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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Sábado 23 de Enero de 2021, 18:38 [ Más información ] Tweet
(IV) Capítulo 21: El número de los imbéciles es infinito
Todo el mundo se alegró de que Ravenclaw ganara el partido aquella tarde. Incluso algunos Slytherin habían vitoreado su victoria. David Morrit y Claire Jenkins abrazaban a su amigo Tim Marrs en la grada Ravenclaw. Los colores azules y dorados pintaron el campo de Quidditch de Hogwarts. El capitán del equipo Ravenclaw, Tom McGregor, se paseó por las gradas con el puño en alto en señal de victoria y rápidamente fue acogido en un abrazo por todo el equipo. Estaban sumidos en el aplauso de Hogwarts. La lluvia comenzó a caer. A nadie le importó. Hugo Weasley era sacudido por Lorcan Scarmander y sus amigos. ¡Por fin Ravenclaw vencía a Slytherin! Las serpientes se habían ido rápidamente al vestuario y habían dejado el terreno de juego para la celebración. Poco a poco las gradas se fueron vaciando. Pero todos acudían a la Sala Común de Ravenclaw. En la Torre de Ravenclaw, al oeste del castillo, los alumnos de todas las casas se dirigían para celebrar un Torneo limpio de Slytherin en el que a muchos les daba igual quién ganara… Pues era como jugar entre amigos. Ravenclaw pasaría a la final. Y no importaba si era contra Hufflepuff o contra Gryffindor. La escalera de caracol que llevababa a la Sala Común de las águilas estaba repleta de gente. La mayoría no había podido entrar en el amplia sala circular con alfombra de medianoche, ventanas de arco adornado con suave seda azul y bronce y un techo abovedado imitando a una noche estrellada. Se habían quedado rezagados. Hablando unos con otros. Sin importar la combinación de colores de su corbata. Tenían aperitivos que los elfos de las cocinas habían elaborado para la ocasión. Y algún que otro Gryffindor había proporcionado cervezas de mantequilla. Todos apuntaban a que había sido James Potter, Susan Jordan y Fred Weasley por la fama que les predecía. Ellos lo habían negado. ¿Quién iba a creerles? Por supuesto los verdaderos arquitectos de aquello: Peter Greenwood, Albus Potter, Scorpius Malfoy y Richard Carter. Su objetivo era claro: ver a Rose Weasley como sus primos profetizaban que lo harían. Era venganza. Servida en una cerveza fría. Susan Jordan se acercó a los cuatro muchachos. -No lo vais a conseguir -les dijo. Recibió un reproche de todos ellos. -Miradla -les señaló a Rose Weasley. Estaba en frente del llamador en forma de águila. -Hasta que no responda a la adivinanza del águila no va a parar… Y hasta que no pare… -No va a beber -se frustró Peter Greenwood. -Scorpius, tú eres listo… ¡Ve y dile la respuesta! -Oh, su hermano lo ha hecho por ella y casi lo mata -se adelantó Albus. -Tiene que ser ella quién lo adivine… Es Rose -dijo como explicación. -¿Cómo habéis conseguido tantas cervezas? -preguntó Susan Jordan. Los cuatro se miraron entre sí. -Un mago no revela nunca sus trucos -contestó Richard Carter. -Los elfos nunca han dado tantas cervezas…-les advirtió. -No sé que habéis hecho… Pero no dudaremos en exponeros si esto sale mal, ¿eh? -les amenazó con una cerveza y se giró. Albus frunció los labios. -¿Crees que los prefectos dirán algo? -preguntó Scorpius Malfoy. Albus se rio. Señaló a los prefectos de Ravenclaw. Peter McGregor, quien llevaba una cerveza en una mano y con la otra relataba el partido a Harriet Watts. Después, se giró hacia los prefectos de Hufflepuff. Junto al equipo de Quidditch de los hurones, Natalie Jones, su capitana y prefecta, se desternillaba de risa abrazando a Lyslander Scarmander. Rory Rossen, el hermano mayor de Janet, estaba con su hermana y flirteando con Bárbara Coleman. Después, Albus apuntó con el dedo hacia Rolf