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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(II) Capítulo 23: Dorada mediocridad
Nunca había tenido problemas en el colegio. Ni en el muggle. Ni en el mágico si se sinceraba. No era problemática, más bien. Los problemas en Hogwarts los tenía el resto de Slytherin con ella. Ella no había hecho nada. Alice Longbotton siempre se había considerado buena alumna y buena amiga. Buena compañera de clase. Incluso buena hija. Aunque, en ocasiones, cabría discrepar. ¿Quién la envenenaría entonces? ¿Para suicidarse? ¡Para saltar de la maldita Torre de Astronomía! Aquello le había costado más de una noche en las que empañó la almohada de lágrimas. Por mucho que Albus le dijera que no era su culpa, no hacía más que pensar en todo lo que podía mejorar y a quién había podido ofender. Pero que alguien la castigase así… ¿Tenía ella capacidad para enfadar tantísimo a alguien? No quería confesárselo a nadie. Le había hecho jurar a Albus que aquello se quedaría entre ellos dos. No quería preocupar a su padre. Montaría un espestáculo de aquello. Con total seguridad la sacarían de Hogwarts. Podía vivir así hasta entonces. Quizás lloraba más de lo que nunca había hecho. Pero tenía a Albus para apoyarse en él. Pobre. Intentaba no pasar demasiado tiempo a solas con él, para que su amigo no tuviera que soportar con solo sus hombros toda la carga de su desesperación y amargura. Suspiró al llegar a su cuarto después de un baño con el que buscaba despejarse. Fue un objetivo que no consiguió. Bajo la ducha, parecía que sus pensamientos eran más densos. Como si su bola se hiciera más grande. Tampoco quería contárselo a Rose Weasley. Ella se escandalizaría. Y Alice entendía que así fuera porque ella haría lo mismo por su amiga. No quería preocupar a nadie. Absolutamente a nadie. Tampoco a sus amigos nuevos. ¿Qué pensarían de ella? No le gustaba el sentimiento que se generaba en uno cuando alguien sentía que el resto palidecían al verla. No quería volver a percibir el miedo en los ojos de Albus al verla colgar de la baranda. Aquello poblaba sus pensamientos y sus pesadillas. Al acercarse a su cama vio una nota sobre su cama. Estaba escrita sobre un trozo de papel de su propio cuaderno, con su propio lápiz… Y con una caligrafía tan sumamente parecida a la suya que languideció. Su corazón tembló y sus manos sostenían a duras penas el papel mientras lo leía para sus adentros, letra a letra, quemando como el fuego en su interior. «Para seguir viva: aléjate de tus amigos. Para que ellos sigan vivos: sigue nuestras órdenes» Esperó que todos los nervios que sentía en su interior no se estuvieran exteriorizando. Miró a su mejor amigo. Fred Weasley era muy buen actor. Probablemente una carrera artística que no despegaría si James Potter la cagaba en ese justo instante. -No sé, James… Se necesita preparación -advirtió Hagrid. -Y mucho papeleo -añadió. En su cabeza, seguía refiriéndose a aquella persona como Hagrid. Para él, al menos, lo era hasta que se demostrara lo contrario. Tras la victoria con Ravenclaw, Susan y Brooks habían llegado corriendo a contarles la fatídica noticia. O sus sospechas confirmadas. Mentiría si James dijera que no le afectó de forma directa y no pidió tiempo para recomponerse. Fred confío ciegamente en el criterio de las muchachas. James no pudo hacerlo. James necesitaba verlo con sus propios ojos y sentir en su pecho que aquel Hagrid no era su Hagrid. El maldito mago que trajo al basilisco a Hogwarts. El de la cicatriz en la cara. El que casi los mata a todos el año anterior. Y estaba justo en la habitación con ellos. Tomando el té. Sí, probablemente no la mejor decisión del día. Ir directamente a la boca del lobo. Pero James necesitaba sentir que no era Hagrid para tomar cartas en el asunto. Aquello había sido idea de Brooks. Al