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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(V) Capítulo 14: La pesadilla
Sus ojos eran avellana. La contemplaban con el mismo temor que lo habían hecho otras veces. Pero aquel temor era diferente al resto. No la temía a ella. Sino a las consecuencias de lo que él estaba a punto de hacer. Vio que dudó. Y su mano fue más rápida. Su voz fue más alta. Su varita apuntó hacia el joven sagaz. Quitándole la vida, antes de que él clavara aquella lengua de hierro sobre su corazón. No contempló cómo su cuerpo cayó sobre la fría piedra. Ni cómo la batalla se detuvo por un momento. Pero sonrió. Uno de sus magos dio un grito de júbilo. Le habían matado. Habían ganado. Daba igual lo que hicieran en aquella batalla, ella era Invencible. Lanzó Maldiciones Imperdonables que acabaron con la vida del resto de magos que trepaban por aquella piedra para detenerla. Pero ya era tarde. Alzó las manos al cielo. Lo cubrió de nubes negras. Había llegado su momento. Saboreó la lluvia que limpiaría, para siempre, toda la suciedad del mundo. Se despertó con un sobresalto. Jadeando, se sentó sobre la cama. Buscó frenéticamente la fuente de la voz que ocupaba su cabeza en la tormenta de sus visiones. Jadeaba tanto que sus hombros casi le rozaban los oídos con cada bocanada de aire. Sus manos agarraron las sábanas. Con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos y comenzó a aparecer manchas que nublaron su visión. Sus visiones nunca la afectaban así. Nunca eran tan devastadoras. Sabía que eran visiones. Aunque le doliera admitirlo. Incluso cuando no se las quería contar a nadie -y solo lo había hecho delante de Ivonne Donovan. La sensación de intranquilidad se había acomodado en su estómago desde que llegó a Hogwarts. Era tan sofocante. Era una advertencia. Siempre lo había sido. Era una advertencia del futuro. -Lía -Escuchó a su hermana Lola susurrar en la oscuridad del dormitorio. De repente, otro movimiento en otra cama. -Lumos -Conjuró Alyssa Finch-Fletchley. La luz inundó el dormitorio. Una luz cálida que brillaba a través de las diferentes lámparas. Lola y Finch-Fletchley aparecieron detrás de la varita. La presencia de Lola, por desgracia, no hizo nada para calmarla. La puso más nerviosa cuando sacudió sus hombros. Cuando gritó su nombre, al darse cuenta de que estaba en trance. Entre la visión y la realidad. Sus hombros continuaron subiendo y bajando a un ritmo alarmante. Sus ojos empezaron a sobresalir. Intentó ver más allá de las manchas que deformaron su visión. Y esperó no tener otra maldita de aquellas visiones. De aquella oscuridad. De aquellas muertes. Torturas. Sangre. Lágrimas. Súplicas. Ejecuciones. -Brooks, ¿estás bien? No podía responder. Seguía jadeando. Su aliento traqueteaba en su gargante mientras luchaba por conseguir suficiente aire para mantenerse consciente. Pues no quería volver a revivir nada de aquello. En aquello consistían las torturas de Ivonne Donovan. En hacerle vivir cada detalle de aquel futuro. Para convencerla de que debía morir. Y cada minuto que pasaba viva, debía recordarse que su madre se había sacrificado por ella. No podía caer en la tentación de acabar con todo como le pedía Ivonne Donovan. Aún no sabía si era un acto de cobardía o de valentía. Ivonne Donovan le había enseñado el futuro que podía producir Cornelia Brooks. Cornelia Brooks aún no sabía qué hacer al respecto. Pero cada vez que lo vivía… Cada vez era más difícil saber qué fácil podría ser detenerlo. -Lía, ¿qué ocurre? -Preguntaba Lola frenéticamente. Extendió su mano hacia su hombro y, en un pánico ciego, se la quitó con un chillido agudo. Se puso de rodillas sobre su propio pecho. Envolvió las rodillas con sus brazos. Trató de hacerse lo más pequeña posible. Para que aquella pesadilla dejara de perseguirla. -¿Qué ocurre, Brooks? Son