scorpius porque, dada su cercanía al mundo muggle, le recordaba inevitablemente a su hermano. No se arrepintió de sollozar en frente de ellos. Sin embargo, siempre era incómodo llorar delante de todos tus mejores amigos. Sobre todo para alguien como Alice, que pretendía ser de hierro. -No pasa nada, Alice.- le dijo Scorpius, a quien la muchacha miraba con vergüenza. -Tranquila, Alice -le dijo Peter. -No colaboraré con ellos nunca.- musitó en un hilo de voz. -Tu turno, Scor.- fue Albus el que le ofreció el turno de palabra sin quitar la mirada de Alice, quien, al parecer, le evitaba. El joven rubio suspiró. -Lo mejor para el final -declaró para sorpresa de todos en un suspiro. Albus bebió un sorbo de cerveza. Alice se incorporó y rozó la mano que le tendía su compañero de Casa bajo la mesa. Rose no percibió ese gesto puesto que estaba examinando el semblante sombrío de Scorpius. Y Peter se agarró a la silla para la noticia que estaba a punto de conmocionarles a todos. El joven lanzó, frustrado, una bocanada de aire mientras se despeinaba con nerviosismo. -No pasa nada si no nos lo quieres contar, Malfoy- dijo Rose, hablando en nombre de todos. Lo último que querían era obligar a uno de sus amigos a exponer sus sentimientos si no estaba preparado. O si ni siquiera los había asimilado. Aunque había cosas que uno nunca podría asimilar. -Mi padre está enfermo porque el padre de los McOrez le ha lanzado una maldición mortal y mi madre está embarazad.- confesó Scorpius rápidamente. Parecía que si lo decía rápido, dolía menos. No era así. Un silencio se apoderó del rincón. Scorpius estaba cabizbajo. Recibió un abrazo de Peter. Y de Alice. Y de Albus. Y Rose apoyó la palma de su mano en aquella montaña humana de amor. Quizás ese apoyo era suficiente. Quizás un abrazo significaba todo aquello que las palabras no podían expresar. -¿Y es niño o niña?- preguntó con una media sonrisa Alice. El joven se encogió de hombros. -Un mini Scorpius, por favor…- dijo alegre Peter. Albus seguía abrazando fuertemente a su amigo. Después de aquello, tardaron unos segundos en abandonar la taberna. La noche parecía acercarse poco a poco tras las montañas. En el camino a Hogwarts, Rose caminaba soñando en no tener que seguir entrenando para sentirse segura. Scorpius, quien tenía las mejillas algo chispadas por la cerveza de mantequilla, se había unido a un juego muggle de Peter de palabras inventadas. Algo más rezagados, Albus andaba patosamente con las piernas aún en recuperación, seguida de una Alice que le ayudaba a su manera. Entre alguna que otra discusión, consumida por las risas que eran efectos secundarios de la bebida de la señora Rosmerta. Alejadas del grupo de amigo, se encontraban dos figuras que los contemplaban con una leve sonrisa de suficiencia en el rostro. -Así que, Longbottom es una de las nuestras.- confirmó Zoe McOrez.- ¿Cómo lo has conseguido? -No es exactamente un miembro como nosotros. Simplemente hará todo lo que le digamos. No nos jura lealtad.- escupió Renata Driggs con desprecio.- Está tan asustada por que le hagamos algo a su querido hermano, el squib,… Que ha traicionado a todos sus amigos. Las pupilas de sus ojos se dilataron. No era miedo lo que sentía. A pesar de que su vello se erizó cuando los ojos de aquel hombre con un pico de viuda en la frente le escudriñaban inquisitivamente. Algún día tendría que llegar aquel momento. La incertidumbre le mataba. Sin embargo, su neutra expresión no le delató en ningún momento. Debido a que él no había hecho nada fuera de las normas que regían a los aurores procedentes de Francia. Había colaborado con el Ministerio de Magia de Inglaterra con el objetivo de sanar la seguridad mundial. A pesar de que el Jefe francés de Aurores, Theophile Breurec, no estaba al tanto de su actividad internacional. Y eso no era razón para que el Ministro, al que todos conocían como Loring, le llamase la atención al respecto. La persona que estaba al mando del país que Bastien Lebouf debía proteger tenía un expediente impecable. El joven auror, que ni había alcanzado la década de los 20, y contaba con experiencia suficiente para el funcionamiento del