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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Jueves 21 de Enero de 2021, 20:22 [ Más información ] Tweet
(II) Capítulo 22: Deus ex machina
Las gorras del personal de la limpieza estaban infravaloradas y esa era una opinión que había desarrollado después de ver cómo las utilizaban en las películas muggle para infiltrarse en todo tipo de sitios. Era el disfraz perfecto para pasar al anonimato en tiempo récord. Eso y un carrito de la limpieza. En su caso, lo consiguió rápidamente cuando, al seguir a su tío Harry Potter al Departamento, se encontró con dos hombres que se disponían a soltarlo en el almacén. ¿Cómo entró? ¿Si ni siquiera tenía la mayoría de edad? Bueno, su padre ya no trabajaba en el Departamento de Seguridad Mágica… Pero seguía teniendo su traje. Algunos expedientes de otros aurores que trabajaban con él. Y de los que trabajosamente había conseguido una muestra de pelo. Por otro lado, una poción multijugos tampoco era complicada. Sobre todo, teniendo su poder. Y la varita que le habían permitido en tiempos libres bajo supervisión de McGonagall -y sin su supervisión, aunque no lo supieran. Sólo necesitaba una excusa para salir del colegio por la mañana. La consiguió gracias a Charlotte Breedlove, quien, pese a no querer participar de sus intentos por entrar en Hogwarts antes de tiempo, consideraba necesario su entrenamiento. Esta era bien versada en poción multijugos y hechizos de desmemorización ideales para sacar a Hugo Weasley del colegio. Lo siguiente era ir al Ministerio bajo el nombre de Joe Desplat. Un auror con algo de peso, barba y con ojeras. Hugo hizo una mueca de asco al verse el reflejo en el espejo. Siguió a su tío Harry Potter en la lejanía con visión de que lo dirigiera al Departamento de Seguridad Mágica. La poción multijugos no duraría mucho y debía cambiarse. Sus manos se volvieron más pequeñas conforme se acercaba al Departamento. Su corazón palpitó a mil por hora y dio pasos rápidos hacia el cuarto de la limpieza antes de asegurarse con varios vistazos de que no le había visto nadie. El cuarto estaba justo a la derecha de la entrada del Departamento, por lo que debía reflexionar sobre qué dirían cuándo vieran a una figura de diez años entrar con un carrito de la limpieza. Ojalá le tomaran por un elfo doméstico. Se quitó rápidamente el traje que le quedaba enorme y buscó rápidamente un uniforme de limpieza que le fuera de su talla. ¡Eureka! ¡Uno talla elfo doméstico! ¡Y una gorra de personal de la limpieza! Aquello no podía ser en serio. Sacó rápidamente el carrito de la limpieza y respiró profundamente. La siguiente fase acababa de comenzar. Debía entrar de lleno en el Departamento. Con la cabeza baja. Y buscar algo aquello por lo que había venido. Su misión y cometido. Sí, quizás había sido un encargo. Pero debía admitir que, desde el verano anterior, tenía que saber más sobre aquellos encapuchados. Sabía en su interior que aquello estaba relacionado con todo lo que giraba en torno a la seguridad internacional en aquel instante. Y le necesitaban a él aunque nunca lo admitieran. O, bueno, hasta que fuera lo suficientemente mayor. Dirigió el carrito de la limpieza por el pasillo que acababa en la puerta del Departamento. Su estatura se paseó por varios aurores que ni siquiera se inmutaron. Hasta que llegó a la puerta en la que un auror detuvo el carro. Y también detuvo el corazón de Hugo Weasley del susto. Ya estaba. Con que vieran su rostro todo había acabado. -Vaya, no sabía que seguían contratando a elfos domésticos en el Departamento…-comentó una voz a la que el rostro de Hugo no quería dirigirse con tal de que no distinguiera sus rasgos claramente Weasley. -Llevaba tiempo sin ver a uno… Será nuevo -aquella voz sí que la reconocía de la Madriguera. ¿Amigo de Teddy? -¿Quién