|
||||
![]() |
Menú
|
La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 27 de Enero de 2021, 11:55 [ Más información ] Tweet
(V) Capítulo 32: La independencia de los soldados
(V) Capítulo 32: La independencia de los soldados Aquellas vacaciones de Pascua fueron diferentes para todos los Weasley. Su padre se encargó de relatarle el paradero de todos sus primos. Y el motivo por el que no habría una reunión familiar en la Madriguera. Su abuela Molly, no obstante, se había dedicado a perseguir a sus hijos y nietos en sus respectivas casas, arrastrando a su abuelo Arthur. Cada día de aquella semana lo pasarían con uno de las cinco familias que quedaban en pie. Y el fin de semana la habían avisado de que llegarían al Refugio. Los Potter estaban ocupados, pues el Jefe del Departamento aún luchaba por dejar claro que su poder sobre el resto de Aurores era superior y más legítimo que el que pudiera ejercer Edward Whitehall. Lily, James y Albus no querín dejar solo a su padre. Se habían ocupado de mantener la casa en orden. Y de darle el cariño que Ginny no podía ofrecerle mientras tuviera vetada la entrada a Azkaban. Ronald Weasley había vuelto a trabajar mano a mano con Harry Potter, como había ocurrido en otras ocasiones desde que, aparentemente dejó su puesto, más anunció en una rueda de prensa que, aquella vez, era oficial. Ronald Weasley volvía a ser un Auror en tiempos difíciles. Hermione Weasley, dentro del equipo directivo del Ministro de Magia, estaba tan ocupada en Pascuas como su marido. Sus hijos, Rose y Hugo, optaron por informar que algunos días, los pasarían en casa de sus respectivos amigos. Hugo Weasley, no obstante, anunció que acudiría a la Mansión Malfoy. Y Rose Weasley, en lugar de quedarse en casa de Longbotton, visitaría a Janet Rossen en Sheffield. George y Angelina Weasley estarían atareados con la tienda, debido, especialmente, a que Ronald Weasley ya no era un miembro más del personal. Y había sido una atracción en los últimos años para la clientela. En cuanto a Fred Weasley, seguía en Rumanía con Charlie Weasley. Solo en contacto con su familia por carta mensual. Incluso si Lucy Weasley, la sobrina adoptada por su tío, se quedaba en el apartamento que compartía con su hermana Dominique. No sabía nada de su hermano Louis. Y sus padres habían decidido quedarse un tiempo más en Grecia, invitando a todos sus familiares. Solo les visitarían sus abuelos por un día. Y Victoire Weasley estaba en el Refugio. Era un lugar que comenzaba a amar de nuevo. En su adolescencia, lo había odiado por significar el hogar de sus padres. Y de sus hermanos. Ella quería ser independiente. Y ahora, madre de un niño buscado por el Ojo, solo quería recuperar el calor que había sentido allí de niña. Por suerte, no estaba sola. No solo tenía a la leal figura de Gwendoline Cross, sino que el Temple había decidido que las hermanas Brooks se quedaran aquellos días de vacaciones con ella. Y menos mal que las muchachas eran más habladoras que Gwendoline, pues estar sin Remus durante las vacaciones de Ted no era algo fácil. -Es curioso que Lola te considere su amiga -Señaló Victoire. Había puesto té y le ofreció una taza a Gwendoline. Ambas estaban sentadas sobre el sofá. Una en frente de la otra. La muchacha con sus características ojeras. El pelo enmarañado. Y su habitual atuendo: unas botas de cordones, unos pantalones ajustados de cuero y una camiseta de tirantes. Junto con su bisutería: un cinturón que se ajustaba en sus asilas en la que llevaba dos pistolas, dagas a ambos lados de sus gemelos y su varita atada a una muñequera. Verla era reconfortante a la par que intimidante. Más Victoire ya se había acostumbrado a aquella visión. -Suele ocurrir cuando le salvas la vida a alguien -Dijo Gwendoline.