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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(II) Capítulo 15: Caín
Para Dominique Weasley la lluvia era un contratiempo. Era una joven de aire libre. De pasear y pasear y absorber el sol con sus pecas. De salir del castillo para encontrarse con la atmósfera mágica que ofrecían los infinitos terrenos de Hogwarts. De acudir a la colonia de centauros y respirar los rayos de luz que procedían de las copas de los árboles. Para Dominique Weasley, que lloviera significaba que todo aquello debía posponerse. ¿Y qué le quedaba entonces? ¿Una chimenea y un par de libros? Ella no era su prima Molly. Tampoco ninguno de sus otros primos. Su vida ya había empezado a entroncarse con la de aquellas criaturas mágicas. Recordó con resquemor sus Navidades en la fortaleza de Aurel. ¡Había aprendido tanto! Le había dejado utilizar su biblioteca. Se había empapado sobre conocimiento de los centauros que deseaba compartir. Sobre los vampiros, pues, pese a ser buen huésped, aún seguía siendo una criatura mágica. Y, también, sobre licántropos. La presencia de Moonlight en el cónclave la había perturbado y sus heridas, que parecían cicatrizadas en su espalda, amenazaban con abrirse de nuevo. Tenía dudas. Muchas. Y sobre ella también. Pero poco había sobre las veelas. El primer día que cesó la lluvia, todos los alumnos salieron del castillo como si fuera la primera vez que lo hacían. Como si su rutina siempre hubiese implicado aventurarse por las lindes del Bosque Prohibido. Por esa misma razón, Dominique Weasley fue prudente y esperó a que pasasen los primeros días de euforia. Sobre todo, porque quería indagar una ruta nueva bordeando el lago hasta la colonia. Y no se había equivocado. Era justo lo que esperaba. El Lago reflejaba el paisaje y lo atrapaba en sus aguas como si fuese un lienzo perfecto. El murmullo de las pequeñas olas que causaban sus habitantes armonizaba con el canto de las criaturas aladas que, curiosas, observaban como Dominique Weasley inspiraba el mismo oxígeno que ellas. O la misma magia. Trotó por un camino improvisado, que probablemente había sido formado por los cascos de los centauros al acudir al agua del Lago como nutriente. Entonces, oyó un crujido de ramas a su espalda. Dominique Weasley sonrió. Seguramente sería una criatura valiente que se atrevía a seguirla. Pero, no obstante, su instinto la advirtió de que algo estaba mal. Contempló mejor el paisaje: el camino improvisado era demasiado ancho. Los árboles estaban recortados a su lado con ramas quebradas y con violencia. No era un camino formado por los centauros que habían contribuido a lo largo del tiempo a abrirse paso entre el Bosque Prohibido. Su corazón latió más fuerte. Era una criatura colosal la que se había dejado caer sobre el bosque, arrastrando todo consigo, y dejando el paso abierto para futuros transeúntes. Dominique siguió el camino. No tenía que apartar las ramas, pues la criatura había sido tan grande que ella era minúscula en ese improvisado cortafuego. Conforme avanzaba por el camino, sus latidos se oían más fuertes. Más presentes. Había escuchado otra rama crujir cerca de ella, pero estaba tan sumamente inmersa en aquel misterio que ni se inmutó. Poco a poco, fue distinguiendo una sombra que se hallaba al final del camino. Un borrón en el centro del bosque que rodeaba los árboles y los caía sobre él. Una imagen tan macabra que Dominique Weasley casi se desvanece. Sintió su instinto instarle a correr y huir de allí. El esqueleto del basilisco. -¡Dominique! -le gritó alguien. -¡AAARGH! -su voz salió de su estómago. Asustada y, tras dar un brinco, se giró hacia la criatura que le había estado siguiendo desde que salió del castillo. No pudo más que sentir decepción. -¿Qué haces aquí, Nicholas? No puedes estar aquí… Su corazón latió a mil por hora. Dominique Weasley sintió que había tenido suerte aquella vez. Que habían estado a punto de pillarla. Que, por muy poco, no había guiado a Nicholas Wood hasta la mismísima colonia de centauros. -Tú también estás aquí, ¿no? -dijo a la