sistema, sospechaba continuamente la fiabilidad de los -escasos- documentos que explicaban como aquel hombre pudo llegar al escalón más alto de la política de Francia. Había estudiado en Durmstrang -lo cual no le extrañaba en absoluto. Lo que le hacía dudar de aquello era que al investigar -sin avisar a su superior de nuevo- a sus antiguos compañeros de clase para contrastar información, no había encontrado a ninguno. Era huérfano -al menos eso era lo que una mujer de un orfanato del sur de Francia había redactado. Y llevó su carrera política en Dinamarca, hecho que sí era verídico, puesto que uno de sus viejos amigos de Beauxbatons le había comentado con recelo su aura oscura. La única verdadera razón por la que era Ministro era porque el antecesor, Bové, había indicado que le sucedería. Loring se había convertido uno de los Ministros más corruptos que el mundo había conocido. Buscando el origen real de Loring, Lebouf se topó con Charlie Weasley en Hungría. Estaba en el Ministerio de aquel país ultimando los documentos que le permitirían dejar la investigación del colacuerno húngaro, puesto que había sufrido un accidente y le habían aconsejado reposo. No se hicieron amigos, pero se entendían. Le ayudó a encontrar la familia que lo había entregado al orfanato según la información que en sus documentos se reportaba. No existía. Nunca había existido. Weasley, miembro de una de las familias más influyentes de Inglaterra, le ofreció el apoyo de una parte del Departamento de Seguridad Mágica -su familia. Desde entonces, colaboraba oficialmente con Harry Potter por extender lazos al otro lado del charco. Extraoficialmente con el Comité sobre el Ojo que había improvisado el Ministro McKing. Con Charlie Weasley dejando por un tiempo su pasión por las criaturas mágicas. Con Edward Whitehall, auror que había acudido a la ayuda de aquel peculiar grupo desde Estados Unidos. Su propósito era conocer quién era la amenaza, qué querían y por qué. Y hasta ese momento tenían que buscar los cabos antes de atarlos. Él era el elemento perfecto. Pues él mismo estaba dentro de la cabeza del lobo. Él era del Clan del Ojo, algo que ya había avisado a sus compañeros. Pero no todos le conocían, en tanto que estaba en una sección más apartada de la que pocas noticias del exterior se oían. En la de los experimentos del Doctor Schneider desde que fue su alumno en Beauxbattons. -Son conocidos.- su respuesta seca pareció hacerle gracia a Loring.- No es ningún delito encontrarme con amigos. -Sí que lo es cuando escondes tu Red Flu. Los ojos de Bastien se desorbitaron ante aquel argumento. -Disculpe, señor Ministro, pero discrepo ante su acusación. El flujo pertenece a la propiedad privada, por lo tanto, no es válido como argumento. Sería ilegal rastrear mi flujo, señor. -Se controla todo lo que se haga dentro del Ministerio. Se han detectado numerosos flujos realizados desde su despacho. Bastien encajó la mandíbula. Reprimió una mirada de rabia. Necesitaba mantener su neutralidad intacta. ¿Cómo era que no habían avisado a Loring de su posición en el Ojo? Él sabía la respuesta. Estaban haciendo una caza de brujos y magos. Literal. Por parte de magos. Y les daba igual si habían pertenecido al Ojo. O si eran de aquel Clan. Loring debía estar disfrutando de aquello. -Esto no es un régimen autoritario en el que exista un registro de las actividades de sus agentes. -Soy el Ministro.- Loring soltó una risa seca.- Tengo el poder de crear el sistema que me plazca.- volvió la vista a los papeles que tenía esparcidos cuidadosamente en su escritorio.- Eso es todo, Lebouf. Ándese con cuidado porque le voy a estar vigilando. A usted y a todo aquel que esté de acuerdo con sus teorías conspiratorias. Lebouf abandonó el despacho rápidamente. No fue el hecho de que tuviese noción de sus investigaciones clandestinas lo que le molestó, sino que supiese que tenía un cómplice dentro del Ministerio. Debía protegerla y hacerle saber que Loring podría ponerla en peligro. No dudó en dirigirse al Departamento de Seguridad Mágica que se encontraba en el ala oeste del Ministerio francés. Para evitar levantar futuras sospechas, andaba con normalidad y a un ritmo calmado, por lo que tardó unos quince minutos en llegar al despacho que buscaba. No le hizo falta abrir. Ella siempre dejaba la puerta abierta. Un continuo error en aquel turbio lugar. -Gabrielle.