-Tienden a pensar que convierten en tus amigos. Tal y como lo dijo sonó particularmente molesta. -¿Lo dices por Lebouf? -No necesitaba que dijera la respuesta en voz alta. La vio bufar por lo bajo. -Quizás quiere saber por qué le salvaste la vida y te arriesgaste tanto. Ella se encogió de hombros. -¿Tengo que tener un motivo? -Le contestó. -¿También me juzga cuando actúo de forma altruista? -Tienes al mundo intrigado, Gwendoline -Suspiró Victoire. -No nos culpes por intentar comprenderte. Se rio de manera sarcástica. Victoire estuvo atenta a su reacción. -Es muy simple, Weasley -Dio un trago al té. -Instinto de supervivencia... Si no hubiera tenido un testigo que confirmara que no llamé al Ojo y que no maté a todos... No me habrían dejado con vida. La joven madre sonrió con suficiencia. -Tienes razón -Suspiró. -Pero no te engañes a ti misma. Puedes ser buena de vez en cuando, Gwendoline... Nadie va a pensar menos de ti por esa razón -La fulminó con la mirada. Ambas escucharon a las hermanas Brooks reírse en el piso de arriba. Victoire Weasley sabía que tenía en su hogar a la Portadora de Morgana. Solo había aceptado aquello porque el Ojo aún no sabía quién era. Ella sabía lo que aquella muchacha tímida y de grandes ojos azules estaba destinada a hacer. Charlotte Breedlove le hizo jurar que no lo revelaría. Que el camino hacia el equilibrio era el que era. Y ella acató su orden. Pero también sintió pena por ella. -He pensado que podrías enseñar a defenderme con esas armas que utilizas. La propuesta causó estupor en la vigilante que le había dotado el Ojo. La observó mejor. Sus ojos grises. Su cabello rubio. Sus prominentes pómulos. Sus destacadas cejas. Tenía un rostro peculiar. Era guapa. Sí. Pero tenía un atractivo extraño. Excéntrico. No como el de ella. O el que hubo tenido. Inconscientemente, se tocó las cicatrices que adornaban su rostro. -¿Quieres aprender a luchar? -Le cuestionó sin disimular su sarcasmo. Parecía no querer reírse de ella y hacerlo a la vez. Había demostrado ser una Gryffindor inútil en alguna que otra ocasión. Pero ya no lo erea. Y Gwendoline Cross lo sabía. Le había pedido que la instruyera en diferentes artes. Y los había perfeccionado todos. Podría aprobar las pruebas de Sanadora si quería. Sabía todo lo que debía saber sobre el Ojo. Habían practicado la Aparición. Encantamientos de Protección. Incluso la Oclumancia. Y Victoire le había enseñado otras cosas. O eso intentaba. Porque cada vez que la veía -lo que el Ojo había hecho de ella -veía el rostro de su hermano Louis. Y lo que podía llegar a ser. Su dulce Louis. ¿Acabaría siendo tan amargo como el alma de aquella muchacha? Se preguntaba muchas veces por su estado. Tan solo le calmaba conocer que el reloj de su abuela aún no lo había dado por muerto. Solo en paradero desconocido. Y aquella muchacha, que parecía más madura de lo que realmente era, tenía su edad. Tan solo diecinueve años y había aprendido mucho más que ella con veintiuno. -Algún día no te tendré para protegerme -Le comentó. -¿Piensas que voy a morir pronto? Tenía una ceja alzada. No era como si aquella muchacha no supiera quién era ella. La aprendiz de la Guardiana de la Magia. La próxima Guardiana si Charlotte Breedlove moría. Y, en función de la peligrosa rutina que llevaba su anciana amiga, era algo que pasaría en un futuro más cercano de lo que querría. -Pienso que estás destinada a más cosas que protegerme a mí -Dijo simplemente. Ocultándole lo que verdaderamente sabía. -Últimamente... Todas las Weasley venís a mí porque soy una asesina. Victoire ignoró aquel comentario. Sabía a qué se refería. No dudaba en soltar comentarios punzantes cada vez que tenía la oportunidad. Comentarios que solo tenían el objetivo de herir la coraza de Gwendoline. Aunque pareciera que se estaba refiriendo al hecho de que Lily Potter había escapado en alguna ocasión los muros del castillo para entrenar con Gwendoline Cross y calmar su ira, no se refería a ella. Sino al hecho de que Rose Weasley la desterró del Refugio en Navidad por recordarle a todo el mundo cómo la había intentado ahogar la noche en la que Zoe McOrez asesinó a Roxanne Weasley. Esperó que las cartas que le había mandado a su prima para reprimir su comportamiento en un futuro y contarle cómo era Gwendoline realmente, sirvieran de algo en el futuro. -Podrías instruirles a todos -Propuso. -No solo a mí... Sino al resto de magos y brujas en la lucha que domina el Ojo... Así podrán estar preparados -Supo qué escondía el bufido. Nunca estarán preparados. Pero no perdían nada en intentarlo. -Puedes enseñarnos a usar esas armas muggles. -El Ojo las utiliza en caso de que se queden sin varita -Respondió. Sorprendentemente sin sarcasmo. Utilizando al Ojo en tercera persona. Desvinculándose de ellos. -Por si les desarman, les torturan y les hacen sufrir el dolor que ellos inducen... Les hacen coger armas muggles que modifican para responder a la magia -Añadió. -Yo no sé modificar las armas. Las que tengo son las que me pude traer conmigo... -Suspiró. -Aprovecharían para ponerme una bala en la cabeza. No les culpo, ¿eh? Victoire exhalo un respiro. -Gwendoline... -No culpo a Rose Weasley -Aclaró. Decía su nombre como si le doliera. Porque era la muchacha que le había recordado quien era. Porque Rose Weasley se había convertido en otra guerrera. Y Gwendoline lo pudo ver. Vio su ira hacia ella. Y, muy probablemente, todas las víctimas inocentes a las que había arrebatado la vida y que no lucharon como esa muchacha. Sabía que lo que Gwendoline sentía hacia su prima era una mezcla entre arrepentimiento y admiración. Nunca lo diría en voz alta. -Pero yo sí -Insistió la joven.- Ella no sabe por todo lo que has pasado. No era como si Victoire y Gwendoline fueran amigas. No lo eran. Nada por el estilo. De hecho, Victoire confiaba en que Lola sentía más afecto y cariño hacia la joven asesina que ella que vivía desde hacía meses con ella. Ahora bien, tenían un vínculo particular. Habían confiado la una en la otra algún que otro secreto. Fruto de las sesiones de Oclumancia, por supuesto. -Tú tampoco, Weasley. Tú no tienes ni idea -Le espetó. Y era cierto. ¿Qué sabía de Gwendoline? Había podido ver que la torturaron en el Ojo de pequeña cuando se negó a matar a su primera víctima. Porque era demasiado pequeña como para poder lanzar un Avada Kedavra. Pero era algo que, con un poco de imaginación, cualquiera podía intuir. También había visto que había tenido una extraña y tóxica relación con su superior, Octavio Onlamein. El hombre que secuestró a Victoire Weasley y que amenazó con matarla. Ahora sabía que en ningún momento lo habrían hecho. Que solo querían a Remus. Y que solo querían a Imogen de vuelta. Gwendoline había sido precisa en los recuerdos que le daba. -Puedo verlo en ti -La desafió Victoire. Era completamente cierto. No sabía los detalles. -Además, tienes a Frank -Añadió. Ella no dudó en fulminarla de nuevo con la mirada. -Oh, jovencita, no me mires así... -Se rio la antigua Gryffindor. -Sé muy bien que Frank Longbotton tiene unos sentimientos correspondidos y no trates de ocultármelo a mí. La aludida resopló. Victoire supo que iba a recibir un silencio largo. Esa muchacha no estaba acostumbrada a que alguien la desafiara a estar con ella. A que la quisiera. Cada vez que recibía una carta del hijo de Neville Longbotton preguntándole por ella, Victoire no dudaba en contarle la verdad. Porque Gwendoline ni se molestaría en contestarle. Supuso que Gwendoline temía que la visitara, como hizo el primer día de Navidad. Solo un Hufflepuff con buen corazón había derretido a aquella Slytherin. Ella no había preguntado por él. No era estúpida. Sabía que hablaban por carta. Sabía que iba a ir a verla. Y, por esa razón, bajo su fulminante mirada, Victoire Weasley sabía que se escondía cierta curiosidad. -La gente a la que amas son solo armas que usarán contra ti -Le dijo Gwen. Y la miró como si supiera exactamente cuál era su destino. Sintió lástima por ella. Supo que la odiaría por la expresión que debía tener en ese momento. Más no podía evitarlo. Era demasiado joven como para no haberse sentido querida en la vida. Y para no dejarse querer. La había visto estremecerse cada vez que Remus intentaba darle un abrazo. Apartarlo. Lo alejaba. Interaccionaba lo menos posible con él. Como si recibir el cariño de un alma inocente le hiciera más daño que una bala en la cabeza. -No puedes