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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(IV) Capítulo 32: El tiempo en la palma de la mano
La sensación de leer un libro y no recordar que simplemente eran palabras debía de ser magia. Cuando estaba tan capturado por la tinta, que olvidaba que, en realidad, estaba leyendo. Todo lo que veía era descripciones de paisajes que habían comenzado a tomar forma en su mente como si estuviera viendo un documental. Ni siquiera se paraba a pensar en que lo hacía. Y, antes de que pudiera darse cuenta, ya se había leído más de cien páginas sin darse cuenta. Era la mejor sensación del mundo. No le pasaba con las profecías. Hugo Weasley era inteligente. Y, cuanta más inteligencia albergaba, más cosas podían darle miedo. Le pasaba con las profecías. Había recuperado el libro de Lily. No había sido complicado. Ella se lo había dado. Le había dicho que era lo peor que había visto en su vida. Era afortunada. No se las habría leído todas como él. No tenía anotaciones en pergaminos como él. Ni posibles nombres asociados a profecías que tenían un destino fatídico. Se había dado cuenta de que, para descrifrar algunas, debía conocer mejor a todos. Por esa razón, era más social. Y le había gustado serlo. No podía engañarse. Tener más amigos era acogedor. Pero también devastador cuando apuntaba sus nombres al lado de algunas profecías. Por supuesto, no había descifrado casi ninguna. Tan solo las que ya se habían cumplido. O las que eran evidentes. Por un lado estaba Roxanne. Y su muerte. "Busca la Sangre bajo las órdenes de ancianas y será la primera en causar verdadero terror. Su imagen será roja como la sangre, como sus cabellos, como su vestido que cuelga de un árbol». Bastante explícito. Ahora bien. La Sangre era Ivonne Donovan. Pero, ¿por qué las profecías la llamaban Sangre? Hugo Weasley tenía varias teorías. Podría referirse a que era descendencia. O que, simplemente, su sangre tenía algo especial. Como la de Molly Weasley. No lo sabía. Tenía que seguir aquella pista. Pues no había más profecías que se refirieran a Ivonne Donovan de forma tan evidente. Remus era el fruto que se volvería oscuro si no seguía a sus luces. Una era su madre. Lógico. ¿La otra? Debían esperar a que se hiciera grande y pudiera mostrar aprecio por alguien. Tenía sus dudas con respecto a Theia. ¿Y si era hacia un hombre? No lo sabrían. Aunque le perturbaba pensar que deberían esperar tanto. Además, si Remus no seguía a sus luces, las extinguiría. ¿El destino de Remus era matar a su madre y a la persona que quisiera? Muy dramático para un bebé. Por otro lado, la que murió en el mismo día de su nacimiento fue Minerva McGonagall. Y Roxanne también era una de las profecías que iniciaban la tenebrosa lectura. Intuía que Charlotte Breedlove era la maestra. Y Victoire Weasley era el aprendiz. El aprendiz que les guiaría. No solo a Remus. La que no podría amar. Y había escuchado que Ted y ella definitivamente lo habían dejado. Bueno, la luz original que procedía del agua también tendría que «conducir al Rey Oso a su empuñadura». Y también, «llegada la paz, ofrecer el poder original al Elegido». Eso, por supuesto, si Remus no extinguía aquella luz. También había profecías para la alternativa. Y esas le producían pesadillas. «Sin luz original, la magia será oscura para siempre». Vaya. Una de las cosas que más le perturbaba era la profecía que versaba sobre «aquellos que nacieron sin el don de la magia conocerán, por fin, el mundo que se les oculta». El libro que tenía ordenaba las profecías casi cronológicamente. De las primeras era la de Roxanne. Más adelante, se encontraba la del nacimiento de Remus. Y las del final se dividían en función de si vencían o no. Estaban contemplando las dos versiones. Y aquella profecía, estaba