las dos de la mañana, apagad esa luz -Gimió la otra compañera del cuarto, Hayley Farben. -¡Cómo no la apagues, te lanzo un conjuro! Cornelia podía oírla mientras ella gemía en sus rodillas. La luz permanecía encendida. Empezó a balancearse hacia atrás y adelante. Escuchó a Lola dar vueltas pisoteando de un lado a otro en la habitación. Sabía que era ella, pues solo ella tenía los pasos de una persona tan nerviosa y sin saber qué hacer. Y volvió a ella. A su hermana. Y le hizo entrar en otra ronda de pánico. -En el nombre de Merlín, ¡¿qué le pasa?! - Preguntaba frustada Finch-Fletchley. -¡No lo ves! ¡Un ataque de pánico! -Le respondió, exasperada, Lola. -He ido a tocarla y me ha gritado… Y ahora se está meciendo… Y… Ahogó un grito de frustación. Se dio cuenta de que Lola estaba a punto de llorar. Pero Cornelia no pudo encontrarse en sí misma. No pudo calmarla. Ni consolarla. Y se odió por ello. -¿Qué hacemos? ¿Llamo al Jefe de la Casa? -Sugirió Finch-Fletchley. -¡No! Eso es lo último que ella querría… -Lola ahogó otro grito de frustración. Su creciente preocupación la ponía más nerviosa cada minuto que pasaba. Lola se paseaba tanto que creaba una corriente de aire. Y Finch-Fletchley se hacía crujir los nudillos con tanta fuerza que cada explosión hacía que su cuerpo se tensara un poco más de lo que ya estaba. Cornelia solo quería que aquel ataque de pánico -aquel dolor, aquella devastación, aquel trance del que no podía salir por culpa del trauma que le había generado su abuela aquel verano por cada visión -acabara. Quería que aquel peso en su pecho desapareciera. No solo aquella noche. Y sabía que eso no iba a ocurrir. Las últimas dos veces que se sintió así, solo una persona pudo calmarla. No sabía por qué. No sabía cómo lo hacía. Y dudaba que fueran «poderes curativos de licántropo». Pero James Sirius Potter sabía calmarla. Simplemente con sostenerla en sus brazos. Y decir unas palabras en aquella lengua extraña que solo había escuchado hablar a los Lupercales. Pero allí estaba solo su hermana. Su hermana Lola se acercó a ella. -Voy a buscar a James -Le susurró en el oído, jadeando, como si hubeira sacado el pensamiento directamente de su propia mente. Podía oír los pasos en retirada, mientras Lola corría desde el dormitorio. Se despertó de un sobresalto. La puerta de su dormitorio se abrió con tal fuerza que golpeó la pared haciendo un sonido retumbante. Podía oír las cortinas de las camas de sus compañeros retirarse. Gruñidos de confusión. Mezclados con frenéticas disculpas. Al principio, no pudo distinguir la voz. Antes de que pudiera procesarla, sus cortinas se abrieron de par en par. Una figura femenina estaba de pie al lado de su cama y vio cómo su postura tensa se relajaba un poco. -Gracias a todos tus dioses magos que te he encontrado -Suspiró aliviada. Casi lloró. La vio levantar su mano hasta su frente con un suspiro casi teatral. James Sirius Potter parpadeó. Fue, entonces, cuando todos sus sentidos se despertaron a la vez. -¿Lola? Todavía, un poco aturdido por el sueño, se esforzó en averiguar por qué le buscaba a esta hora de la noche. O de la mañana. -¿Qué está pasando? -Escuchó a uno de sus compañeros. -¿Quién es esa, Potter? ¿No tienes hechizos para silenciaros? -Refunfuñó otro al otro lado de la habitación. James palpó debajo de su almohada para sacar su varita. Apuntó hacia ella y conjuró un Encantamiento de luz tenue. Cuando pudo verla un poco mejor, volvió a mirar a Lola otra vez. Su rostro había entrado en pánico. Tenía lágrimas asomando en sus ojos. -¿Qué ha pasado? -Preguntó, mientras una sensación de inquietud se apoderó de su estómago. -No sé por qué se ha puesto así… ¡Se está balanceando! Se incorporó de la cama. Se puso en frente de ella. Apoyó sus manos sobre sus hombros. Exhaló aire. -¿Quién? Al principio no respondió. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Le dio un pequeño apretón en los hombros. Y le devolvió una mirada conmocionada. Era la primera vez que veía a su amiga Lola así. Pero él debía mantener la calma. Era la primera vez que Lola estaba en Hogwarts y no había por qué alarmarse. Quizás era solo una persona con una poción mal hecha. Realmente quiso pensar eso. Pues no era la primera vez que Lola se había asustado porque hubiera visto a una persona petrificada. A alguien recibir una maldición por parte de alguno de los Weasley. O de Glyne, últimamente. -Está sentada en su cama, meciéndose hacia atrás y hacia adelante como si estuviera poseída… He ido a tocarla y ha empezado a gritar y… -Lola, ¿quién es? ¿Quién está bajo ese conjuro? Estaba temblando en sus manos. Frotó sus brazos suavemente, tratando de calmarla. Mientras ignoraba su creciente molestia con ella. -Sé que solo tú eres capaz de calmarla. Sus ojos rebosaban de lágrimas. Escuchó a gente arremolinarse en la puerta. Lola había llamado la atención de todos. Pidió con la mirada que Carter, quien miraba a James como si estuviera expectante a una orden de su capitán, se acercara. -Cógele algo de las cocinas y asegúrate de que está bien antes de mandarla a dormir -Le ordenó, poniéndole la mano en el hombro. Cogió, sin dudarlo un instante, su escoba. Y cerró la puerta tras de sí, apartando a los curiosos con una mirada glacial que les mandó a su cuarto. Al llegar a la Sala Común saltó sobre su escoba y comenzó a subir, sin tocar aquellas escaleras que se convertirían en rampa si las tocara, la escalera de caracol hacia el dormitorio de séptimo curso. El cual, si estaba en el mismo lugar que el suyo, debía de quedar en la cima de la torre. Si James tenía un peso en el pecho en el trayecto, cuando abrió la puerta fue justo lo que temía. Cornelia Brooks estaba acurrucada en una bola en medio de su cama. Al igual que las otras veces en las que Madame Longbotton le había mandado un Patronus para ayudarla. Nadie -ni Cornelia-, excepto el director y la Sanadora, sabían que James Potter podía ejercer su magia como Ajayu sobre Cornelia, precisamente por el vínculo que tenía con ella. Y era algo que pretendía guardar en secreto hasta que… Bueno, hasta que James supiera que aquello podía llegar a algún lado. La joven temblaba visiblemente. Y mientras lo hacía se mecía hacia atrás y hacia delante. Mirando a la nada. Un débil sonido silbante pasaba por sus labios. Estaba claro que no respondía. Ignoraba las palabras de Finn-Fletchley. -¿Potter? -Preguntó, tan sorprendida como alarmada. -¿Qué haces tú aquí? En estos momentos se odiaba por el hecho de que Hogwarts debiera de estar al tanto de su extraña amistad con Cornelia para aproximarse a ella sin molestar el equilibrio del resto. Más aquel día daba igual. Solo que mañana se habría arrepentido de no poner una mejor excusa. -Madame Longbotton me ha dado una poción… Yo… Pero Finn-Fletchley no hizo más preguntas. Quizás tenía curiosidad. Quizás estaba cansada. Quizás le daba igual. Dejó caer su escoba al suelo. Se acercó a ella. La rozó. Era Cornelia Brooks. Y sabía que él podía ayudarla. No alcanzaría a entender la magia que entre ellos dos corría. Ni cómo exactamente lo hacía. Pero la calmaba. -Buenas noches, Potter -Finn-Fletchley se metió en su cama y conjuró un Nox. James supiró. Se sentó detrás de Cornelia en su cama. Lo cierto era que nunca había estado en los dormitorios de las chicas. Sabía que Fred sí. Y que la escoba era la técnica que utilizó el año anterior cuando quería visitar a Sue. De nuevo, algo dentro de él se retorcía cuando pensaba en ellos. La joven se puso un poco rígida cuando el peso de James movió el colchón, pero cuando puso su mano en su hombro y conjuró las palabras que le había enseñado Umi, Cornelia se relajó. Por unos momentos, ninguno de los dos se movió. Se sentó con una mano en su hombro