Rogers, cuyas carcajadas se escuchaban hasta al otro lado del castillo. -Y Monique Jordan piensa que es su hermana la que puede meterse en líos -completó Albus. -Además… Estoy seguro de que a los profesores no les importa que pasemos un buen rato después de todo lo que ha pasado… -Oh, tienes razón, Potter -concedió Richard Carter. -Creo que ya he bebido lo suficiente como para lanzarme -declaró. Los tres amigos se miraron entre sí. Desde la formación de la Orden y la estrecha relación entre los cazadores, Albus y Peter habían empezado a aceptar a Richard Carter en sus reuniones. ¿Quién les iba a decir que sería Malfoy el que trayera a nuevos amigos? Peter Greenwood aguantó la risa cuando Carter apuntó hacia Rose Weasley. -Mucha suerte, Rickie -se dijo a sí mismo. Albus soltó una risita. -¿Llevas protección, Carter? -sugirió Scorpius. -Oh, amigo, gracias por tu entusiasmo… Pero no creo que llegue tan lejos hoy…-se lamentó. Peter no aguantó más y se desternilló. -No me refería a esa clase de protección, amigo -se mofó Scorpius. Carter les interrogó con la mirada. -¿Me estoy perdiendo algo? -Tú mismo la has bautizado como DestrucRose -le recordó Peter Greenwood. -¿No se te ha encendido la luz de por qué? -Carter negó y les hizo con un gesto que se apartaran y que le dejaran pasar. -No sé si quiero ver esto… Me caía bien… Que en paz descanse un gran cazador… Albus había comenzado a lloriquear aguantando la risa. -¿Cómo puede tener tanta seguridad? -¡¿Cómo puede gustarle Weasley?! -se escandalizó Scorpius Malfoy. -Oh, amigo, las cosas del corazón jamás las entenderemos -se burló Peter. Como si fueran tres comentaristas de un deporte de riesgo -nada lejos de la realidad-, observaron cómo Richard Carter subía escaleras arriba hacia su destino trágico anunciado. Crónica de una muerte anunciada era la novela que contaba aquel suceso. Pasó por delante de Tim Marrs. Este le sacudió el hombro y el joven Carter se tambaleó. -Tenemos noticia de portada -anunció Albus. -No sé si morirá porque se va a caer por las escaleras o porque sufrirá la muerte de DestrucRose -se cuestionó Peter Greenwood. -Lo echaré de menos -se sinceró Scorpius Malfoy. -Sssh, se acerca a la Estrella de la Muerte… Nunca he estado en tanta tensión… Ni cuando Frodo subió el Monte del Destino…-comentó Peter Greenwood. -Ha interrumpido a Rose de pensar en la respuesta del Águila… -Ouch, ¡primer ataque recibido! -¡Han fallado las defensas! -¡Ha activado el modo «quieres una cerveza»! -¡Segundo ataque recibido! -Eso me ha dolido hasta a mí… -¿Oyes lo que le está diciendo? -«Ni aunque fueras el único humano para perpetuar la magia aceptaría algo de ti, Richard Carter» -se mofó Peter, imitando el tono de voz de Rose Weasley. -«Eres un desafío… Mi corazón palpita por ti como una Snitch en un puño cerrado…» -se burló Albus, entre risas. -¡Ouch! Eso le va a dejar marca… -«Será la marca de su amor por mí, Scorpius» -se burló Albus. Los tres se rieron cuando Carter desistió y sus hombros descendieron como su ánimo. Rose Weasley se giró para ver que la gente había estado pendiente del numerito de Richard Carter. Bueno, quizás le había propinado tres guantazos. Pero, ¿por qué tenía ella que soportar aquello? Había sido lo suficientemente clara desde el minuto uno. Miró con desprecio a la maldita aldaba de bronce en forma de águila y le enseñó el dedo corazón. -¡Estoy harta de ti! -le dijo. ¿Cómo era posible que a ella le pusiera las preguntas más complicadas? ¡No era justo! Le quitó de las manos la cerveza y le dio un buen trago. Sintió el alcohol quemar su garganta. Se limipió con el puño la boca. Escuchó una ovación. Como euforia. Vio de reojo, escaleras abajo, a su primo Albus, Greenwood y Malfoy mirándola fijamente. Por supuesto. Habían sido ellos los de las cervezas