parecer, podían aprender mucho de las hojas de té de una persona. Sobre todo, saber si era un impostor. Porque James necesitaban confirmación. Y, en el fondo, Fred también. No podían creer que aquello fuera cierto. -Mi padre lo hizo... Vamos Hagrid… No tiene por qué enterarse nadie… -No le presiones, James -le sacudió su amigo entre risas. Quizás era mejor no pensar en todo lo que tenía en mente. Particularmente porque hacerse el héroe no era lo que pretendía en esa estancia de su vida. Después de leer aquel estúpido artículo del Diario del Castillo, se juró a sí mismo alejarse de problemas y pasar desapercibido. Mas los problemas le llamaron a la puerta y le implicaban de forma tan radical que sería un imbécil si no contestaba la llamada. No podía dejar que la cría de Coleman dictara sus decisiones. Eso lo había entendido. Y sabía -joder que si lo sabía -que nunca sería su padre. Pero cualquier ser humano haría lo que estuviera en su mano para poder ayudar a sus seres queridos. Como, por ejemplo, tener que coger la taza de té de Hagrid y cambiarla por otra igual con un conjuro que le había enseñado Brooks. Bien, habían decidido que de eso se encargaba Fred. Y que James le distraería. Porque James estaba nervioso. Y no quería cagarla. Como sentía que lo estaba haciendo. -¿Sabes, Hagrid? -el semigigante se acercó a James con una sonrisa torcida en sus labios. El estómago de James se removió. Ojalá todo fuera un error de Brooks y de Jordan. Setas alucinógenas. ¿Y si hubieran estado expuestas a una extraña radiación en ese momento? -Venir aquí es como volver a casa… Es que… Es muy fuerte que acogieras a mis padres y ahora a mí. El semigigante se encogió de hombros, satisfecho con el comentario de su alumno. -Es lo que tiene ser viejo -contestó simplemente. -Es que los acompañaste desde los primeros castigos… Con Malfoy precisamente, como mi hermano… Malfoy, tío Ron, mi padre y mi madre, ¿no? Hagrid asintió rellenando la taza de Fred. Cogió la suya y le dio un trago. La dejó sobre la mesa y se retiró a la hornilla donde había más té para los tres. La tetera estaba sonando. La segunda remesa ya estaba lista. Observó cómo Fred se crujía los nudillos, dispuesto a llevar a cabo su tarea. James se incorporó y se acercó al semigigante. Esperó no tambalearse y que su voz no sonara frágil. James Sirius Potter ya tenía lo que había venido a evitar. Su confirmación de que aquella persona no era Rubeus Hagrid. -¿Te ayudo? -nunca se habría propuesto como voluntario en la cocina. Pero sus sospechas se acababan de confirmar, no necesitaba ningún té que dijera nada. Simplemente dejaría que Brooks lo leyera por si podía descubrir algo más. Pero su madre nunca había estado castigada con Malfoy, su tío Ron y su padre. Y Rubeus Hagrid aquello lo sabía. Él mismo se lo había contado. Justo en aquella cabaña. En su primer año en Hogwarts. En su primer castigo. Era imposible que Hagrid no lo rectificara. -Oh, me acabo de acordar…-dijo de pronto James. -Había quedado con McGonagall porque mi padre quería verme para algo de la prima Vic…¿Vienes, Fred? -¿Qué? No. ¿Aún no he acabado? -le miró extrañado. James negó con la cabeza. Sentía un nudo en su garganta que quería deshacer cuanto antes. -Bueno, me lo bebo rápido -le dio un sorbo rápido y dejó la taza de té. Se acercó a Hagrid y le dio un abrazo. -Nos vemos pronto, profe favorito. -Hasta pronto, Hagrid -se despidió James. Ambos salieron por la puerta que se cerró suavemente tras de ellos. Comenzaron a subir colina arriba en silencio. Fred comenzó a chillar internamente y James suspiró. -Brooks y Jordan te van a matar, ¿eres consciente de lo que has hecho? -No es él -respondió simplemente. -Se ha equivocado en la historia de mis padres -Entonces, su voz sonó rota. Frunció los labios y dejó escapar una bocanada de aire en busca de fuerzas. -¿Estás