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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(V) Capítulo 20: Deseos mundanos
-¿Y qué has visto? Lyslander Scarmander no se podía creer que hasta aquel momento su mejor amiga no le hubiera contado su secreto. Había razones por las que no lo había hecho. No era ingenua. Sabía que el orden del cosmos, por ejemplo, era una de ellas. Y que, tal vez, había prometido a quien fuera que le había regalado ese artilugio que no se lo diría a nadie. Pero Lyslander no era una persona cualquiera. Ella había descubierto a Lily Luna Potter. Y a su giratiempo. Tampoco era como si su amiga no hubiera sido discreta. O supiera mentirle a ella. -Si te lo digo, puede que no se cumpla -Musitó Lily. La joven Hufflepuff soltó una pequeña carcajada. -¡Oh! Es bueno, entonces. Sin embargo, su mejor amiga pareció vacilar. -Bueno, desde luego es bueno para alguien… No sé qué pensarían algunos…-Su voz se fue apagando. El futuro. ¿Qué les depararía el futuro? Desde la primera vez que se vistió en la ropa de Quidditch de Hufflepuff, Lyslander siempre había querido pensar que aquel sería su destino. Cada día que pasaba era más consciente que el Quidditch era algo trivial en comparación con la gravedad de los conflictos que asolaban al mundo. Respiró profundamente. -No me lo dirás, ¿verdad? -Inquirió. Sabía la respuesta, no obstante. Justo cuando la pilló, lo primero que le advirtió su amiga fue la regla primordial de que no podía decir nada. Sinceramente intuía que tampoco había visto nada significativo. Sólo había estado en los pasillos de Hogwarts. En un año de diferencia en el futuro. ¿Qué podía cambiar para hacerla sentir incómoda? Eso solo hacía que la diversión creciera. Lily Luna Potter no solía sentirse intimidada por absolutamente nada. -No quiero interferir en el destino, Lys… -Aclaró su amiga. E hizo un gesto con los hombros, como si se estuviera quitando la responsabilidad de guardar el secreto que había caído sobre ella. Posó su mirada en ella. Se descubrió a sí misma indagando en los posibles pensamientos de su mejor amiga. -Pero… Dime una cosa… ¿Qué te gustaría que fuera? Era una pregunta tan abierta que Lyslander no sabía por dónde empezar. -Muchas cosas. Que se acabara esta guerra con el Ojo… Que viviéramos sin miedo… Que vivieras sin miedo… Paz mundial y ese tipo de deseos. -¿Y deseos más mundanos? -Su voz sonó un tono más agudo. Lyslander se rió. -¿Tiene que ver con mi pierna? Porque todo tenía que ver con su pierna. Con su maldita pierna. Porque si solo pudiera andar mejor, todo sería más llevadero. No recibiría miradas que la hacían sentir más menuda. O no la delegarían en un segundo plano. Como si no poder pisar fuerte sobre el suelo fuera un impedimento para no tener fortaleza en su corazón. -No puedo decírtelo -Recordó Lily. Ella asintió. Decidió dejar el tema. Supuso que no tenía que ver con su pierna. Desde luego, no era algo que hiciera sentir a Lily incómoda. ¿No? No era Ravenclaw, pero debía admitir que tenía una curiosidad infinita por leerle la mente en aquel instante. -¿Cuándo vas a quedar con Cross? -Le cuestionó. Por cambiar de tema. Y porque verdaderamente quería saber la respuesta. Le había contado -y hecho prometer que nunca se lo diría a nadie -que había encontrado en aquella asesina aparentemente reformada un punto de encuentro entre su violencia incontrolada y lo que podía hacer con ella. Lys estaba fascinada por aprender aquello. Quería saber más. Quería saber si Cross iba a instruirla en el arte de la batalla. O si simplemente