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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Lunes 25 de Enero de 2021, 16:18 [ Más información ] Tweet
(II) Capítulo 19: Torpeza propia
Harry Potter se instaló en la cabina telefónica. Sintió aquella sensación extraña que solía inundarle cuando esta le transportaba de una manera un tanto estrafalaria -como solía ser todo lo británico- hasta el Ministerio de Magia de Inglaterra. Observaba cómo las personas entraban y salían de los diferentes accesos al mundo mágico. Aquello se había convertido en parte de su rutina de forma tan rápida que rara vez asimiló lo extraordinario que le resultó la primera vez que lo contempló por primera vez. Hacía veinte años él mismo se había hecho pasar por un hombre más para infiltrarse. Quizás, en otras circunstancias, otra persona desearía robar sus pertenencias para colarse en su Departamento. No era un secreto que añoraba aquella adrenalina. Nadie le había advertido de las horas que uno debía pasar confinado en un despacho, envuelto en burocracia. El ascensor estacionó en la primera planta. Un hombre algo deteriorado por la edad y un joven auror entraron. Harry le dedicó una sonrisa sincera que no fue correspondida. Se guardó la sonrisa para sí mismo. Sabía la reputación del joven Alexander Moonlight. Teddy le había pedido paciencia. Era un muchacho complejo y complicado. Y Harry Potter podía no ser el mejor jefe. No obstante, seguía defendiéndolo frente al resto de aurores fuera él consciente o no. Lo necesitara él o no. Recordó que el propio Moonlight le espetó hacía pocos días que lo hacía por la propia reputación de Potter. Desde entonces, no le devolvía los saludos. Sí, era un hombre complicado. No podía desear que todos los licántropos fueran Lupin. Al llegar al Departamento de Seguridad, Harry Potter le indicó con un gesto al joven auror que le siguiera. -Moonlight- le nombró, haciendo uso del nombre que el mismo utilizaba, cuando el resto de superiores utilizaban su apellido que él tanto repudiaba.- Necesito hablar con usted en mi despacho. Se dirigieron hasta el despacho que le habían otorgado a Harry. Al abrir la puerta, el semblante serio del hombre de ojos verdes y pelo azabache se relajó, pues aquel sitio era tan agradable como su hogar, con las fotos cambiantes de sus seres más queridos. Esperó que aquello también transmitiera calidez al joven auror. Sin embargo, este ni se inmutó. -¿Para qué me necesita? -Es solo un favor… Y necesito a alguien de confianza -El joven puso los ojos en blanco. Harry Potter podía reconocer que quería ganarse la confianza de aquel muchacho. Sólo que no lo diría en voz alta. Era un joven con talento. Y lo necesitaba en su bando. -Es un poco peligroso… Tenemos poca información al respecto… La poca que se ha filtrado de las Altas Cámaras de este Ministerio -señaló hacia arriba con cierto desprecio. Por supuesto, haciendo clara referencia a la brecha que se estaba abriendo entre los bandos políticos que se estaban polarizando en el Ministerio. -Me toman por loco, Moonlight, pero estoy seguro de que hay una amenaza grave sobre nosotros… Una sonrisa burlona apareció sobre su rostro. Harry Potter quiso pensar -y se forzó en hacerlo -que aquella sonrisa le daba la razón, que se reía de la imprudencia del resto. -Por supuesto, señor Potter. ¿Es una misión de reconocimiento de una zona, cierto? Harry Potter estrechó el ceño. ¿Acaso sabía él más que el propio Harry? -En efecto… Solo que la zona es el lugar donde recogimos a mi sobrina Victoire Weasley… Un lugar cerrado… Necesito que te aparezcas fuera de ese lugar… Tendrás todos los recursos que quieras… Y no te hagas el valiente… -Señor Potter -le interrumpió. -Me lo pide a mí porque soy licántropo y tengo más posibilidades de salir vivo de eso, ¿verdad? El Jefe de Departamento de Seguridad enmudeció. Bajó la mirada y suspiró. -Señor Moonlight -respondió. -Cuando usted juró su mandato, juró proteger a la población. Juró poner su vida en riesgo. La novia de su mejor amigo fue secuestrada y llevada a un lugar desconocido al que pudimos