eres, nuevo amigo? Alexander Moonlight retiró el carro para descubrir a la figura que tras él se encontraba. Hugo desvió la mirada. -Es tímido, vaya -se rio su amigo. Parecía que incluso la timidez no sería un enemigo digno del tal Moonlight. Le quitó sin tapujos la gorra a Hugo. El pelo rojizo quedó al descubierto. Así como su tapadera. -Hola -saludó enseñando los dientes a modo de sonrisa. Los aurores se quedaron atónitos. Alexander Moonlight rompió a reir. Bastien Lebouf cogió a Hugo Weasley del hombro y lo apartó hacia un lado. -¿Un Weasley? ¿Qué haces aquí, niño? -le inquirió apretando con fuerza su hombro y vigilando que nadie les estuviera escuchando. -Déjalo, Bastien, es el hijo de Ronald -advirtió Moonlight sin darle importancia y riéndose ante la situación tan extraña. Hugo seguía sonriendo y enseñando los dientes, con la gorra en la mano y en el traje del personal de la limpieza. -¿Qué se supone que estás haciendo, Hugo Weasley? -Venía a ver a mi tío Harry -dijo, intentando parecer un niño de diez años angelical. Nunca lo había conseguido. Y aquel no sería su momento. -¿Qué? ¿Tú sabes lo peligroso que es ahora el Departamento? -Bastien Lebouf se llevó la mano a la cabeza con desesperación. Parecía ocultar a Hugo con su propio cuerpo. -Ven, vamos a llevarte arriba para que tu tío no te vea… -¿Por qué no me puede ver mi tío? -Porque si te ve tu tío… Estás muerto… Tú y el personal de seguridad que vigila la zona… -Bueno, no sería la primera vez que demuestro que el Departamento de Seguridad no funciona correctamente… -¡Y tienes razón! -Moonlight encontraba sumamente divertido todo lo que Hugo soltaba por la boca. -Dios mío, voy a hacerte un club de fans, Hugo… Pero, digamos, que no vienes en el mejor momento, ¿vale? No eres muy querido en el Departamento por dejarlos en evidencia el verano pasado… ¿Y pretendes repetir…? Me gustaría evitar que te den una reprimenda, joven héroe. -Solo quiero más información sobre los encapuchados… Creo que puedo ayudaros con mi magia… -¡Y no lo dudo! -le contestó Lebouf con sinceridad. -Pero… ¡Información confidencial! Acaban de nombrar a uno de esos encapuchados que tú dices Ministro de Magia de Francia… El Ministerio no es el lugar más seguro para un niño en este momento. Ni para nadie, en realidad, Hugo. Hugo hizo como que reflexionaba. Sus, aparentemente, amigos le observaron con curiosidad. -Pero necesito algo del Departamento… -¿Qué vas a necesitar tú…? -preguntó con una mezcla de diversión e intriga Moonlight. -Un expediente -respondió simplemente. -Prometo no entrar si vosotros me lo dais -negoció el niño. Ambos se miraron, como si fuera la primera vez que se encontraban ante una situación así. Que lo era. -¿El expediente de quién? Hugo carraspeó. -Victoire Weasley -contestó simplemente. En caso de que alguno de aquellos aurores pudiera leer el pensamiento, dejó su mente en blanco. Aquello fue totalmente inesperado. Se tensaron. -¿Para qué necesitas su expediente? -No es asunto vuestro -fue su respuesta. -Pues no lo tendrás -concluyó Lebouf atónito ante aquella situación. -¿Para qué necesitas el expediente de tu prima, Hugo? -insistió Alexander Moonlight. Entonces, Hugo se lo pensó mejor. Tenía que conseguir ese expediente fuera como fuere. En ese momento, aquellos aurores no eran conscientes de la magnitud de la situación. ¿Llegarían a serlo en algún momento? Esperó que no. Que aquello se solucionara antes. Hugo tenía miedo, por primera vez en su vida, de que todo lo que podía pasar, se hiciera realidad. Como si uno tuviera una pesadilla y le dijeran que nunca había sido un sueño. -Para salvar el mundo -enseñó los dientes con una sonrisa que buscó convencer a los aurores más jóvenes del Departamento de Seguridad Mágica. Aquellas semanas ocurría algo insólito: el aula estaba tranquila. Algunos rayos de luz se escapaban