defensiva, ofendido probablemente por el hecho de que Dominique no hubiera acudido a sus brazos. -Además, ha merecido la pena… Vaya serpiente, ¿eh? -se acercó más a lo que quedaba de una de las criaturas más peligrosas del mundo mágico. -Menos mal que estoy aquí para protegerte… -se rio de su propio chiste. Si es que lo era. -O sea, que esto es lo que se cargó tu primo James… No es para tanto. Aguantó una risa burlona. No quería problemas con su propio novio. Pero aquello era ridículo. Ni siquiera era capaz de acercarse lo suficiente de lo que le imponía. Dominique se acercó a dónde estaba Nicholas. -¿Me has estado siguiendo? -cuestionó, razonablemente enfadada. Más en su interior que lo que estaba demostrando en ese momento. El joven asintió. -¿Por qué? -quiso saber la joven. Ahora no tenía ni libertad fuera del castillo. Se sintió encerrada en sí misma un instante. -Te has estado yendo mucho fuera, Dom… Quería asegurarme de que era solo porque te gusta la naturaleza y esas cosas, ¿no? Zoomaga o algo así -contestó, quitándole importancia a la expresión atónita del rostro de Dominique. -¿No confías en mí? -preguntó, casi con un hilo de voz que destilaba sorpresa y más decepción aún. ¿Cómo se le ocurría a ese idiota desconfiar de la única persona que tenía a su lado? Él simplemente se encogió de hombros. Como si fuera lo más natural del mundo. Sabía que Nicholas Woods era posesivo con ella. Y que le tenía celos a Ted Lupin. E, incluso, inexplicablemente a su hermano Louis, cuando ni siquiera tenían una relación tan cercana. Sabía que Nicholas Woods podía ser así. Pero nunca pensó que haría algo, tan inmaduro, como seguirla. Tan irrazonable. Tan opresor. Sintió que su burbuja acababa de explotar. ¿Podía seguir aguantando aquello? Lo único que le hacía seguir era su ánimo solidario de ayudar a que fuera mejor persona. Dominique Weasley verdaderamente lo creía. Y creía que funcionaba. Hasta ese instante. Podía justificarlo con el hecho de que Nicholas había centrado toda su atención en ella, al no tener Quiddtich de qué preocuparse. Que se había comido la cabeza con sus inseguridades. Pero, para Dominique Weasley, aquello no estaba bien. Ahora bien, ¿podría también intentar cambiar aquello? Se giró hacia el esqueleto, como si esa colosal incógnita de la naturaleza fuera a darle una respuesta. No obstante, le otorgó una pregunta que disipó el resto de sus pensamientos. -No tiene ojos -murmuró, más para ella y arrepentida al instante de haberlo dicho en voz alta. -Oh, es verdad -coincidió Nicholas Woods. Se dio cuenta, al estar más cerca del esqueleto, que el basilisco, más que muerto, estaba petrificado. Aquello explicaba que las escamas aún no se hubieran caído. El color grisáceo más que blanquecino. Pero no explicaba la razón de que las cuencas de sus ojos estuvieran vacías, arrancadas, con los nervios oculares brotando del interior de la criatura. Sintió un escalofrío. Quien fuera que hubiera hecho eso, no tenía buenas intenciones. Los ojos de los basiliscos era uno de los objetos más valiosos del mercado negro mágico. Eran, al fin y al cabo, lo que hacía a aquellas criaturas tan poderosas. Alguien tenía en su poder la capacidad de petrificar y matar con ellos. Tragó saliva y supo a quién debía avisar de aquello. Deambuló por los pasillos. Si aquello fuese una película muggle, probablemente parecería un zombie. Tenía ojeras. Que nunca en su vida había sabido lo que significaba tener ojeras. No le gustó. Se las arrancaría como se quitaría, en ese instante, todos los rumores que sobre él pesaban. No era fácil ser popular y que todos creyeran que eras un imbécil malcriado. Lo cual podía ser, parcialmente solo, cierto. Y aquello le desgarraba. Lo estaba pasando mal, por mucho que se riera con sus amigos después. En su interior, era totalmente oscuridad. Como si todo lo que le hacía feliz antes, le hubiese dado la espalda. Sabía que no podía seguir así: la fama no lo es todo, no necesitaba la aprobación del resto… Pero era un adolescente y se llamaba James Sirius Potter. Estaba acostumbrado a que todo el mundo quisiera ser su