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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(V) Capítulo 22: Una bruja corriente
Albus Severus Potter sabía que aquel evento se trataba de los favoritos de Horace Slughorn. Que no era su talento en pociones, sino su apellido, lo que lo había catapultado allí en primer lugar. La cena tenía lugar en la oficina del profesor de pociones. Una mesa redonda. Sillas puestas a su alrededor, distanciadas entre sí -en caso de que hubiera discrepancias entre los asistentes, supuso. El director Longbotton no había visto con buenos ojos aquellas reuniones del profesor. McGonagall las había permitido por la simple tradición. Su prima Lucy Weasley había sido un miembro de aquel Club. Al igual que Christopher Nott. Quizás se conocieron allí. Hablaban de ella en la Madriguera como una tradición que seguía por mantener contento al anciano Slytherin. Más no Longbotton. ¿Por qué lo hacía ahora? Era algo que Albus había cuestionado hasta que vio a los invitados de Slughorn y sonrió con suficiencia. -¿Cómo están tus padres, McLaggen? -Preguntó cordialmente el profesor hacia Marc McLaggen. Este apretó la mano de su cita. Irina Oppelheim. Como si necesitara de su apoyo para hablar. Como si ninguno de esa sala conociera la arrogancia extrema de aquel Hufflepuff que nunca conseguía entrar en el equipo de Quidditch. -Vi la foto de tu padre en el periódico... Los Halcones pueden ganar este año. El joven asintió. -Eso esperamos, Profesor. Le gustaría jubilarse en unos años y otra victoria en su espalda no estaría nada más. -Oh, jubilarse -Suspiró el Profesor. Se llenó el vaso de vino. -Quizás alguno de estos años lo haga yo también. -¿De verdad, Profesor? -Soltó, de repente, Camrin Trust. Albus reprimió una sonrisa ante la sincera preocupación de la joven Gryffindor. Había acudido a la Fiesta de Navidad junto con Sebastian McKing. Eran muy amigos y -según había dicho Peter Greenwood -Trust estaba esperando que Slughorn hubiera invitado a algún jugador de Quidditch. Como comprobrían después al unirse a la pequeña fiesta que les tenía preparados, no tuvo suerte. El Profesor asintió hacia Trust. Le dio un sorbo a su copa. -Creo que ya me toca. -Se lo merece, Profesor -Dijo Hugo Weasley. -Una jubilación pacífica. Creyó notar tintes de ironía en las palabras de su primo. Después de todo, estaban en el borde de una guerra, ¿no? Más simplemente le sonrió. El Profesor Slughorn ya había repasado todos los padres que le interesaban. No escondió su felicidad al tener a los tres Potter en la Mesa. Imaginó que palió el hecho de encontrarse a aquellos que no le gustaría tener. Se aseguró, por el rabillo del ojo, que Scorpius Malfoy estaba lo suficientemente cómod en aquella mesa. Comía sin decir palabra. Tan solo cuando el Profesor Slughorn se refirió a él para darle la enhorabuena por su talento académico. No hizo mención de su familia. Por suerte. Pese a que Greenwood hubiera reiterado en varios ocasiones que no entendía cómo "teniendo a todo Hogwarts a sus pies", su amigo Scor había pedido a Lily Luna Potter que repitieran un Baile juntos; tanto James como Albus lo vieron con buenos ojos. No sólo porque Scor fuera su mejor amigo. Sino porque sabían que no había atracción por parte de ninguno y era una especia de figura fraternal para Lily. Greenwood, en cambio, se llevaba las manos a la cabeza al ver cómo todo el sector femenino se había lanzado a los brazos de sus amigos aquellas semanas, siendo rechazadas. Incluso Richard Carter había bromeado al respecto. Al lado de Lily, se sentaba Lorcan Scarmander. La pareja de Hugo Weasley. La mayoría no le prestó mucha atención al dúo. Pero el Profesor Slughorn recalcó que era la primera vez que un muchacho traía como pareja a otro