entre las nubes, tímidos de encontrar una clase que, melancólica, añoraba la batuta que dirigía las habituales risas. Sí, Ernie McMillan era un buen profesor. Pero las comparaciones eran odiosas y saldría perdiendo contra Teddy Lupin. Al parecer, y afortunadamente, a McMillan aquello no le importaba. Siempre que sus alumnos disfrutaran aprendiendo era feliz. Ahora bien, cuando sus alumnos remoloneaban impacientes y hablaban más que trabajaban no era tan simpático. Parecían gustarle más las conversaciones que giraban en torno al jovial profesor que sobre la materia de Defensa Sobre las Artes Oscuras. Los rumores se habían extendido debido a la ausencia del profesor durante aquellas semanas. Muchos acudieron a su licantropía -no era, en absoluto, un secreto en el aula. No obstante, sabían que aquello nunca había durado tanto. Las alumnas de último curso llegaron a afirmar que se había fugado con Victoire Weasley. Otros aseguraban que, después de conocerlo como profesor, necesitaba un descanso de ellos. Los más pequeños creían que estaba en un congreso mágico. Cómo si aquello existiera. Y, finalmente, los más cercanos a él, los que de verdad estaban preocupados en un principio, guardaban en secreto las cartas y las noticias que llegaban relacionadas con su vida personal. Con el destino de Victoire Weasley y de su decisión con respecto al embarazo. -Weasley -le llamó un muchacho de Ravenclaw. Sintió un escalofrío. Estaba nerviosa por el partido y no quería ningún tipo de distracción. Ninguno. -¿En serio no sabes que le ha pasado a Lupin? Su mata de pelo dejó paso a sus cándidos ojos azules. Se mordió el labio inferior. No podía mostrar indecisión, pues tenía terminantemente prohibido informar sobre el tema. ¿En cuanto al embarazo? No tenía ni la más remota idea de si la hija de su tío Bill había decidido ser madre a los dieciocho. Rose Weasley miró distraída al suelo. ¿Era la vigésima vez que mentía? ¿Acto que odiaba profusamente porque apreciaba particularmente la honestidad del ser humano? -¿No dijo McGonagall que eran asuntos personales? -sugirió Scorpius Malfoy detrás del Ravenclaw John Gier con cordialidad. A su lado, Peter Greenwood asintió conforme a esa idea. -Además, dijo que no se insistiera sobre eso a los familiares…-recordó prudentemente Peter. Gier, sin embargo, no pareció satisfecho con la respuesta. Comprendió que no servía para nada volver a preguntar a Rose Weasley así que salió del aula. -Espero que Albus no se haya ido de la lengua con vosotros…-les señaló con el libro, como si de una varita a punto de lanzar una maldición se tratara, mientras lo metía en su cartera. Estos se rieron y se encogieron de hombros. Su primo era un caso perdido. Se recordó a sí misma no contarle nada que no querría que ni Malfoy ni Greenwood supieran. -Gracias, son un poco pesados últimamente. Tampoco quería seguir siendo la tacaña prima de sus mejores amigos, ¿no? Además, reconoció que aquella vez la habían salvado de inventarse una excusa que no funcionaría ante el Ravenclaw. Era una persona agradecida. Siempre lo había sido. Con las personas que se lo merecían. Ni Malfoy ni Perry lo habían merecido hasta entonces, ¿no? Además, tenía otros asuntos mayores de los que preocuparse. -¿Tú también has escuchado un gracias, Peter? -dijo con sorna Malfoy. Este soltó una risa. Se miraron entre sí y hablaron entre ellos mientras también recogían sus papiros. Rose Weasley suspiró para sus adentros. Su amiga Alice tenía razón, después de todo. Tener a Greenwood y a Malfoy como compañeros no estaba tan mal. Sobre todo, cuando era cierto que transmitían un breve remanso de paz y de despreocupación -aunque fuera extrema en ocasiones-; en un momento en el que la enfermera de Hogwarts le acababa de anunciar que debía proteger con su varita a toda su familia. Incluida a ella misma. ¿Qué