y escuchó cómo su respiración se hacía más uniforme. Se desenroscó lentamente de la bola en la que estaba. -Hola, Cornelia -Le susurró tranquilamente. Apretó ligeramente su hombro. -Estoy aquí si me necesitas. Por primera vez, desde que James entró en el cuarto, se movió. Se retorció en la cama. Se enfrentó a unas mejillas manchadas de lágrimas. Se abalanzó lentamente hacia él, enterrando su cara en su pecho desnudo. Pues, se acababa de dar cuenta, de que ni siquiera se había puesto una camiseta para ir a verla, al ver a Lola tan preocupada. Sus mejillas se tiñieron de rojo y agradeció a Finn-Fletchley por haber apagado la luz. Corrió sus cortinas. Apoyó las manos en la espalda de Cornelia. Y se concentró en acumular toda su energía y traspasársela a ella. Como había hecho aquel día cuando la rescató de las aguas. Como seguramente ella lo había hecho sin darse cuenta en Luperca. Como lo había hecho aquellas dos noches anteriores. Como Umi le hubo enseñado. En caso de que lo necesitara de nuevo. Una tenue luz salió de él y se depositó en ella. James Potter se dio cuenta de que era la tercera vez en dos semanas que la sotenía así. Madame Longbotton lo despachaba poco después, agradeciéndole su ayuda. Y le daba una Pócima para recobrar su propia energía. Algo que no tenía aquella noche. Cuando pasó un momento que creyó razonable, oyó su respiración más pausada. Una señal de que, finalmente, se había quedado dormida. Sonrió. Siguió drenándose a sí mismo de energía un poco más. Para asegurarse de que, al menos, aquel sueño no fuera una pesadilla. No se atrevía a preguntarle qué era lo que la inducía en aquel estado. James Sirius Potter sabía cosas que, de Cornelia saberlas, podrían llevarla a ataques de pánico. Y se odiaba a sí mismo por ocultárselas. Más no era el momento de que las supiera -como le habían ordenado que hiciera. Todavía no. ¿Sería aquello lo que ella veía en esas visiones? La había notado nerviosa desde que salió de Enfermería. Pensó que le hablaría algún día. Como siempre le había hablado de sus visiones. No de aquellas. Había comenzado a actuar como la antigua Cornelia Brooks poco a poco. Estando con los McGregor -los cuales Lola detestaba y era un sentimiento que James Potter compartía infinitamente. Pasando horas libres con Frank Longbotton -a quien Lola llamaba «el dios» y James agradecía, muy a su pesar, cómo trataba a las Brooks cuando él no pudo en ningún momento. Y en la biblioteca, cuando delegaba el cargo de canguro de Lola en cualquiera que se ofreciera. Había muchos voluntarios. James era uno siempre que el Temple, el Quidditch, las rondas de Premio Anual y las clases se lo permitieran. No había mentido cuando había dicho que estaba ocupado. Pero sabía que Cornelia tenía secretos. La joven no había pasado dos semanas en Enfermería por simples visiones. Siempre las había tenido y nunca había ocurrido nada parecido. Algo les había pasado. Algo que, por algún motivo, se negaban a contarle. El Temple. Charlotte Breedlove. Neville Lonbgotton. Decían que era irrelevante. Que lo acabaría descubriendo y que era algo que James Potter podría intuir sabiendo lo que sabía. Pero James quería que Cornelia se lo contara. Sobre todo, si así podía dejar de tener aquel tipo de ataques de pánico. Aunque no sabía cuándo sería ese momento de confesión. Supuso que era injusto pedirle aquello, cuando él también tenía secretos. Y los secretos que él tenía destrozarían a Cornelia Brooks. Y lo odiarían por habérselos ocultado. James la miró mientras dormía. Se había formado un pliegue entre sus cejas. Se inclinó hacia adelante y lo besó con delicadeza. La tensión en su cara desapareció. Ella se movió ligeramente mientras dormía. Envolviendo su brazo alrededor del cuello de James. El gesto fue pequeño, pero no pudo detener la sonrisa que se extendió por su rostro. No era ningún secreto