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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 27 de Enero de 2021, 11:55 [ Más información ] Tweet
(III) Capítulo 1: El conocimiento es poder
Lo que parecía un despacho infranqueable era, en realidad, una puerta fácil de abrir con un simple Alojomora. Bajo la superficie de estabilidad que simbolizaba la gigantesca puerta, quizás el aspecto que esta escondía aquella mañana del 29 de septiembre era algo extraño. Aparentemente estaba todo bien acomodado en su sitio habitual. Sin embargo, la presencia de la delgada figura que se paseaba entre archivo y archivo clasificado no era usual en aquel despacho. La única persona que guardaba el despacho de McKing no era precisamente el Ministro Mágico de Inglaterra. Las hebras de su cabello se encontraban peinadas meticulosamente hacia un lado de su rostro. El ceño lo tenía tan fruncido que no se percató de los golpes que comenzaron a sonar tras la puerta. Sus facciones juveniles transmitían un aire de intriga y de misterio mientras sostenía un archivo de páginas gastadas. El título le había atraído tanto que no se dio cuenta de que se había sentado encima de un antiguo baúl. Era exactamente lo que estaba buscando. O al menos eso pensaba, absorto en las primeras líneas de su lectura: "Informe criminológico sobre el fallecimiento de Richard Julius McKing. Según fuentes bibliográficas que explican el comportamiento de los basiliscos, estos atacan mortalmente por orden externa, a menudo de lo que se denomina un "adiestrador". Las víctimas que quedaron paralizadas fueron, por lo tanto, daños colaterales del objetivo principal: el asesinato del sujeto a causa del enfrentamiento directo, como apunta el informe forense. Los motivos que atañen este atentado son claramente políticos: vulnerar la estabilidad emocional del Ministro de Inglaterra a través de la pérdida de su primogénito. Cabe mencionar la futura protección directa del hijo menor de la víctima pasiva: Sebastian Marcus McKing. Al ser la futura toma de poder el propósito del agresor, este podría tratarse de una figura política, tanto nacional como extranjera, que amenaza la seguridad del Ministerio. El auror francés, Bastien Lebouf,…" De repente, el papel se encogió en sí mismo, siendo arrugado por algo que le quitó el valioso documento de las manos. A Sebastian le bastaron tan solo cinco segundos para comprender la situación que acontecía. Había utilizado la llave, la única copia en todo el mundo, del despacho del Ministro Mágico de Inglaterra. El día anterior, había cocinado unos hongos que le permitían tomar la apariencia de cualquier persona. Su padre. La eficacia de su pequeño plan le había sorprendido cuando entró en el Ministerio. Aparentemente, su padre era un hombre de pocas palabras, ya que nadie le dirigió ni una en su trayecto al despacho. De hecho, le hacían un pequeño vacío. Como si nadie quisiese interrumpirle de un extraño trance en el que parecía estar siempre. El propósito era buscar información, confidencial para el joven, entre los documentos archivados del hombre con más poder político e intelectual de su país. Resultaba tan complicado que fastidiaba decir que había sido pan comido. O quizás, esta vez se equivocaba. -¡¿Se puede saber qué haces, Sebastian?!- le gritó el hombre, mientras tiraba el papel al otro extremo de la habitación. Sebastian dudó un segundo antes de contestar pausadamente: -Buscaba lo que me pertenece. ¡La verdad sobre la muerte de mi hermano! El rostro de su padre se endureció y acto seguido cerró los puños, alejándolos del muchacho. Como si así evitase impulsos violentos contra él. -¡Sal de aquí y no vuelvas a entrar jamás!- cogiéndolo del brazo lo llevó a la puerta- ¡JAMÁS!- repitió echando a su hijo del despacho y cerrando la puerta con tanta fuerza, que creó un estruendo que sonó por todo el pasillo, provocando que todos los magos que allí se encontraban, sintieran lástima por el hijo pequeño del líder de aquel lugar. No sabían que, de hecho, la lástima era un sentimiento adecuado en ese momento. Desconocían el hecho de que el Ministro no le dirigía la palabra a su hijo menor desde el homicidio de su primogénito. Sebastian McKing estaba siendo ignorado por su familia. Su madre, después del divorcio, se había limitado a unas cuantas cartas al mes. Había delegado la custodia que le pertenecía del verano a su padre. Como si no pudiera soportar la responsabilidad de acogerle en las vacaciones. A su hijo. Y su padre parecía estar más de lleno en su trabajo que nunca. Las únicas personas que parecían tenerle en cuenta eran los aurores que recomendaron su futura protección en el informe. Tendría que buscar el modo de contactar con Bastien Lebouf.