era un arte terapéutico. -¡No hables de ella en voz alta! Recibió una suave colleja en la nuca de su amiga. Se quejó con una risa simulada. Echaba de menos que los impulsos violentos de Lily. -¿Cuándo vas a quedar con Ya-Sabes-Quien? -Le preguntó, esta vez, con un tono burlón. -Por Merlín, Lys, no es Voldemort… -¿Tú crees? Ni Lord Voldemort pudo acabar con Minerva McGonagall, ¿no? -Ya-Sabes-Quién al menos tiene corazón… O eso creo. Creo que le gusta el hijo de… El que dirige todo este edificio. ¿Desde cuándo su mejor amiga hablaba en voz baja y cotilleaba? Volvió a reírse. Si había una persona menos indicada para mantener un secreto y tener que hablar sobre él, era Lily Luna Potter. Era reservada. Sí. Y podía tener secretos que no revelera nunca jamás. Pero si tenía que hablar sobre ellos -como si fuera una espía -no duraría ni tres segundos en el campo de batalla. -¡Frank Longbotton! Si lo dijo en voz alta fue -no lo admitiría ante Lily - para ponerla nerviosa. -Por los calzoncillos de Merlín, Lyslander, contrólate. Volvió a soltar una risa y la disimuló con una tos cuando dos Ravenclaw pasaron a su lado. -Lo siento, lo siento, una no descubre todos los días…-Se excusó con una sonrisa.- Es como si Voldemort estuviera saliendo con tu tía Hermione -Se mofó. -Eso explicaría muchas cosas de mi prima Rose…-Razonó su amiga. Ella asintió. -O de Hugo -Añadió con firmeza. Hubo un silencio. Y se arrepintió al instante de sacar a Hugo Weasley en una conversación con su mejor amiga y con la prima del Ravenclaw. Lyslander chasqueó la lengua y exhaló aire. -¿Tengo que decapitar a mi primo? -Fue la pregunta de Lily. Pero era una pregunta con un tono de duda. No con la certeza que normalmente utilizaba cuando hablaba de Hugo... Pues todo el mundo siempre sabía que había que decapitarle. Todo el que lo conociera sabía que cualquier persona era irascible a su lado. Les irritaba a todos. Incluso cuando no pretendía hacerlo. Las desventajas de saber que uno era un genio, decía. Por eso, le sorprendió que Lily no utilizara su impulso asesino sobre Hugo Weasley. Más no dijo nada. -Oh, no, puedo hacerlo yo sola -Dijo como si nada. Era cierto. Ambas lo sabían. Lyslander Scarmander era la única que incluso coja podía hacer frente a Hugo Weasley. ¿Por qué? Porque no le intimidaba su inteligencia. Porque dijera lo que dijera, para Lyslander siempre iba a ser su amigo. -¿Cuál es el motivo de su condena? -De nuevo, tentando el terreno sobre el que se encontraba. -Ser Hugo Weasley. No había traspasado la frontera de su naturaleza. Ese probablemente era el problema. -Odio decir esto, Lys, pero, en el fondo, se queja tanto de que juegues al Quidditch porque está preocupado por ti. Oh. Aquello era nuevo. ¿Lily Luna Potter defendiendo a Hugo Weasley cuando claramente Lys no había hecho nada para que Hugo la atacase de aquella manera? ¿Qué había hecho con Lily? ¿Estaría aquello relacionado con lo que vio gracias al giratiempo? La miró escéptica. -Dijo claramente que era poner en riesgo a un soldado por un estúpido juego de escobas -Recriminó la posición de su amiga, algo ofendida. Lily se mordió el labio. -De acuerdo, la decapitación está bien… -Se le está subiendo esta guerra a la cabeza -Comentó, quizás forzando entrever qué opinaba Lily al respecto. -Estamos en guerra, Lys. No lo olvides. Por supuesto. Por supuesto que Lily Luna Potter diría aquello. Por supuesto que todos seguían pensando que Lyslander seguía viviendo en un mundo de unicornios al que habían acusado de estar exiliada su madre. Pensar en positivo no era un