y sabía muy bien por qué. Le devolvió bruscamente la cerveza a Carter. Se derramó un par de gotas en su uniforme. -De nada, Rose -dijo el joven. -¿Quieres más? Miró entonces a Carter. De arriba abajo. La había molestado. Sí. Había interrumpido su adivinanza. Pero, tampoco es que aquello le llevara a ninguna parte. Parecía haber recibido una humillación en público y aún así seguía siendo educado con ella. ¿De verdad le gustaba o era, como afirmaba sin tapujos, un desafío? ¿Y si le gustaba porque era un desafía? Lo importante era que a ella no. Bajó escaleras hacia los tres magníficos. Estos hicieron como que estaban hablando de cualquier otra cosa. Como si ella fuera tonta o estúpida o no supiera las intenciones que tenían. Por Merlín. Les conocía mejor que a la palma de su mano. Extendió el brazo hacia Albus para pedirle su jarra de cerveza. Estaba hasta el borde. Les amenazó con la mirada. Alzó la jarra hacia arriba. -La única vez que me veréis borracha será en vuestras pesadillas -declaró. Puso la jarra por encima de la cabeza de Scorpius Malfoy. La volcó y siguió la jarra por la cabeza de Albus y acabó en la cabeza de Greenwood. Les miró y les sonrió. Estos escupieron cerveza que les llegaba por el pelo apretado y mojado. Scorpius tosió y se la apartó de los ojos. Albus utilizó las mangas de su capa. Y Greenwood se rio. -Nos lo merecíamos -concedió Greenwood. -Rose…-empezó a decir Albus. La aludida apuntó un dedo inquisidor hacia Scorpius Malfoy. -Comenzaba a pensar mejor de ti, Malfoy -suspiró. Recibió un aplauso de los alumnos que estaban a su alrededor y que se rieron de las pintas de los tres muchachos. La joven Gryffindor descendió las escaleras de caracol. -¡¿Quién quiere más cerveza?! -vociferó Peter Greenwood seguido de un vitoreo y palmas que pedían más. Alguien conjuró música justo cuando Rose Weasley alcanzó el último peldaño. Rose Weasley puso los ojos en blanco. Se topó, justo en ese instante, con Cornelia Brooks y Frank Longbotton. -¿Ya te vas de la fiesta? Me habían contado que tú eras el alma de ella, Rose…-dijo Frank, claramente influenciado por lo que Alice le pudiera haber dicho. Ella bufó. -Oh, bueno… -Perfecto, así puedes acompañarme a la Sala Común -dijo rápidamente Brooks. -¿Entonces para que has venido? -cuestionó Rose, escéptica. Brooks negó con la cabeza. -Acabamos de hacer nuestra ronda -Le explicó en voz baja. -Frank sí que se va a quedar… Así que tú le das el Mapa a Lucy Weasley y yo me voy con Rose Weasley a dormir, ¿verdad? -dijo señalando el camino de vuelta a la Torre Gryffindor. -¡De acuerdo! -concedió Frank Longbotton. Las dejó solas y subió las escaleras corriendo para deshacerse de aquel mapa. Rose Weasley posó sus ojos sobre Brooks. Aún no había quitado su gesto escéptico de su rostro. -Nunca me han gustado las fiestas… Me declaro culpable, señoría -dijo Brooks con una sonrisa. -¿Estás segura de que Lola es tu hermana? Aquello causó que Cornelia Brooks se riera. Una risa cantarina que nunca había escuchado. La estremeció. -Yo también me lo pregunto, Weasley -Comenzó a andar. Se giró al ver que Rose no la seguía. -¿Vamos? La joven pestañeó. -Sí, sí, claro…-Rose se acercó a ella. Bueno, quizás se daban un aire físicamente. Pero indudablemente no eran iguales. No. Lola era aquel demonio que la había inducido a beber alcohol. Y Cornelia Brooks era el ángel que la estaba salvando en aquella noche. -¿Entonces Longbotton y tú…? Sé que es el hermano de Alice… Alice y yo seguimos siendo amigas… -Oh -dijo ella, sorprendida. Frunció los labios. -No -Rose Weasley tuvo que soltar una risa. -No estamos juntos. Se lo ha inventado Frank para cubrir a su verdadera novia -declaró con total seguridad. Y, bueno, ¿cómo iba a dudar de Cornelia Brooks? No era su hermana. Pondría su mano en el