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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Sábado 23 de Enero de 2021, 18:38 [ Más información ] Tweet
El poder de la ambición
Capítulo 14: El poder de la ambición -James, no seas un crío. Él está con nosotros -anunció Alice Longbotton. El tren se sacudió, haciendo balancear a los alumnos que volvían a Hogwarts después de vacaciones. A todos les había llegado una carta advirtiendo de que había una ronda de inspección en Navidad para garantizar su seguridad durante el resto del curso. Solo unos pocos, que costaba llamarlos privilegiados, sabían cuál era la razón por la que una patrulla de aurores se habían paseado por los pasillos durante las vacaciones de invierno. El primogénito de los Potter dirigía una mirada hosca hacia Scorpius Malfoy, quien se encontraba, como era de esperar, dentro del compartimento que había escogido Albus Severus Potter para reunirles a todos. Aquello incluía a Peter Greenwood, quien había elegido el sitio al lado de la ventana para alejarse de las tensiones que auguraban un conflicto abierto. Alice Longbotton también estaba allí, defendiendo a Scorpius Malfoy, quien desafiaba al buscador de Gryffindor con la mirada. Y, claro estaba, Albus Potter al lado de su mejor amigo, poniendo los ojos en blanco ante la reacción infantil de su hermano. Rose Weasley, que franqueaba la puerta junto con James, no tardó en secundar el rechazo hacia Malfoy con un resoplido. Tan solo Susan Jordan obvió aquella situación y entró para sentarse junto a Longbotton. A regañadientes, Rose y James entraron y se apretujaron frente a Malfoy. Éste no hacía nada por evitar las miradas de odio y rivalidad ancestral que les dirigían los familiares más cercanos a su mejor amigo. -¡Podría cortar la tensión con un cuchillo! - exclamó Peter Greenwood, tentando su suerte. -Cuesta estar cerca de la persona que quiere usurparte tu puesto en el equipo de Quiddicht... -comentó James. -Fue decisión de Roxanne, James. Scorpius no ha hecho nada por... -¿Evitarlo? -inquirió con sarcasmo hacia su hermano. -¿Quieres que rechace la oportunidad de ser el buscador? ¿Incluso cuando lo único que tienes que hacer para evitar que ocupe tu puesto es mostrar compromiso? -le dijo sin miramientos Scorpius. -Si con eso consigo que estemos en paz, considéralo hecho. Hay más en juego que coger una Snitch. James Sirius Potter rugió para sus adentros. No le gustaba que Malfoy le tratara como si fuera un inmaduro... Incluso cuando sabía perfectamente que lo estaba siendo. Y le daba igual. Pero después de lo que le había pasado a su amigo Fred, y tras saber por lo que había sido, sus nervios y su temperamento estaban siendo difíciles de controlar. Por tanto, James Sirius Potter se había convertido en una bomba de relojería a punto de explotar. -Trato hecho, Malfoy -le tendió la mano para pactar como solía hacerlo con Fred. La mano de Scorpius Malfoy forjó el primer trato que aquellos dos muchachos harían para superar sus diferencias... Y las de sus familias. -¿Podemos pasar a lo importante? -rogó Susan Jordan, mientras ponía los ojos en blanco. -Os recuerdo que Fred está ahora en una camilla y no estamos haciendo nada para remediarlo. James se giró para encararla con fiereza. -¡¿Crees que no lo sé?! -gritó ante la expectación de todos los presentes. Parecía como si hubiera perdido el control sobre sí. - No hay nada que me gustaría más en este momento que ayudar a mi mejor amigo. -Tenemos que hacer dos cosas -intervino Rose Weasley, poniendo su mano sobre el hombre de James, posiblemente para tranquilizarlo. Éste, en respuesta, se echó hacia