si estaba asustada día sí y día también? Por supuesto. Podría ser Gryffindor, pero era una muchacha sensata. Si era consciente de una amenaza sobre su cabeza, debía ser prudente. Y, para ello, necesitaba el apoyo de personas que sabía que podrían defenderla en caso de que la cosa se pusiera fea. Malfoy y Greenwood ya lo hicieron hacía un año. Y lo acababan de hacer. Sonrió para sus adentros con cierto orgullo. Saldría de aquel embrollo. Perry Greenwood se acercó a ella. Se ajustó la capa y esperó a que Rose se girase hacia él. -Me voy a las gradas…He quedado con Alice y Albus para animaros en la parte Gryffindor pero solo pueden entrar conmigo… ¡Os veo en el juego! -se despidió con una sonrisa y se fue corriendo con el revuelo que causó con el resto de alumnos. Algunos le siguieron. Nadie quería perderse el partido. Rose Weasley sintió un revoloteo en su interior. Era su segundo partido. Y estaba nerviosa. Incluso cuando se trataba de equipos, el Quidditch era un tanto más individual. Rose no era buscadora, pero los cazadores necesitaban hacerlo de forma excepcional cada uno por sí solo para poder destacar y pasar las Quaffles por el aro. Sintió que su ritmo cardiaco se aceleraba. La presión que se ponía de más no podía ser buena. Solo había una opción y era ganar. Rose sintió la presencia de Scorpius Malfoy a su lado. -¿Piensas acompañarme? -Sí, claro, somos del mismo equipo, ¿no? -tal y como lo dijo, sorprendió a Rose. Fue con una naturalidad que nunca le había dirigido. Algo como amistad. Y le asustó. En parte. Pero también le agradó. -Si quieres, claro… Podemos ir al mismo sitio, por el mismo camino, pero a tres metros de distancia, naturalmente… -Está bien, Malfoy -contestó Rose Weasley. Se colgó la mochila al hombro y miró a los ojos de Malfoy. Siempre había creído que eran azules, pero en aquel momento parecían bastante grises. Igual los azules eran los de Perry. -¿Has estado estudiando el Mundial de 2002? Creo que estaría bien que nos ciñésemos a esa estrategia esta vez… Es la que mejor nos funciona junto con Moldavia de 2010… -Bueno, ¿y si lo dejamos para cuando lleguemos a la final? Yo creo que podríamos hacer simplemente Moldavia y ya… Para sorprender a todos… Haremos la de 2002 en la Final. -Si llegamos a la final, querrás decir… -Vamos a llegar, Malfoy, estoy segura -confesó con cierto orgullo Rose Weasley. -Somos los mejores cazadores que hay en Hogwarts ahora mismo… Y James es muy buen buscador, así que ganaremos. Se percató de que Malfoy le había lanzado una risa silenciosa y una mirada curiosa de reojo. Rose Weasley suspiró para sus adentros. ¿Qué culpa tenía ella de aspirar alto? Casi siempre había conseguido lo que quería si se ponía grandes metas. -Me gusta tenerte en el equipo, Weasley -lo dijo como si se hubiera resistido a admitirlo. Resignado. Como si aquello era fallarse a sí mismo. La joven se encogió de hombros. -¿Y a quién no? Faltaban pocos minutos para que la lección de Cuidado de las Criaturas Mágicas finalizara en la linde del Bosque Prohibido elegida por el profesor Rubeus Hagrid para impartir aquella clase sobre las crías de hipogrifos que verían las próximas semanas. Compartida con Hufflepuff, muchos habían suplicado abandonar antes la lección para poder hacerse un hueco en las gradas, pues, dado el aumento de la población maga entre muggles, había límite en aquellos últimos años y no todo el mundo podía ver el partido. Por esa razón, muchos salieron corriendo a por un buen sitio; o, al menos, a asegurarse uno. Sorprendentemente, incluso cuando Susan Jordan tenía a sus mejores amigos en el equipo, se sentía lo suficientemente responsable como para quedarse hasta el final de la lección. Ahora bien, tanto James como Fred habían salido disparados minutos antes para asegurarse de que podían calentar antes del partido y destrozar