que sentía demasiadas cosas por Cornelia Brooks. De hecho, estaba seguro de que Lola se había percatado de ello. Más no decía nada. O no se lo decía a él. Desde que la tenía en brazos y ella acudía a ellos con esa naturalidad cuando necesitaba calma, había aceptado que lo que sentía por ella merecía aquella magia especial. Según los Lupercales, eran almas gemelas. Con los últimos años, el ingenio de Cornelia Brooks lo había ido capturando poco a poco. Le desafiaba. Había momentos, entre sus años de Hogwarts en los que habían interactuado, en los que había sabido estar con él. Y en los que había sabido darle espacio. No tenía miedo a insultarle ni a decirle la verdad. No negaría que cuando la encontraba en sus brazos era una sensación que superaba a coger la Snitch. La había perseguido en secreto todos aquellos años sin darse cuenta. Y, ahora que la tenía, no sabía cómo decírselo. ¿Qué hubiera pasado si Ivonne Donovan no hubiera aparecido en Luperca? ¿La habría besado como estaba a punto de hacer? Apoyó su cabeza en la almohada y se dejó llevar por el agarre de Cornelia. Estaba sumamente cansado. Si volvía a su habitación tendría que lidiar con Carter. Con sus compañeros de cuarto. Con un interrogatorio de por qué estaba allí. Por qué Cornelia Brooks le necesitaba a él. Soltó un bostezo. No tenía la Pócima de Madame Longbotton. Dejó de transmitirle toda su energía a Cornelia. Y, de lo exhausto que estaba, se quedó dormido, sin darse cuenta, con su alma gemela entre sus brazos. Protegiéndola de sus preocupaciones. Por lo menos, aquella noche. El sonido familiar de Finn-Fletcheley y Farben peleándose por usar el baño la despertó. Al menos, un instante. Dejó que se fueran, pues ella tenía horas libres y el sueño no la dejaba escapar. Su hermana se despidió con un grito para asegurarse de que era consciente de que estaba sola en el dormitorio. Cornelia Brooks hizo amago de presionar su cara contra la almohada sin abrir los ojos aún. Aún sin estar preparada para afrontar la mañana. El recuerdo de todo lo que iba a pasar que le atormentaba todas las mañanas. Solo que aquella, se percató, un poco menos. Y, cuando pensó que iba a encontrar la suavidad de su almohada, se topó con algo duro y cálido. Con olor a aire libre. Solo había alguien que conociera que oliese como una ventana abierta en mitad de un frondoso bosque. James Sirius Potter. Levantó la cabeza de lo que asumió que era su pecho desnudo. Sintió el calor en su rostro alcanzar el extremo de sus orejas. Abrió solo un ojo para contemplar aquello con confusión. No podía recordar que él entrara en el dormitorio en absoluto aquella noche -como tampoco podía recordar cuando había acudido a ella las noches en las que las visiones la atormentaban y Madame Longbotton se lo contaba a la mañana siguiente. Estaba todavía dormido. Con la cabeza ligeramente apoyada en la cabecera. Obviamente era demasiado alto para aquella cama. Su pelo estaba apuntando en todas las direcciones posibles. Como siempre lo había hecho. Y sus brazos la envolvían a ella en lo que parecía un cálido abrazo que había -supuso-perdurado toda la noche. Y ahora entendía por qué Lola había gritado «Adiós, disfruta de tu mañana y haz todo lo que yo haría». No. No. No. El rubor volvió a recorrer su rostro. Sintió calor y quiso salir disparada de allí -pese a lo agradable que era estar encerrada en los brazos de James Sirius Potter. Pero no, nunca haría lo que habría hecho Lola en su situación. Absolutamente nada de ello. Él era James Sirius Potter. Él era de lo que le advertían sus visiones. La -según decía, aunque intuía que necesitaba una aclaración -futura cabeza del Temple. Sin embargo, contempló cómo en aquel momento era diferente. James Sirius Potter siempre caminaba con la cabeza en alto. Con su particular sonrisa que últimamente evitaba a toda costa. Y ese destello