muchacho. ¡Menos diez puntos para el Jefe de la Casa Slytherin! Sabía, gracias a Greenwood -seriamente debía plantearse su entrada al periódico de Hogwarts, pues era un Calderón de Cotilleos -, que no había ningún interés romántico entre ambos. No era justificación, de todos modos. Sebastian McKing era el que más comentarios y alabanzas había recibido por parte del Profesor Slughorn. Incluso cuando había dicho que odiaba Pociones. Le daba absolutamente igual, pues era el hijo del Primer Ministro. Sus respuestas agudas habían sido suavizadas por Camrin Trust -quien había hecho de hermana mayor que moderaba el lenguaje de un niño que no quería asistir a esa reunión. Aquella vez había sido Scor el que le había contado que, tras el ataque al Palacio de Hielo y cómo habían sobrevivido juntos, se habían unido un poco más. Sobre todo, gracias al Quidditch. Rose estaba sentada al lado de Trust. Porque, en defecto de Alice, había encontrado en ellas sus nuevas amigas. Al parecer sí que había habido alumnos que previamente habían decidido ir solos, porque Slughorn no dijo absolutamente nada al respecto. "Pretenciosa" era lo que algunos la habían llamado, cuando uno podía escucharle a través de los gritos de Lola Brooks en los que alababa el empoderamiento femenino. De un modo más sutil que McKing, también había expresado su discrepancia con Slughron a lo largo de la cena. Albus casi se ahogó en su bebida cuando, tras Slughorn alabar la diversidad de su Club, la escuchó decir que "lo único que mi madre y Voldemort tienen en común". James, fanqueando su derecha, fue el que perspicazmente cambió de tema. Lo cual debería haber hecho él, sino estuviera rezando por no encharcar sus pulmones de ponche. Su hermano habló de que había escuchado que las Brujas de MacBeth, un grupo de música con el que su madre estaba obsesionada, iban a asistir a la velada. Fue justo lo que necesitó Slughorn para subirse el ánimo. Más no le prestó atención. Sino tenía pensado fijarse en su hermano y Brooks durante la cena. Entre otras cosas. Después de su conversación en las cocinas, James había pedido a Cornelia ir a la Fiesta de Navidad de Slughorn con él. Y, bueno, no es como si allí se pudiera interactuar mucho. Pero sí que notaba a su hermano más tenso de lo normal. Y sus ojos reparaban constantemente en ella. Se preguntó si él había sido así antes. Por Merlín que no, pues era vergonzoso. Junto a Brooks, se sentaba Felicia Belby. Dirección en la que Albus había clavado sus ojos toda la noche. Y, no, no por Belby. Sino por la cita de ella. Peter Glyne. Estaba claro que no estaba allí por ser la perfecta compañía de la Ravenclaw. Sino para lanzar dagas con los ojos al resto. Albus se había asegurado de sentarse en medio de aquellos que más peligro podían correr bajo la amenaza del Gryffindor. Para Albus, McLaggen y Oppelheim pasaron desapercibidos durante toda la cena. Pero no la persona que se sentaba al lado de Oppelheim. Su cita. Cuando aquella tarde sacó el traje que su madre le había comprado para el Baile de hacía dos años, sintió una melancolía al recordar la última vez que se lo puso. Porque había ido con Alice. No ayudó cuando, al bajar a su Sala Común, su cita le comentó que, si por ella fuera, se cambiaría por Alice aquella noche para que disfrutara de lo apuesto que estaba. El único cumplido que seguramente recibiría de Isabella Zabini. Para Albus, había sido una declaración de intenciones. Él era uno de los magos que utilizaba Whitehall y había ido a la Fiesta del Club Slug con uno de los objetivos de Glyne. Si le hacía daño, se metía con los Potter. Otra razón por la que validaba la idea de su hermana al lado de Scor. La cena pasó rápido -no descartaba que Slughorn les hubiera apremiado. Al parecer tenía invitados que ya