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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
No es fácil ser un Malfoy
Capítulo 19: No es fácil ser un Malfoy Al sureste de Inglaterra, la Pascua había llegado a la Mansión Malfoy. El hogar de varias generaciones de esta dinastía y, en ese momento, ocupada por Draco Malfoy y su familia. No había sido fácil que Lucius Malfoy y su mujer, Narcissa, abandonaran la casa. Pese a estar entre los bienes que iba a heredar Draco, Lucius renunciaba a dejarle la propiedad a su hijo, dado el talante progresista que parecía haber adquirido en la «Restauración». Pocos sabían que Lucius Malfoy se había ido de aquella mansión a otra casa de campo que tenían en Gales por una condición que había impuesto a Draco: disfrutar de su nieto todas las vacaciones. ¿Por qué no iba a dejar Draco que su padre disfrutase de su nieto, Scorpius Malfoy? Con once años, Scorpius aún no sabía la respuesta. Entendía que su abuelo era complicado: trataba a su padre con desprecio, a su madre con superioridad, soltaba sandeces por las que un tribunal no dudaría en mandarlo a Azkaban con el resto de mortífagos y en más de una ocasión le había dado una bofetada. «Aprende a ser un Malfoy», le decía su abuelo cuando a Scorpius se le ocurría decir ideas que, según su propia concepción y las de sus padres, eran razonables para una convivencia pacífica. Más que razonables, eran ideas que no atentaban contra los derechos ni la igualdad de resto de personas. Scorpius reconocía en su interior que no sentía orgullo hacia su abuelo: había evitado Azkaban revelando todos los nombres de los mortífagos que huyeron en 1998. Se salvó su propio pellejo encarcelando a los que habían sido sus amigos, cuando él había cometido el mismo crimen. Incluso peor. A menudo Scorpius recapacitaba sobre lo que había supuesto su familia, la dinastía de los Malfoy, en la Guerra. Él tenía que limpiar esa imagen del apellido Malfoy. Y lo estaba logrando. Ya se apreciaba un cambio: el último descendiente de aquella familia era Gryffindor. Su abuelo no le visitó la anterior Navidad por aquella razón. Pero en Pascuas sí. No obstante, Draco había impedido a toda costa que su hijo estuviera en una estancia a solas con su abuelo. Sabía de lo que Lucius era capaz. «Tu abuelo… Ya sabes cómo es. Sólo te pido que no le cuentes nada sobre tu amistad con el hijo de Potter», le rogó. Scorpius había visto el miedo en sus ojos. ¿De qué sería capaz su abuelo? Su padre había sido reticente cuando le comentaba que su mejor amigo era Albus Potter y Peter Greenwood, el hijo de unos muggles. «Para papá es complicado porque es así como se ha criado: odiándoles. No es justificación alguna, hijo, pero valora que está intentándolo» le decía su madre. «Nos preocupa porque eres un Malfoy y te pueden hacer daño si no dejas de cambiar las cosas», le advertía su padre. Nada más entrar en la mansión había un amplio vestíbulo, pobremente iluminado y suntuosamente decorado, con una gran alfombra que lo cubría en su mayoría. Había retratos de antiguos miembros de la familia. El salón, en la habitación contigua, era una sala grande con una hermosa chimenea de mármol trasmontada por una ventana dorada y sobre la que había un espejo con marco dorado. El suelo de la habitación estaba pulido y cubierto en parte por una alfombra. Una lámpara de araña colgaba del techo. Se distinguían retratos colgados en las paredes de un color morado oscuro y varias sillas y sillones. En una de ellas estaba Scorpius Malfoy, leyendo las notas que había cogido en Historia de la Magia sobre Emeric el Malvado. Una sombra le tapó la luz y el joven tragó saliva. Estaba solo en su habitación y temía que fuera su abuelo para reprenderle acerca de su comportamiento.