casi a la mitad. Era demasiado clara como para no asustarse. Había otra que también era evidente. «El que ve lo que nadie más es capaz de observar será el canal que conduzca a la Era Más Oscura de la Historia del Mundo». Era Christopher Nott. Y lo sabía gracias a Charlotte Breedlove. Pero no sabía cómo ella lo sabía. También intuía que la referente al «el bello pájaro se ahogará en el agua negra a los lomos del caballo», se refería a su prima Dominique. Había conseguido convertirse, ¿no? Más, en función de la cronología de los eventos, eso debió de haber ocurrido ya. Había otra que le asustaba. «Las hermanas de sangre morirán el mismo día para pactar su amistad, a una le romperán el corazón y a la otra le quitarán el alma». Tenía varias posiblidades. Lucy y Molly las había tenido que tachar. Le dolió hacerlo. Aún había más hermanas. Dominique y Victoire. Su tía Fleur y la hermana de esta. Monique y Susan Jordan. Bárbara y Ellie Coleman. Cornelia y Lola Brooks. Se había centrado en aquella profecía de las hermanas. Era horrible. Saber que Hugo podía avisar a todas esas hermanas. Y, al mismo tiempo, evitar hacerlo. Resopló. Las profecías podían tergiversar las palabras y no tenía por qué significar aquello. Dos profecías parecían un cuento muggle. De hecho, eran historias muggle para niños. La señora Breedlove le había contado cómo aquellas profecías habían estado en la boca de numerosas culturas durante la historia de la magia. Y, por supuesto, en la de las muggles. Pero aquella era unos cuentos muggle. Nórdico. Danés. Precisamente de dónde eran los del Ojo. De Hans Christian Andersen. Que, por lo visto, fue mago. Otro tenía un parecido innegable con la Reina de las Nieves. O quizás era lo que quería creer Hugo Weasley. Quizás era simple coincidencia. «La oscuridad se pinchará en los corazones de las personas de diferentes formas. Harán cosas horribles que ordenará el Inmortal. Irán quedándose sin vida. Pero el amor de los jóvenes entenderá que esos hechizos se pueden romper». Era como el cuento. Gerda salvaba a Kai con un beso por el poder del amor. El amor. Aquella fuerza que tenía una sala entera del Departamento de Misterios para su investigación. Había muchas profecías que abogaban por el amor como fuerza salvadora. Y el otro era el cuento de La Sirenita. Solo que al revés. No era una sirena la que se convertía en humana para salvar a su príncipe. Era, más bien, un humano -la profecía no especificaba el género- el que se convertía en una criatura marina. A cambio de que su alma perteneciera al mar menos en el ciclo lunar. Pues, como bien sabían en el mundo mágico, en el ciclo lunar era cuando ocurrían las transformaciones de todas las criaturas mágicas. Pero, ¿podría un humano convertirse en una criatura marina? No decía que fuera una sirena. ¿Podría hacerse aquello? Hugo Weasley se había empapado de leyendas para sustentar aquella profecía. Tenía claro que se trataba de una sirena. La gente del mar, como se les denominaba a la especie, era una especie sapiente y podrían haber alcanzado el estatus de ser junto con los centauros, sino lo hubieran rechazado por no querer formar parte del grupo al que pertenecían los vampiros. Por tanto, no eran meras criaturas mágicas. Tenían un lenguaje muy desarrollado. Creaban música. Se organizaban en comunidades altamente organizadas. Domesticaban a otras criaturas. Fabricaban armas. Y tenían la capacidad de comprender la comunicación humana. Algunas podían incluso hablar como ellos. Había una historia. Una bruja se enamoró de un sireno en el siglo XVII. Ahora bien, nunca un mago o bruja se había convertido en esa criatura mágica. Resopló. ¿Y cómo se suponía que debía saber quiénes eran? Les había contado, en confidencia, a Sebastian, Albus, Malfoy y Greenwood que para alcanzar la paz