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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Lunes 25 de Enero de 2021, 16:18 [ Más información ] Tweet
(III) Prefacio
Rozaban las dos de la madrugada cuando un estruendo rompió el silencio que se había acomodado plácidamente en una casa adosada a las afueras del torbellino de luces y ruidos que azotaban la rutina de la ciudad de Londres. Un golpe seco que desencadenó un efecto dominó, el cual hizo temblar el suelo. El oído más avispado de aquellos que dormían se despertó en seguida y todo su cuerpo se tensó en apenas un segundo. Sus músculos fueron más rápidos que su adormilado cerebro. Sacudió con fuerza al cuerpo que yacía en un incómodo sueño a su lado. -Ron- le llamó en un grito ahogado. Había aprendido a que la cautela siempre era ventaja cuando un enemigo se descubría por algún despiste. Mientras Ronald Weasley se retorcía entre las sábanas y escondía la cabeza bajo la almohada para no ser molestado, con cierto mal humor; Hermione abrió el primer cajón de su mesita de noche y sacó el único objeto, que junto con sus gafas de leer, estaba allí depositado. Agarró con fuerza su varita. Un escalofrío azotó su espina dorsal. Hacía tiempo que no sentía adrenalina. Sus pies tocaron silenciosamente la cálida moqueta que cubría el suelo. Se dirigieron hábilmente hacia la puerta sin encender ninguna luz. Miró hacia atrás para asegurarse de que, como imaginaba, su marido seguía en la cama durmiendo al compás de su tranquila respiración. Quizás los pensamientos que azotaron su mente con violencia no eran los apropiados. La estaban ahogando. Giró el pomo de la puerta cuidadosamente, sin apenas hacer ruido alguno. Cuando asomó la cabeza para examinar la oscuridad del pasillo, un silencio ensordecedor fue intercambiado por el viento que empujaba con dureza las paredes de la casa. Tal vez había sido algún objeto precipitado al suelo debido alguna ventana abierta que su marido se hubiese dejado. Sin embargo, aquella sencilla hipótesis no le quitaba a Hermione la preocupación que se había acomodado en su pecho. Se trataba de una falsa conjetura. Desde el macabro asesinato de su inocente y atrevida sobrina, jamás olvidaban cerrar ventanas o puertas. En ningún momento dejaban de cerciorarse de que su casa estaba lo más protegida posible ante el anónimo peligro. Habían alzado una barrera contra el exterior, contra aquello que desconocían. Contra aquel ruido que la había despertado. Unos pasos se hicieron audibles en la planta inferior. Bastó tan solo un segundo para que el espíritu de heroína que yacía en uno de los rincones en desuso de Hermione, rugiese en busca de devorar aquello que amenazaba a su familia. La puerta de su dormitorio se quedó entreabierta tras la sombra de la mujer. Era capaz de ver gracias a la tenue luz que se escapa entre las cortinas del pasillo, procedente de las farolas de la calle. Las escaleras comenzaron a crujir bajo sus pies descalzos que acariciaban la moqueta. Cuando llegó al pie de la escalera, la luz que emergía del sótano se hizo visible. Esta vez, Hermione bajó las escaleras que se encontraban bajo las que subían hacia arriba con rapidez. Como si desease encontrarse cara a cara con el peligro para acabar en seguida con él. A la par que descendía a su pequeña biblioteca, cientos de hechizos de tortura corrieron en su mente a la espera de haber un elegido. En contraste con la escena que la mujer esperaba, un villano envuelto en una capa apuntando con su retorcida varita a alguno de sus hijos; la escena con la que se encontró hizo que toda la tensión acumulada se esfumase a través de un rugido: -¡HUGO! El nombre del niño retumbó en todas las paredes de su hogar. E incluso causó el desvelo nocturno que sacudía en contados momentos el sueño de Ronald. Este bajó apresuradamente, en paños menores, con la intención de proteger a su hijo menor ante su temible mujer. También fue sorprendido por una peculiar escena que hizo rememorar la infancia que la mujer que empuñaba la varita tuvo. Con una cariñosa y burlona advertencia, Ron le quitó la varita a Hermione. Acto seguido, volvió la vista hacia su hijo. Bajo la mesa que presidía aquel despacho, una montaña de libros abiertos ascendía, camuflando la mesa y, a la vez, sumergiéndola en libros, hasta la cima en la que se encontraba su hijo, a punto de tocar la lámpara con la cabeza. Las estanterías habían quedado casi vacías, volcadas en la mesa, causa probable del origen de la montaña del conocimiento. Hugo Weasley coronaba la obra de arte sentado sobre libros de pasta gruesa. En sus manos, reposaba abierto un libro de Encantamientos Avanzados, del cual parecía haberse roto la magia con la aparición de su madre. La expresión del niño era de timidez. Probablemente rozando la culpabilidad. Su mata de pelo caoba se arremolinaba en torno a su rostro, en el que unos ojos avellanas y una nariz respingona se encogían por la torcida sonrisa que asomaba en la comisura de sus labios. -¿Se puede saber qué demonios haces?