le estaban esperando. Todos siguieron al Profesor a la improvisada velada. Efectivamente, la música de las Brujas de MacBeth sonaba de fondo. Y los invitados habían comenzado a beber sin el Profesor y sus alumnos. Y, oh, menudos invitados. El primero al que vio fue a Edward Whitehall. Con un traje de chaqueta. Hablando con personas que Albus conocía en la distancia o por portadas. Sintió la respiración de Scor acelerarse. Y a Zabini inhalar aire. -Mira, ahí está tío Charlie -Comentó, apretando su antebrazo, Rose. Albus asintió. Rose se sumergió entre los alumnos y los invitados y desapareció. Quizás habí visto un contacto que le gustaría reforzar. Lo mismo hicieron Hugo Weasley y Lorcan Scarmander. Albus indicó a Scor y a Zabini que les siguieran hacia donde su tío Charlie se encontraba hablando con un vampiro. Su hermana les siguió suspirando -quizás quería ver a las Brujas de MacBeth, ya que, aunque no era una seguidora, aquella música era un recuerdo presente de su madre. -Oh, mis sobrinos -Charlie abrió los brazos hacia ellos. Lily dejó que Albus fuera el que se dejara abrazar. Gracias, Lily. Su distanciamiento con las muestras de afecto nunca le habían pesado tanto. -¿Conocíais a Aurel? Lily asintió. Albus arrugó el rostro. -Estuvo en tu boda, tío -Aclaró su hermana. Pero Albus juraría que era la primera vez que lo veía. Se aclaró la garganta. -Estos son Scorpius Malfoy e Isabella Zabini, tío. No había hecho cálculos para saber si su tío había conocido antes a Scor o no. Incluso podría ser que hubiera encontrado a Zabini por el Ministerio. Fuera como fuere, sintió la necesidad de presentárselos formalmente. -Oh, sí -Fue el vampiro el que habló. Tendiendo la mano hacia su mejor amigo. -Luchamos juntos en la Batalla del Hielo. -Un placer volver a verle, Aurel -Scor apretó la mano. Acto seguido, el vampiro se dirigió hacia Isabella Zabini y Albus notó cómo su presión se acrecentaba. -Tienes los ojos de tu abuela. Aquel comentario les descolocó a todos. No solo el hecho de que Aurel tuviera la apariencia de un joven de veinte tres años o porque hablara de Madame Zabini como la hubiera conocido en su juventud, sino porque Aurel conociera a los Zabini. O, mejor dicho, a la Señora Zabini. Conocida, como le gustaba decir a su abuela Molly, por hacerse rica cogiendo las herencias de los esposos a los que mataba. -Por fortuna, solo eso -Fue su respuesta. Se hizo un silencio claramente incómodo. -He oído que Lucy y Dom están viviendo juntas en tu antiguo piso, ¿es cierto? -Optó por comentar su hermana. Albus casi escupió el ponche de nuevo. -¿Lucy y Dom? -Son las dos unas jovencitas muy valientes... Y ambas necesitan vivir cerca del Ministerio -Explicó su tío. -Ya no son las niñas que eran antes. -¿Cómo está Lucy? -Preguntó Albus. -Mi padre me dijo que había estado en San Mungo. Su tío Charlie le lanzó una mirada de precaución. -Nada que pueda evitarse con otras compañías -Le salvó Aurel. No pudo evitar desviar la mirada hacia Whitehall. Y no se sorprendió al ver que le estaba observando. No sabía si se sentiría traicionado o no por estar escoltado por potencias amenazas para la seguridad mágica, como el diría. Albus se dio cuenta del error en posar su mirada en él cuando era demasiado tarde. El Auror disipó la conversación que estaba teniendo con Sybil Trewanely. Y se acercó a él. Con pasos decisivos. Su tío Charlie y Aurel ladearon la cabeza y se echaron hacia atrás. Scor se posicionó a su lado y juró oír sus dientes rechinar. Zabini eligió quedarse detrás de él. La diferencia entre Slytherin y Gryffindor, supuso. Su hermana Lily suspiró y se acomodó el pelo sobre sus hombros. Como si lidiar con un Auror violento fuera el pan de cada día. -¿Qué tenemos aquí, Potter? -Su sonrisa mostraba su claro desacuerdo