Quedarse dormido encima de todos los informes esparcidos por el escritorio de su minúsculo despacho en un rincón de la sección de seguridad del Ministerio no era un hecho fuera de lo habitual. Al principio, Alexander Moonlight se sorprendió de no ser despedido por conducta despreocupada. Por su mal humor. Su temperamento. Sus discrepancias con Harry Potter. Argumentaba que él no tenía la culpa de que la mayoría de las operaciones que le atribuían tuviesen un desarrollo más fructífero por la noche. También se escudaba en su condición. Alexander Moonlight era un licántropo. El pomo de la puerta se giró cuidadosamente, como si aquella persona tuviese miedo de que la bestia interna del dueño del cubículo se despertase ferozmente. Sin embargo, la sonrisa de oreja a oreja que se asomó tras la puerta gritó para que el hombre lobo que escondía Alexander rugiese fuertemente: -¡MOOOOOOOOOOOOOOOOONNIE¡ Los ojos del auror se abrieron y su cuerpo en seguida se tensó y, dos segundos más tarde, se encontraba abalanzándose contra el que creía que era su enemigo. Sus extremidades se alargaron y sus músculos aumentaron, a la par que un vello facial apareció en un rostro de rasgos cambiantes. Su presa sufrió un cambio parecido que hizo parar el empuje de Alexander. El joven reaccionó en ese momento al darse cuenta de que su presa era tan inofensiva como él. Es más, su presa era su mejor amigo. -Joder, me cago en la leche, Ted.- se separó de él y lanzó un manotazo al aire.- ¡Podría haberte matado, descerebrado! Como si hubiese contado la mejor broma de la historia, el joven Lupin soltó varias carcajadas, provocando en Alexander un suspiro de resignación. El pelo de Ted cambió a un azul turquesa, incluido la prominente barba que había dejado crecer aquel verano. -No puedes convertirte Temible Alexander Greedy conmigo. Lo siento, han sido demasiados años juntos- volvió a reírse, mientras su viejo amigo ponía los ojos en blanco. La broma que ambos compartían se remontaba a los inicios de Alexander como auror unos años atrás, cuando decidió cambiar su apellido Greedy por Moonlight, de forma que pudiese crearse una prestigiosa reputación en el futuro, que no se viese dañada por su apellido. Alexander miró a su viejo amigo de reojo y, acto seguido, se fundieron en un abrazo de esos que hacían cerrar los ojos sin querer. -¿Cómo está Victoire?- preguntó el joven haciendo un gesto con las manos que redondeaban una barriga de embarazada invisible. - ¿Cómo de gorda está? Se encogieron los ojos de Ted como respuesta, a causa de la sonrisa azorada que las comisuras de sus labios estaban formando. -Creo que ya ha llegado a su límite de expansión- respondió, dejando un rastro de felicidad tras sus palabras. El joven del pelo turquesa se sentó en el asiento que el despacho tenía en frente del escritorio. Alexander le imitó acomodándose en la butaca que en numerosas ocasiones le servía de cama. -¿A qué has venido, Teddy? Ted dejó escapar un breve suspiro. Cada año, los dos viejos amigos tenían un día de reencuentro, puesto que desde que Alexander acabó Hogwarts un año antes que Ted debido a la edad, se encontraba muy ocupado siendo, o al menos entrenándose para ser, auror. De este modo, si alguna vez se visitaban fuera de ese día señalado, significaba que era algo importante. Esto había sucedido cuando el padre de Alexander murió, cuando Ted entró como profesor en Hogwarts y cuando se enteró de que iba a ser padre. Aquel 30 de septiembre no era un día de encuentro indicado en el calendario de estos viejos amigos. -No vengo como Ted Lupin, tu amigo.