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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Sábado 23 de Enero de 2021, 18:38 [ Más información ] Tweet
(IV) Capítulo 26: Los fuegos artificiales de Susan Jordan
-Parecía que estabais juntos cuando eráis amigos y… Ahora que lo estáis parecéis amigos -comentó James Potter. Susan Jordan se sonrojó. Supo la intención de su otro mejor amigo. Era un alago. Era el mejor que una pareja que acababa de comenzar su camino podía recibir. Se encogió en el sofá de la Sala Común Gryffindor. Acomodó su espalda a los cojines mullidos. Observó a James acercarse a ella. Fred les contemplaba desde un sillón en frente de ellos. Había alzado una ceja ante el comentario de su primo. -Somos amigos, James -dijo, sorprendido. -Ya… Y eso es raro, ¿no? -se preguntó. La miraba a ella. Exigiéndole una explicación de por qué sus dos amigos habían decidido seguir con su amistad. No sólo con él. Sino entre ellos dos. Susan tuvo que soltar una risa de desprobación. Nunca dejaría de ser amiga de Fred Weasley por mucho que besara sus labios. Negó con la cabeza. Señaló a James el libro que estaba leyendo para que siguiera con él. La celebración del partido de Quidditch les había quitado tiempo. Más bien, la resaca les había quitado días de estudio. Era increíble cómo Hufflepuff se había unido a ellos en la Sala Común. Era como si todos hubieran ganado. Una victoria en familia se disfrutaba como si fuera un aniversario de amistad. No querían ni imaginarse cómo celebrarían la Final. Ya podría ir preparándose Ravenclaw para la final que estaba por llegar… No sabían si celebraban el Quidditch o las ganas de vivir frente a la oscuridad que todo el mundo les prometía que se avecinaba. Por supuesto, se prometieron no desperdiciar ni un solo momento del tiempo que les quedaba allí. No sabían cuánto era. Y, así, se quedaban sin tiempo para el verdadero motivo por el que estaban en un Colegio de Magia y Hechicería. Había cosas que afrontar. Las clases. Las rondas de los Guardianes de Hogwarts que se habían acrecentado. James les había confesado que quería tener todo bajo control. Quería asegurar a todo el mundo. Nada podía salirse de lo que habían establecido. La resaca. -¿Por qué? -preguntó Fred. Tenía los ojos entornados. Así como James se preguntaba cómo aquella relación era posible, Fred se preguntaba cómo no podía serlo. Cada uno estaba convencido de su visión contrapuesta del mundo. -Tú sigues siendo amigo de Lola… -Le recordó. -¿Y no era Trust tu amiga? Susan se rio para adentro. Tuvo que perdonar la inocencia de Fred para James y para ella. James le lanzó una mirada a Susan que hizo que la muchacha soltara una risa floja. Su amigo se mordía el labio ante la circunstancia. Fred era el tipo de persona que, pese a aparentar que sabía leer a las personas, no solía hacerlo en absoluto. Podía quererlas con todo su corazón. Y las personas lo amaban con toda su fuerza. Pero no prestaba atención a los detalles. Jamás. Eso fue lo que hizo a Susan tener que declarara sus sentimientos enfadada porque parecía no darse cuenta, ¿no? Lo mismo pasaba con todo lo que pasaba a su alrededor. Hasta el más mínimo detalle. Siempre había sido su forma de evitar sus problemas. También lo fue la violencia. Pero, ya retenida, volvía a ser ausente ante el resto del mundo menos para Susan Jordan, sus padres o James. Para Fred no existían más personas. No necesitaba más. Aunque fuera alegre. Divertido. Hiciera bromas a todo el mundo y los quisiera incluir en su forma de ver el mundo con una sonrisa despreocupada. Olvidarse de lo que le decían o de lo que mostraban era su forma de no tener que preocuparse más de lo que ya lo estaba. -Trust me cae bien, pero no es mi amiga…-James decía aquello como si no creyera cierto que Fred hubiera considerado a Camrin Trust como su amiga. Susan aguantó la risa. Como si Fred no fuera siempre así. -Y, Fred, Lola siempre ha sido mi amiga… Pero salió del armario… Por eso fuimos a la fiesta esa, ¿recuerdas? Estaba liada con la dueña de la casa… Fred se encogió de hombros. Susan se tapó la boca con la mano. -Vaya… -Fred, te pusiste celoso porque le tiró los tejos a Susan -dijo James, fastidiado por que su mejor amigo no recordara aquello. -No