con la decisión de Albus de ser amigo de Malfoy y de traer a Zabini como su cita. -¿Debo comenzar a dudar de ti? Después de todo, un Potter en Slytherin no debía ser algo de fíar. Exhaló aire. -¿Qué quieres? -Es evidente -Le respondió con una expresión seria. -Quiero justicia... Y estos... -Señaló a Scor y a Zabini. -Hijos de asesinos se ponen en nuestro camino. Hizo hincapié en la palabra "nuestro". Vio a Scor enroscar su mano en un puño. De repente, toda la velada se centró en ellos. Solo se escuchaba la música de las Brujas de MacBeth que fue descendiendo al darse cuenta del enfrentamiento en la Sala. -Eddy, mi chico -Slughorn apareció por la espalda del Auror. -Tengamos la Fiesta en paz ¿no? Retiró al Profesor de un empujón. Hubo varias exclamaciones ahogadas. Sacó la varita. Se acercó a Albus. Y pasó su mano por el hueco de su cuello para apuntar a Bella Zabini. -¿Cómo Hogwarts puede permitir una traidora a la paz mágica como esta? -Escupió. Albus intentó bajar la varita de Whitehall, más otra salida de la nada le apuntó. Glyne. No tuvo que verle el rostro para comprobar una sonrisa de suficiencia que le encantaría arrancar de un puñetazo. Fue Scorpius el único del resto en sacar su varita y apuntar a Whitehall. Lo que derivó en más exclamaciones. Y en una risa sarcástica por parte del Auror. No había sido la mejor decisión parte de su amigo. No, para nada, en absoluto. -Señor Whitehall, como Premio Anual, le pido, por favor, que... -Su hermano James apareció al lado de Lily. -Hogwarts no tiene autoridad sobre mí -Le espetó entre dientes. -Puedo llevarme a estos dos alumnos por desafíar a la autoridad si quiero. La amenaza hizo que Albus gruñera. -¡Ni siquiera tiene pruebas de que han hecho algo malo! -Demandó Lily. -Potter, no defienda a aquellos que intentaron matar a su padre, la hace parecer estúpida -Le insultó sin tapujos. Albus buscó su varita en sus pantalones. -Zabini fue amiga de aquellos que escaparon de mí el año pasado y... Malfoy es Malfoy. Su abuelo está escondiendo al Ojo. Por sólo su apellido debería estar encerrado en Azkaban desde que nació. -No creo que sea el mejor momento para esto -Determinó Albus, sin encontrar aún su varita. Rose Weasley se abrió paso entre McLaggen y Oppelheim, quienes estaban apoyando a Glyne. Clavó una mirada de irritación en Albus. Y este no supo realmente cómo interpretarla. -Señor Whitehall -Lo llamó. Sus manos por detrás de la espalda. Albus arrugó el rostro. -No tiene derecho a venir al castillo cometer delitos de amenaza y de inducción al odio -Le inculpó para sorpresa de varios. -Le recuerdo que para cualquier tipo de intervención del Departamento, necesita una Orden del Ministerio -Le miró de arriba a abajo. -¿Dónde la tiene? Whitehall rodó los ojos e ignoró el comentario de su prima. Lo cual hizo que Rose suspirara. Evidentemente no era el pasatiempo favorito de Rose ser despreciada delante de tanta gente. -La jurisdicción de Hogwarts declara que ese tipo de decisiones solo puede tomarlas el director o el Ministro de Magia -Informó rápidamente Lorcan Scarmander. -Además, usted ni siquiera es un Auror en este país -Puntualizó Sebastian McKing. Los miró a todos como si aquello le divirtiera en sobremanera. -Así que métase en sus asuntos porque no sabe a quién se puede enfrentar en esta sala…-Amenazó Scorpius. De nuevo, exclamaciones. Oppelheim y McLaggen sacaron sus varitas y apuntaron a Scor. Quien tenía tres varitas sobre sí. Albus aún sentía la cercanía de Whitehall sobre él. Divertido por toda aquella escena. Como si fuera justo lo que pretendía crear. Más su mandíbula se tensó. -No creo que te des cuenta de con quién estás tratando -Whitehall chasqeuó su lengua. -Si fueras tan bueno como todos dicen, habrías considerado quedarte callado