fuego por ella. -¿Quién es su novia para que tengas que hacer eso? Pero recibió un silencio. -Eso es asunto de Frank -suspiró. Cornelia Brooks se lamió el labio. Miró a Rose Weasley de reojo. Sus rizos brincaban conforme caminaba. La visión de ella en la bañera y Gwendoline Cross ahogándola fue lo primero que se le vino a la cabeza cuando le preguntó por Frank Longbotton. Cuando avisó a Frank sobre aquellas personas que podrían amenazar la seguridad de Gwen en el castillo, pensaba en Rose Weasley. Sabía que se había estado entrenando por culpa de Gwen. Y que, dada la tenacidad conocida de Rose Weasley, no dudaría en ponerle la mano encima. ¿Qué pensaría cuando descubriera que era la novia del hermano de su mejor amiga? Mejor que no fuera ella la portadora de noticias devastadoras. -¿McGregor lo sabe? -preguntó, curiosa, Rose Weasley. -Claro -dijo Brooks, recordó que fue la primera persona en saberlo. Por supuesto. Más, fue la única persona, antes de Rose Weasley, en preguntarle. Haría honor a su promesa a Frank. -Pero cuanta menos gente lo sepa, mejor para Frank -añadió. -Ah -dijo Rose Weasley. A Brooks no le importaba que Rose Weasley no entendiera sus motivos. De hecho, mejor si ni siquiera llegaba a saberlos. De repente, sintió una punzada en el ojo. Como un relámpago cruzando su cerebro hasta el corazón de su pupila. -¡Arhg! -se quejó. Tuvo que postrarse sobre el suelo para detener el dolor. Hincó las rodillas. Se llevó una mano al ojo. Se encogió sobre sí misma. ¿Una visión? ¿Cuánto tiempo llevaba sin tenerla? Notó que Rose Weasley le hablaba. Más no distinguía sus palabras. Eran tan lejanas. El pasillo comenzó a hacerse un borrón. Y, de pronto, ya no estaba allí. Estaba en una sala. Con paredes blancas. ¿Era hielo? Su aliento se transformaba en vapor. El suelo se inclinaba hacia la derecha conforme andaba. Sentía un mareo. Sus pasos se acercaron hacia un objeto en mitad de la sala. Un espejo antiguo. Con volutas y ornamentos de madera oscura adornando su exterior. -Ven…-Dijo una voz. Cornelia se giró para verla. No había nadie con ella. -Ven…-Repitió la voz. Era un hombre. Sonaba débil. -Ven, Cornelia… Sintió un escalofrío en su nuca. Se acercó al espejo. Vio su reflejo. Sus ojos azules. Asustados. Sus mejillas rojas. Su nariz roja. Su tez pálida y preocupantemente enfermiza. Su pelo mojado y su uniforme de Gryffindor empapado. Fue entonces cuando sintió su peso. Se retiró mechones del rostro. Y acercó su aliento al espejo. Entonces el espejo se tiñó de negro. Y una figura se apareció tras él. Era un joven. Tenía el pelo desordenado y rubio. Los ojos color roble la observaban. Vestía unos pantalones de un uniforme de Hogwarts. Una camisa blanca arremangada. Y el escudo de Slytherin bordado. Nunca había visto ese escudo de Slytherin. Debía de ser antiguo. -¿Quién eres? -preguntó Cornelia, asustada. -Ven… -susurró el joven. -¿Quién eres? -repitió Cornelia. Miró al suelo. Estaba inclinándose tanto hacia la izquierda que ella estaba en vertical. Su pelo caía sobre un lado, pero la fuerza de una extraña gravedad hacía que sus pies estuvieran anclados al suelo. El agua corría por todas las paredes. Las esquinas comenzaron a inundarse. -Ven, Cornelia… Me necesitas… -¿Quién eres? -volvió a preguntar. -¿Para qué te necesito? El joven sonrió. Afablemente. Con cariño. Cornelia quiso retroceder. Y no pudo. -Ven, Cornelia…. Me necesitas… Para poder vivir… La fuerza de la gravedad cesó. Sus pies se desconectaron del suelo y la pared se abrió hacia un precipicio sobre el que cayó. -¡NOOOO! -gritó Cornelia Brooks. Rose Weasley la abrazaba con fuerza. Sentía las lágrimas caer en su rostro. Su corazón palpitaba tan rápido que sentía que se desbocaba. Se miró las temblorosas manos que eran aprisionados por el abrazo de Rose