Scorpius apartó la vista de las notas y alzó su mirada. Su abuela parecía irritada y no precisamente por el contenido de la clase de Binns. Suspiró para sus adentros, pues probablemente sería por alguna discusión con su madre sobre la pureza de sangre. Sus comidas familiares siempre acababan en aquel debate. Uno en el que Scorpius solía mantener la boca cerrada para no entrar en conflicto, pero en el que acudía a defender y apoyar a su madre siempre que lo consideraba de vital necesidad.
Con lo que no contaba Narcissa Malfoy en ese momento era con que su nieto era un Gryffindor. Los ojos de Scorpius soltaron una llamarada de rabia. ¿Le molestaba que su abuela le amenazara de esa manera con esas palabras que resonaban a una era antigua? ¡Mucho! El joven sostuvo la mirada de su abuela, desafiándola. Reconocía, tras ese silencio tan afilado como un cuchillo, que la acusación coincidía con la realidad. -El abuelo se libró de ir a Azkaban por traicionar a los suyos -recordó. La puerta se abrió, evitando que Narcissa Malfoy respondiese de mala manera a su nieto para recordarle ella la jerarquía familiar como era debido. La madre del joven entró al salón y no pasó inadvertido el agarre que su abuela no detuvo en la barbilla de Scorpius. La abuela se dio cuenta y bajó su mano con una tierna sonrisa. -Solamente le estaba recordando a su hijo quién es y las consecuencias que eso supone -se excusó con una cordial sonrisa hacia Astoria. -Basta, Narcissa -sentenció Astoria, visiblemente molesta con su suegra. -Le recuerdo que en esta casa usted perdió su derecho a opinar hace mucho tiempo. -Tú habrías hecho lo mismo, niña -le dijo, con un desdén de superioridad que hizo temblar a su madre de rabia. -Era lo mejor para Draco en ese momento. Scorpius apartó la mirada del cruce de palabras entre su madre y su abuela. Había cosas que sus padres le habían ocultado de su pasado. Sabía con certeza que eran cosas oscuras, cosas que le causarían pesadillas y por las que jamás miraría a su familia con los mismos ojos. -Yo jamás intentaría convertir a mi hijo en un monstruo -escupió con saña. Esta vez fue su abuela la que tembló de ira y notó cómo sus músculos se tensaban bajo su vestido verde. Narcissa Malfoy había perdido mucho con la guerra: su prestigio, su poder, sus bienes, su voz y, lo que más le dolía, a su hijo. Siempre culparía a la niñata de Astoria Greengrass por meter pájaros en la cabeza de su hijo que lo alejarían para siempre. -No hizo falta -respondió su abuela. Esta le acarició la cuna de su remolino de color platino mientras desafiaba con la mirada a su madre. Scorpius sintió un escalofría al sentirse prisionero de una situación que no quería presenciar. -Los hombres Malfoy siempre tienen a un monstruo dentro…Solo se tiene que despertar -dicho esto tiró del peló de su nieto con sutileza y el joven hizo una mueca de dolor. -¿Qué está pasando aquí? -Draco Malfoy entró justo en ese momento en la sala. Su abuela soltó el puñado de pelos en frente de su hijo mientras encajó la mandíbula con dureza. -Nada que no hayas visto antes -dijo como si nada Narcissa Malfoy. Draco Malfoy se acercó hacia ella con pose amenazadora. -No es necesario que te pongas así, hijo. Tu padre y yo ya nos vamos. Hemos tenido suficiente dosis de la decepcionante vida que estás llevando. Narcissa Malfoy se acercó a su hijo y le dio un beso frío en la mejilla mientras su hijo se mantenía impasible. Abandonó la habitación arrastrando su vestido verde esmeralda y llevándose consigo la asfixiante sensación que se había acomodado en Scorpius. Astoria acudió en seguida a su hijo, preocupada por su estado y, sobre todo, por su conciencia. -Cariño, ¿estás bien? No escuches lo que diga la abuela. Ya tiene una edad y no sabe lo que dice -el joven sabía que no era así. Estaba totalmente seguro de que aquello solo era un