o quedarte en tu mansión, Malfoy. La sangre de Albus Severus Potter se enervó al escuchar el tono con el que había dicho el apellido de su mejor amigo. Scorpius dejó salir una risa relajada y suspiró. -No estaba hablando de mí. Whitehall entornó los ojos. Scorpius miró a Rose. A Rose. ¿Por qué Scorpius miraría a Rose Weasley? ¿Qué había hecho ahora su prima? Ella tenía los labios tensos. La mirada enfurecida. El Auror siguió la estela de su mirada. Y se volvió a reír. -¿Weasley? Es sólo una bruja corriente -Espetó con saña. Whitehall sabía que aquellas palabras molestarían a Rose. Era la hija de Hermione Weasley. Cierto que no era Hugo Weasley, pero… La forma en la que lo dijo. A Albus se le retorció las tripas de pensar en lo que debía estar pensando Rose. Con todas aquellas personas contemplando aquella humillación pública ante su persona. -Entonces, te vas a llevar una gran sorpresa -Le dijo Scorpius con una sonrisa a Whitehall. -Señor Whitehall -Le llamó Rose, de nuevo. Esta vez, ni se giró para verla. No obstante, Albus no apartó la mirada de ella. Sacó su varita. Convocó un pergamino. Un pergamino que se desplegó y mostró a todos los presentes el sello del Ministerio Británico de Magia. -Desde hoy, se le prohíbe la entrada en Hogwarts y se le obliga al alejamiento de cualquier alumno de este centro -Hablaba con la firmeza que solo Rose Weasley podía tener. -Le invito a que abandone esta reunión para no tener que llamar a refuerzos que le obliguen a hacerlo. Hubo un silencio sepulcral. -Tu representante del Ministerio -Musitó Zabini a su lado. Albus sintió el orgullo hacia su prima llenar su pecho. -¿Señor Whitehall? -Insistió Rose, sin encubrir cierto tono de burla. No se giró. En cambio, dirigió unas palabras a Albus. -Creía que querías proteger a tu chica, Potter. Apartó su varita. Sin embargo, no la guardó. Sino que la utilizó para apuntar a Rose Weasley. -Señor Whitehall, le pido, por favor que considere sus opciones -Le suplicó el Profesor Slughorn. -¡Silencio! -Conjuró hacia el Profesor. Albus se giró para comprobar que su tío Charlie y Aurel seguían en la sala. No supo a qué pregunta le respondió Charlie, más le negaba con la cabeza algo. El Auror volvió a apuntar su varita hacia Rose Weasley. -No le estoy mandando a Azkaban -Recordó su prima hacia Whitehall. Fue suficiente para incitarle. -¡Desmaius! -¡Protego! -Conjuró rápidamente Camrin Trust. Y se posicionó en frente de Rose. Albus parpadeó. Atónito. Sebastian McKing también se movió hacia el pequeño círculo que se había formado con Whitehall en el centro. Y se ubicó en frente de Rose. Tom McGregor la imitó. Y Lorcan Scarmander. Lily Potter acudió también a ellos. Todos sacaron sus varitas y apuntaron hacia Whitehall. Albus vio por el rabillo del ojo cómo su hermano retenía a Brooks. Cómo Hugo Weasley sacaba su varita. Los Guardianes de Hogwarts. De nuevo, protegiendo el castillo. Glyne, Oppelheim y McLaggen retiraron sus varitas de Scor y escoltaron al Auror. Albus suspiró. Hizo lo primero que se le ocurrió. Se acercó a Whitehall. Y lo cogió del codo. -Señor Whitehall, no me haga arrepentirme de esto -Le rogó en voz baja. Nadie le impidió que salieran del despacho de Horace Slughorn. Ser escoltado por Albus Severus Potter era la mejor opción que tenía ese Auror en ese instante. Y el propio Auror lo sabía. Por lo que no se resistió cuando lo devolvió al pasillo. Soltó su agarre. Recibió una expresión seria. -Había oído que eras amigo de Malfoy, joven -Le reprochó. -Pero... ¿Una Zabini? Su hermano claramente nos contó que ella participaba de sus pequeños ataques y conspiraciones en el castillo. Oh, sí. -¿Y qué mejor que ser su amigo para saber qué trama? -Inquirió el joven. Suspiró irritado. -Por poco me descubres... -Volvió a