error. -No lo olvido… -Suspiró. -Pero si el Quidditch me va a poner en riesgo, ¿no estaré más en peligro cuando sea la batalla? Llevaba pensando en aquello demasiado tiempo. Y era la primera vez que lo decía en voz alta. -Si lo miras así… -A no ser que haga como con su estúpido equipo de investigación y me deje atrás por creerse que soy paralítica… Menos mal que es tu hermano el que nos organiza a todos y no él. Lo soltó todo sin darse cuenta de que había utilizado un tono de dureza que no estaba acostumbrada a usar. Se hizo un silencio entre ellas. Lily la contempló de reojo. -¿Le has dicho eso a Hugo? -Estaba sorprendida. -Sabes que no tengo problema en ocultar lo que pienso. Era algo por lo que Lily y Lyslander eran muy amigas. Ninguna de las dos tenía pelos en la lengua. -Creo que por eso Hugo se ha puesto así. ¿¡Qué?! ¿La culpa ahora la tenía ella? -¿Qué quieres decir? -Oh, venga ya, Lys… ¡Le has dicho a mi primo que James Potter es mejor que él! Es como decirle a Merlín que Myrtle la Llorona lanza mejores hechizos que él… -No hablaba de capacidades mágicas… Sino de liderazgo. -Lys… Le has dejado claro que eligirías a mi hermano antes que a él. -¿Y? ¡Claro que lo haría! ¡Y mil veces! -Exclamó, exasperada. -Tu hermano me ha ayudado con el Quidditch, me ha apoyado, no me dejaría nunca atrás y se le da mucho mejor ser el capitán de todos nosotros que Hugo. Contó todos los motivos con los dedos mientras se los enseñaba a Lily. Y Lily debía coincidir con ella. -Sí, sí, tiene carisma y es muy guapo también, eso siempre juega en su favor… -¿Quieres decir que prefiero a tu hermano porque es James Sirius Potter? ¡Lily! ¡Yo no soy así! El genio de su mejor amiga. -Pero Hugo pensará que sí… Ya sabes lo egocéntrico que es… Pensará que te gusta James y que por eso le dijiste eso. ¿Qué demonios? -¿Y qué si fuera así? Y no lo es. -Pregúntaselo. -No pienso hacerlo. Lys se cruzó de brazos. Y salió disparada hacia el Gran Hall. Por si no quedaba claro: no, no le gustaba James Sirius Potter y no pensaba seguir hablando con Lily de Hugo. No quería seguir hablando con nadie de Hugo. Tenía suficiente con que Lorcan no parara de hablar de su investigación. Era afortunada por no tener que compartir clase con él. Antes de entrar en el Hall, vio a su madre en Hogwarts. Su ánimo se disparó hacia arriba e hizo amago de correr a abrazarla para que le quitara todas las vibraciones negativas que tenía en ese momento. Su aura debería estar rebosando de rayos oscuros. Su padre siempre le decía que era muy parecida a su abuela. No obstante, su madre ni siquiera se percató de su aura. Estaba hablando con una alta figura. James Sirius Potter. Cómo no. Rodó los ojos, pues, ¿era cierto que Hugo pensaría eso de ella? ¿Qué pensaría si viera a James hablar con su madre? ¿Qué le estaba pidiendo permiso para quedar con ella? No pudo evitar suspirar ante las ocurriencias de Lily. Lyslander arrugó la nariz. Los observó desde la distancia. Sin acercarse a ellos. Planteándose aquella situación de manera más seria, se dio cuenta de que no era un encuentro habitual. ¿Qué hacía su madre con James? ¿Le estaría también reajustando el aura? Desde luego, James lo necesitaba más que ella. En varias ocasiones, se había ofrecido a hacerlo. Nunca se había dejado. Como si ella estuviera loca. Entonces, vio cómo su madre le dio tres frascos de cristal a James. Y, acto seguido, su madre desapareció. Sintió una sensación incómoda en su estómago. ¿Su madre había ido a Hogwarts para hablar con James? En tanto que James no solo era el capitán de Quidditch de