amigo. La tendencia de Hogwarts en ese instante no era precisamente esa. Por esa razón, buscaba a Ted Lupin. Podía escuchar horas y horas los consejos de sus amigos. ¡Qué Merlín bendijera a Susan y Fred! Después de todo lo que había pasado, eran los que más se preocupaban por él. Para eso estaban los amigos, ¿no? Pero aquel día tal vez buscaba una opinión, un consejo… O algo por el estilo, de una persona que él considerara que era más madura. Más experiencia…¿Igual a mejor razonamiento? Indudablemente Rose Weasley tendría más razonamiento… Pero seguía prefiriendo lamentarse de su situación ante el que consideraba su hermano mayor. Y, no obstante, McMillan le dijo que no estaba aquel día. Que le había surgido una emergencia familiar. En cualquier momento, James habría ido corriendo a McGonagall para saber cuál era la emergencia. Pero es que ni siquiera asimiló que su familia podría encontrarse en problemas. ¿Acaso estaba en depresión? ¿O era que los dramas adolescentes le estaban sumergiendo en una burbuja que solo tenía cabida para sus problemas? Decidió esconderse del resto del mundo. Y, en tanto que era un día radiante y soleado, el mejor lugar sin dudas sería la biblioteca. Se dirigió para allá. ¡Hasta qué punto estaba mal! Conforme cambiaba sus pasos hacia aquel lugar de Hogwarts que tan poco le atraía, recordó los consejos de Jordan. Su amiga le decía que cuanto más pensara sobre sus problemas -los cuales aseguraba que eran una estupidez si se relativizaba con el resto de problemas del mundo mágico; más grande se haría la bola. Que no debía sucumbir a la auto-compasión. Fred, en cambio, había optado por decirle que se tomara un tiempo… Pero que aquello era algo de lo que debía aprender. Quizás tenía razón, se había olvidado por completo de la existencia de un valor que jamás había puesto en marcha: la humildad. La aceptación de que no era tan importante. De que se equivocaba como el resto de mortales. Y de que su actitud arrogante no siempre era bienvenida. Sobre todo si los falsos rumores parecían tener sentido desde el exterior por aquella razón. Suspiró aliviado al encontrarse con pocas personas repartidas entre las infinitas estanterías de la biblioteca. Además, eran alumnos que a James poco le importaban. Probablemente ni sabían que James Sirius Potter era un cretino. O, con mayor probabilidad, sí y por eso pasaban de él. Una joven le miró con una sonrisa tímida. Era Hufflepuff y sabía que era de su edad porque su rostro le era infinitamente familiar de haber compartido clase con ella. Obviamente no sabía su nombre. En otra época, como si él tuviera milenios y midiera sus momentos por siglos, le habría guiñado el ojo. Eso le habría causado un subidón de autoestima porque la joven se habría ruborizado. Pero no. Ese James ya estaba harto del James de antes. Así que ni le devolvió la sonrisa. Se fue directo a un pasillo en el que no había nadie. Para no haber, no había ni escritorios. Tan poco conocía la biblioteca que ni reconocía los sitios para sentarse. Por eso no había nadie. Se dejó caer en la estantería. Apoyó la espalda contra conocimiento. Lo más cerca que estaría aquel día de páginas y papiros. Se sentó sobre el suelo. Se mordió el labio. Y se pasó, como quince minutos, en aquella posición. Estaba en el pasillo de libros del Arte de la Adivinación. Esos libros habrían llevado a su tía Hermione a la locura. Recordó su expresión cuando le dijo que había cogido aquella asignatura y esbozó una sonrisa. Sinceramente, no sabía muy bien la razón por la que había escogido de nuevo aquella asignatura. -¿Estás drogado? -le preguntó una voz. James se había sumergido tanto en la abstracción, que ni se percató de que una muchacha se había puesto de cuclillas ante él y le contemplaba atentamente, con una expresión divertida. Como si fuera un fenómeno sobrenatural. Bueno, estaba en Hogwarts. No sería nada raro. -¿Qué? -ni siquiera había escuchado lo que le había dicho. Focalizó su mirada en la persona que tenía ante ella. Cornelia Brooks. Se mordió el labio cuando recordó sus últimas palabras hacia ella. Sinceramente