atrás y exhaló aire. -La primera es saber dónde está el basilisco. -¿En la Cámara de los Secretos? -sugirió Susan Jordan. Rose Weasley negó, muy segura de sí misma. Aquello sorprendió a los demás. ¿Cómo era posible que la muchacha supiera que el basilisco no estaba en el lugar que había sido construido expresamente para albergar a uno de su especie? -Quitando el hecho de que es demasiado evidente, los aurores seguro que miraron allí en Navidad -explicó Scorpius Malfoy. -Hay más sitios en Hogwarts que no habrán mirado. -¿Alguna sugerencia? Pareces entender de eso. Tu padre escondió un armario por el que vinieron mortífagos para asesinar a Albus Dumbledure. -Albus Potter le lanzó una mirada de reproche. -¿Qué? Lo digo en serio... -¿La Sala de los Menesteres? -dijo Scorpius, obviando el hecho de que le acababa de lanzar un comentario hiriente. -Pero si estuviera ahí, ¿no lo sabría la Directora? -inquirió Peter Greenwood. -La directora es la primera que nos quiere ocultar que hay un basilisco en el colegio, Perry... Creo que tenemos que comprobarlo nosotros mismos -determinó Alice. -Y eso nos lleva al segundo punto: cómo matar a un basilisco. -La espada de Godric Gryffindor -anunció James Potter, ante la sorpresa de los demás, pues parecía como si se hubiera aislado de la sala. -Mi padre lo hizo con esa espada... -¿Y dónde está ahora? -preguntó retóricamente Rose. -¿Por qué no se lo preguntáis a vuestro padre? -preguntó inocentemente Peter. Todos rieron secamente. Habían aprendido, y no solo porque le ocultaran que había un basilisco, que había cosas que sus padres jamás les revelarían. Conforme le contaban historias de su juventud, muchas preguntas habían quedado sin resolverse. La espada de Godric Gryffindor era una de aquellas. -Quizás mi padre sí que tenga algo para eso... -propuso Scorpius, quien no había participado en la risa colectiva. -¿Tu padre? -preguntó incrédulo Peter. -¿No era como Darth Vader o algo así? ¿Por qué no han pensado antes en él? Seguro que tiene algo así como la Estrella de la Muerte para vencer a los basiliscos... -No exactamente... -le respondió Scorpius rascándose la nuca, visiblemente avergonzado por haberse referido a su padre. -Lo siento, pero no me fio de tu padre. Bastante con que te tengamos aquí -sentenció Rose Weasley. Ninguno fue capaz de interrumpir la mirada de odio que compartieron Rose y Scorpius. -Eres libre de irte, Weasley -le invitó con cierto sarcasmo Scorpius. La joven, claramente ofendida por tal comentario, abrió la boca sorprendida de que osara decir algo así. A ella, quien se había estado controlando todas aquellas semanas para que no le restaran puntos a su Casa. A ella, quien en ningún momento le había dicho a Scorpius que se fuera, sino que era siempre ella la que se iba para no tener que aguantarlo. Aquello superaba cualquier comentario hiriente que ella podía haber soltado. No pudo más. Se lanzó hacia Scorpius con las uñas. -¡¿QUÉ HACES?! -se lamentó Scorpius intentando zafarse de ella. Para su sorpresa, fue James Potter quien la cogió de la cintura y la retiró. Malfoy y él se miraron con confusión. Habían pactado llevarse bien. -¡Suéltame, James, tengo que matar a este maldito Malfoy! -Solo vas a conseguir salir tú mal parada... Pero los movimientos bruscos de Rose eran muy decididos. Además, la comida de la abuela Molly en Navidad no hacía de la joven un peso pluma. Mientras tanto, Scorpius Malfoy se tocó un rasguño que tenía en la mejilla y del que brotó un fino hilo de sangre. -¡Serás psicópata! -la acusó mientras ella rugía cual fiera. -¡Te mataré! -le prometió. James puso los ojos en blanco y se llevó a Rose del compartimento. Cuando los dos hubieron salido, Susan Jordan se incorporó y los miró a todos, que se habían quedado atónitos ante lo que acababa de pasar. Ninguno tenía palabras para describirlo. -Bueno, creo que yo también me voy a ir... -dijo, pues, a decir verdad, no conocía realmente a ninguno de los presentes. -Me disculpo en nombre de esos dos rebeldes adolescentes por los daños...