Gryffindor, sino también miembro del Temple, sintió la preocupación ocupar un espacio importante en su pecho. Y esperó que el vínculo formado con él en los antiguos entrenamientos sirviera para algo. Se acercó a él a pasos ligeros -lo que su pierna le permitía -antes de que el joven entrara al Gran Comedor. Se sorprendió al verla. Y escondió los frascos en su túnica. Tarde. No sólo los había visto. Sino que se aseguró de que James supiera que ella había visto el intercambio. -¿Qué quería mi madre? Quizás un saludo estaba sobrevalorado. Quizás estar preocupada por su madre lo justificaba. Pareció dudar. ¿Pretendía mentirle? -Son... Recuerdos. Tenía una ceja alzada. Y Lyslander la imitó. -¿De mi madre? ¿Mi madre te ha dado un recuerdo? Todas las teorías comenzaron a formarse en su cabeza a la velocidad de la luz. -No, Lyslander…-Interrumpió rápidamente James. - Pero tu madre podría meterse en un buen lío si alguien se entera de esto… Así que vamos a mantenerlo en secreto, ¿vale? Ella asintió. Mantenerlo en secreto no significaba que no fuera a preguntarle de nuevo, ¿no? Graham McOrez observó al Señor comerse las cenizas del fénix que acaba de morir en frente de ellos. Se llenaba sus dedos de aquellas partículas grises. Se llevaba los restos de aquella criatura a su boca. Sus labios manchados de gris. Mientras comía la muerte de un animal que no resucitaría, reflexionaba con él. Como si fuera un diario. Como si fuera la pluma que debía escribir sus pensamientos. Graham se sentía honrado por compartir aquellos momentos con el Señor. Más verlo comer aquella criatura le aterraba. -La muerte es la madre de toda belleza -dijo el Señor. Hubo una pausa. -¿Qué es la belleza entonces? -El terror -Apuró los restos del fénix y lamió la bandeja. -Oh. -La belleza es raramente suave y consoladora. No... No... Es... La belleza siempre es alarmante. Graham McOrez observó al Señor. Su rostro resplandecía bajo el sol del crespúsculo. Pensó en sus gustos barrocos y comprendió por qué aquella era su opinión. Recordó la escultura de Palas Atenea de aquellos jardines que custodiaban su guarida y aquellos terribles ojos. -¿Por qué alarmante? -Por que nos recuerda algo que el ser humano nunca tendrá...La vida -respondió el Señor. Una sonrisa iluminó su rostro. -Vivir en la eternidad. Era una idea griega. Y profunda. La belleza era terror. Uno temblaba ante la idea de algo bello. ¿Y qué era más bello y terrorífico que perder el control por completo sobre su propia mortalidad? ¿Saltarse las leyes del ser por un instante y sacudir el accidente de la mortalidad? El Señor tenía la libertad más absoluta. Un poderoso misterio. Contempló el cuerpo desnudo del joven que cumplía con el canon helénico. El Señor sabía que tenía poder. Lo había consumido. Devorado. Desatado sus huesos. E iba a hacerlo renacer. Hizo con la mano un gesto que acostumbraba a realizar muy amenudo cuando su presencia le aburría. Lo despachó. Tan simplemente como sacudir sus dedos en el aire. El hombre asintió ante la orden. Y desapareció. Se apareció con un resoplido en su mansión. La cual debía compartir, desde hacía meses, con el hijo bastardo de su recién fallecida mujer. Lorraine Karkarov-Onlamein, aunque el apellido paterno no hubiera sido jamás reconocido. O, como sus hijos lo llamaban de pequeño, Loring. Detestaba su presencia. No sólo le recordaba el hecho de que su mujer, Zahra, le había engañado con un Karkarov. También le recordaba la mancha en la familia. Era corrupto. Inestable. Y lo estaba recibiendo. Lo estaba esperando. -Tus días sirviendo