- su expresión se tornó más seria conforme hablaba.- Vengo como Edward Remus Ted Lupin, profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras del Colegio de Magia y Hechicería, Hogwarts. - ¿Te has dado cuenta de que hacer el título más largo no te hace más especial? -Minerva me manda para encomendarte una pequeña tarea, que no es precisamente…oficial.- Ted asomó una sonrisa burlona.- De hecho, oficialmente estoy aquí como tu amigo. No debes de informar de esto a nadie. Y con nadie, obviamente, y para mi futura seguridad, me refiero especialmente a Harry Potter. -Entendido, Lupin. Ningún problema con eso, tranquilo. Ted suspiró. -Minerva va a ser asesinada. -¿QUÉE?- interrumpió, afectado por esa simple frase el joven auror. -¡No me interrumpas! Y…, por las barbas de Merlín, ni se te ocurra volver a gritar. Alexander adoptó una mirada de recelo. -No se lo puedes decir a nadie. ¡Esto podría salvarle la vida! Tiene a un par de profesores protegiéndola día y noche, entre los que me incluyo, desde que nos advirtió de eso hace una semana. -¿Y qué es lo que yo tengo que hacer? -Pues pasearte de vez en cuando por Hogwarts, ya sabes, hacer rondas por el Bosque Prohibido - el ceño de Alexander Moonlight se frunció.- No preguntes por qué. Aunque seguramente tendrás las mismas sospechas que yo… -¿El Ojo quiere asesinar a McGonagall y me quiere a mí de perro guardián?
Sus rizos negros caían como una oscura cascada enmarcando su rostro de tez morena. La gravedad hacía que las lágrimas que se asomaban cayesen sobre la hierba que predominaba en el suelo de aquel hogar para corazones que habían dejado de latir. Numerosas tumbas ordenadas cuidadosamente, en las que reposaban las vidas de seres queridos a los que, viendo el aspecto de las flores que sobre ellas descansaban, se apreciaba quienes eran los que más se echaban en falta. La tumba más querida, probablemente, era la que joven tenía bajo sus pies. Rastros de rímel corrían colina abajo en sus mejillas, emborronadas, dejando un aspecto tan triste a la joven, que cualquier persona podría hacerse una idea de lo devastador que podía ser el sentimiento de perder a una mejor amiga. Moniqueue Jordan sintió, por primera vez en su vida, el sentimiento de vacío que se acoplaba en su corazón del que su padre le había hablado cuando relataba las muertes que la Batalla de Hogwarts había dejado. Sin embargo, sabía que aquellas muertes se escondían bajo el propósito de Lord Voldemort de acabar con todos sus opositores. Roxanne Weasley había sufrido una muerte despiadada sin razón justificable, aparentemente. La joven la había estado llorando todo el verano, tratando de encontrar, como toda la familia de la víctima hacía, una simple respuesta. Quizás Moniqueue tenía algo que los Weasleys no poseían: el diario de Roxanne. La mayor de las Jordan decidió quedárselo, con el permiso de Angelina Weasley, porque ambas sabían que lo que la joven recogía en él era todo lo que había vivido con su amiga en aquellos años. Roxanne había desarrollado un pequeño y secreto placer por la escritura, del cual podrían burlarse fácilmente su hermano y su padre. La joven, bajo su apariencia de tenacidad y dureza, escondía una extraña sensibilidad en sus palabras. El enorme lomo del libro que escondía su diario había empezado a ser leído por Moniqueue en aquel triste y desolado lugar. De aquella forma, la joven podría sentirse