- la llamó. Al apartar los ojos de unos documentos, la auror le miró con una sonrisa deslumbrante. Era hermosa -quizás debido a su parte veela- y tenía el pelo rubio platino sobre sus hombros, con canas infiltrándose entre sus hebras. Poseía el mismo rostro que su hermana mayor, Fleur. Era dulce, extrovertida y cariñosa. Así la conocían todos. Bastien Lebouf había podido descubrir su fuerte carácter, su valor y la confianza que inspiraba. Era su enclave más importante en Francia. Había sido ella la que había buscado entre los documentos de Loring arriesgando su puesto, solo porque no podía permitir injusticias. No dudó en contarle a Bastien, con quien había congeniado cuando aspiraba a ser auror, aquello. El joven decidió encargarse él de aquello, así para apartar a Gabrielle Delacour del peligro. -¿Qué ocurre?- preguntó alarmada la joven, cuando el auror convocó un hechizo para que los posibles oyentes no escuchasen su conversación. -No puedes seguir encubriéndome, Gabrielle. Me han descubierto. -¿Estás despedido? - No, me han abierto el expediente y estoy siendo investigado. Ya sabes lo que significa eso… - miró cabizbajo buscando los ojos de Gabrielle. Esta se levantó y se acercó elegantemente hacia Bastien. Le acarició delicadamente la mejilla y le dedicó una media sonrisa. Aquella mujer había sido su mentora y una madre para él desde que hacía dos años llegó al Departamento con tan solo diecisiete años. -Tranquilo, yo tendré más cuidado a partir de ahora - Aseguró seriamente la joven.- Además, no tienen ninguna prueba sustancial para que te levanten un juicio. Sé que estás asustado porque no dudaron en matar a Bové para que fuese sustituido por Loring. Pero te prometo que a ti no te harán daño. Los Weasley te están protegiendo. Bastien asintió con una sonrisa. Por suerte, no solo era la bendición de aquella familia la que le guardaba la espalda. Pero aquello no se lo podía decir a Gabrielle. -He venido a decirte que traslades tu expediente a Inglaterra. Hablas inglés a la perfección, Gabrielle.- los ojos grises de la mujer miraron sus pies.- Es necesario. No sería extraño porque tu hermana trabaja allí. Tu sobrina va a tener un hijo. Es perfecto. Además, ya no te queda aquí familia. Necesitas irte del Ministerio. Un suspiró emanó de sus labios. -Y tú te quedarás solo… -Gabrielle Delacour no tenía familia, pero aquel joven se había convertido en su protegido. -Y yo me quedaré solo pero no hay de qué preocuparse.- acercó su rostro al de ella.- Te visitaré, eres como mi madre después de todo. -Pero a tu madre sí que le habrías hecho caso…- observó Gabrielle. Bastien le guiñó el ojo y esbozó una sonrisa lobuna. Desordenó su pelo ordenadamente frente al espejo del baño. Observó su reflejo mientras las gotas de agua le surcaban el rostro. Sus ojos avellana chispeaban. Su nariz respingona. Su sonrisa torcida. Tenía los rasgos suaves para ser un muchacho de catorce años. Eran el legado de su madre. Se parecían, en caso de fijarse demasiado bien. Le daba un aire a su padre. Aunque más a su hermano menor. James Sirius Potter no encajaba exactamente. De hecho, últimamente no sabía quién era. Tenía una pequeña crisis de personalidad que no sabía cómo enfrentar. Siempre se había considerado una bala perdida en cuanto a los estudios. Sin embargo, se había dado cuenta de que, en realidad, podía llegar a ser un alumno notable si se esforzaba. Aquel año lo estaba haciendo. Porque desde siempre había querido ser auror y para ello necesitaba destacar. No podía permitirse desechar su sueño como había hecho Ted, suspendiendo asignaturas sin importarle las consecuencias. Aquello era otro aspecto. De pequeño siempre había sido como su hermano mayor. En ese momento era su profesor, de todos modos. No exactamente un modelo a seguir para el joven. El ser más inteligente suponía una mayor responsabilidad. No madurar precisamente, pero sí que debía no desperdiciar el tiempo gastando bromas. No se