- Miró la cara compungida de Scorpius Malfoy tratando de no reírse. -... Que hayan podido causar. -Tú te lo has buscado -le dijo Alice. Susan Jordan cerró por fuera el compartimento. Albus Potter tragó saliva. Tampoco él sabía cómo disculparse por lo que su prima acababa de hacer. Peter Greenwood se sentía como público en un programa de televisión muggle de prensa rosa. -Cuando mi padre me advirtió de que la mezcla de Granger y Weasley podría ser peligrosa, no creía que se estuviera refiriendo precisamente a esto... -Bobadas, Malfoy. Es un rasguño. -¿Pero no la has visto? ¡Parecía una loca salida de un psiquiátrico! ¡Me ha atacado! Albus le lanzó una mirada de comprensión a Alice. Ambos sonrieron. -Verás, Scorpius... A lo largo de nuestras vidas todos hemos sufrido un "ataque" de Rose Weasley. A todos nos ha jurado que nos va a matar... Y mira, seguimos vivos. -A su hermano pequeño una vez le rompió el tabique de la nariz. La expresión de horror de Scorpius Malfoy fue un poema. Albus no pudo seguir aguantando la risa y soltó una carcajada. -¿¡Qué clase de bestia han creado los Weasley?! Había sido presionado por Harry Potter para dejar que los alumnos volvieran a Hogwarts. Ni a él ni a Hermione les pareció una idea coherente, dados los sucesos que acaecían paralelamente en otros puntos del mundo mágico y muggle. Podía reconocer que Potter tenía razón en que cerrar el curso escolar sería una catástrofe y que las quejas y el pánico proliferarían sin límites. Sobre todo cuando no sabían a qué se estaban enfrentando exactamente. No obstante, dejar que tantos niños indefensos convivieran posiblemente con un basilisco estaba fuera de los límites de la lógica. Aquellos años en los que el futuro del mundo se dejaba en manos de unos adolescentes habían acabado. Harry Potter no podía esperar que sus hijos y los hijos de los demás dieran sus vidas por una amenaza desconocida. Richard McKing suspiró. ¿Por qué no se oponía? ¿Por qué no se imponía a los deseos de Potter? Porque él no era el Niño Que Vivió. Porque Richard McKing no derrotó a Voldemort. Y porque, si alguna vez sus opiniones se enfrentaban, el público y la mayor parte del Ministerio apoyaría a aquel adolescente encerrado en el cuerpo de un adulto. Pese a ello, sabía que algún día tendría que imponerse. Él era el Ministro. Él tenía la carrera política y moral necesaria para entender cómo funcionaba la dirección de un gobierno. Él había visto la II Guerra Mágica desde fuera y sabía en qué habían flaqueado, y no temía en decirlo en voz alta: la fe ciega en algo incierto. -Buenos días, Señor Ministro -le saludó su invitado. Se sorprendió de que aquel muchacho de cabellos dorados y rizados no tuviera acento francés, como había esperado, siendo éste un auror del Ministerio de Magia galo. Quizás también le sorprendió su jovialidad y su frescura. Dada la historia de aquel joven, o al menos lo que de ella había llegado a sus oídos, no se imaginaba a un muchacho con una sonrisa de cabo a rabo. -Buenos días, Lebouf -le saludó, ofreciéndole con una seña un sitio frente a él. El joven decidió seguir de pie. -Supongo que sabes por qué te he llamado. Éste asintió, cruzándose de brazos y echando un vistazo a través de la ventana del Ministro. El