de picardía en sus ojos. James Sirius Potter siempre parecía rezumar confianza. Más en aquel sueño, parecía tranquilo, vulnerable e, incluso, más juvenil. Su pecho desnudo se levantaba y caía lentamente. Su boca estaba ligeramente abierto -y agradeció a Merlín por ser ella la primera en levantarse y que Potter no la viera así a ella, pues evidentemente ella no mantendría su atractivo como lo hacía él. Oh, Merlín, parecía Lola. Quiso darse un cabezazo contra la pared para evitar pensar en aquello. Pero, ¿a quién iba a engañar? Era realmente atractivo sin ni siquiera intentarlo. Y se habría quedado dormido allí, pues era el único que siempre la calmaba. Sonrió para ella misma. Apoyó, de nuevo, su cabeza en su pecho. Y esperó a que se despertara. Se veía tan tranquilo que no quería hacer nada para despertarlo. Pasaron unos minutos, antes de que los dedos de James comenzaran a moverse en su espalda. Cornelia se echó hacia atrás. Él soltó un gruñido. Supuso que se acababa de despertar. -Buenos días… -Suspiró ella. Aún con las primeras palabras de la mañana. -¿Qué haces aquí? Sabía qué hacía allí. Y se odió por arruinar aquel momento. -Buenos días -Le respondió en un bostezo. Parpadeó. La miró. Confundido. Miró sus manos abrazándola. Su pecho desnudo. Tuvo que apartar la mirada. Y lo escuchó soltar una pequeña maldición. Oh, perfecto. Giró su rostro hacia ella. Y estaban tan cerca que podría imaginar lo que sería un beso con James Sirius Potter en aquel momento. ¿¡Qué?!Su hermana debía salir de su cabeza. O quizás no debería pensar en su hermana cuando tenía a James Sirius Potter en su cama. Después de haber pasado toda la noche en sus musculosos brazos. Oh, Godric Gryffindor. -¿No recuerdas que vine aquí anoche? Cuando hizo la pregunta, parecía tenso. ¿Había hecho algo anoche como para tener que recordarlo? O quizás él esperaba que todas las veces que había pasado aquello, ella lo había recordado. No que se lo hubiera contado Madame Longbotton. No. Esa mañana era la primera vez que recordaba estar en los brazos de James. ¿Había sido así todas las otras veces? Tal vez tenía más sentido entonces las miradas curiosas y las preguntas de Madame Longbotton. Y el cambio de opinión que Frank tenía sobre James Sirius Potter. -Nope -Respondió ella. Se mordió el labio. Desvió la mirada. Se separó de él. Y él de ella. Lentamente. En realidad, podría haberse quedado allí toda la vida -oh, Godric -de no ser por sus visiones. Incluso sin visiones, estaba incómoda ante la presencia de James Sirius Potter sin camiseta en su cama. En sus brazos. Cornelia se arrastró. Se empujó hacia quedarse sentada en la cama, mientras él la imitaba con un suspiro. -¿No recuerdas nada de anoche? Su preocupación mezclada con algo similar a la lástima nubló sus ojos. -No -Repitió, tomando más seguridad en sus palabras. -¿Pasó algo? Él dudó en lo que debía decir. -Lola te vio y… Aunque fuera Ravenclaw y fuera Lola… Ver a su hermana en ese estado no es lo que quieres encontrarte por la noche. Cornelia soltó una maldición para ella. -Pero Lola estaba bien esta mañana… ¿Cómo estás tú aquí? -Repitió su primera pregunta con otra formulación. -Ella vino a buscarme -Se detuvo. Como si quisiera buscar una manera de continuar. ¿Explicándole cómo la había calmado? ¿Explicándole sus poderes curativos de licántropo? ¿O ciñéndose a los sucesos de anoche? -Lola se despertó con tus sonidos… Y estabas casi inconsolable… Como las otras veces -Cornelia se estremeció. Madame Longbotton siempre había evitado explicarle cómo se encontraba. -Le chillaste a Lola… Y vino a buscarme. Me las arreglé como siempre para calmarte y asegurarme de que te quedabas dormida… Y me quedé dormido yo también. Cornelia entrecerró los ojos. Era evidente que le estaba ocultando cosas. -¿Cómo puedes hacer eso…? Ni siquiera una Sanadora podía hacerlo las primeras veces… No