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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 27 de Enero de 2021, 11:55 [ Más información ] Tweet
Con los ojos cerrados
Capítulo 18: Con los ojos cerrados Entre las personas que más necesitaban desahogarse de la frenética vida de Hogwarts, estaba Dominique Weasley. Sí, la delicada joven que nadie realmente conocía, como pensaba ella. Se había ido al bosque a correr, pese al frío y al barro. Necesitaba desconectar y la naturaleza siempre le daba la bienvenida con los brazos abiertos. Le daba tiempo a pensar en todo. En su familia, en las pocas amigas que tenía, en su hermana Victoire y su relación con Teddy, en lo solitario que podía ser su hermano Louis. También pensaba en Nick. En lo mucho que le gustaba, pero lo mucho que le estresaba la vida que le estaba ofreciendo. Había aprendido de su hermana Victoire que todos los demás tenían una imagen de la familia Weasley que rara vez se correspondía con la realidad. De hecho, su hermana, la perfecta Victoire Weasley, no era nada aplicada en el estudio. Y ella, la delicada Dominique Weasley, salía a correr al atardecer al Bosque Prohibido. Suspiró y siguió corriendo. Por suerte, había aprovechado la Navidad para pedir regalos útiles como unos zapatos adecuados para sus momentos de desconexión. También pensaba en su tío Charlie. Más bien, en lo que su tío Charlie le contaba. Sabía con certeza que jamás lograría comprender la trascendencia de las decisiones de su tío. Y no entendía por qué le preguntaba a ella por consejo. Según Louis, la única persona con la que se atrevía a hablar de cosas serias, ella le servía como un punto de apoyo. Entonces pensó en la insistencia de su tío en que, algún día, podría convertirse en veela. Aquello le producía un sentimiento contradictorio. Por un lado, le causaba orgullo. Por otro, miedo. A todo el mundo le parece de belleza incomparable una persona con raíces veela… ¿Pero un veela de verdad? Era un pájaro con pico retorcido y ojos de asesino, según había leído. De hecho, las veelas se solían transformar cuando estaban enfadadas. El hecho de que casi ninguna adoptase la forma original en el día a día la estaba convirtiendo en una especie en peligro de extinción. Aquella quizás era la razón por la que su tío Charlie insistía tanto. Ensimismada en sus pensamientos, no se había percatado del movimiento que sonaba en el interior del bosque. Solo hizo falta el crujido de una rama para alterarla. Ya había sido advertida por su tío Charlie de que tuviera cuidado en Hogwarts. Si su advertencia no hubiera sido acompañada de rumores entre alumnos, la acogida de aquellos que se quedaban en Hogwarts en Navidad en otras casas y las reiteradas cartas de su madre; no le habría dado importancia. Se giró lentamente. Y se sorprendió. Más bien lanzó un grito ahogado, se tambaleó y a punto estuvo de caerse de bruces al suelo. Su cerebro indagó rápidamente en clases de Cuidado de las Criaturas Mágicas para encontrar las palabras de Hagrid que necesitaba en ese momento. Una manada de centauros. ¿Cómo iba a estar preparada para aquello? Algo no cuadraba. No la miraban a ella. Sino al horizonte. Siguió la mirada de estos y vio, en seguida, hacia donde se dirigía. En la parte: había algo en el bosque y estaba haciendo tambalear todos los árboles. La dirección que lo que fuera que produjera aquello era incierta. Pero algo le decía que sabía de la presencia de ella allí, acompañada por centauros. Su instinto le apremió a correr en dirección contraria pasando. Cogió mucho aire y cogió carrerilla, tenía que pasar justo por la zona de los centauros, que franqueaban la única vía accesible. Se armó de valor y se acercó corriendo a ellos. Antes de llegar a ellos detuvo su ritmo. Hizo una reverencia. Pero los centauros no le estaban haciendo caso. Uno relinchó y otro gritó. -Se acerca -dijo la voz de uno. Todos dieron media vuelta y se dispusieron a correr. Y Dominique Weasley corrió con ellos. En ese momento deseó que fueran caballos para poder montarlos. A lo lejos se oían los árboles retumbar. Dominique gritó, los centauros corrían demasiado rápido. -¡Ayudadme, por favor! -suplicó con la voz desgarrada. En ese momento deseó ser una veela y convertirse en pájaro. No quería saber qué era lo que estaba pisándole los talones pero lo intuía. Y se estaban interponiendo en su camino, no es que fuera a por ellos. -¡Sube! -dijo una voz retumbante a su lado. Un centauro, cuyo rostro le era vagamente familiar (seguramente algún periódico le sacaría después de la guerra, como muestra de respeto por estas criaturas que ayudaron en la Batalla), le apremió a que se subiera a su lomo. Recibió varias miradas de reproche de sus compañeros más adelantados. A sus lomos, Dominique sintió que aquel momento extraordinario era sagrado. Sabía que no era una acción propia de los centauros. -Se está dirigiendo al Lago Negro -pudo decir Dominique entre el sonido de los cascos de la manada. -Tenéis que cambiar la dirección… El centauro a cuyos lomos iba montada se detuvo y cambió la dirección. El resto le imitó y se dirigieron hacia la linde del castillo, donde ningún centauro solía verse jamás, pues para ellos suponía entrar en el mundo humano y, pese a no haber ninguna norma escrita, no les estaba permitido. -¡Mirad! -exclamó un centauro, apuntando su pezuña hacia el Lago Negro. Algo. Una criatura colosal se había sumergido en el Lago Negro. A Dominique se le formó un nudo en la garganta.