bien, James? -preguntó preocupado su mejor amigo. Le hizo un gesto para que no se detuviera. -Por suerte, he logrado coger la taza de té, pero me he llevado la del hechizo, no la de verdad… Y que sepas que la culpa la tienes tú… -Ya te digo yo que no es él, Fred -reiteró seriamente. -¿De veras estás bien? Llegaron a la altura del puente y la cruzaron con pasos rápidos. Habían quedado con Susan y Brooks al otro lado del puente colgante. James tenía el corazón acelerado. Un nudo en la garganta. Y no le apetecía quedarse con sus amigos a inventar estrategias para las que unos niños de catorce años no estaban preparados. Sintió el peso del artículo que le proclamaba un flipado sobre sus hombros. Jordan los cogió del antebrazo y los guio por los pasillos de Hogwarts en silencio. Les dijo algo como que habían decidido trasladar su sede de operaciones a otro sitio, pero para James aquello era escuchar un ruido lejano que le molestaba. Estaba en trance. Era como si estuviera a punto de desmayarse y las voces cada vez sonaran más lejanas. No había podido dejar de pensar en una sola cosa en todo el camino. En algo en lo que quizás el resto no había caído todavía. O sí y no habían querido decirlo en voz alta. Si aquella persona era el hombre de la cicatriz, ¿dónde estaba Hagrid? -¿Estás bien? -sintió que Susan Jordan acariciaba su rostro con la palma de la mano. Su visión se enfocó en ella. Sus grandes ojos negros lo miraban con cierta preocupación. Sintió la presencia de Fred a su izquierda y la atenta mirada de Brooks detrás de Sue. -Podemos dejarlo si quieres, James. No tenemos por qué meternos en problemas -razonó. -Tonterías, es solo que… Ya sabes, el shock del principiante -dijo Fred quitándole importancia a su letargo. James miró al suelo, avergonzado. Probablemente su comportamiento también confirmaba el artículo. Era una persona normal, ¿no? También podía traumatizarse. También tenía derecho en tomarse un tiempo en asimilar que una de sus personas favoritas que verdaderamente mostraba un afecto infinito hacia él estaba a saber dónde. A saber dónde, si es que seguía vivo. Y aquello era lo que más miedo le daba. Y entonces lo comprendió. Entendió cuál era su mayor miedo. Lo que aquel boggart del año anterior no pudo descifrar. Temía soberanamente la muerte de sus seres queridos. Su respiración se crispó. -Ven, Potter, siéntate sobre el árbol aquí -aconsejó Brooks, señalando el tronco de madera sobre el que habían improvisado un picnic. Lo hizo a duras penas. -Puedes llorar si quieres, ¿sabes? No te vamos a juzgar -le susurró Sue al oído. James negó con la cabeza conforme se sentaba y dejaba reposar su espalda contra la madera del árbol. Cerró los ojos suavemente. No tenía ganas de llorar. Era, simplemente, confusión. Quizás era su rabia y su tristeza en colisión. ¿Qué hacían ahora? ¿Se lo contaban a la directora? ¿Debían avisar, como no hicieron el año pasado, y dejar que los profesionales se ocuparan de aquello? Era la opción más madura. Sintió que alguien le cogía la mano que tenía tendida sobre el césped. Le transmitió una calidez acogedora. Abrió los ojos para encontrarse a Brooks mirándole con preocupación. Se giró para observar que Susan y Fred se habían alejado y conversaban mirando al suelo. La gente pasaba alrededor de ellos sin percatarse de la tormenta que sacudía la cabeza de James. -¿Ves cómo las drogas son malas? -murmuró Cornelia Brooks apretando la mano de James. Un segundo después, la soltó con delicadeza. James contempló cómo sacó de su bolsillo la taza de té que le habría dado Fred y la analizaba. Su rostro mostró decepción y volvió a guardarla. -No te preocupes, Potter, no vamos a hacer nada. -No estoy así porque esté asustado -confesó. La joven pareció no creerle. Era comprensible. El numerito que había hecho era para tomar cartas en el asunto. -James, ninguno