es cierto -dijo, aquella vez, Susan echando su espalda hacia atrás. No obstante, James asentía con vehemencia. Señaló al uno y al otro. Culpándoles de algo que no entendieron. O, quizás, revelándoles un secreto que desconocían. Levantó, posteriormente, como si se le hubiera encendido la bombilla caducada del cerebro, el libro que tenía en su regazo. Susan enfocó su mirada hacia el título. Disipar las nieblas del futuro. Fred se carcajeó. Susan rodó los ojos. -¡Lo llevo sabiendo desde hace mucho tiempo! Cogí Adivinación de optativa en todo momento para asegurarme de que si el destino no os juntaba lo hacía yo…-les apuntó con el libro como si fuera una varita. Como si fuera una amenaza en caso de que se les hubiera pasado por la cabeza distanciarse. Como si alguna amenaza pudiera distanciarlos. Susan volvió a poner sus ojos en blanco. -Como si esa fuera la razón por la que estás en Adivinación, James -se burló la única muchacha que allí se encontraba. Pasó la página del libro de Pociones. Esperó una discrepancia. Sin embargo, recibió dos miradas inundadas de ignorancia. Por supuesto, Fred era la persona que se ausentaba de las preocupaciones del resto. Pero su amigo James, damas y caballeros, era el muchacho que no aceptaba las batallas perdidas. No, la leyenda del Quidditch de Hogwarts, el capitán de Gyrffindor y el líder de los Guardianes de Hogwarts no llevaba bien la derrota. Y, si había una remota posibilidad de perder, ni se presentaba en el campo. Cada uno afrontaba sus problemas como podía. -Me gusta Adivinación -contestó con firmeza James. -¿Sí? -preguntó de verdad Fred. No con sarcasmo o ironía como lo habría hecho Susan Jordan. Sino de verdad. Sus cejas en forma de ola. Su cabeza girada. Sus rizos rojizos colgando sobre sus apuntes con faltas de ortografía de Pociones. Con la ignorancia respaldando su cuestión. -No sé, James, se te da bastante mal -añadió. Susan corroboró aquella opinión dándole una pequeña patada a su amigo. -¡No se me da mal! -se defendió. Fred frunció los labios y alzó las cejas. -Yo admito que soy un desastre en Pociones… No pasa nada, James -le aconsejó su mejor amigo. Susan Jordan se rio sarcásticamente. Le hacía gracia aquello porque tenía siempre un debate con Fred. Era como si estuviera orgulloso de que fuera inepto en Pociones. Parecía que ser mal alumno era algo de lo que presumir. ¡No para ella! ¡Su padre no había dejado Hogwarts lanzando fuegos artificiales! Aquel año luchaba por ayudar a Fred a cumplir con los aprobados mínimos para pasar al siguiente curso. Había unido a James a la lucha. Por esa razón estaban haciendo los deberes juntos como nunca antes habían hecho. Instaban a trabajar a Fred. No querían perderlo. Bastante perdido estaba él ya. Se escucharon unas zancadas bajar haciendo demasiado ruido desde los dormitorios de los muchachos Gryffindor. Los tres giraron la mirada. James cerró su libro de Adivinación y se lo tendió a Susan. Ella resopló. Richard Carter salió del hueco de la escalera con peinándose el cabello hacia atrás. -¿Cómo es posible que hayas tardado tanto? -le regañó Fred desde el sillón. El joven puso los brazos en jarras. Señaló su rostro y rostro, el cual brillaba extrañamente. -Esta cara no se cuida sola, Freddy… -Me llamas Freddy otra vez y sí que vas a necesitar cuidados intensivos -le advirtió Fred. Suspiró. Negó con su cabeza con una sonrisa en sus labios. -Vais tarde para vuestra ronda…-Les recordó a James y a Carter. James asintió rascándose la nuca. Sacó el Mapa de los Merodeadores. Se lo dio a Carter por detrás del sofá de la Sala Común. Buscó sus zapatos en la alfombra. Se los había quitado para poner sus pies en él, como su amiga le había ordenado. Susan ayudó a su amigo a buscarlos entre los cojines y los libros que había traído para ayudar a Fred con sus suspensos. -Me gustaría saber cuánto tardarías si tuvieras que hacer una ronda con Rose Weasley…-le preguntó con sorna Susan a Carter, mirándolo desde la alfombra. -No tanto como si fuera una ronda contigo, Jordan -le guiñó el ojo. Fred cogió un cojín y se lo tiró como si fuera una bludger. -¡Cuidado, cazador! -avisó Fred, con una risa traviesa. -¡Era broma! -le dijo Carter. Cogió el cojín que había tirado y lo puso en el sofá. James