Parecía una represalia por su comportamiento inmaduro. Era justo añadir que era un castigo para ambos por dejarse llevar por aquel instinto que les obligaba a odiarse. James Sirius Potter y Scorpius Malfoy estaban condenados a llevarse mal. Quitando la rivalidad familiar que les inducía a ello, ambos eran unos arrogantes orgullosos y, sobre todo, cabezones. A los dos les costaba ceder y admitir que la idea del otro valía la pena. Era imposible que de aquella ronda para vigilar los pasillos naciera algo parecido a la tolerancia. Aun así, llevaban media hora y todavía no había rastro de sangre. -Tu padre vino a ver a mi padre en Navidad, Potter -le comentó mientras bajaban las escaleras que se dirigían a las mazmorras. El trato era que Alice Longbottom y Albus Potter los relevarían una vez llegados a la puerta de su Sala Común. Decidieron ir por parejas y sin capa invisible, a inspeccionar cada rincón de Hogwarts en busca de una pista que les indicara dónde se hallaba el basilisco o quien lo había introducido allí. Susan Jordan y Rose Weasley se encargaban de los exteriores y los cuatro restantes del interior. -Es lo que tiene que hacer para asegurarse de que no vais a resucitar a Voldemort -sentenció James con más malicia de la que pensaba utilizar en sus momentos con Malfoy. El joven de cabello platino apretó los puños. -Fue a darle las gracias por todo lo que está haciendo por ayudar al Departamento de Seguridad Mágica -le echó en cara, dejando bien claro su posición. -Y sabes perfectamente lo que mi padre está haciendo… Os estamos salvando con nuestro dinero, Potter. La "Recuperación" no habría sido posible sin el patrimonio de los Malfoy y el de los Nott. -Me parece una buena condena por los daños que hicisteis. Ambos se miraron. La tensión se podía cortar con un cuchillo. -¿Condena? ¿En serio crees…? -Calla -le interrumpió llevándole las manos a la boca y haciéndole un gesto para que no intentara zafarse. -¿Has escuchado eso? -susurró. Malfoy negó, visiblemente enfurecido por la repentina acción de su acompañante indeseado. Agudizó el oído porque, al fin y al cabo, estaban en las mazmorras y había un basilisco suelto. -Parece que alguien está hablando en susurros -dijo Malfoy sorprendido por aquellos extraños sonidos que parecía provenir de la esquina que estaban a punto de torcer. -Son siseos… Alguien está hablando en Pársel -anunció James. -¿Cómo sabes que es Pársel? -preguntó Malfoy, escéptico. -Simplemente lo sé. -Malfoy se adelantó y James lo sujetó del antebrazo. -Por mucho que me encantaría, no deberías ver qué hay detrás de esa esquina. El aludido asintió. -Pero sí que deberíamos ver quién es, ¿no te parece? -Paciencia, Malfoy. Quiero verle, pero también vivir para contarlo. -James había encajado la mandíbula. Sacó de un bolsillo la delicada Capa de la Invisibilidad. -Pégate a la pared y no respires. James pasó la Capa de la Invisibilidad por encima de sus cabezas. Se acercaron a la pared y pegaron su espalda contra ella. Ninguno tuvo que recordarle al otro que cerrara los ojos. El frío de la pared que daba a la gélidas aguas del lago se les caló en los huesos al instante. -¿Y si Albus y Alice ven algo? -murmuró preocupado. -No lo harán -aseguró James. Sintieron unos ligeros pasos acercarse. Era un humano por lo que no debían temer al abrir los ojos. Malfoy fue más rápido que James. Vieron a Gwendoline Cross cruzar el pasillo a toda prisa, mientras se ponía a duras penas una capucha que le cubriría el rostro. -Esto me da mala espina…-comentó Malfoy. James sumó dos y dos. Se quitó la capa precipitadamente y se lanzó a correr por el pasillo en dirección a la Sala Común de Slytherin. Malfoy le siguió por inercia. -¡Mi hermano! Al final del pasillo de las habitaciones masculinas de la Casa de Slytherin había un pequeño ventanal enorme que daba a las turbias aguas del Lago Negro. En invierno, con las pocas horas de luz y las nubes, la oscuridad de aquella masa de agua imponía a todo el que se parara a contemplarlo. Por eso, Albus Potter siempre pasaba por allí rápido. Y eso hizo aquel día, cuando se deslizó escaleras arriba corriendo para encontrarse con Alice y hacer la ronda que les tocaba. Alice estaba de pie, esperándole con desesperación. Sabía que había llegado tarde, pero no se acordó de lo mucho que le molestaba a Alice la tardanza. -Algún día me saldrá una cana al esperarte. -Lo sé, Longbotton, perdón por… Un estallido