pudo evitar pensar en que él también la ayudó cuando rescató a Celius. Se había levantado con la misma sensación de que le habían renovado su sangre y tenía más fuerzas. El denominador común era James Sirius Potter. Los ojos avellana de James se apartaron de Cornelia. -Es cierto que son poderes curativos que pueden tener los licántropos, ¿sabes? -Suspiró. Pero había algo más. -Algún día te lo contaré -Sonrió. Volvió a mirarla. Era una promesa. Ella vaciló. ¿Y por qué no podía decírselo en ese instante? -No quiero ocultarte nada, Cornelia -Le dijo. Utilizando su nombre. Sintió un pellizco en el estómago. Pero le estaba ocultando cosas. Más que aquello. Lo leyó en sus ojos. -Esto… Mis poderes curativos de licántropo no tienen nada que ver con aquello que puedas imaginarte… -¿Eres un licántropo especial? -Interrumpió, entre broma y pregunta de verdad. No le extrañaría en absoluto que James Potter fuera un licántropo con poderes extraordinarios. Un licántropo poderoso. Se había documentado -era por lo que había pasado tanto tiempo en la biblioteca aquellos días -, pero no había encontrado nada sobre licántropos con capacidades de Sanadores. El joven suspiró y se pasó la mano por el pelo. Le lanzó una sonrisa torcida. De nuevo, hizo todo lo posible para hacer como si no le afectara en absoluto. -Aún no lo sé -Confesó. Como si le quisiera decir algo más. Frunció el ceño. -Sabes que hay más cosas que te oculto… El Temple… No puedo contártelas. Quiero hacerlo… Pero cumplo órdenes y… -Está bien -Interrumpió ella en un hilo de voz. Apartó la mirada de él. No era necesario que recordara por qué había verdades que le ocultaban. La última persona que le había ocultado su verdadera identidad y la de su hermana no lo había hecho por egoísmo. O por razones inexplicables. Supo que su madre había hecho aquel sacrificio -aquellos sacrificios -por protegerlas de aquel futuro que veía por las noches. Y su padre también lo hizo. La protegían sin saber qué ocurría. Pues creían que ellos podrían solucionarlo. Como el Temple. Le hundía saber que aún no sabía nada. Y ella tenía sus propias preguntas que responder. -Quiero contártelo todo, créeme -Dijo con firmeza. Ella vio el fuego de sus ojos. Le creía. Siempre lo había hecho. El rostro de James Potter se endureció. -Tú no me has dicho que es lo que te lleva al pánico. No era un reproche. No sonó a un reproche. Aunque se sintiera así. Era un intercambio. James le estaba dejando caer que no tenía por qué saberlo si ella lo decidía. Aunque, de algún modo, le molestara. Por la expresión en su rostro, quería saberlo. Pero no se lo preguntaría. Había muchas cosas que la llevaban al pánico. La muerte de su madre que no le había contado. El hechizo de Ivonne Donovan que la obligaba a herirse a sí misma y… Algo peor. La constante duda sobre si Ivonne Donovan tenía razón o no. Si lo que hacía era lo correcto. Y las visiones que inundaban sus pesadillas sobre un futuro aterrador… Que solía comenzar con la muerte a sus manos de James Sirius Potter. Tragó saliva. -Se acercan tiempos oscuros -Musitó. Él asintió. Y con la certeza y la seguridad con la que lo hizo la petrificó. Como si fuera algo inevitable. -Veo… ¿Te acuerdas de cuando te conté que veía cómo tú me matabas a mí o cómo yo te mataba a ti? -Recordó que aquello no deberían ser noticias para James. Asintió hacia ella. Observando sus manos, que habían comenzado a temblar. -En mis últimas visiones… Solo soy yo la asesina -Dijo aquel nombre que llevaba sobre sus hombros desde que veía todas las consecuencias de aquello y que no se atrevía a pronunciar en voz alta. -Y, después, llega la oscuridad. James Sirius Potter hizo algo que no se esperó. Cogió rápidamente su rostro en sus manos, cruzando la cama. La miró como si quisiera borrar todas sus dudas de su cabeza. Todas esas imágenes de sus amigos muriendo a su