acudir gracias a unas vagas referencias de un muchacho que probablemente esté muerto. Probablemente sea un simple cuartel. Pero, si logramos saber dónde está, es un paso más hacia el conocimiento de a qué nos enfrentamos. Usted es un soldado en esta guerra, señor Moonlight. No le he elegido a usted por ser licántropo. Le he elegido a usted porque es su deber. Y porque, en vistas de su lealtad a la causa y a su mejor amigo, confío en que será responsable con la información que recaude. Usted ha sido elegido porque ha sido usted el que ha elegido este deber. Se solía decir que la lluvia acompañaba los momentos más fúnebres. Un entierro con barro era un buen presagio. Significaba que el cielo también sufría una pérdida. Que el ambiente recordaba la melancolía de un día triste. Más los cínicos traían a colación el simple hecho de que la primavera y el agua eran inherentes. Y, aquel día, pese a que la muerte de Olivier Onlamein quedaba reciente en la memoria de sus familiares, ni siquiera se celebraba su entierro. Las luces de las farolas acababan de encenderse incluso cuando eran las cuatro de la tarde, pues la niebla era tan densa que se necesitaba de una luz artificial que hiciera distinguir las sombras que comenzaban a salir de la nada. Empapado, con el cabello dorado goteando en sus hombros, Octavio entró en la casa de sus padres en silencio. Tan solo su madre parecía esperarle sentada en el mullido sillón, con las manos reposando sobre su regazo y con los ojos tan abiertos, que parecía estar en vigilia y ser ese su cometido. Octavio se negó a pensar que su madre sentía algo de lástima por la muerte de su hermano. Sería una deshonra para el Clan si quiera imaginarse que su propia también se dejaría llevar por la debilidad que había consumido a su hermano. Sí, era su hijo. Pero no había estado a la altura. Era la mejor solución. Ni siquiera había tenido que sufrir. ¿Por qué su madre iba a estar guardándole el luto a un miserable traidor? Por eso Octavio estaba allí. Para asegurarse de que su madre no caía en el valle de amargura. -Madre -la llamó. Esta no se inmutó. Seguía con los ojos inundados de un negro azabache observando a las sombras emerger de la niebla y deambular por la marea blanca que cubría la ciudad danesa. -No merece la pena que estés así por él… -le espetó. Cogió una silla que componía una armonía con un conjunto mobiliario y se puso justo en frente de su madre, como si se tratara de su futura víctima. De una presa más. Suspiró. ¿Habría obtenido él la genética de su padre? Tenía en la cabeza las palabras de este al llamarle hacía unos instantes e informarle de la situación inamovible de su progenitora. Su padre no podía permitirse que toda su familia estuviera manchada de debilidad. Octavio, en su fuero interno, sabía que tan sólo había una solución para aquello. Dar ejemplo. Pero el Señor había considerado que aún no estaban de lleno en la guerra. Debían mostrar un poco de misericordia. -Nunca lo vas a entender, hijo -el hilo de voz de su madre salió como si se tratara de un fantasma hablando por ella. -Soy consciente de la traición de mi hijo… Pero no deja de ser mi hijo…Y tengo derecho a sufrir por él -sentenció. Octavio se levantó con ímpetu y, sin pensárselo dos veces, cruzó la cara de su madre con la palma de su mano. El chasquido sonó tan fuerte que cubrió el silencio de toda la habitación. Una lágrima surcó la mejilla de la mujer. -No te lo puedes permitir, madre -insistió su hijo. -A un traidor no se le llora -Octavio sacó un objeto de su abrigo y se lo mostró. -Te han privado del uso de tu varita y de tu libertad transitoria… ¡Lo siguiente es la muerte! ¡Deja de tener respeto por un traidor, madre! ¡Devuélveles el cuerpo de Olivier! ¡Él sabía a qué se enfrentaba cuando nos traicionó! ¿O es que acaso te hechizó antes de que le matara? La mujer tragó saliva. Miró a su hijo. Octavio supo que su madre no sentía temor hacia él. Jamás lo había tenido. Después de todo, ella era la que lo había creado así. ¿Por qué se retractaba de esa forma? ¿Qué le había hecho cambiar de opinión con respecto