a los hermanos McGregor -el cual era el objetivo del partido, ya que daban por hecho que vencerían. Susan Jordan estaba absorta, como siempre, en el conocimiento de las criaturas mágicas. Abiertamente admitía que no era su asignatura favorita. Y, en cambio, sí que solía confesar que era la que más le apasionaba. Si se quedaba sin asiento en las gradas, sabía que podría verlo desde el vestuario Gryffindor, pues Roxanne le había facilitado una copia de las llaves. Decía que solo lo hacía porque era una alumna responsable y la causa era noble. Probablemente también fuera porque era la seguidora más leal del equipo. Si en el Quidditch hubiera mascotas, Susan Jordan sería el león de Gryffindor. -Se ha equivocado -murmuró Cornelia Brooks a su lado. Susan le dedicó una expresión extrañada. No sabía si hablaba con ella. Y si lo hacía, no sabía a qué se refería. -El profesor ha dicho que el uso de hipogrifos como transporte personal es considerado delito en algunos países… Pero es que es la más grave violación del Estatuto Internacional del Secreto -recalcó la joven Gryffindor mirando a Susan Jordan de reojo. Esta frunció los labios. -¿Y? Pues díselo -A Susan no le gustaba que la distrajeran en aquellas lecciones. Y menos si era por una soberana estupidez como aquella. ¿Qué más daba si Hagrid no se sabía bien los datos? Nadie iba a salir herido. Cornelia Brooks negó y suspiró. -Algo le pasa… No nos está enseñando bien, Susan -le miró a los ojos y vio el enigma que tenía en su cabeza la joven con la que había forjado una extraña unión desde que fue convencida por esta para que les ayudara a encontrar una solución para el basilisco el año anterior. Conocía esa mirada. Esa mirada era la misma que tuvo el año anterior cuando le anunció que sabía que era un basilisco lo que le había atacado. ¿Y qué tenía ahora con Hagrid? Susan puso los ojos en blanco. Claramente Brooks estaba pidiendo su ayuda como el año anterior. Y, bueno, al final sirvió bastante aquella extraña amistad, ¿no? -¿Qué sugieres entonces? -Llevamos meses sin ver a criaturas… Y es como si les tuviera miedo cuando se acerca a ellas… -dijo simplemente. Como si eso fuera un crimen grave. El mayor de los crímenes. Susan intuyó que había algo más. -No sé, supongo que estará cambiando algo en el mundo mágico. Pero Susan Jordan sabía que la joven ya tenía otra teoría en su cabeza y que pensaba compartir con ella en otro momento. No con el profesor Hagrid -el acusado -justo en frente de sus narices. Susan lo miró de nuevo. No cambió nada cuando intentó sospechar acerca de su comportamiento. Era exactamente el mismo de siempre, ¿no? Mas, confiaba ciegamente en Brooks más que en su propio criterio. Ahora bien, aquello debió haberlo pensado un tiempo ¿Cuánto habría esperado para contárselo? ¿Y cómo es que ella ni se había dado cuenta de un mínimo cambio en Hagrid? Aunque, si se detenía a pensarlo, era cierto que Hagrid se había estado comportando de manera extraña en los últimos meses. Pero, más bien, creía que era algo de ella misma. Sentía que ya no le gustaban tanto sus clases. Ya no se sentía tan absorbida. ¿Quizás era eso a lo que se refería Brooks? ¿O lo estaba culpando de algo más? -¡Y la clase se da por finalizada! -anunció el profesor. Todos corrieron para alejarse de aquella linde del Bosque Prohibido al campo de Quidditch para asistir al gran partido entre Ravenclaw y Gryffindor. En cualquier otro instante, los pies de Susan Jordan habrían sido más rápido que su raciocinio. Pero la atenta mirada de Cornelia Brooks la tenía anclada al suelo. Hagrid cogió sus cosas y las despidió con la mano. Se dirigió a su cabaña. Susan Jordan hizo amago de irse. Brooks la detuvo al agarrarle por el antebrazo. -Sigámosle -propuso en un hilo de voz. Perfecto. Una gran idea cuando todo el castillo estaba distraído viendo el partido