más cerca de su amiga. Como si aún estuviese viva a través de sus frases largas y de su forma directa de decir que «creo que a los Weasleys más que un tornillo, nos falta la caja de herramientas». Los aurores de la familia de la joven fallecida le habían consolado diciendo que el atentado contra su amiga era, en realidad, contra el poder que simbolizaban ellos, los héroes de la ya pasada guerra. De este modo, Moniqueue Jordan y todos los que conocían a Roxanne sabían con certeza que era una víctima inocente de la guerra que se auguraba en las tazas de té. Moniqueue leía tranquila, sin esperar nada que hiciese a su amiga no tan inocente. Hasta aquella mañana de finales de septiembre. «…Me estoy empezando a hartar de que siempre tenga que ser yo, y no Freddy, la que tenga que ir a Weasleys' Wizard Wheezes a ayudar a mi padre. Solo porque Fred sea el pequeño no significa que tenga menos mano con los clientes que yo. O sea, por supuesto que yo tengo mejor mano con ellos. Pero él también lo puede hacer. Aunque, días como hoy son los que me hacen pensar que merecen la pena. ¡Qué locos están estos magos! Ha venido una vieja como de incógnito. Tipo películas de los años setenta. Con un pañuelo en la cabeza y gafas de sol. Así menuda de estatura… ¡Y menudo bolso de marca que traía la abuela! Se ha ido directa a la sección de Filtros de Amor, lo cual tenía que comprobar. ¿Y si se hubiese perdido? ¿A que abuelete querría conquistar? En cuanto me ha visto aparecer se le ha puesto una sonrisa en la cara que parecía que iba a estallar. Entonces es cuando pensé: Roxanne, efectivamente se ha equivocado. Sin embargo, me dijo otra cosa: -Espero que seas una Weasley.- y le dije que sí, que por supuesto que lo era, que si no sabía que la mayoría de los Weasley éramos pelirrojos.- Muy bien, querida. Yo soy Vivian. Vengo a avisarte de algo: Tu familia está en peligro. Mi familia estaba en peligro. Jajajajajaja. Bueno, eso es lo que la mayoría del país piensa desde la guerra, ¿no? -Cuando pase algo fuera de lo normal en tu colegio, pequeña, entonces, todo habrá empezado. Cuídate, Roxanne. ¡Se sabía mi nombre! Aunque claro, todo el mundo sabe mi nombre si ha ido más de una vez a la tienda. Mi padre no hace nada más que repetir: "Roxane, traéme eso…" Bla bla bla. Es por eso por lo que pienso que Freddy debería ayudar en la tienda,…" Moniqueue en seguida revisó la fecha del pasaje. 23 de Agosto de 2016. Hacía cuatro años alguien sabía que algo malo iba a pasar. Aunque quizás, como pensaba Roxanne en aquel año, solo era una abuela que se había quedado encerrada en el pasado. -Buenos días, Moniqueue- saludó Angelina Weasley con un ramo de peonias en sus manos.- Me alegra ver que no dejas de visitar a mi hija. Te lo agradezco. La joven seguía algo paralizada por el pasaje que había dejado a la mitad, así que tardó algo en responder con un abrazo a la madre de su amiga. -Buenos días, señora Weasley. -¿Qué tal llevas el verano, Moniqueue? ¿Mejor? -Sí, bueno, no. -Monique se levantó del césped y se aclaró la garganta.- Es decir, puedo llevarlo. Preparándome para mi último año, supongo. ¿Y Fred? ¿Cómo está él? Angelina dejó que sus ojos se posasen en el suelo tristemente. -No lo sé. - miró a Monique con algo de esperanza.- ¿Sabes si tu hermana, Susan… sabes si habla con él? La joven se mordió el labio. -No, la verdad es que no. De hecho, está bastante preocupada por él. -Nosotros también, y James, y toda la familia.- admitió suspirando la mujer.