suspirar. -¿Y Glyne? ¿Por qué no me dijo que había más Cazadores dentro de Hogwarts? Le miró por encima del hombro. -No mentía cuando decía que no me fío de ti -Le espetó. -Mándame un informe con todo lo que sepa sobre Malfoy y Zabini... Y le consideraré de nuevo. -Considéralo hecho -Asintió Albus. -Pensaba hacerlo en Navidad. Como un regalo... Supongo que me ha destrozado la sorpresa. -Si de verdad está con Malfoy y Zabini para vigilarlos, está haciendo un mejor trabajo de lo que esperaba... Glyne no opina que tus intenciones sean esas. -Me temo que no ha utilizado a las mentes más brillantes para vigilarme a mí -Consideró Albus. Whitehall se rio. Después, se rascó la barbilla. -Su prima Weasley va a ser un problema si no me deja acercarme a ellos -Albus intentó no tensarse y parecer relajado. -Si sigue entrometiéndose en nuestro objetivo, deberemos plantar pruebas falsas para inculparla -Explicó Whitehall. -Por supuesto -Asintió Albus. El Auror lo contempló por un momento más. Y se Aparició. Albus exhaló todo el oxígeno que había retenido durante todo aquel tiempo. Se desajustó la corbata. Y se pasó la mano por el pelo. Sintió la sangre bombardear sus oídos. El corazón latir. Rose Weasley salió del despacho de Slughorn y sonrió al ver a su primo. Él sonrió al verle a ella. -¿Se ha ido? -Preguntó Rose. Asintió. -Debes tener más cuidado la próxima vez, Rose... Ahora tendrá ojos en ti también. Ella se encogió de hombros. -No me importa, ya te lo he dicho. -Sí, pero tu madre me matará cuando se entere -Replicó Albus. La vio rodar los ojos. Sabía que le importaba aún menos lo que le dijera su madre. Sobre todo, cuando había sido Hermione Weasley-Granger la que había ideado aquella colaboración de Rose el verano anterior. -Supongo que a partir de ahora tengo que hacer que parezca como si Scor no fuera mi mejor amigo. Se rio ante la ocurrencia. -¿Por qué le has contado que era yo? -Le exigió saber. Albus negó. -No se lo he contado... Ha debido adivinarlo. -Imposible, he sido muy cuidadosa y, además, ni siquiera hablo con él. -Yo que sé -Albus sacudió su cabeza. -Scor es muy listo... Igual has hecho algo que le haga creer que eras tú y no te hayas dado cuenta. Rose alzó una ceja, pero no incidió en el tema. -¿Te ha dicho algo de Alice? Él vaciló. -Debo darme prisa en sacarla de allí -Rose asintió. -Al menos podré verla en Navidad... -Rose le empujó dándole un puñetazo en el hombro. -¡Eh! -Tu hermano y tú sois lo peor que existe sobre la superficie del planeta. -No me culpes a mí... Culpa a mi padre. -¿Sabes? -Le dijo Frank Longbotton, arqueando las cejas, e intentando no moverse mientras tenía las dos dagas sobre la piel de su cuello. -Muchos psicólogos dicen que la hostilidad es, en realidad, atracción sexual subliminada. Al verle luchar por zafarse de su agarre, Gwendoline Cross estuvo tentada de hundirle las dagas en la piel. ¿¡Cómo se le ocurría?! ¿¡En qué estúpida cabeza cabía la idea de asustar a una asesina que debía proteger el Refugio sin avisarle?! ¿¡Había perdido la cordura?! Le gruñó. Separó las dagas. Se incorporó sobre el torso que tenía inmovilizado con sus piernas. No le tendió la mano para que se incorporara. Miró hacia otro lado. Y gruñó de nuevo. -¿Qué haces aquí? -Es Navidad -Contestó simplemente. Ella estuvo tentada a Desaparecer en aquel justo instante. Imaginó que Frank le vio las intenciones, pues, en cuanto se hubo puesto sobre sus pies, la sujetó de la muñeca. Como para que no se escapara. Porque eso era lo que había estado haciendo todo aquel tiempo. Desde luego, Ted Lupin había hecho un trabajo pésimo en quitarle a Frank Longbotton de encima. -Un soldado no tiene vacaciones -Puntualizó ella. Escuchó la risa que llevaba tanto tiempo sin escuchar. Odió con todas sus fuerzas lo que