dictar lo que quiere tu corazón -Le recordó Victoire. -Sé que estás intentando no quererle, Gwendoline... Pero él te hará más fuerte. El amor nos hace más fuertes. -No a mí. -Eres humana. No huyas de tu propia naturaleza. Lyslander Scarmander pensaba que todo el que rechazó las invitaciones de Beatrice Fenwick para ver el partido de las Arpías Hollyhead contra las Magpies no tenía dos dedos de frente. Desafortunadamente, eran más personas a las que quería de lo que pensaba. Supuso que ni Lorcan ni Hugo las aceptarían. No por humildad, sino porque lo verían una pérdida de tiempo. Pero, ¿Lily? ¡Era la bateadora de Gryffindor! ¡Tenía que haber una especie de código al respecto! De entre los Guardianes, solamente los más mayores -Lucy Weasley, Tim Marrs, David Morrit, Rolf Rogers, Monique Jordan y Christopher Nott -habían aceptado sin tapujos. También Claire Jenkins, los McGregor, Camrin Trust, Bárbara Coleman, Ellie Coleman -¡menos mal!-, Richard Carter y Sebastian McKing. El Clan de los Weasley y Potter no se iba a pronunciar. ¡Estaba decepcionada! Esa fue la razón por la que decidió acudir, desde el mundo muggle, con Sebastian McKing -quien, en vacaciones de Pascua, había decidido estar con su madre en el apartamento londinense que había adquirido tras el divorcio. Lyslander observó cómo el muchacho que siempre tenía una sonrisa para ella, salió por la puerta con los hombros hundidos y las manos en los bolsillos. Su madre estaba enferma -no sabía de qué. No se lo diría. Pero Lyslander lo intuía. Intentó animarlo en todo el trayecto hacia el estadio. Y poco a poco lo consiguió. Su aura fue cambiando, como le había enseñado su madre. Finalmente le dedicó esa sonrisa torcida a través de sus tirabuzones negros que hacía que Lyslander se sintiera feliz. Y también se percatara de que sentía un nudo en su interior, que hacía meses solo atribuiría a una persona en concreto. No obstante, había descubierto que Sebastian McKing también tenía la habilidad de hacerla sentir nerviosa y muy consciente de donde ponía sus manos a su alrededor. O de si se chocaban. O... -Y... Cuéntame, Lys... ¿Le has pedido ya una cita a nuestro amigo Hugo? Lyslander casi dio un salto al escuchar esa pregunta. Suspiró. Porque sabía que Sebastian McKing sentía también algo por Hugo Weasley. Más estaba con Greenwood, ¿no? Y no obstante, en muchas ocasiones, Seb le había recordado que tenían una relación abierta -lo que fuera que eso significaba para los muggles. Al parecer, su relación con Greenwood se basaba en la mutua y simple atracción. No había sentimientos. Arrugó el rostro. -No -Contestó ella lentamente. Le miró expectante. ¿Qué pretendía aquel muchacho? ¿Querría pedirle una cita él a Hugo? Se rio. Aparantemente había contado un chiste. -Oh, venga, Lys... -Hizo algo que no se esperó en absoluto. Pasó su brazo por sus hombros y acercó su boca a su oído. -Yo a ti te pediría una cita -Le susurró. ¿Quééé? Normalmente era una muchacha que abogaba por el afecto en público. ¿Por qué se sentía tan...? Incómoda no era la palabra. Quizás nerviosa. Sí, nerviosa. Vio a los transeúntes mirarles con una sonrisa. Como si fueran una pareja de adolescentes enamorados. El rubor se subió rápidamente a sus mejillas. Pocas veces se quedaba tan sin palabras como en aquel instante. -¿No querrás decir a Hugo? -Dijo tropezando sobre sus palabras. El muchacho se rio. Lys se tensó. -También -Aceptó. -¿Me estás pidiendo una cita, Seb? -Tuvo que preguntar. El muchacho la atrajo más hacia él. Y, era evidente que sentía muchas mariposas en su estómago. El delgado muchacho iba a volverla loca si no estaba hablando en serio. ¡Cómo podía jugar así con ella! ¡Solo había sido buena con él! ¡No podía reírse de sus extraños sentimientos! - No tienes que estar asustada -Su voz está parpadeando de nuevo. -No estoy coqueteando contigo. La vergüenza se apoderó de ella. Coqueteo. ¿Creía que él que ella pensaba que estaban flirteando? Oh, Helga Hufflepuff. -No lo estoy... no creo que seas... nunca pensaría que tú... Las palabras chocaron en su boca. Supo