era necesario que el Ojo consiguiera lo que se proponía. Más bien, el inicio. «El alzamiento» lo habían llamado. Y, si antes había habido algo de guerra, después habría una gran batalla que decidiría el futuro del mundo. Se lo había dicho a sus amigos para que soportaran la carga con él. La idea de que debían luchar. Incluso sabiendo que parecía que todo estaba en su contra. Podrían detenerlo todo, incluso si el Ojo no llegaba a alcanzar su objetivo. Hugo Weasley creía aquello. Saber aquello. Después de leer las profecías y estudiarlas. Le hizo dudar. De Charlotte Breedlove. Y de Ivonne Donovan. Había aprendido a no confíar en ninguna. Aunque las profecías llamaran a Charlotte Breedlove la guardiana y la maestra. ¿Qué pretendían exactamente cada una? No confiaba en nada en Ivonne Donovan. Quería ir en contra de las profecías si su propósito era detener al Ojo en cuanto antes, ¿no? Suspiró. ¿Es que no quería hallar la paz? ¿Evitar alcanzar la paz? ¿Cómo pretendía conseguirlo? No entendía su enfoque. Pero sí el de Charlotte Breedlove. Puesto que era el enfoque que había adquirido él. Recordó que le dijo que haría todo lo que estuviera en su mano para conducir a la paz. Hablaba de llegar que decían las profecías. La otra realidad. La última profecía. «La paz en el presente, en el pasado y en el futuro. La luz inundando, de nuevo y por primera vez, el mundo». -Hugo. La voz de su madre le despertó de sus suposiciones. Estaba mirando a la nada. No obstante, pensando en todo aquello. En la biblioteca de Hogwarts. Con el libro de las profecías de Charlotte Breedlove abierto. Con la pluma manchando su camisa. Y con su ceño eternamente fruncido. -¡Mamá! -dijo sobresaltado. ¿Qué hacía su madre allí? ¿En Hogwarts? Se recompuso sobre la silla. -¿Dónde está Lily, cielo? -le preguntó. -Tengo que hablar con ella… -Pues evidentemente no en la biblioteca -espetó, confundido y fastidiado porque su madre hubiera venido a Hogwarts para hablar con su prima. Ella sonrió. -Pero tú sí y esperaba que me dijeras dónde estaba Lily -explicó su madre. Hugo se rascó la frente. Su madre aún creía que la amistad de Lily y él era tan íntima como lo había sido cuando eran niños. Sí, seguían siendo primos. Amigos. Pero él estaba siempre ocupado. Y Lily tenía problemas. No acudía precisamente a él para solucionarlos. -Estará con Lyslander en la Enfermería -sugirió. Hizo un gesto para que su madre le dejara seguir con las profecías. Hermione Weasley decidió ir al sitio propuesto por su hijo. Aunque su tía Hermione no lo supiera, Lily pasaba mucho tiempo en la Enfermería desde que volvió a Hogwarts. Sí. Al lugar donde todo ocurrió. ¿Por qué? Por la misma razón que lanzó un Avada Kadavra. Para proteger a su mejor amiga. Por supuesto. Su mejor amiga había perdido una pierna. Y estaba con los nuevos Sanadores probando la nueva. Y ella no se separaba de ella. Como un perro guardián. La acompañaba a todas las clases. Le llevaba los libros. Aunque Lyslander tuviera una muleta para apoyarse y una nueva pierna mágica que tenía que aprender a utilizar, Lily se había propuesto ser su mayor apoyo. La encontró, evidentemente, animando a Lylsander. Su mejor amiga estaba feliz por haber sobrevivido. Pero había cosas que la inquietaban y se lo contaba a Lily. La principal era evidente: ¿podría jugar al Quidditch? ¡Era la gran promesa de Hufflepuff y de Hogwarts! Intentaba animarla. Y le había pedido a James que fuera algún día a darle consejos. Aunque su hermano tenía demasiadas cosas que hacer. -¡Lily! -la llamó su tía. Ella se echó hacia atrás cuando su tía la abrazó. Sorprendida. Perpleja. Confusa. Preocupada. Aquella sensación se oscureció. Lo primero que pensó fue en su madre. Porque Lyslander y su madre se habían convertido en su mundo entonces. -¿Está bien mi madre? -soltó