- Tan solo sabemos que duerme a veces en casa. -Os dije que, a pesar de que estéis utilizando medidas para obtener información de forma involuntaria, no ibais a hacer que os relatase todo lo que sé.- explicó tranquilamente Minerva McGonagall. Se encontraba firmemente sentada en una butaca de madera en el centro de una sala circular. Su cabello, cuidadosamente peinado, dejaba ver algunas zonas en las que la alopecia había hecho mella. Su rostro, poblado con arrugas, era sereno a la vez que derrochaba un aire de seguridad en sí misma. A su alrededor, se alzaba el héroe de aquel país, el antiguo alumno de la persona que estaba siendo interrogada. Harry Potter mostraba rabia, ira y, sobre todo, impotencia. Creía que la directora de Hogwarts colaboraría en la tarea de poner a salvo a su familia y a sus allegados con la información que admitía tener, pero que se negaba a donar. -Al menos,…al menos dinos qué es lo que nos quieres ocultar.- suplicó esta vez el hombre, cuyos ojos se escondían tras dos pares de cristales. Los demás miembros del interrogatorio tenían la misma sensación que Harry Potter poseía. Eran apenas cinco personas en total. La confidencialidad de este acto tan solo se encontraba disponible para Harry Potter, Ronald Weasley, Charlie Weasley, Bastien Lebouf, auror francés, y Edward Whitehall, auror norteamericano. -El asesinato de Roxanne Weasley era un aviso para mí, Potter.- dijo Minerva. -¿Cómo lo sabes?- preguntó, escéptico, Lebouf.- ¿Cómo puedes saber eso? ¿Acaso te llamas Ivonne?- añadió haciendo alusión al nombre pintado en el vestido de la víctima. Minerva soltó una breve risa. -No, joven, no me llamo Ivonne. Mi nombre es Minerva. Edward Whitehall se acercó a ella: -¿Entonces? ¿Quién es Ivonne? -Veo que por fin estáis haciendo las preguntas correctas. Los presentes se miraron entre sí, todos empuñando aquella clave que había sobresalido sin querer. -¿Quién es Ivonne, Minerva?- preguntó Ronald. -Una antigua alumna- respondió dócilmente Minerva. En seguida, los cinco hablaron entre sí en susurros. Charlie Weasley fue el que se dispuso a abandonar la sala. Antes de que aquello ocurriese, Minerva McGonagall volvió a intervenir.- Desgraciadamente, no hay rastro de su expediente. Y ningún alumno de su época es capaz de recordarla. Nadie. -¿Y cómo es que tú sí que sabes quién es?- preguntó con retintín Lebouf. -Oh, querido. Yo fui su amiga.- el rostro de Harry Potter se crispó.- Y mi deber es protegerla. Que vosotros sepáis quién es supondrá un peligro para todos. El conocimiento, en numerables ocasiones, es poder. Y el poder, en manos inexpertas, es peligroso. Así que, podrán matarme que no os diré nada más. -Joder, Minerva.- maldijo Ronald.- ¡No puedes dejar que haya más muertes! ¡Ha muerto mi sobrina! ¡Joder, Minerva!- comenzó a maldecir su nombre y tuvo que ser calmado por Harry. -¿Quién más lo sabe?- inquirió Ed Whitehall.- Usted no puede ser la única, eres un blanco distintivo siendo directora de Hogwarts, ¿a que sí? ¿Quién más lo sabe? -Personas poderosas… Personas que están en peligro. -Supongo que no nos dirás sus nombres. -Supones bien, Charlie.- la anciana se aclaró la garganta.- Creo que ya he tenido suficiente. Así que, si me lo permitís, tengo un colegio que dirigir. Harry Potter le cogió del brazo y la miró a los ojos inquisitivamente. -¿Es Ivonne buena? ¿O pertenece al Clan del Ojo? -No sabría qué responder, querido.- Minerva le devolvió la mirada.
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