se incorporó. Se puso los zapatos. Se dirigió hacia la salida hacia donde se encaminaba Carter. -Vamos, James, dejemos a estos que hagan lo que no pudieron culminar en la Casa de los Gritos… -¿¡Ahora no le tiras nada?! -se fastidió Susan. Fred se encogió de hombros. Carter, James y él compartieron una risa socarrona. La muchacha alcanzó rápidamente un cojín esponjoso y peludo con la mano y lo lanzó contra Fred como si fuera una de las bludgers que lanzaba contra él en los entrenamientos el año anterior. Y era tan diferente a aquello. Él, instintivamente, se rio. Se levantó. Quitó el cojín. Y se lanzó al suelo, rugiendo como un león, hacia Susan. La tumbó cuidadosa y torpemente sobre los cojines. Sobre los apuntes. Sobre los pergaminos. Su risa cantarina y escandalosa se confundió con su estrepitosa carcajada. Descubrió que le estaba haciendo cosquillas buscando su felicidad en su cintura antes de que sus lágrimas de felicidad encontraran la luz. Se retorció de alegría sobre la alfombra. Fred buscó su cercanía. Se tendió sobre ella. Le dio un pequeño beso en la mejilla. Estiró sus dedos enredados en los rizos infinitos de Susan. Estrelló su sonrisa contra su frente. Posó sus labios sobre los de su mejor amiga. Sobre los de la persona que le robaba el aliento. Susan rescató sus manos del agarre. Cogió con ambas manos el enorme rostro y la enorme sonrisa que ocupaba toda la cara de Fred. Observó su tez de un color suave. Sus infinitas pecas. Sus prominentes labios y nariz. El pelo largo y rizado y rojo que era su señal como un Weasley con rasgos afrodisiacos. Y, esa sonrisa tan grande, torcida. -Te quiero, Fred -le confesó. Los ojos de él brillaron. -Yo… Siento haber tardado tanto en darme cuenta de que yo también -le dijo torpemente. Ella sonrió. Le atrapó con sus brazos. Se recostó sobre ella en el suelo de la Sala Común. Su parte favorita de estar con Fred era que nada había cambiado. No era raro que se abrazaran. No era extraño que se quisieran. Quizás que lo dijeran en voz alta. Pero era como si aquello siempre hubiera sido así. Susan Jordan nunca supo en qué momento exacto se enamoró de Fred Weasley. Supuso que fue después de cualquier broma. Poco a poco se había dado cuenta de que le miraba diferente. Tenía cariño hacia James. Pero su estómago explotaba de emociones con Fred. Acabó siendo la primera persona a la que acudía a pedir consejo. Y él hacía lo mismo. Se había dado cuenta de que James no era el mejor en solucionar sus pequeños problemas. Eso sí, era el mejor en crearlos para ellos dos. James había sido el pilar de ellos dos. Siempre lo sería. Pero la conexión que tenían ellos dos era estratosférica. El primer verano sin verse fue llevadero. El segundo tuvieron que inventar cualquier excusa para no perder tiempo en cartas. Pero eran amigos. ¿Qué hacía una persona cuándo sabía reconocer sus sentimientos? Se los guardaba, pues claro que sí. Esperaba que se disiparan tal y como habían aparecido. Más ese era el problema, ¿no? Que aparecieron al conocerle. Al introducirse en su mundo. Al ser el fruto de su risa. O el objetivo de ella. ¿Cómo podía extinguir aquel fuego? Se empezó a decir así misma que era un simple capricho. Que simplemente tenía muchas cosas en común con él. Que tenían el mismo rizo incansable y original que vibraba como si fueran tornados. Intentó negar sus sentimientos. Había sido complicado para Susan. Estar enamorada de un mejor amigo no era para nada algo fácil. Pues, en ocasiones, parecía que los sentimientos habían sido correspondidos. Y, otras veces, era bastante obvio que eran sólo amigos. Le había dado vueltas a corazón de Susan Jordan todos aquellos años. Lo había revolcado. Una montaña rusa. Hasta que Fred la necesitó, aunque no se lo dijera, tras la muerte de su hermana. Aunque intentara distanciarse de ella. La coraza de Fred parecía caer en ocasiones ante ella. Y los sentimientos de Fred, a flor de piel, eran bastante evidentes. Su hermana le dijo que aquel muchacho solo tenía ojos para ella. La cuidaba. Se correspondían. Se complementaban. Tenían una amistad honesta. Y la habían desarrollado en amor sin siquiera esforzarse como lo hacían los demás. Era auténtico. Honesto. Le había tocado el cometa. El meteorito. Aquella