con brusquedad. Su tía Hermione la contempló. Había preocupación en su mirada. Pero era por ella. Ella. Objeto de preocupación. Suspiró. Estaba cansada de serlo. Ella estaba bien. Debían dejar de preocuparse por ella. -¿Puedes venir conmigo un momento? Lily se encogió de hombros. Si su tía Hermione había ido a Hogwarts para verla expresamente a ella, ¿tenía elección? Se despidió de Lyslander. Su amiga asintió entre los comentarios de los Sanadores que la atendían. Era la superviviente del ataque. Era famosa. Lily era el héroe trágico de aquel acontecimiento y la gente no sabía cómo acercarse a ella. Mejor. Que no lo hicieran. -¿Cómo está mi madre? -preguntó. Su tía sonrió. -Como la última vez que la vistes -le contestó. Entonces, ni bien, ni mal. Sobreviviendo en una prisión mágica en mitad de un mar. Lily suspiró. Al menos no era peor que eso. -Pero he hablado con ella -añadió. Lily la miró. Intrigada. Entecerró los ojos. -Tu madre cree que el Ojo ha puesto la mirada en ti… Y si tu madre lo creo, yo confío en ella -Expresó. A Lily se le encogió el estómago. -Queremos hacer todo lo posible para que estés protegida… Incluso si no podemos protegerte. Bufó. -Creo que he dejado claro que sé protegerme yo sola -le dijo con franqueza. Su tía asintió. -Queremos asegurarnos, Lily… Y tu madre me ha pedido que te proteja con algo que yo tuve casi con tu edad y que me sirvió… Pero debes saber utilizarlo en el momento oportuno -Advirtió. Le enseñó su mano cerrada en un puño. Lo abrió. Sacó un objeto que tenía la apariencia de un reloj de arena pequeño. Del color del oro. Lily dio un respingo. Había oído hablar de aquello. -Astoria me lo ha dado para ti. También está preocupada por tu seguridad y…Como tiene la colección Malfoy… Pensó que esto te podría proteger. Has demostrado que tienes una mente serena y que sabes actuar en los momentos más difíciles… Es tuyo, Lily. La joven lo miró. Con sospecha. Temerosa del poder de ese objeto. Lo cogió con sus manos. Tenía una cadena dorada. Lo cogió. Se pasó la cadena por el cuello. Contempló el artilugio tan poderoso que tenía en sus manos. -¿Qué hace exactamente? Su tía sonrió. Satisfecha de que su sobrina no hubiera puesto resistencia. -Es diferente al de los otros giratiempos… Al que yo tuve. Era del abuelo de Scorpius Malfoy. Los otros giratiempos fueron poca cosa para él… Y, sin embargo, tu padre, Ron y yo salvamos una vida con uno de esos… Pero este, Lily, este es más poderoso. Tiene la capacidad de desplazarse a prácticamente cualquier años, sin un límite de hora…-Su tía le acomodó el pelo alrededor del giratiempo. -Hay unos límites… Las leyes de Saul Croaker. -¿Por qué no lo utilizó la señora Malfoy para evitar que muriera el padre de Scorpius? -preguntó con curiosidad Lily. Hermione Weasley tensó los labios. -Es un instrumento peligroso, Lily… No es una piedra de resurrección -Dijo con precaución. -Es importante que, si alguna vez llegas a utilizarlo, evites el contacto con tu ser del pasado… Podría atacarte, quitarse la vida por confusión o… podrías alterar tu propio futuro o con quiénes hayas interactuado, causando que el curso de su vida, la de los demás o incluso el destino del mundo vayan en una dirección completamente distinta a la que se conoce en una determinada línea del tiempo… Y podría ser imposible predecir cuál sería esta nueva dirección de la línea… -Lily tenía el rostro arrugado. Bueno. Al menos su tía y su madre confiaban en ella. Lo suficiente como para darle el poder de cambiar el destino del mundo, ¿no? Era una buena arma para la guerra. -Pero no te preocupes… Sé que sabrás cuándo utilizarlo. Ella asintió. Se guardó el giratiempo dentro de su camisa. Ojalá nunca tuviera que utilizarlo. No querría crear otra línea temporal.
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