no le apetecía nada en absoluto pedir disculpas en aquel instante. -¿Sabías que las sustancias psicotrópicas están prohibidas en Hogwarts, no? -dijo ella, esbozando una sonrisa que tranquilizó a James. -¿Tienes fiebre o algo? ¿Qué haces en la biblioteca? ¿Sobre el suelo? ¿Tú? Parecía realmente ser la mayor diversión que había tenido Cornelia Brooks en aquel día. Además, estaba de buen humor. De algún modo, se lo transmitió. Recobró la compostura y apoyó su espalda recta sobre los libros. -Quería desaparecer -le confesó. Sintió cierta vergüenza por decir aquello en voz alta. No obstante, ella pareció no oírle. Se había incorporado y buscaba, distraída algún libro en la estantería de enfrente. Advirtió que hacía un conjuro con la varita y murmuraba un hechizo. Un libro apareció en un hueco libre. Lo cogió rápidamente. -Estoy de acuerdo en que este sitio es un buen lugar para desparecer -le dijo mientras alzaba el libro en el aire. Después le miró con mayor atención. -Pero me temo que si desapareces, tus problemas no desaparecen contigo -razonó. -¿Tú qué sabrás de mis problemas? -inquirió, algo ofendido por servir de consejera gratuita sin permiso. Ella se encogió de hombros. -Lo que escucho por ahí… Nada nuevo, en realidad -volvió a encogerse de hombros. James frunció el ceño. ¿No se daba cuenta de que estaba escapando precisamente de aquel tipo de comentarios? -Pero… No es para tanto, Potter. ¿Y qué si has sido un poco inmaduro? Tenemos catorce años, por Merlín… Ahora es cuando nos podemos permitir equivocarnos. ¿Sabías que nuestra personalidad no llega a formarse hasta los veintilargos? Todavía tienes tiempo de mejorar un poco -le sonrió. -Sólo que no lo conseguirás con drogas -advirtió, alzando una ceja inquisitiva. -No he tomado ninguna droga… -Lo que tú digas…-la joven sacó otro libro de la estantería. -Estoy estudiando Adivinación con Tom McGregor, ¿te quieres venir? -le propuso. James entornó sus ojos ante aquella extraña propuesta. Sabía que el año anterior se había llevado bien con Susan por lo del basilisco. Con él no tan bien, pero, al menos, habían compartido algo. Y después de haber pasado de ella durante el resto del curso, ¿se portaba bien con James? ¿Eso era lo que se suponía que hacían las buenas personas? -O puedes quedarte aquí nadando en tu miseria… Cornelia Brooks le tendió la mano para incorporarse. James la miró como si se tratara de algo completamente nuevo para él. Tal vez la muchacha sentía pena por él. Lo cual era bastante probable. Además, era su compañera en clase de Adivinación, debían llevarse bien. Agarró su mano y se levantó de un brinco. -Creo que… Me iré a dar una vuelta… Ya sabes, para que se me pasen los efectos de las sustancias psicotrópicas -la joven no captó la ironía de sus palabras. -Es broma -aclaró. Seguía escéptica. -¡De verdad! -Lo que tú digas, Potter. Ya no sabía si sentía náuseas de embarazo o por la situación que tenía ante ella. Se prohibió a sí misma volver a perder la conciencia. La habían despertado en una celda mugrienta. ¡Una celda! Ni que estuvieran en la Edad Media. Y, para colmo, le daban comida repugnante en bandejas de latón. Con la de gérmenes que tenía eso. Con lo que peligroso que podía ser alimentarse de un soporte oxidado. Para su bebé, sobre todo. Había tenido tiempo para recapacitar sobre lo que nacía dentro de ella. Sus primeros pensamientos habían sido sobre decidir si seguir adelante con ello o no. Tenía diecinueve años. ¿No le cambiaría la vida? Por otro lado, si el embarazo estaba desarrollado… ¿Sería aquello ilegal? Lloraba cada vez que la idea de no salir de allí la atormentaba y le arruinaba todos sus planes de vida. También pensaba en qué diría Ted. Al menos él tenía algo más claro qué iba a hacer en su futuro. Se pasó la mano por el vientre. Lo tenía más hinchado, al igual que su pecho. No obstante, sentía su cara más flaca. Los costados de su rostro más marcados. Sus labios resecos y sus ojos llorosos. Estar embarazada en una celda era lo peor que le había pasado en la vida. Se había replanteado todos los problemas que había creído