avergonzaba de haber sido el bromista de Hogwarts durante cinco largos años, contando con su quinto curso que acababa de arrancar. El anterior no había sido muy fructífero. En cambio, aquel quinto curso no sentía el apoyo de Fred y Susan a la hora de idear planes contra los alumnos más molestos. Era como si sus amigos hubiesen madurado y él no. O estaba en proceso. Al menos, eso intentaba. El asesinato de Roxanne había sido un duro golpe para su familia. Sabía que a sus padres -sobre todo a su madre- les había destrozado. Que Lily andaba recelando de todo alumno de Hogwarts. Y que Albus se sentía impotente sin poder hacer nada. James no sabía cómo definirse en ese sentido. Sí. Le había cambiado. La pérdida de su prima le había afectado directamente en el sentido de que se había preparado y tenía la necesidad de saber más hechizos para poder atacar y defenderse. Indirectamente también había hecho mella. El hecho de que Fred fuese una persona completamente distinta a la que solía ser le había hecho desarrollar empatía, comprensión y un comportamiento algo sobreprotector con sus amigos. Había dado de lado a su comportamiento egoísta y narcisista que a veces le caracterizaba. Y, al fin y al cabo, Roxanne Weasley era como una hermana mayor para él. Sobrellevaba mejor el dolor si se lo inducía a través de los lamentos de otros. James Sirius Potter era un adolescente y necesitaba encontrarse. El hecho de ser mago no le saltaba esa etapa de rebeldía e inseguridades. Todo el mundo sabía que tenía potencial para ser complicado. La mayoría de las veces, ni él mismo se entendía. Se secó la cara con la toalla y se acomodó el uniforme. Su amigo Fred le esperaba en su cuarto, dejándose caer en el marco de la puerta. Tenía ese aire de invulnerable y fuerte que últimamente hacía temer a muchos jóvenes alumnos. Su cicatriz en la ceja y su nariz aún rota le ayudaban a formar aquella imagen de gamberro. Rebelde. Revolucionario. Era un muchacho cuya hermana había sido asesinada brutalmente. Todo el mundo lo sabía. Sin embargo, él impedía a toda costa que sintiesen pena o lástima por él. Aquel año Fred Weasley había dejado de ser para siempre el alegre y divertido Fred del que todo el mundo estaba enamorado. Ese joven había muerto con la juventud de su hermana. James le paraba los pies muy a menudo. Le protegía. No dejaba que nadie le crispase los nervios más de la cuenta. Lo que solía pasar frecuentemente. Nunca hablaba con él de lo que se le pasaba por la cabeza. Sabía que se desahogaba golpeando árboles en el Bosque Prohibido como si aún siguiese en sus peleas callejeras. -Vamos, James… Pareces mi madre con tanto mirarte al espejo. El joven no pudo evitar sonreír. -Tú deberías mirarte de vez en cuando…O lavarte…- cuando pasó al lado de su amigo aspiró el aire que se encontraba a su alrededor con teatralidad e hizo ademán de vomitar. Fred rio. Se olió la camisa y sonrió satisfecho. -Así nadie se me acercará.- comentó orgulloso. -Desde luego que no, pero conseguirás que yo tampoco. Ni Susan. Sabía que aquel inocente comentario se había colado en la coraza de su amigo. Susan hacía todo lo posible por entablar una conversación normal con Fred en la que no respondiese frases cortas. Acababa frustrada y algo enfadada. A pesar de que los tres siempre estaban juntos, el pelirrojo se mostraba frío y distante. Eso había hecho que la relación de amistad de Susan y James se fortaleciese. No solo para apoyar a su amigo en su estado -el cual ellos esperaban que se suavizase en algún momento-, sino para ellos mismos. -Vamos, que Woods te va a volver a engañar con la Snitch….