a sus propias ideas? -Nunca lo entenderás, Octavio… Tu hermano se enamoró y tú, criatura mía,… no tienes capacidad para amar… Soltó una bocanada de aire, como si la llevara aguantando un tiempo y así disipara sus pensamientos. El joven se mofó de aquello. Qué estupidez más grande. -Cómo si esa muggle le hubiera podido hechizar, madre… Quién te escuchara… -Octavio -le interrumpió con serenidad. -El amor es mucho más poderoso que cualquier magia que jamás puedas conjurar… Hará que muevas el mundo por él, que otros maten por él, que tú mates por él y que incluso mueras por él… No hay nada en el mundo más poderoso que el amor… -Pero a mi hermano no lo hizo poderoso, sino débil, madre. -Precisamente, una muggle, sin nada de magia en su sangre, logró que un mago sanguinario muriera por él… Lo doblegó. Lo hizo sumiso. Octavio, debes vengar a tu hermano… No repudiarle…Si pudiera, destrozaría el corazón de esa muggle con mis propias manos delante de sus ojos para que sintiera el mismo dolor que siento yo… Octavio sonrió. -Haré tus deseos realidad, madre. La diferencia entre correr y caminar deprisa radicaba en el ridículo que pretendía no hacer por los pasillos de Hogwarts. Y en la atención que pretendía no llamar. A pasos pequeños, decididos y acelerados, Rose Weasley se disponía a buscar por todo el castillo a su mejor amiga. Quizás caminar deprisa justo después de zamparse dos manzanas no era la mejor decisión del día. Janet ya se lo había advertido, pero Rose Weasley era conocida por su cabezonería, ¿por qué evitarlo en ese momento? Por lo menos no iba a un entrenamiento de Roxanne, que, gracias a Merlín, se había pospuesto por la lluvia. Desde luego, aquel año iba a adelgazar por una razón o por otra. Entre los entrenamientos, que no por dureza, sino por su propia competición interna contra Malfoy; las incansables e infinitas clases que había tomado para secretamente impresionar a su madre que parecía no sorprenderse con nada (¡sobre todo cuando su hermano Hugo recibía tutorías de McGonagall!); y los problemas políticos exteriores e internos que afectaban directamente a los suyos… Había conseguido que incluso llegara a perder un poco el apetito. ¡Perdería las defensas! Lo que más la perturbaba era el hecho de que Alice Longbotton no hubiera acudido a clase el día anterior. Y de que Albus no soltara prenda. Jamás recurriría a Perry, ni, naturalmente, a Malfoy, si antes podía averiguarlo por sus propios medios. Aunque aquello supusiera rastrear todo el castillo en busca de su mejor amiga. Y el último sitio que le quedaba, al cual no había acudido por auto-convicción, era la Enfermería. Al abrir la puerta de madera de roble, se encontró con la bóveda que daba cobijo a la hilera de camas en las que esperaba no encontrar a su mejor amiga. Encontró una figura al fondo, que, por su constitución, supo que no era Madame Pomfrey. Se dirigió hacia ella conforme el juego de luces que procedía de las vidrieras iluminaba su pelo rojizo. La muchacha que parecía atender a un joven de Hufflepuff, se tornó hacia ella y dio un sobresalto. Rose entornó los ojos. Nunca había visto a aquella muchacha que llevaba el traje de enfermera en el castillo. Debía ser una nueva incorporación. -Hola, Weasley, ¿buscas a Potter? -le saludó el joven de Hufflepuff. -Le dieron el alta a tu amiga ayer… -le informó. -¿Alice estaba aquí? -¿Eres una Weasley? -le preguntó la nueva enfermera con un acento de lo más extraño. -Sí -respondió, escéptica. Genial, de nuevo su reputación familiar por delante. - ¿Me podría decir que le ha pasado a Alice Longbotton? Es mi mejor amiga… La llevo buscando todo el día… -Creo que le han dicho algo de intox… -Me temo que por motivos profesionales, no se puede dar información de los pacientes -le respondió la nueva enfermera. ¿Pero dónde se creía que estaba? ¿En un hospital muggle? ¡Que en Hogwarts eso se lo pasaban de toda la vida por el forro! -Pero es mi amiga -explicó. -Mi mejor amiga -reiteró, insistiendo en su historial de amistad con ella. La enfermera suspiró y le sonrió. Se encogió de hombros y se retiró hacia