al Señor están contados. No era la primera vez que aquel engendro de su mujer le decía aquella amenaza. -¿La niñera tenía el día libre hoy? Con solo aquella frase, supo que había conseguido que Loring sacara la varita y le apuntara desde la distancia. Por su parte, no era la primera vez que decía aquello. Lorraine había sido un malcriado acostumbrado a pasearse a sus anchas -incluso cuando Zahra había determinado en todo momento que lo tenía amarrado y le había dejado claro su posición como bastardo. Era como si a Lorraine no le importara. Como si creyera que su poder lo legitimaba a salirse con la suya. A convertirse en el Ministro de Magia de la nación Francesa. A tener un Palacio de Hielo. A liderar a sus propios hijos y a un batallón de magos que, por mucho que se quejarán, obedecerían sus órdenes. Lorraine era más poderoso de lo que muchos del Clan creían. Incluso más de lo que el propio Lorraine creía. Y, por esa razón, Graham y Zahra siempre lo habían mantenido al margen y ofreciéndole puestos en los que estaría conforme y callado. -Yo seré la mano del Señor cuando llegue el momento que todos estamos esperando. Graham McOrez dudó entre lanzarle un Avada Kedavra allí mismo o preservar su propia seguridad de cara a las represalias que el Señor pudiera tener contra él por hacer aquello. Monique Jordan estaba expectante a las palabras que iban a ser dirigidas a ella. Siempre estaba arañando el suelo cada vez que acudía al interior del Sauce Boxeador. Más, que el fantasma de su mejor amiga le pidiera un favor... Supuso que aquello era una orden del más allá que merecía cierta expectación. No era como si no se hubiera acostumbrado últimamente a guardar secretos. En los últimos años no tenía dedos en sus manos para contar todas aquellas veces que debía mentir para proteger a los demás. Con el diario de Roxanne Weasley. Con la búsqueda de Julie Morgan y de Ivonne Donovan. Con la identidad de Vivian Onlamein. Con la naturaleza de Christopher Nott. Con las misiones del Temple y de los Guardianes de Hogwarts. Con la investigación que llevaba a cabo en el laboratorio de Theodore Nott, el padre de su nuevo amigo, junto con la Sanadora Bell sobre los Experimentos del Doctor Schneider. Más, el secreto que más le pesaba era el hecho de que su mejor amiga fuera un fantasma. Debía ser el más fácil de todos. ¿Cómo serlo cuándo era la razón por la que la muerte de su hermana no la había destrozado por completo? ¿Cómo serlo si era el único motivo por el que se había amarrado a la vida cuando Roxanne le recordó la lucha que aún debían librar en pos de la justicia? Monique Jordan no era una mujer vengativa. Y sus padres no la creían cuando decían que investigaba todo aquello por su hermana. Creían que era un método expiatorio -lo era. Creían que era una distracción -lo era. No podía decírles que era su mejor amiga insistiéndole en que lo hiciera. Porque estaba muerta. Para sus padres, con su hermana y su mejor amiga muerta, no había nadie en el mundo para Monique Jordan que le diera fuerzas para luchar. Y, sin embargo, las tenía. La conocían demasiado bien como para dudar de dónde venían unas fuerzas que nunca había tenido. Porque, en realidad, siempre habían estado allí. Con Roxanne Weasley. Su mejor amiga. La fantasma. -Necesito que le digas a mi hermano Fred que soy un fantasma. Aquella petición cayó sobre sus hombros como un jarro de agua fría. -¿A tu hermano? La pálida luz que dejaba ver Roxanne Weasley asintió. -Quiero apoyarle en lo que está pasando... Y que sepa que literalmente siempre me va a tener aquí -Sonrió. Monique Jordan no supo cómo reaccionar. Apartó la mirada. Había cosas que no le había contado a Roxanne Weasley porque... ¿Por qué motivo preocupar a un fantasma? Sí, sabía que Susan Jordan había muerta -sabía cómo, por qué, cuándo, lo mal que ella lo había pasado y no era tan tonta como para no imaginarse cómo lo había (mal) pasado Fred Weasley. Ahora bien, ¿le había relatado cómo había intentado ponerse en contacto con Fred para apoyarse mutuamente? ¿No iban a ser ellos los que mejor podían entenderse? ¿Los que habían perdido a las mismas personas? No para Fred Weasley. Literalmente la había apartado bruscamente de su vida. Incluso cuando coincidieron en la Asamblea del Temple le apartó la mirada como si le quemara verla. Ouch. Intentó no parecer incómoda con la propuesta -u orden. Roxanne Weasley no sabía hacer propuestas. Quizás uno de los motivos por los que había sido buena capitana de Quidditch. Por los que no había habido un motín cuando metió a Scorpius Malfoy en su equipo. Incluso cuando James Sirius Potter lo tendría planteado. -Claro -Dijo. -Díselo hoy -Expresó. Y buscó sus ojos. Oh, Roxy. -Tu hermano está en Rumanía, Rox -Recalcó. -Yo soy un fantasma atada a este deprimente lugar... Pero tu puedes aparecerte y existen los Trasladores y... -Comenzó a decir. Inhaló una bocanada de aire. -Tienes que decírselo hoy. Prométemelo. Seguramente Fred Weasley no quería recibir a Monique Jordan en su cumpleaños, ¿no? Intentó disuadirla con la mirada. Solo encontró súplica. -De acuerdo -Musitó. ¿Cómo se plantaba en Rumanía? Roxanne no habría pensado en aquello, claro que no. Aquello era problema para los vivos. Le dio una palmada en el hombro. Y la hizo sentir más incómoda aún. -Ahora cuéntame, Mon... -Esbozó una sonrisa traviesa. -¿Con quién andas últimamente? Dejó de respirar por un segundo. Se quedó atónita. Tuvo que comprobar que lo había oído bien. -¿¡Qué?! -Ya sabes... Por Circe... ¡Tienes dieciocho años! No puedes pretender que me crea que la gran Monique Jordan está sola en tiempos tan inhóspitos... Casi se le salieron los ojos de sus cuencas. ¿A qué venía aquello? ¿Cómo podía hablar así de ella cuando...? ¿Cuándo...? ¡Cuando Roxanne Weasley le había dejado por escrito que siempre la amaría! -Yo...No estoy con nadie -Dejó una interrogación al final de la frase. Pero no había interrogación. No había nadie en su vida. Quitando a la Sanadora Bell. A los cadáveres. A sus padres. Y a Christopher Nott. Y, por mucho que Bell lo intentara, sentía mucho cariño por aquel saco de huesos pero nada más. -¡Oh, vamos! ¡No me mientas! -¿Por qué lo haría...? Se hizo un silencio. Estaba claro por qué lo haría. Para no herir sus sentimientos. Y se lo había preguntado en ocasiones -a sí misma y a Nott. ¿Tenían los fantasmas sentimientos? No tenían sentimientos como los vivos. Pero sí podían emocionarse. Irritarse. Enfadarse. Enamorarse. Eran humanos, al fin y al cabo. Pero con una intensidad más baja. Seguían teniendo alma. -No debes preocuparte por mí -Le dijo con una expresión más seria. Le habría dicho que no lo hacía. Pero no quería mentirle. -No creo que sea el mejor momento para eso. Otro silencio. Intuía que podía pensar algo así como que mejor en la vida que en la muerte. Era fácil decirlo cuando sólo se tenía la opción mala. Porque cuando uno vivía en un mundo en el que todas las personas que había querido habían muerto... Costaba querer aferrarse a otra más. -Ahora ve a ver a Freddie -Le ordenó. ¿Para cambiar de tema o para que no se olvidara de su misión? Suspiró. Quiso decirle algo