atisbo de lo que su padre debió de haber vivido a su edad. Aquello le enfureció. -Vamos, date una ducha que te haga olvidar todo esto. -Sí, mamá -asentía mientras se levantaba del sillón, algo que creía hacía unos instantes que no podría hacer. Antes de comenzar su trayecto hacia el baño miró a sus padres que le contemplaban como si fuese una pieza frágil de porcelana. -No pasa nada, ¿eh? Es mucho peor en Hogwarts. Sus pasos siguieron su camino hacia la puerta, dejando solos en la habitación a sus padres. En cuanto el joven se hubo ido, Draco se acercó a Astoria y la abrazó por la espalda. -Siento que tengas que aguantar todo esto -susurró, como si sus palabras fuesen un sollozo que estaba naciendo de su garganta. Astoria apretó los brazos que la cubrían. -Es lo que elegí, Draco -Astoria suspiró. -Siempre he sabido perfectamente a lo que me enfrentaba. El hombre sonrió y suspiró. Sintió cómo su estómago se encogía. -Mi mayor miedo seguirá siendo que te marches un día cuando seas consciente de quién soy. Nunca sabré qué es lo que ves en mí. -Draco cerró sus brazos sobre el torso de Astoria y apoyó su barbilla en el hombro de esta, como si estuviera derrotado ante ella. -Sabes que no soy una buena persona. Sabes que hay cosas que me cuesta dejar de pensar. No entiendo cómo, incluso así, me aceptas. -Nunca lo entenderás porque tú mismo no aceptas quién eres de verdad. Mira nuestro hijo, Draco, ¿no crees que es una prueba tangible de cómo eres cuando estás libre de tu familia? -Más bien es una prueba de la buena influencia que eres tú en esta familia. Siempre sucedía en territorio neutral para que ninguno se sintiese demasiado incómodo. En aquella ocasión, ambos coincidieron en ir a comer a un restaurante en el barrio de Southfields al que fueron aquella vez que Ginny estaba embarazada de Albus. La familia Potter llegó antes y les esperó en la puerta del restaurante. Harry llevaba esa sonrisa cordial y nerviosa que solía mostrar en todas aquellas reuniones de Pascua. Ginny le tendió la mano a su hija Lily, para mostrar su apoyo para el resto de aquella obligatoria y tediosa velada. Albus y James se apoyaron en la verja del restaurante y alguno de los dos resopló. -Estarán al llegar -aseguró Harry para calmar la impaciencia de su familia. Se acercó a la carretera y se giró con la misma sonrisa que no parecía esfumarse de su rostro. -¡Ahí están! De un destartalado coche de color rojo, salieron cuatro figuras que se dirigieron hacia los Potter. -¡Primo! ¡Qué delgado estás! Dudley Dursley se abalanzó sobre Harry. -¡Tú también estás más delgado! -observó Harry, mientras notaba cómo toda su familia ponía los ojos en blanco. -¡Ya sabes! La señora me priva de muchas cosas… ¡Pero no de todas las delicias que tienen las mujeres! La señora Dursley tosió y apartó a su marido de Harry. Al contrario que su marido, de gruesa constitución y verdaderamente con menos sobrepeso que en su infancia, la escuálida figura de Hertha Dursley parecía estar siempre a punto de quebrarse. Su nariz aguileña iba a juego con la de su marido. Su ropa de colores cálidos y texturas geométricas la hacían parecer mayor de lo que era. -Oh, Harry, siempre estás tan guapo -le alagó mientras posaba un largo beso en su mejilla. -Ginevra, que deliciosa estás -su sonrisa se estiró mientras una mueca de desaprobación acompañaba al recorrido que su mirada hizo sobre el vestido negro de algodón que llevaba la señora Potter. -¡Y estos jovencitos! -James, por dios, estás hecho todo un hombre -dijo el tío Dursley mientras lo atrapaba en su abrazo. -Hijos, no seáis tímidos y saludad a vuestros tíos -ordenó Hertha Dursley hacia las dos figuras rezagadas que sostenían sus teléfonos móviles como si fueran un apéndice de sus manos. Los mellizos Dursley, Arundel y Ethel, alzaron la mirada del