despacho tenía vistas a la City empresarial de Londres. Pareció gustarle y se quedó satisfecho. Pese a su apariencia de auror experimentado, aquel joven tenía exactamente 17 años y había vivido más que el propio Ministro. No obstante, había sido adelantado numerosos cursos e, incluso, había superado con creces las pruebas de auror aquel año en Francia. Todos parecían estar entre sorprendidos y orgullosos de él. Quizás debía de agradecer la flexibilidad de la educación de Beauxbattons, pues en Hogwarts habría cumplido rigurosamente los años que debía estar allí. -Me ha llamado por la misma razón por la que me reclutó el Ministerio Francés y por la misma razón que Harry Potter también me ha pedido una cita: creen que sé algo sobre el Clan del Ojo -le dijo sin tapujos. -Ya se lo dije a Edward Whitehall en su momento: todo lo que quieren saber de mí, ya lo saben. -Eres un joven extraordinario. Tu magia... Es asombroso cómo has logrado tener tanto poder en tan poco tiempo -le alagó el Ministro. -Supongo que sabrás que tanto talento es peligroso... Sobre todo en los tiempos que están por llegar. -Descuide, sé cuidarme solito... -No me refiero a eso... Si no a que te usarán como un arma, Bastien -le advirtió, llamándole por su nombre de pila. El joven sonrió. -Pongamos las cartas sobre la mesa: quieres saber quién ha introducido al Basilisco en Hogwarts -anunció sin borrar la sonrisa de su rostro. -Es cierto. -No es un movimiento típico del Clan del Ojo, atacar tan abiertamente... -Entonces, ¿puede que no sea el Clan del Ojo? Los rumores son cada vez más convincentes y están asustando a mis funcionarios... Muchos aurores creen saber de qué hablan... Pero ninguno nos hemos enfrentado antes al Clan. -Y afortunados sois por ello. Las únicas personas que dicen haberse enfrentado a ellos están muertos: aquel presidente de Estados Unidos y mi madre. -Siendo sincero y teniendo en cuenta que las vidas de estos niños están en peligro... ¿Qué sugieres que hagamos? Bastien Lebouf alzó las cejas sorprendido. Y asintió con satisfacción. -Es la primera vez que alguien viene a mí a pedirme consejo, y no a que investigue no sé qué o a interrogarme abiertamente... Me ha sorprendido, señor Ministro. Siento haberle subestimado -Richard McKing le lanzó una mirada de advertencia. Podía tolerar sus comentarios hasta cierto punto. - Si es cierto que han metido un basilisco, no lo encontrarás. Así que toda medida de seguridad es en vano. Y, por otro lado, si evacuas el castillo, sabrán que os sentís amenazados y es exactamente lo que están buscando. -¿Para qué? -No lo sé. Nunca he sabido cuáles son los objetivos del Ojo y... Eso siempre me ha preocupado. A lo largo de la historia hacen cosas horribles pero que no tienen conexión... Como palos ciegos... Pero realmente... Realmente todo tiene que estar conectado de alguna manera que se nos escapa. Y por eso no podemos jugar a su nivel. -Entonces, ¿nos sugieres que no hagamos nada? -Vivir en la ignorancia es lo que mejor nos ha funcionado con ellos hasta ahora. -¿Crees que tiene algo que ver con los "neo-mortífagos"? -preguntó, recordando las teorías de Harry Potter. El joven se rio abiertamente y con tranquilidad de aquella propuesta. Él también lo habría hecho de no haberlo sugerido. -Sinceramente, no creo ni que existan... Y si existen, estoy seguro de que Harry Potter estará encantado de erradicarlos. -¿Eso es lo que le piensa decir a él? Bastien Lebouf le miró enigmáticamente. -¿Crees que me creería? ¡Claro que no! Él vive encerrado en la Guerra... Todavía cree que es el Elegido para luchar en contra de algo... Pero su tiempo ya pasó... Las nuevas