sabemos qué hacer -le dijo con total sinceridad. -El año pasado tuvimos suerte… -Hagrid puede estar en peligro -sentenció James abruptamente. La joven asintió. Sus amigos volvieron a James. Se sentaron haciendo un corro. Se miraron entre sí. ¿Y ahora qué? Muy bien, habían descubierto que había un encapuchado infiltrado como profesor en Hogwarts. Que Hagrid estaba en peligro. ¿Cuál era el protocolo? ¿Por qué no había una asignatura para esas ocasiones? -Si le decimos a alguien superior que Hagrid puede estar en peligro… Pueden hacerle más daño -razonó Fred Weasley. -Es decir, si acudimos a los demás, ¿quién sabe si hay algún topo en el Ministerio? ¿O aquí? Hemos descubierto lo de Hagrid, pero…¿Y si hay más? -¿Sugieres que intentemos salvar a Hagrid nosotros? ¿Por qué nos sabemos si el resto está de nuestra parte? -recapituló Susan mordiéndose el labio. James no pudo descifrar si estaba de acuerdo con ello o no. James lanzó una mirada a Brooks. Ella había sido la que lo había descubierto. La que lo había planeado. ¿Tendría otro plan? Esta arrancaba la hierba con cuidado, escuchando a Weasley y a Jordan. -Tiene sentido -dijo James. Eso sorprendió a sus amigos. -No sabemos si podemos confiar en los demás… Porque no sabemos quiénes son exactamente… Sólo que queremos que Hagrid está a salvo. -¿Os habéis preguntado qué es lo que quieren? -inquirió Brooks. Les miró a los tres. -Sí, hay que poner a salvo a Hagrid, estoy de acuerdo… ¿Pero y si es una trampa? ¿Y si, de algún modo, esperaban que lo descubriéramos y fuésemos a por él? -Pues entonces son jodidamente buenos -afirmó Fred. -¿Por qué nosotros? -se cuestionó Susan. -No lo sé -contestó Cornelia. Suspiró. -El año pasado mataron al hijo del Ministro… Sería lógico pensar quiénes son el próximo objetivo en Hogwarts, ¿no? -Todos tragaron saliva. -Tenéis razón: no podemos confiar en nadie para salvar a Hagrid… Pero, ¿y si salvarle es precisamente lo que nos pone en peligro? Como un señuelo personificado para vosotros -añadió. Sí, la idea era clara. Y fundamentada. -Pues entonces es hora de devolver a Hagrid todo lo que ha hecho por mi familia -concluyó James. Sintió un fuego en su interior. Peligroso pero que le empoderaba. No sabía cómo manejarlo. -Podéis no acompañarme y lo entendería perfectamente… Pero sí que necesitaría vuestra ayuda. Los tres restantes se miraron entre sí, precavidos ante la declaración que acababa de emitir James. Estaba dispuesto a ir a una misión suicida por salvar a una persona que consideraba un miembro más de su familia. Y tenía sentido. Tenía sentido porque cada uno habría hecho exactamente lo mismo. Y, especialmente Susan y Fred, sabían que ellos siempre habrían contado con James. -De acuerdo, pero nada de planes de última hora -cedió Susan Jordan, tendiendo una mano sobre el centro del círculo que habían improvisado. James puso su palma sobre la de Susan Jordan. Miraron a Fred Weasley. -Bueno… Esto va en contra de todo lo que dijimos hace unos días… Pero prometedme que nadie se va a enterar, ¿vale? Es para salvar a Hagrid… No para salir en ningún periódico… -Sí, Fred, es por Hagrid -interrumpió James con una sonrisa. Entonces Fred chocó las dos palmas de sus amigos, derribándolas contra el césped. Surgió una risa cantarina de sus gargantas. Se giraron para ver la reacción de Brooks. ¿Qué haría ella? -Brooks -llamó una voz a las espaldas del círculo. Era Tom McGregor, el Ravenclaw jugador de Quidditch que solía estar siempre con Brooks. La joven se giró hacia él, con rubor en las mejillas. -¿Qué haces con estos? Ven, quiero enseñarte algo… Esta se levantó ímpetu. Se sacudió la falda del uniforme y se acomodó la capa a sus hombros. Se retiró el pelo castaño de sus hombros y les dedicó una sonrisa. -Yo acudiré a vosotros cuando lo necesitéis.
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