móvil y miraron a los Potter. -Buenos días, familia Potter -cantaron, sin ánimo alguno, hacia la familia. Bajaron de nuevo su mirada al móvil mientras deslizaban fotos por la pantalla. Arundel, el joven de 13 años, era la copia exacta de su padre. Los mismos ojos pequeños como botones y, por supuesto, el mismo sobrepeso que su padre intentaba remediar. Su hermana, Ethel, destacaba por ir vestida en chándal y masticar chicle con la boca abierta. Mucho más delgada que los hombres de su familia, sus padres no paraban de presumir de todos los premios de atletismo que había conseguido. -Estos cacharros los volverán tontos algún día -dijo con retintín la señora Dursley, quizás con esperanzas de que abandonasen esos dispositivos en la velada familiar. Los Potter asintieron, aún con una sonrisa. En casa de los Potter no estaban permitidos los móviles a los niños, pues Ginny decía que era un invento nocivo para el desarrollo de la infancia y siempre ponía a los Dursley como ejemplo de ello. Por supuesto, ninguno de sus hijos quería parecerse en nada a los Dursley. Ambas familias entraron en el restaurante, en el cual les esperaba una mesa redonda reservada al lado de la fuente de agua que se encontraba en el centro del patio interior. Quizás ni Arundel ni Ethel se percataron de ello porque no apartaban su vista del móvil. -Dadme eso, niños -dijo la señora Dursley mientras les quitaba los dispositivos de las manos y los guardaba en su móvil. -¡Mamá! -se quejaron con un grito al unísono que retumbó en todo el recinto. -¡Ssssh! -les calló Dudley Dursley. -Hablad con vuestros primos que para eso han venido. Los hermanos refunfuñaron y se sentaron en la mesa, entre Albus y James. -Bueno y… ¿has ganado alguna carrera últimamente, Ethel? -preguntó Albus educadamente, intentando por todo lo posible hacer aquella situación lo menos aburrida posible. -¿Tenéis cuenta de Instagram? -preguntó Arundel. -Nos podemos seguir para tener más seguidores -Ethel asintió, más interesada en los seguidores que pudiera obtener de aquella cosa que decían que en entablar una conversación normal con sus familiares. -¿Qué es Instagram? -inquirió Lily, dudando si lo pronunciaba bien. Ethel rio con sorna. -Déjalo, Arundel. Los Potter siguen viviendo en el siglo XIX -murmuró su hermana, sabiendo que toda la mesa la había escuchado. -¡Ethel! -¡Pero si ni siquiera saben lo que es Netflix! -apoyó su hermano Arundel. -Perdónalos, Harry… Ya sabes cómo pueden ser los adolescentes -se disculpó Hertha. -Si no sigues sus nuevas modas, ya estás anticuado… -No te preocupes, Hertha -dijo Harry -Tampoco les desearía tener a James en sus mejores momentos… Harry, Dudley y Hertha se rieron. Ginny puso los ojos en blanco mientras le daba una pequeña patada a su marido debajo de la mesa. -¿Qué haces para molestar a tus padres, James? -le preguntó Arundel. James tragó saliva. No podía responderle con honestidad, pues implicaba destapar el secreto de la magia que Hertha, Arundel y Ethel desconocían. De hecho, casi todo lo que hacía que incordiaba a sus padres estaba relacionado con la magia: robar la Capa de la Invisibilidad, el Mapa Merodeador, faltar a clase en Hogwarts, hacer bromas con magia y un largo etcétera que en ese momento se veía nublado por la ausencia de su primo Fred y la situación de peligro en Hogwarts por el basilisco. Por tanto, tenía carta blanca para, de nuevo, incordiar a su padre. -Un día le robé las llaves del coche y fui a casa de un amigo conduciendo -relató orgulloso, como si eso fuera posible con trece años. -¿En serio? -Arundel estaba incrédulo. Albus y Lily aguantaron la risa. Quizás aquella aventura inventada no fuera la mejor, pero le servía a Albus para distraerse de la preocupación que sentía por el peligro en el que estaban todos en Hogwarts y a Lily para