le hacía sentir. No había retirado su mano como debería haber hecho. Desde luego, no era tan fuerte como antes. La había hecho vulnerable. Y se odiaba a sí misma por haber rebajado la guardia de aquella manera. -No eres un soldado. -Si no soy un soldado, no soy nada -Le explicó. Quizás con esa correlación de hechos entendería por qué aquello no era una buena idea. -Marcháte. Él chasqueó la lengua en desaprobación. -Tú no tienes la culpa de lo que le pasó a Crawford, Gwen -Dijo. Y sintió que su corazón se saltaba un latido. No lo demostró. -Además, puedes tener amigos... No somos el Ojo. Se rio. Porque era absurdo. Porque aquel muchacho no sabía qué época estaba viviendo. Qué era lo que ella había vivido. -¿Tú qué sabrás? Estuvo a punto de escupirle. Como habría hecho no muchos años atrás. Y se odió por reprimirse. E incluso odiándose y queríendolo hacer, no lo hizo. -Te conozco -Su respuesta volvió a causarle emociones que no podía permitirse. -Eres humana. Todos nos equivocamos alguna vez... Y tienes derecho a hacerlo. No tienes que distanciarte de mí para... No sé qué pretendes, si soy sincero... Y... Siguiendo con la honestidad... -Me haces peor soldado -Interrumpió. Antes de que siguiera hablando. -Nunca me había pasado, Frank. Nunca habría dudado en hundirte las dagas sin comprobar quién eras... Nunca me habría despistado protegiendo al señor Crawford. Mi profesionalidad cambió desde que te conocí y es lo único que me ha mantenido viva hasta ahora. No quiso añadir que cualquier cosa que amenazaba con arruinar aquella profesionalidad en su vida la destruía. Acababa con cualquier rayo de emoción que podía haber tenido a lo largo de su vida. Más no lo dijo en voz alta. Para que no indagara. Para que no preguntara. Porque si descubría aquello, la destrozaría por completo. Y ya era demasiado susceptible a su voz como para darle otra baza más que acabaría con su fortaleza. Lo escuchó inhalar aire. -Tú no tienes la culpa de la muerte del Señor Crawford -Repitió, con un tono de voz más bajo. Ella enroscó su mano en un puño. -¡Sí! -Exclamó. De nuevo, el torbellino de emociones sobrecogiéndola. -Si no hubiera estado contestando una de tus estúpidas cartas, me habría dado cuenta del hechizo que habían puesto en el apartamento... -También podía haberse dado cuenta él. Volvió a soltar una carcajada. -Pero era yo la encargada de protegerles... E Ivonne acabó huyendo con su nieta y su hija... Y yo tuve que venirme aquí con un maldito Auror al borde de la muerte. Se hizo un silencio entre ambos. -¿Es por eso por lo que no te has alejado de mí, entonces? -Preguntó. Con un tono más agudo. Con visible inseguridad en sus palabras. -Me he apartado de ti porque tengo un trabajo que hacer y lo haré hasta que me muera. Otra pausa. -¿No crees que has exagerado un poco? Ella negó. Si sólo supiera en qué mundo vivían. -Si no me entrego a la protección del Temple, me encerrarán en Azkaban -Le reveló. -He causado demasiado daño como para no tener una sentencia sobre mi cabeza... Pertenezco al Ministerio -Recordó aquello también para ella. -En el momento en el que comience a ser prescindible, me encerrarán. Se encogió de hombros. Contempló cómo Frank Longbotton se tensaba. Gwendoline Cross frunció el ceño. Estaba casi segura de que aquel arreglo entre su libertad condicionada y el Ministerio -el Temple -era conocido por todos. ¿Cómo si no iban a dejar a la asesina de Minerva McGonagall en libertad? Ella había nacido dentro del Ojo. Sí, había jurado libertad al Temple... Pero había sido entrenada por el Ojo. Nadie podía fiarse de ella. No por su lealtad -la cual había demostrado ya varias veces-, sino por su peligrosidad. Era una especie de bestia a sueldo del Ministerio. -No lo permitiré. Ella negó con toda las fuerzas su