- su padre se acercó a la montaña de libros y alzó la mano hacia su hijo, tendiéndosela para ayudarlo a bajar. Hugo cerró el libro y cogió, algo temeroso, la mano de su padre.- ¿Cuántas veces hay que decir en esta casa que no se juega con los libros? -Pero, papá,…. Que me los estaba aprendiendo…- replicó en vano. Cuando sus pies tocaron suelo firme, Hermione se abalanzó hacia él y lo estrujó entre sus brazos dándole un beso en su despeinada coronilla. -¿Por qué, cariño?- le preguntó su madre, sin rastro alguno de la ferocidad que soltó hacía unos segundos.- Ya tendrás tiempo para aprender todo este año en Hogwarts.- añadió en busca de calmar la intrépida mente de su hijo. Hugo miró azorado a sus padres y se mordió el labio. -Pero es que yo quiero saberlo todo.- el rubor de sus mejillas se disparó.- He estado aprendiendo muchos hechizos, y pociones… ¡E incluso he hecho algunos de los que me enseñaba McGonagal y funcionan a la perfección!- exclamó con algo de rabia, pero a la vez orgullo. Probablemente sus padres estarían pensando que aquello no había sido tan buena idea.- Sé que el segundo año aprendemos muy poco… Y yo quiero estar preparado. Si me aprendo todos los de la directora, seré mejor mago. - su voz descendía poco a poco y lo último que dijo fue tan solo un susurro:- Y podré protegeros. Hermione apretó el agarre que tenía sobre su hijo y observó a su marido con complicidad. Ronald, que estaba detrás de su mujer, alargó la mano para despeinar aún más el cabello de Hugo: -Hugo, nosotros te protegeremos, no hay de qué preocuparse… El niño no dejó acabar la frase de su padre. Un fuego surcó el iris de Hugo mientras se enfrentaba cara a cara a sus padres. -¡Sí!- exclamó- ¡Sí hay de qué preocuparnos! Vosotros no estáis en Hogwarts para protegernos.- les señaló con un dedo acusador.- Sino… ¿por qué se murió Roxanne? La pareja evitó mostrar un rostro de profunda y cansada tristeza, mientras las lágrimas salían a borbotones de los ojos de su hijo. Afortunadamente, lo único que el pequeño sabía era que Roxanne Weasley había muerto. Nadie, en ningún periódico, en ningún discurso, se le ocurrió mencionar las circunstancias en las que aquella joven perdió la vida. La mayoría de las personas mayores conocían el hecho de que fue asesinada. Los alumnos de Hogwarts, los profesores, los aurores y los familiares adultos de la joven eran los únicos que habían visto el cuerpo en busca de la razón oculta de aquel brutal homicidio. Hugo Weasley no intentaba averiguar la razón de la muerte de su prima. El niño sabía más que lo que sus padres podrían llegar a entender, a aquello que nadie sabía nombrar pero todos temían. -Hugo, vuelve a la cama.- ordenó Ron zanjando el tema con brusquedad. -Espera -le interrumpió su madre. Fijó la mirada en uno de los libros y lo cogió. Los hechizos del príncipe de los Encantamientos, de Myrddin Emrys. Hugo tragó saliva e hizo como si no supiera exactamente lo que acababa de pasar por la mente de su madre. -¿De dónde has sacado esto? La respuesta, naturalmente, la tenía preparada. -Me lo ha dado Minerva McGonagall, mamá -asintió con una sonrisa mientras lo decía. -No -negó su madre. Naturalmente, era imposible mentir a su madre con eso. -¿De dónde has sacado este libro, Hugo? Levantó el libro hacia él. Hugo se encogió de hombros. -De McGonagall -repitió. Si cambiaba su historia, intuirían que estaba mintiendo. -Hugo… Este libro es uno de los libros quemados en el incendio de la Biblioteca Imperial de Costantinopla… No quedó ningún ejemplar. ¿Por qué tienes uno, Hugo? -las palabras de su madre le asustaron. -¡No me mientas! Hugo se separó con rudeza de ella. El niño corrió escaleras arriba hacia su cuarto, danzo ruidosas zancadas que pretendían dar a conocer su enfado, su rabia, su niñez. Cuando se arropó entre sus sábanas, los engranajes de su cerebro maquinaron historias de cómo aquel libro había llegado a sus manos. Hugo Weasley había dedicado todo el verano a conocer todos los hechizos y pociones posibles que le enseñó ese libro. El propósito era la defensa de sus seres queridos. Charlotte Breelove le había avisado de profecías, de los peligros y de su destino. Hugo sabía que por su edad, por su aparente inocencia, el resto de adultos no le contaban la verdad. O la verdad era contada a medias. Comenzaba a estar harto de la existencia de secretos entre su propia familia. Sabía con certeza que todos los Weasley guardaban un secreto. Él mismo guardaba sus pequeñas misiones bajo llave. También mantenía a salvo aquel libro, hasta aquel instante. No se escapaba nadie de su familia. Algo había ocurrido aquel año, y por consiguiente, aquel verano. Había hecho cambiar a todos y cada uno de sus familiares. El asesinato de su prima Roxanne. Podía hacerse el inocente y el preocupado. El intrigado. Pero él sabía perfectamente que su prima había sido asesinada por el Ojo. Y también sabía que aquello no debía ser en vano. Ya no sentía nervios por empezar Hogwarts. Uno de los secretos de Hugo Weasley era sabía su destino. Y su destino era protegerles a todos.
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