entretenerse un poco. Harry soltó una risita nerviosa. -¿Qué queréis de beber? -preguntó Ginny zanjando la conversación. Cuando Hugo Weasley recibió la carta de Lorcan Scarmander de que sus padres no les dejaban hacer una acampada aquel fin de semana con Lily y con él porque temían que se encontraran con un augurey, casi se echó a llorar. Aquello le había molestado, puesto que ya estaba todo preparado para partir a Hogwarts en su escapada secreta. Tenía todo el mapa acabado, había memorizado todos los hechizos y había conseguido robarle la varita a su padre para el fin de semana. Solo les faltaban los hermanos Scarmander, quienes se iban a encargar de afrontar las criaturas mágicas con las que se topasen en su camino. -Podemos ir nosotros, Hugo -propuso Lily, viendo que el ánimo de su primo estaba en el subsuelo. -Contigo es suficiente. Yo soy la fuerza y tú el cerebro. -¡Pero no tenemos ni idea de criaturas mágicas! Lily suspiró. Pues claro que no. Ni tampoco tenía la intención de saber mucho más de ellas. Los magos ya eran un misterio lo suficientemente complejo como para preocuparse por el resto de seres. -No creo que nos encontremos con ningún dragón, ¿sabes? El joven pelirrojo se rascó la cabeza. -Bueno, quizás podamos hacerlo sin los Scarmander… ¿Pero nos dejaran a nosotros dos solos hacer una acampada con todo lo que está ocurriendo en Hogwarts? -¿Qué está ocurriendo en Hogwarts para que no nos dejen acampar? Que es a cinco minutos de la Madriguera, por Merlín… Desde Navidad, sus padres se habían vuelto bastante sobreprotectores con ella y era algo que le resultaba un incordio. ¿No se había deshecho ya de todos los mortífagos? ¿Qué problema tendrían ahora? -Pues, por lo que me ha contado Rose, hay una criatura muy peligrosa en el castillo que ha hecho daño a dos alumnos, Lily. Así que es normal que nuestros padres estén preocupados. -¡Vaya tontería! ¡Ni que fuera un basilisco! -exclamó irritada mientras se levantaba de las escaleras del porche de la Madriguera y le lanzaba una mirada de desesperación a Hugo. -¡Por favor! Como no te decidas, te cojo las cosas y me voy yo sola…De verdad, me aburro en el mundo muggle una barbaridad… -De acuerdo, Lily -cedió lentamente Hugo. -Esta noche nos vamos a Hogwarts. Los ojos de la joven se achinaron y desestabilizó a Hugo del abrazo que le dio. Lo que Hugo no sabía es que Lily no estaba tan decidida a unirse a su escapada por el simple hecho de ir a Hogwarts. Más bien, estaba deseando huir a Hogwarts. El color escarlata les envolvía y les protegía de la lluvia de abril. El humo de la locomotora se fundía con la neblina inglesa y las luces de los compartimentos se encendieron para combatir el grisáceo paisaje que las ventanas les mostraban. Aquella maquinaria que conducía a los alumnos a su hogar académico había sido idea de la Ministra de Magia Ottaline Gambol, a la que le intrigaban las invenciones muggles en gran medida y quien vio potencial en sus trenes, por lo que sugirió una osada y controvertida solución a este espinoso problema. De dónde salió el Expreso de Hogwarts exactamente no se logró probar nunca; sin embargo, es un hecho confirmado que hay informes secretos en el Ministerio de Magia que informaban de una operación masiva en la que se utilizaron ciento sesenta y siete Hechizos de Memoria y el mayor Encantamiento de Ocultación jamás llevado a cabo en Gran Bretaña. A la mañana siguiente de estos presuntos delitos, una locomotora de vapor de un brillante escarlata con todos sus vagones sorprendió a los habitantes de Hogsmeade (que tampoco se habían dado cuenta de que tenían una estación de tren), mientras que varios sorprendidos trabajadores ferroviarios muggles de Crewe se pasaron el resto del año dándole vueltas a la cabeza a la extraña sensación de que habían extraviado algo