otras camillas vacías. Como huyendo. Esta muchacha no sabía a quién se enfrentaba. Rose la siguió. -Lo siento, señorita Weasley… Pero es mi trabajo asegurarme de que se cumplen las normas… Además de hacerme cargo de los pacientes. -¿Usted sabe quién soy yo? -Si las normas de Hogwarts no funcionaban, siempre le quedaría acudir a su dichosa reputación familiar. Ni siquiera recibió una mirada de admiración ni de reconocimiento. Rose Weasley se fijó mejor en la joven de cabellos rubios largos y cuerpo esquelético. ¿De qué cementerio la habría resucitado Madame Pomfrey? -No sé quién es usted… Y he oído hablar de su familia… Pero, que yo sepa, no le da ningún privilegio -respondió sabiamente. O sea, privilegios como tal nunca había tenido… Pero la gente solía mostrar cierta flexibilidad… -Es que temo que mi amiga esté en peligro, ¿sabe? -susurró. O, pero la gente adoraba las teorías de conspiraciones, ¿no? -No se lleva muy bien con los de su Casa… Y, bueno, digamos que hay tensiones fuera de Hogwarts y personas que pueden haberse infiltrado para hacer daño a los hijos de personas importantes… Yo soy una de ellas… Y mi mejor amiga también claro… Aunque a usted eso le da igual, por supuesto… -¿Habla del Ojo? -musitó la enfermera cogiéndole del antebrazo y con los ojos desorbitados. A Rose Weasley casi se le escapa el corazón del pecho. Retiró rápidamente el agarre y se separó de aquella enfermera. La miró de soslayo. Ambas estaban asustadas la una de la otra. -¿Qué quiere? -le espetó Rose. Quizás si hubiera reaccionado de forma más inteligente, se habría ido, habría avisado a la directora y la habrían echado. Pero Rose Weasley era torpe. Supo que su madre lo habría hecho mejor. Pero ella, al fin y al cabo, era también hija de Ronald Weasley. Y no tomaba las mejores decisiones. Y, en ese instante, debía de hacer frente a esas consecuencias. -Yo…-la enfermera miró a su alrededor, quizás buscando un silencio protector que arropara el ataque sobre Rose. Esta se dispuso a morir. -Me llamo Imogen. Estoy aquí gracias a Madame Pomfrey y McGonagall y estoy escapando del Ojo y… ¿El Ojo está aquí? Vaya. Vaya cambio en el guion. -Bueno, no exactamente… Yo… ¿McGonagall dices? -se alejó un poco más de ella. Evidentemente no se fiaba ni un pelo. -Soy muggle -susurró. Rose Weasley no supo hacer otra cosa que entrar en un pánico interno poco práctico. Su cerebro no llegó siquiera a asimilar cómo una muggle podía estar frente a ella, tan segura de sí misma. Sin magia. En Hogwarts. Que no debía estar allí. Incluso esbozando el atisbo de una sonrisa. -Creo que… Debería irme La joven enfermera la retuvo. Le lanzó una mirada que parecía querer transmitir un poco de paz. Sin éxito. Aquello no lo conseguiría ni el mejor mago en ese instante. -No temas, señorita Weasley, no puedo hacerte daño. No tengo ni varita… Soy de los tuyos -Aquella frase hizo que Rose Weasley sintiese un escalofrío por la espalda. ¿Los suyos? ¿Quiénes eran los suyos? Por Merlín, que tenía 12 años y aún le costaba recordar su signo del horóscopo. -Respóndeme, señorita Weasley, ¿puedo confiar en ti? Porque necesito ayuda. Nunca en su vida se había desmayado y, en aquel momento, sintió que se desvanecía. Su color se escapó de su piel. Ella sólo quería ver a su amiga. No quería formar parte de los desvaríos de una enfermera que supuestamente era muggle, que sabía algo del Clan del Ojo y que, al parecer, quería su ayuda. Los ojos de la joven enfermera ¿Imogen? la buscaron instándole a otorgarle una respuesta. ¿Pero aquella mujer era demente? Muy probable, sí. ¿Y qué se suponía que debía responder ella? -¿Por qué? -acertó a decir. Rose Weasley se asustó al observar cómo Imogen tembló y miró por encima de su hombro. Suspiró y se metió un mechón de pelo por detrás de su oreja. -Porque si saben que estoy aquí… Que lo sabrán… Entonces estoy en peligro, y cuando yo lo esté empieza… Y… La profecía… La profecía dice que ya mismo empieza todo… Con la muerte de un Weasley. Nunca en su vida se había desmayado. Hasta ese instante.
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