sonrisa. -Tú ya no eres nadie para el Temple y no tienes autoridad en el Ministerio -Le recordó. -Lo verán como un capricho que puede ponerle en peligro a todos... Y es así, Frank. Has tenido mis dagas en tu cuello y, de no ser porque eras tú, te habría rebanado el cuello. Incluso si era la mismísima Hermione Weasley. ¿Entiendes? Lo escuchó tragar saliva. -No lo harías. Rodó los ojos. -Soy una máquina perfecta de matar. Por supuesto que lo haría. Otra pausa. -No intentes asustarme con lo que eras, Gwen -Sonó a amenaza, lo cual la sorprendió lo suficiente como para alzar una ceja. Lo vio tensarse. -Sabía que esto ocurriría tarde o temprano -Se lamentó. ¿Qué esperaba? Aquello no era de aquellos libros que decía que debía leer para sus dichosas clases del internado. Aquello era una sociópata entrenada y un joven que se creía que podía cambiarla. -Te han lavado el cerebro... Esto... He leído sobre estas cosas... Sigues siendo humana. Sé que te preocupas por mí. Que te preocupabas por el Señor Crawford... Y sé que, aunque me dijeras que Lola te irritaba, en realidad, habrá sido lo más cercano a una amiga que has tenido. No supo qué decir. No supo qué rebatirle, pues Frank siempre había sido perspicaz en ver a través de sus mentiras. Y aquello era todo verdad. No era su hermano. Ella había dejado que su mente y su corazón sintieran de verdad. Maldita sea, era solo ver la barba despeinada y los brillantes ojos de Frank y tener que resistirse a abrazarle. ¡Abrazarle! Algo que solo había descubierto gracias a él. Tuvo que hacer aplomo de fuerzas. -Márchate, Frank. No te preocupes por mí. -Me preocupo por ti porque me importas -Declaró Frank. Deliberadamente. Como si no le costara nada decir aquello. -Que Merlín me ayude, sé que no debería, pero lo hago. Así que siempre te diré que tengas cuidado y siempre estaré preocupado por ti, porque siempre me importarás. Sintió dentro de ella una emoción que jamás antes había sentido. Supo lo que era en el instante en el que el vello de su cuerpo se erizó y su estómago se hizo un nudo. Debería haber intuido que, cuando un joven como Frank Longbotton declaraba cosas así hacia ella, sus ojos se humedecerían. Luchó con todas sus fuerzas por batir las lágrimas y tragárselas. Quizás lo único que consiguió aquella tarde. Sintió su respiración más pesada. Nadie nunca en su vida le había dicho algo similar. Ni siquiera su madre. Aunque había descubierto con el tiempo que la decisión de criar a su hija dentro del Ojo y someterla a todas aquellas torturas y a aquel entrenamiento hacía siempre difícil creer que sentía algún tipo de amor por ella. Otra máquina de matar. Pero las palabras de Frank eran sinceras. ¡Qué facilidad tenía para expresar lo que sentía! Quiso acogerlas. Quiso mantenerlas en su pecho. Pero también sentía la impotencia de toda la responsabilidad que se cernía sobre ella. Sabía que el Temple la necesitaba en toda su capacidad. Sabía que si no les ayudaba, perecerían. Sabía que si dejaba que Frank la distrayera, habría menos oportunidades de ganar aquella guerra. Supuso que si acababan todos muertos como algunas profecías decían, haberse retenido en aquel momento no valdría la pena. Se giró hacia él y lo besó. Porque ella no era de palabras. Sino de acción. -Necesito que respetes mi distancia -Le dijo contra su boca. -Prométeme que no me alejarás de nuevo -Le imploró. Ella lo acusó con la mirada. Por supuesto que le haría decir algo así. Besarle no había sido la mejor idea del día, debía reconocerlo. -Sólo... Dame algo. -Tendrás que conformarte con eso. Él exhaló aire. -Lo siento... Es que salir con una asesina no suele venir con un manual de instrucciones. Y deseó tener las dagas sobre su cuello de nuevo.
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