importante. El Expreso de Hogwarts fue sometido a varias modificaciones mágicas antes de que el Ministerio lo aprobara para su uso como transporte escolar. Muchas familias de sangre pura se mostraron indignadas ante la idea de que sus hijos usasen un medio de transporte muggle, que pensaban era inseguro, degradante y antihigiénico. Sin embargo, como el Ministerio decretó que los estudiantes tendrían que viajar en el tren o no podrían ir al colegio, las objeciones fueron silenciadas rápidamente. Tras la Restauración, la idea de Ottaline Gambol había sido revisada. Los avances muggles no dejaban de ser cachivaches sin sentido para los magos y, no obstante, se consideraban necesarios para la comunidad mágica que carecía de recursos mágicos para simples peticiones como la calefacción en el Expreso de Hogwarts o los teléfonos móviles que se permitían en el colegio con un límite horario para alumnos de descendencia muggle. Las lechuzas eran para los más románticos o los más chapados a la antigua. -Creo que se evitaría el maltrato animal -dijo en voz alta Lucy Weasley, que se había detenido en pensar en todo aquello mientras el tren escarlata surcaba la campiña inglesa en busca de las montañas escocesas. -¿El qué? -preguntó Louis Weasley, claramente abstraído de lo que fuere que quería decir su prima. Como si así le respondiera, Lucy Weasley señaló la jaula de la lechuza que llevaba su primo. Sentía curiosidad por cómo siempre la llevaba consigo en todas las vacaciones, asegurando que era para no dejar de recibir cartas. No era que su primo fuese un popular destinatario, pero un romántico que sentía pasión por las cartas escritas a mano, en lugar de los mensajes de texto instantáneos. -Debería estar prohibido -sentenció, algo más indignada. -Todos los calvarios que tienen que sufrir estos pobres animales para que recibas algo que puedes tener en segundos. ¡Eso sí que es un sinsentido! Si Ottaline Gambol levantara cabeza… -¿De qué estás hablando, Lucy? La muchacha se encogió de hombros y cruzó sus brazos sobre el asiento del compartimento. Iban apretados porque la población maga había crecido tras la guerra. O quizás es que en la guerra se escondieron muchos magos. El caso era que era imposible estar menos de tres personas en un compartimento. Por esa razón, les había tocado compartir con algún alumno de primero de la Casa Gryffindor, de descendencia muggle como se podía observar por el uso incesante del móvil. La puerta del compartimento se abrió. Lucy y Louis se sorprendieron al encontrarse con su primo Albus y con el hijo de los Malfoy. -¡Oh, Peter! ¡Estás aquí! El muchacho sonrió sin dejar de ver la pantalla del teléfono. -¡Un momento!- el niño siguió apretando la pantalla, como si fuera un juego y un segundo más tarde guardó el móvil en el bolsillo. -Perdón, han sacado un nuevo juego y estoy enganchado. ¿Tenéis compartimento? -Hola, Albus, tus primos también están aquí -dijo con cierta sorna Lucy. -¡Oh, perdón, no me había dado cuenta! -dijo Albus saludándoles tímidamente y con vergüenza.- Hola, Lucy y Louis, ¿cómo han sido vuestras vacaciones? La aludida sonrió con ternura. -Anda, Albus, vete con tus amigos a buscad un compartimento y dejadnos tranquilos -bromeó. -Sí, ya vamos -respondió con vergüenza. -¡Era broma, pequeño Albus! -advirtió Lucy, a la que no le molestaba en absoluto la presencia de ninguno de sus primos. -No, no pasa nada, tenemos un compartimento con los demás. Lucy asintió, con cierta curiosidad por saber quiénes eran «los demás», ya que esperaba que fuera su prima Rose o su primo James. Y, no obstante, parecía dudar de si eso era así por la afinidad de estos con el más joven de la dinastía Malfoy. Su generación tenía unas conexiones curiosas. Cuando cerraron el compartimento, tras ayudar al joven hijo de muggles a