- regañó Fred, haciendo que James apresurase el paso para dirigirse al campo de Quidditch. El joven Potter rodó los ojos. Ante su capitán de Quidditch se comportaba de forma arrogante. Solía ir tarde. Era un tanto irresponsable en los entrenamientos. Realmente lo hacía porque no le gustaba la dinámica de equipo que Woodss estaba llevando. Les estaba explotando. No les respetaba. Al principio, se abrió a nuevas estrategias. Pero se cerró a cualquier sugerencia a mediados de octubre, cuando se dio cuenta de que ningún miembro del equipo lo veía como capitán. Todo el mundo decía que se había convertido en una persona estúpida desde que lo dejó Dominique. Por cada quaffle que Fenwick dejaba entrar en el aro, la joven tenía parar diez veces más. Además, le había dicho que tenía habilidades, pero que la escoba la entorpecía por lo que hacía entrenamientos extra en los que Woods le hacía realizar peligrosas acrobacias con la escoba. Scorpius Malfoy -al que el capitán le tenía cierto recelo- tenía entrenamientos dobles con Rose Weasley para que la joven se acostumbrase de nuevo a los pases del joven Malfoy. Se había enterado de que Rose no había cogido la escoba en todo el verano. Woods simplemente lo supervisaba. A James muchas veces le hacía estar horas y horas buscando la Snitch, cuando ni siquiera la había liberado. Eso hacía que el joven Potter soltase obscenidades durante varias horas y le quitasen varios puntos a la casa. E incluso le hacía buscar la Snitch los días con peor tiempo. Con quien más se ensañaba era con Fred y Susan. Aunque de forma distinta. A su amigo le decía que era excepcional pero que debía adecuarse a la novata, como llamaba a Susan. Sin lugar a dudas, Susan era la que más mal parada salía de aquella situación. Se levantaba temprano para ir a entrenar en la madrugada. Y tenía entrenamientos extras con Fred. James era el único que había decidido parar aquellos entrenamientos extremos. Se había quejado a Neville Longbotton, el que lideraba la Casa Gryffindor, pero este le había dicho que no podía hacer nada al respecto. Que cada capitán entrenaba a su manera. -A Susan la está matando.- comentó Fred cuando se acercaron al vestuario y vieron a lo lejos a su amiga descansando con la cabeza sobre su uniforme hecha una almohada. James se acercó a ella y le golpeó suavemente el hombro. -Sue, despierta…- el joven se percató de la respiración entrecortada de su amiga, como si tuviese un problema en la garganta. Le tocó la frente. Estaba ardiendo. -¿Qué le pasa, James? -Creo que tiene fiebre, le diré a Woodss que… -¿Qué me dirás, Potter?- Woods apareció. Reparó en el estado de Susan.- ¡JORDAN! ¡A ENTRENAR! La joven abrió los ojos lentamente y observó la escena. Tenía las mejillas enrojecidas y el semblante extremadamente cansado. -Oh, sí, perdón…- musitó. La joven se levantó poco a poco ante la mirada de los tres jóvenes. Realmente se encontraba mal. Desde hacía días. Se lo había dicho a su capitán pero parecía no importarle en absoluto su salud. Woods asintió con un deje autoritario en su mirada. Les indicó a todos que cogiesen sus escobas y se dispusiesen a entrenar. -Woods, no creo que Susan esté en condiciones de entrenar hoy.- advirtió James, cortándole el paso a su capitán.- Debe descansar. Recibió como respuesta unos ojos inquisitivos. Chasqueó la lengua. -¿También descansará el día del partido contra Hufflepuff?- le espetó.- Si quiere descansar, que se vaya del equipo. Susan buscó los ojos de James. -Estoy bien, no hace falta que vaya a enfermería. Fue Fred quien la agarró fuertemente del brazo. Observó la desazón que tenía la joven en su interior. No era cierto. -Sue.- la llamó.- No voy a dejar que entrenes con fiebre. -¡NOVATA!- le gritó Woods.- Sal ya de una puñetera vez y empieza a golpear…¡Espero que no lo hagas como una princesa! La joven resopló. Se acomodó en la escoba y salió al campo. Rose Weasley le lanzó una mirada de advertencia a James y se acercó a él con la escoba, antes de que los cazadores se pusiesen a lanzar quaffles. Tenía arrugas en la frente y se mordía el labio. -Woods se está pasando esta vez. Su primo asintió con rabia. -Este año el Quidditch está siendo un infierno.