de Quidditch. Y, en efecto, era una gran idea. Si Hagrid ocultaba algo, ¿no sería el momento perfecto para evadirse? ¿Quién se perdería el partido? Desde luego, ella, si no hubiera sido por la insistencia restrictiva de Brooks, habría sido la primera en salir pitando hacia el campo. -¿Cuánto tiempo llevas preparando esto? -le preguntó. -Unos días -se sinceró con una tímida sonrisa la muchacha. ¿Qué diantres pensaba encontrar? La gran figura de su profesor se internó en su cabaña. -¿Y si nos ve? -Soy su alumna… Me han quedado un par de dudas -señaló a su cerebro como fuente incansable de información. Susan Jordan asintió. Si el plan lo había pensado Brooks, tenía que ser sólido, ¿no? Había lagunas. Cierto. Pero para eso estaba su cerebro. Ella probablemente estaba allí para hacer bulto y porque sabía utilizar la varita. Más o menos. Más menos que más. Siguieron el camino hacia su cabaña por la linde del Bosque Prohibido. Cada vez más lejos del castillo. Más distanciadas de las personas que podrían salvarlas en caso de problemas. Y más cerca de su profesor Hagrid. Por Merlín, ¡Hagrid! ¡El guardián del bosque! La ventana, afortunadamente, estaba abierta. Desde una distancia prudente, podían ver lo que Hagrid hacía allí dentro, pero tendrían que acercarse más para distinguir si hacía algo sospechoso. -Ten -Brooks se había detenido y sostenía hacia Jordan un objeto que jamás pensó ver en el castillo. -Sí que lo tenías pensado, ¿eh? ¿De dónde lo has sacado? ¿Eres una scout? Unos malditos prismáticos. Y tenía dos. Uno para cada una. Esto era un plan sólido y no las barbaridades en las que se había metido en el pasado con Fred y James. Sin lugar a dudas, Cornelia Brooks sacaba sobresaliente hasta en la C.I.A. -Mi intuición no suele fallar, Jordan -le dijo como si nada. Pues esperaba que lo hiciera con Hagrid. ¿Qué esperaba que ocurriera? ¿Que Hagrid no estuviera estudiando lo suficiente para ser profesor? ¡Vaya delito! -Si tú lo dices… Entonces, se puso los prismáticos y se sintió como en un puesto de vigilancia. Esperó que no fuera de esos que perduraban horas y horas. Miró de reojo a Brooks. Se había desmarcado de la linde y observaba el interior a través de los prismáticos detrás de un árbol. Torpemente la imitó. Después de tantas películas de espías británicos, no había aprendido absolutamente nada. Y esta muchacha parecía sabérselas todas. Pensó en si la tía Hermione de sus amigos habría sido así de niña. Quizás esta le superaba. -Atenta, Jordan -le pidió. Esta asintió. Se colocó de nuevo los prismáticos y volvió la vista a su objeto de estudio. Quizás también estaba desconcentrada por el simple motivo de que sus amigos estaban jugando un partido de Quidditch -deporte que ella amaba -y se lo estaba perdiendo por culpa de Cornelia Brooks. ¿Significaba eso que eran amigas? ¿Eso era lo que hacían las amigas? ¿Sacrificar sus hobbys? No era algo que le gustara pero creía firmemente que Brooks necesitaba confirmar sus sospechas para quedarse tranquila. Después de todo, un jodido basilisco la paralizó el año anterior. Tendría que vencer sus traumas de algún modo. Fue entonces, inmersa en sus pensamientos, cuando lo vio. Hagrid se paseaba, de un lado a otro, por la cabaña. Y, conforme iba caminando haciendo líneas verticales sobre el suelo, su tamaño fue menguando. Su barba fue decreciendo. A través de sus prismáticos pudo ver -perfectamente -como una cicatriz comenzaba a cruzar su rostro y a cambiar sus rasgos. Rapidamente sacó un frasco de su abrigo y se lo bebió como si en ello se le fuera la vida. Susan cambió la mirada hacia Brooks. Esta se había llevado la mano a la cabeza con seriedad. Ambas habían reconocido la citratiz. Y ambas sabían qué había dentro de ese frasco. Quizás la intuición de Brooks estaba subestimada.
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