pero Roxanne se aseguró de desaparecer para no reprocharle nada. Tragó saliva. Siempre había hecho todo lo que se esperaba de ella y nunca le había importado. Pero entrometerse en la vida del novio de su hermana... No era su parte favorita de cumplir con los deseos de su mejor amiga. Se levantó del suelo donde siempre se sentaba bajo el Sauce Boxeador. Tranquilamente caminó hacia el Castillo. Tenía el permiso de Neville Longbotton para visitar aquel lugar. Seguramente el director de Hogwarts sabría cómo llegar a Rumanía y al escondite de Charlie Weasley en el que se alojaba Fred Weasley. Ni siquiera su prima Lucy Weasley sabía dónde era eso. ¿Cómo se suponía que podía ir ella? Una presencia la detuvo antes de encaminarse a los lomos que la redirigían al castillo. -Las estrellas me han dirigido a usted -La voz del centauro retumbó a su alrededor. Se le erizó el vello de la nuca. -Venga conmigo, señorita Jordan. Tembló. El centauro que conocía por Firenze le tendía la mano. -¿A dónde me lleva? -Preguntó. Había vivido demasiado tiempo entre profecías y magia antigua como para saber cuál iba a ser la respuesta. -A Frederick Weasley. Ella asintió. No era como si encontrarse con un centauro en la linde del Bosque Prohibido en Hogwarts fuera lo más coherente del universo. Sí en el que ella se encontraba. Firenze era el líder de los centauros. Y era miembro del Temple -la sumisión de los centauros al Temple gracias a James Sirius Potter no había pasado por alto por el radar de la Sanadora Bell. Además, también sabía -gracias a Lucy Weasley, quien se lo había contado hacía unos días su prima Dominique Weasley con la que tras volver de su última misión habían comenzado a compartir el piso de Charlie Weasley en Londres para desgracia de ambas -que Fred Weasley pertenecía a un grupo creado por mencionado Weasley en el que también se encontraba Firenze. En definitiva, gracias al Clan Weasley y a Potter una podía sentirse segura cuando un centauro cumplía sus deseos -o los de un fantasma -justo en el momento adecuado. Era magia, ¿no? Le siguió por el Bosque Prohibido. Probablemente en busca de un trasladador que le habría ofrecido el Ministerio, ya que los centauros no podían aparecerse. Se planteó qué decirle a Fred Weasley después de tanto tiempo. No quería afrontar la verdadera pregunta: ¿por qué Firenze sabía que Monique Jordan tenía que ver a Fred Weasley? Después de todo lo que había ocurrido, se negaba a indagar. El Trasladador era un sombrero de copa. Miró de reojo al centauro. Lo cogieron a la vez. Odiaba coger trasladores y la sensación que la envolvió le recordó exactamente por qué. Cuando aterrizó con los pies sobre una hierba verde y un cielo rompiendo luces naranjas y violetas, se tambaleó. Varios pares de ojos se posaron sobre ella. Había que decir que eran varios pares de ojos sobrenaturales se posaron sobre ella. Oh, sí, había estado en la Asamblea del Temple. Y eso no la hacía sentirse menos intimidada en ese momento. Recordó que no había sido invitada. No. No había sido invitada a contemplar a una arpía, una sirena, a un vampiro, a Alexander Moonlight, a Dominique Weasley, a Charlie Weasley o al maldito Newt Scarmander -un momento, ¿seguía vivo? Por supuesto, también a un Fred Weasley claramente sorprendido y no muy contento de verla entrometerse en lo que fuera que estuvieran haciendo todas esas criaturas mágicas alrededor de él, mientras sacaba la lengua y mostraba una hoja verde. Oh, Merlín. -¿Monique? Fue la manera en la que escupió su nombre lo que le hizo plantearse el amor que sentía en