Weasley. -¿Estás bien? -La retiró y buscó sus ojos llorosos. -¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido eso? -Una… Una visión… Yo… -¿Quién es Celius? Cornelia ladeó la cara. -¿Quién? -Estabas gritando su nombre. -¿Quieres estar callado? -siseó Hugo Weasley hacia Albus Potter. -¡Si no he dicho nada! -se quejó Albus. -Pues deja de pensar en voz alta -le pidió Hugo. Albus bufó. Apretó con tanta fuerza la varita que sus nudillos se marcaron en su el reverso de su mano como piedras incustradas en su piel. Observó a los muchachos que lideraban el camino como si hubieran estado allí antes. Porque habían estado allí antes. El vello de su nuca se erizó. Sus pies chapoteaban por el suelo. Paseaban por una larga plataforma flotante de losas de color verde infinita, flanqueado por estatuatuas de serpientes con las bocas abiertas y amenazantes. En el extremo más alejado, se encontraba la estatua de Salazar Slytherin con la boca abierta. Imponía tanto que la primera vez que sus ojos se posaron sobre ella hacía unos minutos, sus piernas blaquearon y se planteó, por vigésima vez, aquella decisión. La Cámara de los Secretos. Habían llegado allí sin abrirla. La primera vez en la Historia de la Magia. -Los basiliscos están dentro de la estatua, Albus -advirtió Sebastian McKing en un hilo de voz. Albus entrecerró los ojos. Sacó la lengua y la encerró con los dientes. Penstivo. Con la varita protegiéndole como si fuera un escudo. ¿Cómo había accedido a aquello? Coacción. Intuía que ni Moonlight ni Lebouf ni Teddy sabían nada sobre aquella incursión. Ni, por supuesto, el director Longbotton. Por mucho que hubieran insistido aquellos dos niños en que así era. Le habían hablado de lo grande que sería Albus Potter si conseguía controlar a basiliscos. De lo poderoso que sería. De que era lo que se esperaba de él. Ellos confiaban en él. ¿Por qué no iba a poder a hacerlo? Oh, seguramente no podría. Y ahí le pillaron. A Albus Severus Potter. ¿No era Slytherin después de todo? Ambición. Y, aquel día, poca astucia. Se escuchaba un silencio estremecedor. El frío de la Cámara de los Secretos se había calado en los huesos de los muchachos. Albus Potter había aceptado aquello de mala gana. Tenía curiosidad por saber si era cierto. Y sabía que McKing podría sacarles de allí en seguida, ¿no? Además, no era la primera vez que se enfrentaba a un basilisco, ¿no? Aunque, claro, si hubiera sabido pársel… ¿No habría podido detenerlo antes? «Pero ese basilisco ya estaba entrenado». Le había dicho su primo pequeño. Y tenía razón. Maldita sea. Quizás era su lado Slytherin queriendo ser capaz de controlar a un basilisco y sentirse poderoso. Su padre había hablado pársel pero no había podido controlarlo. ¿Y si él lo lograba? Suspiró. ¿Y si él no lo lograba? -No quiero ser un portador de la cruda realidad, pero ¿no os dáis cuenta de lo mal que puede salir esto? -avisó Albus. Escucharon un siseó. Vaya, pues sí que iba a ser portador de malos augurios. Y, después, silencio. Entendieron, por primera vez, por qué algunas personas tenían miedo al silencio. Se quedaron quietos. Petrificados. Albus miró al suelo. Se dio cuenta de que podía verse reflejado. Oh, perfecto. Sumamente perfecto. Justo un espejo en el suelo para enfrentarse a un basilisco. ¿Qué podía salir bien de aquello? Él llevaba su varita como único arma. Y su potencial para hablar pársel que era lo mismo que el potencial de Sebastian McKing para asestar un golpe certero con la espada de Godric Gryffindor. Probablemente nula. Quizás el único que podría salvarles era Hugo Weasley. Entonces la boca de piedra de la estatua de Salazar Slytherin se abrió. Albus sintió que desfallecía. Los tres niños cerraron los ojos al instante. El corazón de los tres se acompasó y enmudecieron. ¿Por qué había