Prefacio: Casus belli
La oscuridad y el frío envolvían el rincón de
aquel siniestro lugar. Fuera de aquella desechada cabaña de madera y
contrachapado, un bosque plagado de árboles desnudos y el suelo invisible por
la nieve transmitía una sensación de desolación que sacudía los huesos de la
figura que se retorcía en las aristas de aquella esquina, espalda contra la
gélida pared que paralizaba sus receptores nerviosos.
Más, no era la soledad lo que le hacía
retorcerse de un dolor insoportable.
El hombre fornido, de gran corpulencia,
cubierto por una especie de taras que formaban un abrigo arañado y sucio,
ahogaba gritos e hincaba sus uñas en el suelo en busca de que, al penetrar el
frío en su interior, las astillas del suelo en su piel, se calmase su tortura.
Dos figuras altas y delgadas se imponían ante
el hombre cuyas muecas parecían pasar inadvertidas. Pese a tener los rostros
cubiertos con una capucha, podía distinguirse una cruel sonrisa que ambos
compartían. Ambos parecían el doppelganger
del otro. Observaban callados la tortura de aquella pobre alma. Cómo pedía
piedad y cómo ellos le habían escupido como respuesta. Impasibles ante sus
ruegos hasta que sacaron sus varitas. Pues ninguno sostenía la varita que
torturaba.
Pertenecía a la figura corpulenta, cuyos ojos
parecían estar inyectados de sangre y cuya piel parecía invisible ante tanto
vello que le cubría. Se mordía el labio con saña, disfrutando del dolor que
estaba induciendo.
Los gemelos se acercaron al hombre postrado en
el suelo a un aliento de perder la conciencia y lo sostuvieron, cada uno
agarrando un brazo, pues era tan enorme que ninguno habría podido sostenerlo
por sí mismo.
-¿Dónde está tu héroe ahora? -sus palabras
salieron de su boca con la intención de herirle aún más. -¿Dónde está ese niño
que vivió cuando más lo necesitas?
El hombre sollozó y apartó la mirada de su
depredador. Este ladeó la cabeza y se acercó a su presa. Los gemelos lo
sostuvieron con más fuerza. Le cogió la maraña de pelo de su barba con el puño
y lo acercó a su rostro. Olía a podredumbre. Sintió cómo la varita de su
torturador rozaba su barriga.
-Quizás nos pueda servir -interrumpió una voz
femenina que justo en ese instante se apareció en la cabaña erigida en medio de
la nada.
-Tú…-dijo el pobre hombre, reconociendo a la
muchacha.
La presa se percató de que los gemelos se
tensaron.
Su depredador soltó una risotada.
-¿Qué dices, niña? Nos ha dicho Loring que le
destrocemos las tripas -aclaró, dejando claro que cumplían órdenes que eran un
placer llevar a cabo.
-Y a mí me ha dicho Graham McOrez que quizás
nos pueda servir -sentenció la muchacha con serenidad. Como si su menuda
estatura en comparación con la corpulencia del otro no le fuera ningún
impedimento para hacerse oír. -Ya tendrás tiempo de sacarle las tripas a los
que quieras, Theodore. Pero estas no.
-¿Para qué lo quiere? -preguntó uno de los
gemelos.
-Eso no es vuestro asunto -respondió
simplemente la joven.
El otro gemelo dejó su agarre y se acercó a la
muchacha. Acercó su mano a su cuello y lo rodeó con fuerza. Fue inesperado, por
lo que la joven gimió e intentó zafarse del agarre sin éxito.
-¿Desde cuándo nos das tú las órdenes, Cross?
-preguntó, visiblemente enrabietado.
-Déjala, Octavio -le pidió su gemelo, el cual
sostenía todo el peso del hombre que parecía derrumbarse en cualquier momento.
-¡Suéltame! -le pidió la joven, dándole
patadas ante las que ni se inmutó Octavio Onlamein.
El joven musculado soltó a la muchacha y la
miró con cierta amenaza en sus ojos.
-¿Qué te ha dicho exactamente? ¿Y por qué nos
dijo Loring que nos hiciéramos cargo de él entonces?
-¡Que os hicierais cargo! ¡No que lo mataseis
como sabuesos! -le recriminó, pasando la mirada por los tres aludidos en sus
palabras. -McOrez quiere que sirva como señuelo… ¡No como motivo de venganza,
imbéciles!
-Cuida tu tono, Cross -avisó esta vez otro
gemelo, Olivier Onlamein.
-¿Entonces sólo tenemos que esperar a que
vengan a por él? ¡Pueden tardar siglos en descubrir donde estamos!-argumentó
Theodore, cuyos ojos inyectados de sangre parecían vibrar de rabia.
-Y no ayuda que vengas tú, Cross, podrían
descubrirte y se iría todo al traste -recriminó Octavio Onlamein.
-Oh, estoy segura de que algunos ya lo intuyen
gracias a vuestro numerito con el basilisco…¡No os deberían dejar por vuestra
cuenta!
-El Señor nos felicitó por la actuación,
Cross, ¿qué has hecho tú para llamar la atención de Él?
El silencio le dio la razón a Olivier.
-Bueno, bola de mierda -dijo Theodore
refiriéndose a su presa. -Parece que hoy es tu día de suerte.