ensordecedor recorrió toda la instancia y todos los presentes soltaron un grito que salió de su pecho de forma inconsciente. -¡AAAAAAAAAAAAHRG! -Albus tenía el corazón a mil. De pronto, un torrente infinito de agua salió de las escaleras de las habitaciones masculinas y comenzó a inundar, poco a poco, la Sala Común de Slytherin. Todos se quedaron paralizados. -¡Salid todos de aquí! -gritó alguien que se dirigió corriendo a la puerta. -¡Llamad a los profesores! -¿Hay alguien en las habitaciones? -¡Mis cosas! ¿Habría estallado alguna ventana que daba al Lago Negro? -¿Queda alguien en las habitaciones? -repitió alguien. Se suponía que no debería haber nadie porque era la hora del almuerzo y todos debían abandonar las habitaciones. -Richard McKing -anunció Albus Potter. -El hijo del Primer Ministro estaba aún en la habitación. Era el último que quedaba en mi pasillo. -Se llevó las manos a la cabeza. -¿El hijo de McKing? -gritó alarmado aquel prefecto de Slytherin. Los pocos que quedaban allí que habían oído la respuesta de Potter guardaron silencio. Aquello solo podía significar una cosa, que quizás solo Albus y Alice podían imaginar. No obstante, los rumores de que había un basilisco o un monstruo suelto comenzaron a resonar en sus mentes. -Tengo que subir -sentenció mientras echó un vistazo al torrente de agua que hacía inaccesible el paso a sus habitaciones. Nadie pareció tener la intención de pararle los pies. -¿Tú estás loco? -excepto Alice. No le dio tiempo a contestar. Una mezcla entre graznido y siseo se oyó en el pasillo de la residencia masculina. Si algún alumno le quedaba alguna duda de que los rumores acerca de un monstruo en Hogwarts eran ciertos o no, acababa de satisfacerla. A continuación se oyó un grito de horror. El silencio en la Sala Común era ensordecedor. Solo se escuchaba el agua subir. Albus temblaba, probablemente de impotencia, pero también de miedo. No dejaba de pensar en que si había ido a por el hijo del Primer Ministro, el segundo sería él, el hijo de Harry Potter. -¡Albus! -le llamó Scorpius Malfoy, entrando a duras penas con zancadas para que el agua que intentaba escaparse por doquier no le frenara. Acompañado por James Potter, vieron como Alice, Albus y otros dos alumnos de Slytherin no encontraban palabras para explicarles lo que estaba pasando y acababa de pasar. -Hay que salir de aquí y sellar la puerta -acertó a decir el prefecto de Slytherin. -¿Está allí? -preguntó James Potter, señalando al origen del torrente de agua que inundaba por segundos la Sala Común. -¿Qué es eso? El agua se tiñó de otro color. Rojo. -¡Por Merlín! -gritó Scorpius. -Un basilisco no solo puede matar con la mirada… -No hace falta que lo aclares -espetó el prefecto hacia Alice. Se oyó ruido en el pasillo. El torrente de agua aumentó. Se podía oír el palpitar de cada corazón. El ruido se aceraba cada vez más. Y ellos estaban anclados al suelo inundado. Paralizados. -¡Salid de aquí de inmediato! -gritó el profesor Neville Longbotton al entrar estrepitosamente en la Sala. - ¡Vamos! No necesitaron más. Salieron corriendo arrastrando el agua con ellos y, justo cuando salieron, justo después de que Longbotton sellara con magia la puerta, el basilisco arremetió con la puerta con un golpe seco y soltando un chillido agudo. James había agarrado a su hermano del antebrazo. Albus Potter le miró. Su padre se había enfrentado solo aquel monstruo. Era la primera vez que de verdad valoraron el héroe que había sido. Era la primera vez que realmente valoraron el peligro que corrían si se decidían a hacer lo que se proponían. -Papá -llamó Alice al profesor Longbotton. Éste se giró. La niña quería anunciarle algo. Algo muy importante. Algo que iba a desencadenar una serie de acontecimientos que jamás imaginarían. -El basilisco ha asesinado al hijo de McKing. Alice, de entre todos los verbos que podría haber utilizado, eligió "asesinar", sabiendo lo que aquello implicaba. Además, había revelado el secreto. Se trataba de un basilisco. Los otros dos alumnos de Slytherin tendrían que guardarlo. O predicarlo y avisar a todo el mundo. Richard McKing Junior había muerto. Había sido asesinado por un basilisco. Un basilisco al que se le había ordenado aquello. Entrenado por alguien con aquel propósito. Y eso solo quería decir que el Clan del Ojo existía y tenía tanto poder como su leyenda decía.
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