generaciones tienen que tomar el relevo. -Claro, estoy totalmente de acuerdo. Pero debes entender que, en ocasiones, no se me recomienda contradecir al héroe de Inglaterra. Ninguno le había hecho caso cuando propuso ir al Bosque Prohibido a buscar al basilisco. O a encontrarse allí con Gwendoline Cross y enfrentarse a ella, interrogarla y sonsacarle donde tenía guardada a la criatura mágica que tantos dolores de cabeza estaba dando. Por aquella razón, se estaba encaminando a plena luz del día, pues por la noche todos se lo habrían impedido, hacia el Bosque Prohibido. Solo. Con la varita y el Mapa Merodeador, que poco le serviría una vez cruzada la linde. Había memorizado algún par de hechizos de combate que confiaba en que le salieran con naturalidad en caso de que tuviera que enfrentarse a alguien. Su hermano había cruzado la linde con Rose una vez. Su padre lo había hecho en decenas de ocasiones. Cuando él la hubo cruzado, no se sintió extraño ni nada por el estilo. Sabía con certeza que estaba en peligro, pero confiaba tanto en sí mismo que ni siquiera se dio cuenta de que alguien le seguía desde el castillo. James caminaba por el sendero que, según le había explicado Rose, les llevaba hasta una parte del Lago desde la que se veía el Castillo. ¿Cómo sabía eso su prima? Libros. No se imaginaba a Rose yendo allí sola sin permiso y sin protección. Aunque debía reconocer que su prima era de armas tomar. Siguió decidido, recordando que quizás era un movimiento inteligente introducir al basilisco dentro del Lago... ¿No era una criatura propensa a las humedades? ¿Qué mejor humedad que un Lago? Se estremeció solo de pensar en la de criaturas de las que podría alimentarse allí. Por supuesto que estaba en el Lago, pero, ¿cómo lo vencían sin sumergirse? Porque... sumergirse era la muerte asegurada. De pronto, junto a un árbol, como un espejismo, apareció un hombre que sobrepasaba los dos metros, cubierto con una capa y sin capucha, mostrando la mitad de su rostro desfigurado con orgullo. Tenía los labios carnosos cruzados por una cicatriz, los ojos como dos profundos pozos negros. Su pelo, escaso y de color castaño, era una maraña que le caía a mechones por la frente poblada de cicatrices que sustituían a sus cejas. James se paró en seco. Sacó su varita de la túnica y apuntó hacia él mientras se acercaba. -¡No tienes nada que hacer! ¡No podrás conmigo! -le amenazó James. -¿Quién eres? Aquel hombre se rio de él. James tembló de rabia. Aquel hombre había petrificado a su mejor amigo. Si recordaba eso, le daba fuerzas. Porque si recordaba que estaba solo en el interior del Bosque Prohibido frente al encapuchado que había introducido un basilisco en el castillo... Quizás no era sano pensar en eso justo en aquel instante. Se armó de valor y sostuvo la varita en alto. Montdark, en lugar de una varita, sacó un reloj que colgaba de una cadena y comenzó a balancearlo frente a él. James le miró con confusión. -Alguien que te ofrece un trato. -¡Jamás pactaré con mi enemigo! El joven siguió la estela que hacía el reloj, cuyo tic-tac le estaba poniendo nervioso. -¿De veras? ¿Acaso no estás cansado de ser la sombra de tu padre y la antítesis de tu hermano? Sabes que todo el mundo prefiere a Albus porque es diferente, es igual que tu padre, ha aceptado a Malfoy... Es todo lo que se espera de un héroe. Las pupilas de James se dilataron y su rostro se relajó. -Pero yo ya soy un héroe. -No, James... Tú no eres un héroe. Yo puedo hacer un héroe de ti. Piénsalo... Solo tengo que decirte dónde tengo al basilisco para que tú se lo entregues como trofeo a tu padre... -No estaría mal...