que no había ninguna cantidad de oscuridad que pueda cubrir la ráfaga de rojo en mi cara. Él inclinó la cabeza hacia un lado. -¿Has estado coqueteando conmigo, entonces? Debo decir que has insistido mucho en que sonría hoy... Sí, tenía razón. Quería hacerle sonreír porque lo había visto triste. Oh, Circe. ¿Se le había ido de las manos? ¿Quizás había sido demasiado simpática? ¿Quizás lo había hecho inconscientemente? ¡No podía evitarlo! ¡Ella siempre actuaba sin pensar! -¿Qué? No -Balbuceó. Su mente dio vueltas entrando en pánico. ¿Qué era «coquetear»? Solo sabía que era por los libros que leía a veces. Y que escondía para que Lily no se riera de ella. ¿Era posible que estuviera haciéndolo? ¿Sin darse cuenta? ¿Era así también con Hugo? Oh, Helga. Hugo. Sabía que sentía cosas por Hugo Weasley. Siempre lo había sabido. Y estar así de nerviosa y no poder ni articular palabra nunca le había ocurrido con Hugo. ¡Y era Hugo! No... No se convertía en un flan como acababa de hacer. Quiso pensar que era porque le había pillado con la guardia baja. Porque tenía trece años y era la primera vez que alguien -alguien que era su amigo y a Lys le atraía por su forma de ser -mostraba algún tipo de interés por ella. Quizás era eso. Porque Hugo nunca había flirteado con ella de manera tan descarada. Y siempre había pensado que sería la única persona que lo haría. Pero, ¿Sebastian McKing? Era el muchacho amable y divertido que había conseguido ser uno de sus mejores amigos aquel año. ¿Y estaba ella coqueteando con él? ¿Se suponía que debía parar? No estaba saliendo con Hugo. Hugo estaba demasiado ocupado con sus libros. Y Seb… Seb parecía estar pidiéndole una cita. ¡Y le había confesado que estaba enamorado de Hugo Weasley! ¡Como probablemente lo estaba ella! ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Más importante, ¿por qué sentía un revoloteo en su interior cuando vio que Seb se inclinaba hacia ella peligrosamente? ¿Y por qué no quería -para nada en el mundo- que se detuviera? La besó. La besó rápido. Dulcemente. Como una brisa. Como si temiera que ella se arrepintiera, pero él no quisiera perder la oportunidad de hacerlo. Se echaron hacia atrás. Parpadearon a la vez. Y así fue el primer beso de Lyslander Scarmander. -No he podido resistirme después de tanto coqueteo -Se mofó. Ella se ruborizó hasta el extremo. Quiso gritar. -No… Yo… ¡Había sido como rozar la Snitch con los dedos! -No tiene que significar nada si no quieres -Se adelantó. Pero le guiñó el ojo y le acarició la mejilla. Dejando claro que, si ella quería, podía suceder de nuevo. ¡Que alguien aclarara el lío de Lyslander! -Es muy probable que estés pensando en Hugo ahora mismo… Y te entiendo perfectamente, créeme -Se rio. -Pero tú, Lyslander Scarmander, eres todo un universo por descubrir… -¿Qué…? ¿Qué estaba ocurriendo? ¡Por qué nadie detenía todo aquello! -Creo que mi corazón es lo suficientemente grande como para sentir por varias personas… ¿Tú que opinas? Helga Hufflepuff no iba a venir a ayudarla, ¿verdad? -Yo no lo sé -Musitó. Pero él se rió. Como si hubiera dicho la cosa más graciosa del mundo. Otra vez. -Hay demasiadas normas en este mundo -Resopló. -Tú tiendes a romper más de una… Y juro que lo dijo por su capacidad para desafíar al espacio y tiempo. Por dejar que el Ojo experimentase con él para vengar a su hermano. Por entrar en el Ministerio de Magia como si fuera su padre. Por todo aquello que hacía de Sebastian McKing un muchacho que no se conformaba con lo normal. Pero la sonrisa torcida de Seb le dijo que lo había interpretado de otra manera. Y, sí, si alguien se lo preguntaba, a Lyslander le gustaban Hugo y Seb. Tragó saliva con dificultad al descubrir aquello y comenzó a entrar al Estadio de las Arpías Hollyhead.
![]()
Potterfics es parte de la Red HarryLatino
contacto@potterfics.com Todos los derechos reservados. Los personajes, nombres de HARRY POTTER, así como otras marcas de identificación relacionadas, son marcas registradas de Warner Bros. TM & © 2003. Derechos de publicación de Harry Potter © J.K.R. |