rareza de que un muchacho que era su mejor amigo, sin ninguna tara entre ellos dos, la besara en mitad de las Tres Escobas. Podría haber escogido cualquier lugar más íntimo. Una ubicación más perfecta como decían que había hecho Ted Lupin con Victoire en una barca robada en el Lago. O haberse declarado su amor en mitad de un partido de Quidditch tras la victoria de su equipo como Nicholas Woods a Dominique Weasley. Pero aquellas parejas no habían funcionado. Ellos no necesitaban grandes gestos de amor para saber lo que sentían. Ellos se tenían en su día a día y aquello era lo que importaba. Lo que significaban para ellos. No lo que contarían el resto. Ellos eran la historia auténtica y honesta. No un poema en un banco. Ellos eran los que se sentarían allí para reírse sobre aquellas parejas con grandes gestos que acaban destrozándose los unos a los otros porque se habían prometido la Luna y esta, como todo el mundo sabía, era inalcanzable. El amor honesto sabía diferenciar las promesas que llevaban al desastre de las que llevaban a la autenticidad. No se podrían cambiar los defectos. Susan no podría cambiar la forma de ver el mundo desde una ventana opaca, como hacía Fred. Tampoco podría idealizarlos. Susan jamás idolatró la violencia de Fred. Se trataba de adaptarse. De girar. Poner tiritas. Limar las asperezas. Crear un camino para que pudieran andar los dos sin que se perdieran en él porque no reconocían el trazo inicial. Habían preferido la cruda realidad de las Tres Escobas. El sabor a cerveza de mantequilla. El olor a humanidad. El rubor y la torpeza del primer beso tan honesto que solo podían significar que se habían elegido a ellos mismos. Y allí estaban, ¿no? No supo cuánto tiempo estuvieron así. La chimenea les daba el calor que ellos reflejaban. El hogar que ellos eran para el otro. Fred fue el primero en incorporarse. Le tendió la mano. -¿Y esas ganas de aprender repentinas? -se burló Susan. Él se encogió de hombros. -Alguien me importa me ha dicho que podría suspender y…Bueno… -¿Ha sido James? -preguntó, cogiendo su mano para incorporarse. Fred cerró los ojos y suspiró. -También -reveló. Como si fuera un secreto que ninguno supiera. Susan se tuvo que reír. Se sentó en el sofá. Separó el libro de Adivinación de James y buscó su libro de Pociones entre los cojines. Fred alcanzó el libro de James. -¿A qué te referías con lo de Adivinación y James, Sue? Susan se giró. Pestañeó. Oh, Fred no se había percatado nunca, de verdad. -¿En serio, Fred? ¿Nunca te das cuenta de las cosas? -Es que me dan igual… -se excusó con la verdad absoluta. Honestidad ante todo podría ser su mantra. -¿Es por su padre? Susan Jordan arrugó el rostro. -¿Su padre? -Sí, ya sabes, James y su padre… Siempre ha estado esforzándose mucho por sorprender a su padre y… ¿Adivinación? -Dime, Fred, ¿Qué haría Adivinación? -¡No lo sé! -Dijo, riéndose al ver que Susan se había irritado por aquella tontería. -Por eso te lo pregunto -le dijo con más calma. -¿No se te ocurre nada? -Él negó. Ella suspiró. Bajó la mirada. Quizás habían sido imaginaciones suyas. En ocasiones se imaginaba demasiadas cosas. Como sueños demasiado extraños que la perseguían de día. Pero de los que sólo podía recordar sensaciones. Nada más. No obstante, sí podía recordar lo que veía estando despierta en Hogwarts. -Lleva seis años intentando algo que cree que no puede conseguir…-tanteó Susan. Fred miró con escepticismo a Susan. -La aprobación de su padre -dijo. Ella suspiró. -¿Sabes? Me preocupa que tú te preocupes porque James crea que necesita tantísimo la admiración de su padre… Porque si es así… -James lo quiere ocultar, pero es así… A mí no me engaña -dijo, preocupado. -Pues a mí tampoco me engaña Adivinación -insistió Susan. -Prométeme que le ayudarás… Está claro que a mí no me lo va a decir -dijo ella con una sonrisa con la que intentaba conseguir siempre lo que quería de Fred. Y solía hacerlo. -¡Ni sé a qué te refieres! -Ya, ya… Pero lo sabrás… Es una chica -le dijo ella. -Prométeme que le vas a decir que no sea como tú con las cosas estas que se os dan tan rematadamente mal… -No puedo hacer eso, Susan, yo soy espectacular -declaró Fred Weasley. -Debe ser como yo.
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