ese momento por Roxanne Weasley. -Ha venido a ayudarle, señor Weasley -Aclaró Firenze. Sin presión. Solo que no sabía para qué debía ayudarle. Parecía tener cubierto el cupo de ayuda, ¿no? Era evidente que la sorpresa se transmitió a todos los presentes. Bueno, Newt Scarmander parecía divertirse a su costa. Al menos alguien se lo tomaba con tintes posititvos. ¡Diez puntos para Hufflepuff! -Yo... -¿Se puede saber qué haces aquí? -Le preguntó. Hablaba con dificultad con la hoja en su boca. Subiendo el tono de su enfado como una olla a presión a punto de explotar. Buena pregunta. -Estamos en medio de un ritual y nos gustaría acabarlo antes de que se nos vaya el atardecer y la Luna. Toda la información encajó en su cerebro. Monique Jordan no había sacado tan buena nota en sus E.X.T.A.S.I.S. sin saber perfectamente ante qué ritual se encontraba. Arrugó la frente y balbuceó algo incoherente. -¿A esto te has dedicado? -Logró decir. Y sonó tan decepcionada como se encontraba. Se aclaró la garganta. No había sido lo que todos habían estado esperando. -Meses escapando de todos los que estaban preocupando por ti... Yo creyendo que estabas roto por la muerte de mi hermana... Y tú estás jugando a ser... ¿Qué? ¿Animago? Creyó que escuchó algo explotar dentro del cerebro de Fred. Un hechizo -gracias, Moonlight -lo retuvo para no ir a por ella. -Acabemos el ritual -Interrumpió Charlie Weasley. -Has huido... No te has enfrentado a su ausencia -Le dijo sin tapujos al darse cuenta de lo que pensaba de Fred en ese instante. Vio el dolor cruzar el rostro del muchacho. Y todos los presentes apartar la mirada de ellos. -¿Quién te crees para decirme cómo llorar su muerte? -Le espetó con rabia. Ella tensó su mandíbula. -Su hermana. Se hizo un silencio. -Yo no te dije cómo llorar a la mía -Le escupió. -Yo ya no la lloro como antes -Le dijo clavando su mirada en él. -Es un fantasma, Fred. Y me ha pedido que te lo diga. Me ha hecho prometerle que seas consciente de que no estás solo. De que siempre la vas a tener a ella. Tienes a Roxanne, Fred. Tenemos a Roxanne. El fuego en la mirada de Fred Weasley la sorprendió. -Acaba el ritual -Le ordenó Charlie Weasley. Sin apartar la mirada de Monique, asintió. No supo qué estaría pensando el joven. No supo si le había creído, más por su fuego intuyó que sí. ¿Por qué otro motivo se habría presentado allí? Tal vez Firenze tenía razón. Tal vez ella era necesaria para darle un motivo por el que seguir vivo y luchar. El mismo que necesitaba ella. - Amato Animo Animato Animagus -Recitó Fred Weasley por la que sería la última vez. Hubo un estruendo. En el suelo. Todos se tambalearon. Se echaron hacia atrás. Vio a Charlie Weasley ayudar a Newt Scarmander. A Alexander Moonlight recoger a la sirena en su regazo. A todos echarse hacia atrás. Pero ella se quedó plantada. Anclada. Viendo la transformación de Fred Weasley en aquella criatura tan majestuosa. Tan gigantesca. Tan intimidante. Se dio cuenta de que solo podía ser aquel animal. De que quizás tanto Firenze como Roxanne sabían que aquello iba a pasar aquel día. El día en el que Fred Weasley acogió su naturaleza, su tormento y su violencia y la canalizó dentro de él. El día en el que Fred Weasley se convirtió en un dragón. Alzó el vuelo y lanzó fuego por su boca. Y lanzó un alarido de dolor. De pena. Un alarido tan triste que surcó todo el valle y entró de lleno en su corazón. Sentían la misma pena. Habían perdido a las mismas personas. Una lágrima surcó la mejilla de Monique Jordan.
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