- la afirmación fue secundada por Rose, quien tuvo que volver a su posición bajo la mirada atenta de Woods. Parecía un tirano. Lo cierto era que nunca había destacado por sus habilidades de liderazgo. Y que tenía continuas discusiones con Roxanne en las tácticas que el equipo tomaba. Su prepotencia había ido aumentando durante los años. Los que lo conocían fuera del equipo decían que era una persona noble y atrevida, valiente. Sin embargo, las inseguridades le transformaban. Susan volaba despacio con la escoba. Fred también disminuyó el ritmo para que no llamase la atención su amiga. La estuvo imitando durante cinco minutos. Golpeaba sin fuerza ni gracia el bate. Si es que le daba al bludger. Apartaba los ojos de su amigo para que no viese lo destrozada que estaba. Aunque normalmente dormía muy poco, aquel día apenas lo había hecho. Le pesaba el cuerpo y a la vez le dolía. Tenía una nube punzante en la cabeza. Y la garganta le raspaba. Pero, sobre todo, estaba excesivamente cansada. Tanto, que perdió el conocimiento. James estaba pendiente todo el rato de ella. De hecho, estaba seguro de que Woods no había ni liberado la Snitch. Cuando vio que el bate descendía hasta hacerse añicos en el suelo, gritó su nombre. Fue Fred el que corrió hacia ella cuando se desestabilizó de la escoba. La sujetó por la cintura. Y la acercó a él. -¡Woods!- le vociferó James con furia.- Nos llevamos a Susan a la enfermería y me importa una mierda lo que me digas después. El joven, al ver a Susan, mantuvo una expresión de furia. Pero a la vez de impotencia. Era imposible que no la dejase marchar. Se le iba medio equipo. -¡Que la lleve Weasley!- le gritó a James.- Tú sigue entrenando. James sacudió la cabeza. Acompañó a sus amigos al vestuario. Susan no se sostenía en pie. Fred la cogió en brazos, acomodando la cabeza de su amiga sobre su pecho. La miró con un cariño infinito. James, en ese momento, se sintió fuera de lugar. Su amigo le estaba dedicando la mirada más tierna que jamás había visto. La sostenía como si fuese de cristal. Su rostro se endureció al mirar a Woods e ignorar sus maldiciones. -Yo la llevo, no te preocupes. El joven Potter asintió. Le rozó la espalda para darle apoyo y salió al campo. El año anterior, Fred le había confesado que le gustaba Susan. No creía que gustar fuese el término adecuado. Y sospechaba que Fred aún no se había dado cuenta. Fred Weasley llegó en unos quince minutos a la enfermería. Había andado deprisa y se había dejado las fuerzas en ello. A pesar de que su amiga fuese delgada, cargar con una persona inconsciente era una dura tarea. Incluso cuando había desarrollado una musculatura bastante impresionante. Cuando la dejó caer en una camilla con ayuda de Madame Pomfrey, Susan se despertó débilmente. Su rostro estaba encogido, y apenas podía moverse. Sus manos estaban heladas. Su frente en llamas. Madame Pomfrey la examinó. -Me temo que esta muchacha tiene gripe, y de las graves. La paciente se mordió el labio. No podía permitirse estar mucho tiempo en reposo. Temía que eso afectase a sus entrenamientos. Woods no la dejaría jugar contra Hufflepuff en diciembre. Seguramente acabaría cogiendo a Rogers o a Sheppard. Maldijo para sus adentros. Ella quería ser la golpeadora. -¿Tendré que estar mucho tiempo en enfermería? Fred le riñó con la mirada. Sabía perfectamente la razón de aquella -aparentemente- inocente pregunta. Le apretó con suavidad la mano. -El que sea necesario.- lo dijo con amabilidad. Madame Pomfrey estuvo de acuerdo. Le dejó un jarabe en la mesa que tenía a la izquierda de la camilla. -Tómese dos dosis al día y en una semana estarás como nueva.- le sonrió afablemente y dejó a los amigos solos. Susan lanzó una bocanada de aire. -No te preocupes, Sue. Da igual lo que diga Woods, tú vas a quedarte aquí hasta que te recuperes del todo. -Se pondrá hecho una furia, Fred.- le recordó, lamentándose del futuro que se vaticinaba. El joven apretó el agarre de su amiga. Esta le miró. Su visión estaba empañada, la cama realmente cómoda y el sueño que tenía demasiado dominante. Cuando cerró los ojos, sintió cómo Fred le besaba con ternura la frente. También percibió su agarre durante un largo rato, hasta que probablemente se le hubo dormido por la falta de movimiento. El sueño de Susan contagió a Fred, quien se durmió a la hora de estar allí. Esa fue la escena con la que se topó James al ir a comprobar el estado de su amiga. Sonrió alegremente. Estaba feliz por sus amigos, inconscientes de lo que eran capaces de sentir. James dudó entre marcharse o irse. Finalmente, les dejó solos. Como seguramente ellos desearían sin saberlo.
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