tener atrás. Y le parecieron tan minúsculos, tan insignificantes, que le avergonzó haber sido así antes. Estaba rodeada de los hombres que habían atormentado su mente durante todos aquellos días. No la habían torturado con hechizos. Pero lo psicológico era una tortura más profunda que el daño físico. Sabía los nombres. Octavio Onlamein, el gemelo del hombre que había escapado con la muggle, era el peor de todos. No tenía piedad. Su mente era oscura como sus ropajes. O'Smosthery o Montdark era la bestia humana abrupta y violenta que tenía contenido en su interior una máquina de tortura. Theodore era un licántropo, lo cual fue fácil de digerir, pues su propio novio era uno. Mas tenían atributos tan dispares, que el ser esa criatura le producía escalofríos que jamás llegó a pensar. Y, por último, el menos amenazante para ella: Loring. Estaban todos reunidos, como esperando algo que ella no alcanzaba a comprender. Se referían a ella como la «Weasley». Y ninguno había tenido comprensión con el hecho de que estuviera embarazada. De hecho, se lo tomaban como una molestia añadida. La joven aún no sabía por qué seguía con vida. Aquello también le torturaba. Entonces, cuando creía que se iba a derrumbar en el suelo, por la debilidad que sentía de estar de pie ante ellos durante un largo rato, una figura se apareció a sus espaldas. Casi profirió un grito de sorpresa. E, incluso, sintió alivio cuando la vio. Lo que jamás habría pensado semanas atrás. Olivier Onlamein se apareció ante ellos. Y los demás lo estaban esperando. El temor le recorrió la espalda al recordar que le habían dejado elegir a quién mataría. Y, si el joven había puesto lejos de aquellos magos a la muggle, por descarte… La muerta sería ella. Sintió que se desvanecía. -Por fin… Has decidido matar a la Weasley -confirmó Montdark. Victoire Weasley esperó ver su vida pasar ante sus ojos. Los momentos más felices, los tristes, los excitantes y los que le desgarraban el aliento. No obstante, sólo se quedó petrificado, con los pies helados, y dos corazones palpitando al son de su desgracia. Se giró para ver a Olivier Onlamein. Intentó suplicarle con la mirada que no le hiciera nada. Este miraba al resto con ojos desafiantes. Se acercó a Victoire Weasley, quien se obligaba a sí misma no perder el conocimiento y hacer todo lo posible para evitar aquello. El joven sacó su varita y apuntó a Victoire. Más, rápidamente, cambió la dirección de su conjuro. -¡Expelliermus! -formuló, haciendo volar el arma de su hermano por los aires. Hubo una confusión. Octavio fue a por la varita de inmediato. -¡Te enterarás! -le amenazó. Olivier había creado una barrera entre Victoire y él con respecto al resto. La joven sabía que aquello no duraría mucho. Olivier se acercó más a sí a Victorie. La puso tras sí. -He llamado a aurores -le anunció. Las lágrimas de Victoire brotaron con esperanza, mientras el joven mantenía la barrera de protección a duras penas. -Debes proteger a tu hijo -le ordenó con un semblante tan sombrío que estremeció hasta la médula a la joven. La joven fue empujada al suelo y arrastrada lejos de Olivier por un conjuro de este. Se agarró fuertemente la barriga mientras veía cómo la barrera del joven caía poco a poco. La escena se sucedió con tanta rapidez que a la joven se le nubló la mente. -¡AVADA KEDAVRA! -maldijo Octavio hacia su propio hermano. -¡NOOO! -se lamentó Victoire Weasley, mientras el cuerpo inerte de Olivier caía lentamente sobre el suelo. Sintió miedo. Se aceleró su pulso. No podía más que observar el cadáver del que había sido su salvador. Unas figuras se aparecieron y comenzaron a lanzar hechizos sobre Octavio, Montdark y Loring, quienes respondían rápidamente. Danzaban sobre luces verdes, azules y rojas, sobre el cuerpo de Olivier Onlamein. Victoire profirió otro grito. Y rompió a llorar. Un hombre la cogió en brazos. Su rostro le era familiar, le era afable. Estaba a salvo. Pero sólo podía ver la mirada vacía de Olivier. Y despareció de allí, en brazos de un auror que le llevó de vuelta a casa.
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