llevarse todo su equipaje, Louis carraspeó. -¿Es que no me lo vas a contar? -Lucy le recibió con una mirada de que no entendía a qué se refería. -¿En serio, Lucy? ¿Se lo has contado a Roxanne y no a mí? ¡Lo saben todos los primos, por las barbas de Merlín! Las orejas de la joven se volvieron tan rojizas como su cabello. -Es que… Es que me daba vergüenza, Louis. Él también es tu amigo. Es diferente -se intentó excusar, sabiendo que ella no tenía razón. -¿O sea que es verdad? -tal y como lo dijo le molestó a Lucy. Parecía que a él le molestaba. -Pero bueno, ¿qué pasa? -¿Es que os habéis besado o es algo más formal? -¡No lo sé! ¿Por qué te molesta? -¡A mí no me molesta! -Pues no lo parece, Louis -replicó Lucy. -A Roxanne le ha encantado la noticia, ya podrías hacer tú lo mismo. -¿Entonces sois pareja? -Aún no lo sé. -¿Pero qué pasó exactamente? ¿Y cuándo fue? Dominique solo me dijo que os habíais liado. La joven suspiró. -Bueno… Lo cierto es que en el día del baile fue el primer beso que me dio -Louis frunció el entrecejo. -Habíamos decidido ir juntos, pero ese mismo día, en la última clase que tuvimos, al salir, me dijo que se iba a echar para atrás. Que le avergonzaba venir a un baile que no era para él y que no se sentía que encajaría. Tampoco le quería insistir en hacer algo que no quisiera así que le dije que no pasara nada. Tú te fuiste muy pronto del baile. Sabes que a mí me gusta quedarme más para bailar. Me encanta bailar -Lucy hablaba muy deprisa. -Cuando salí del salón, él estaba esperándome. Era como si supiera que yo seguía allí. A lo mejor lo había preguntado, yo que sé. El caso es que dimos un paseo. Imagínate: yo con mi vestido y él en pijama. Y, bueno, pues me besó. Se hizo un silencio. La muchacha estaba roja como un tomate. -¿Y eso es todo? La aludida se tapó la cara con las manos. -No…-sacudió la cabeza. -Desde entonces, hemos estado muy raros a solas. Como que nos da vergüenza quedarnos a solas. Como si él tuviese miedo a que volviese a pasar, imagínate las vueltas que le daba yo a este asunto. Que no te dije nada porque sois también amigos -volvió a suspirar.- Y, bueno, pues antes de irnos en Pascuas nos volvimos a besar. ¡Y eso es todo! ¡Eso es lo que le conté a Roxanne! -Entonces no sois pareja -afirmó Louis. La muchacha le miró molesta. De nuevo, no le gustaba la reacción de su primo. -¡No lo sé! Es que no hemos hablado de eso. -¿A ti te gusta? Se volvió a tapar la cara, que se enrojeció visiblemente. -Supongo que sí. -Yo creo que sí. -¡Pues claro que sí! Pero no sé si yo le gusto a él tanto como él a mí. Louis ladeó la cabeza, con un gesto de sorpresa. -¿Por qué no le preguntas? -¡Sólo han sido dos besos! Quizás son las hormonas y, bueno, no sé… Tampoco soy una Victoire Weasley. Soy solo Lucy Weasley. Soy lo más básico que existe y no sé si eso le va a gustar. -¿Por qué no? -¡Yo qué sé! ¡Tú sabrás! ¿Qué es lo que buscáis los chicos? ¿No es una Victoire? Esta vez fue Louis el que enrojeció. -No todos -dijo encogiéndose de hombros. -Sí, claro -suspiró de nuevo.- Bueno, ni una palabra a Nott, ¿eh? Que ya tengo bastante con que lo sepan todos -miró a la puerta del compartimento. -Para colmo ni siquiera nos ha buscado en el tren como siempre hace. ¿Te lo puedes creer? Louis miró también hacia la puerta, dubitativo. -Es cierto. Es raro. -Pues eso, que ya me puedo ir olvidando de él. -Pregúntale, Lucy. Que no pierdes nada. -Pues sí que pierdo, ¿eh? Que era mi amigo también. Es que mira que soy tonta. -¿No fue él el que te besó? -Que sí, pero bueno. Yo sé lo que digo. -¿Y qué te ha dicho Roxanne? Supongo que tendrá experiencia en citas con chicos de otras Casas y eso. Aquello aparentemente le hizo gracia a Lucy. -De verdad, Louis, ¿es que nunca te enteras de nada?
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