- suspiró James, con la voz adormilada. -Ven conmigo, muchacho -Montdark le hizo una seña para que se acercara y el joven Gryffindor obedeció. Fue entonces cuando alguien se abalanzó a por James y lo tiró de un placaje al suelo. La joven pelirroja se incorporó rápidamente y apuntó hacia Montdark: -¡Expelliermus!- el reloj saltó de las manos de Montdark hacia el suelo y este soltó una maldición, acercándose hacia ellos mientras sus pasos resonaban como un elefante a galope. -¡No! ¡Iba a decirme donde está el basilisco! -la joven le dio una bofetada y lo incorporó de un salto. -¡Corre por tu vida, James! El joven Potter sacudió su cabeza aturdido y vio a Montdark precipitándose hacia ellos. Su prima Roxanne Weasley acababa de salvarle y le estaba diciendo que tenía que correr, se dijo para sí. Sus pies se movieron antes que la orden saliera de su cerebro. -¡Cruccio! -conjuró el joven Potter apuntando hacia la figura que les perseguía con saña. Por desgracia, falló. -¿Se puede saber qué haces lanzando Maldiciones Imperdonables, idiota? - le regañó Roxanne. Acto seguido alzó su varita hacia Montdark mientras huían hacia el castillo. -¡Bombarda Máxima! Un tronco de un árbol se precipitó hacia el suelo cortando el paso a Montdark. Ellos siguieron corriendo a toda prisa. Montdark sacó un hacha, por arte de magia literalmente, y partió el tronco en dos para poder salir. -¡Tiene una jodida hacha, Roxanne! Ella asintió sin enloquecer como lo estaba haciendo James, que de vez en cuando tropezaba y se apoyaba en el suelo. ¿Cómo es que se había adentrado tanto en el Bosque Prohibido? -¡Bombarda máxima! -Aquella vez, Roxanne apuntó hacia el cielo, haciendo una especie de fuegos artificiales. -Oh, dios mío... ¿Cómo puedes tener tan poca puntería? ¡Creía que eras la mejor bateadora de Hogwarts! -¡Cállate, James! Seguían corriendo, y Montdark seguía persiguiéndoles por todo el sendero. James pudo apreciar las luces de la cabaña de Hagrid encendidas a lo lejos. Miró hacia la mirada asesina de Montdark que se le había clavado en la nuca. Sentía la adrenalina correr por sus venas como nunca antes lo había sentido. -¡Accio Escoba de Hagrid! -formuló James hacia la cabaña. Roxanne asintió mientras se mordía el labio. Ambos corrían por su vida. Oyeron un cristal romperse y un gritó del semi-gigante. La escoba fue disparada hacia ellos. La escoba estaba justo encima de sus cabezas. James miró hacia Montdark y le desafió con la mirada. Este soltó una maldición y desapareció. -¡Vamos, súbete, James! -¡Se ha ido! -¿Y quién te ha dicho que no se va a aparecer más cerca? Eso fue incentivo suficiente como que subiera corriendo a la escoba y ayudara a su prima. Alzaron el vuelo y observaron cómo Montdark había desaparecido completamente. Ambos se miraron y observaron cómo Hagrid, desde su cabaña, llamaba con un conjuro a Minerva McGonagall. -Tenemos que salir de aquí antes de que vengan los profesores. Roxanne Weasley asintió. Aquello había pasado muy rápido y no se había percatado de que su prima, desde ese momento, sabía demasiado. -Así que un basilisco, ¿eh? -James tragó saliva deseando no haber ido nunca al Bosque Prohibido. -Tranquilo, puedes confiar en mí. Es mi hermano quien está pretificado y yo también estaba intentando descubrir qué era y eliminarlo para que nadie más sufra... -¿Y el encapuchado? ¡Un mago oscuro dentro del castillo! La joven se rio. -¡Vaya novedad! -¿Quieres decir que hay más? -Querido primo... Cada vez que te digan que Hogwarts es un lugar seguro, recuerda que este es el segundo basilisco que introducen en el castillo, ¿vale?
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