costa. Él sabía algo. Era como si él supiera exactamente de lo que ella estaba hablando. -Las visiones pueden romperse -Fue lo que dijo. Sintió su aliento sobre su frente. -Sea lo que sea lo que te estén mostrando… El futuro puede cambiar. -Hablas como si pudieras cambiar el mundo, James -Le reprochó. Le recordó aquella insensatez. Escuchó su sonrisa. Y sintió cómo los labios de James se posaron sobre su frente. Su corazón dejó de latir por un momento. Era un gesto tan íntimo. Algo se estaba derritiendo dentro de ella. Lanzó un suspiro. James retiró las manos de su rostro. Se separó. Y Cornelia lo observó, encima de su cama -sin camiseta y con tantos abdominales y músculos que era imposible quitar la mirada de allí -y se sintió observada también por él. -Lo haremos -Fue otra promesa. Un silencio cómodo se posó entre ellos. -¿No tienes que vender tu alma hoy a alguna de tus órdenes? -Le preguntó, con los ojos entrecerrados. Su sonrisa seguía allí. Se bajó de la cama. Y Cornelia se arrepintió de haberle recordado que había un mundo que les esperaba allí fuera. Y que no era tan acogedor como aquel momento. -Sí, pero lo entenderán -Le aseguró. Se rascó la nuca. Buscó sus ojos. Había una interrogación en aquel color avellana. -Si alguien pregunta, ¿qué…? -Poderes curativos de licántropo -Dijo simplemente ella. Él asintió. Ladeó la cabeza. Como intentando leerle el pensamiento. -Teddy no te dirá nada -Cornelia alzó las cejas en sorpresa. Por supuesto, se había adelantado a lo que ella haría. Lo que iba a hacer. No había encontrado nada en los libros. Pero había otros licántropos en el castillo. Otros que, muy probablemente, tenían las respuestas a la habilidad especial del que decían que era como su hermano. Su rostro debió de haber formado una pregunta. -No es él el que tiene que revelártelo. -¿Tú? -Inquirió. De nuevo, una afirmación. -Son mis poderes curativos de licántropo, ¿no? -Dijo con una risa cansada. Ella simplemente cruzó los brazos sobre su pecho. En señal de rendición. De que no seguiría indagando. El joven suspiró. Se dirigió hacia la puerta sin despedirse. Era James Sirius Potter. Con ella siempre había sido así, ¿no? Entraba y salía de su vida con descaro. Recordándole que no sabía nada del mundo mágico en el tren. Riéndose de ella con sus amigos por no creerle cuando le dijo que su padre era un héroe. Siendo objeto de bromas con otros Ravenclaw porque simplemente le apetecía. Pero sentándose con ella siempre en Adivinación. Pidiéndole los apuntes de Pociones cuando intuía que no los necesitaba. Siguiéndola en la llamada de Celius. O prometiéndole cambiar el mundo del que sus visiones le advertían. -Igual que son mis visiones -Reprochó ella. Y sí que fue un reproche. Pues ella siempre se lo había contado. No se esperó la pequeña carcajada que lanzó James antes de salir del dormitorio -sin camiseta- y volver a su dormitorio. Ese joven no temía al resto de Gryffindor y sus hormonas. Nunca lo había hecho. Quizás no era ni consciente de lo que suponía pasearse por la Torre de Gryffindor con ese aspecto. Giró el pomo de la puerta. Pero volvió sus ojos avellana hacia los suyos celestes. Se encogieron cuando volvió a sonreír. Cornelia sintió algo retorcerse dentro de ella. -Un día que esté libre… -Arrastró sus palabras con timidez. Como si toda la seguridad y la confianza que emanaba de él, hubieran escapado de repente. -¿Querrías estarlo conmigo? Su corazón dejó de latir por un instante. Para hacerlo justo después mucho más rápido. Oh, Godric, Helga, Salazar y Rowena. Sus mejillas habían alcanzado el rojo de Gryffindor. -¿He tenido que hacer todo esto para finalmente llamar tu atención? -Le respondió, evocando las palabras de James de hacía unos meses. Fue la última promesa entre Cornelia Brooks y James Sirius Potter aquel día.
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