accedido? ¿Dónde estaba su ambición? Sus oídos se agudizaron. Sus pies se anclaron sobre el suelo. La gravedad parecía ejercer bastante presión sobre ellos. Albus Potter sintió un déjà-vu. Escucharon un cuerpo escamoso chapotear a distancia. Oyeron sus escamas deslizarse por la plataforma. Lentamente. Hacia ellos. Sintieron otro chapoteo. Perfecto. Cuatro basiliscos eran, ¿no? Casi se ahoga con su saliva Grande Hugo Weasley y sus ideas. Albus inhaló aire y lo retuvo en sus pulmones. Ni siquiera había escuchado la lengua pársel. ¿Qué era? ¿Imitar un siseo? ¿Cómo esperaban que lo hablara así como así? E incluso si lo hablaba… ¿Cómo esperaban que el basilisco le obedeciera? No porque otra persona supiera inglés, él le haría caso, ¿no? Por Merlín. ¿Por qué justo en la ejecución del plan se daba cuenta de todos los fallos de este? ¿Cómo había accedido a una estrategia en la que solo servía el instinto de Hugo Weasley? ¡Ya podía ser Merlín! Oyó un siseo más cerca. Y la respiración de Sebastian McKing. Estaban un tanto lejos como para poder desparecer de allí. Pero podrían hacerlo. Solo que si Albus no intentaba algo en ese instante, ¿cuándo lo sabría? Soltó el aire que había retenido. Y sintió otro chapoteo. El tercero. Y los siseos cada vez más cerca. Oh, aquellas criaturas llevaban mucho tiempo sin comer, ¿no? Les habían traido un banquete. Por Merlín que ineptos eran. Se lo esperaba de sí mismo. Y de McKing. ¿Pero de Hugo? Volvió a inhalar aire. -¿A qué esperas? -musitó Hugo, irritado. ¿Qué a qué esperaba? Pues, para empezar, a que alguien le rescatara. A no morir, por ejemplo. O que le llevaran a atrás en el tiempo y le diera una bofetada y se le quitaran las tonterías. -Potter…-insistió McKing. Desde luego, si no los mataba el basilisco, sería él el que les arrancaría la cabeza. Y a él mismo para acabar. ¿Cómo le hacía caso a aquellos críos? Le ponían un tesoro a dos pasos y caía en el abismo que lo separaba de él. No volvería a dudar de por qué era Slytherin. Había aprendido la lección. Sintió el cuerpo escamoso empujarle hacia Hugo Weasley, con quien chocó. Un escalofrío recorrió su columna. Sintió humedad en sus calcetines. Oh, el agua había entrado dentro de sus zapatos porque los basiliscos estaban acumulando el agua a su alrededor acercando sus colosales cuerpos. Oyó que Sebastian McKing también era acorralado. Estaban juntando a los tres. Como presas. Recibió la textura de la capa de Sebastian McKing. La frialdad de la espada que llevaba. Estaban el uno contra el otro. En medio de los basiliscos. Como una criatura cuando junta con sus zarpas su comida para darle un bocado. -Sería un buen momento para hacernos desaparecer, McKing -dijo Albus en voz baja. Un siseo le interrumpió. Albus terció el rostro. Vale, serpiente, si no le gustaba la voz de Albus en inglés, ¿cómo iba a gustarle en pársel? -Te doy dos segundos para decir algo en pársel o se lo diremos a tu hermano la próxima vez…-advirtió Hugo.
¿Qué clase de chantaje era aquel? ¿Se creía que Albus pretendía entrar en una competición con su hermano? Podría ser ambicioso, pero había solucionado las diferencias con James. Por fin. El basilisco lo apretó contra Hugo. Oyó la respiración de Hugo en el costado de su rostro. Morir junto con su primo Hugo. No pensaba hacerlo así. No. No. No era así como quería pasar sus últimos segundos. El cuerpo escamoso se retorció entre los cuerpos de los muchachos. Las escamas levantaron su capa. Y con ellas sus pantalones. Sintió el gélido ambiente entrarle por los talones. El miedo. McKing gimió. Albus apretó los dientes. Ahora o nunca. -«Vete» -le espetó a la serpiente en pársel. Hugo Weasley ahogó un grito de emoción. La serpiente se quedó quieta. Ni siguió apretando el agarre. Ni lo cesó del todo. Los seguía teniendo prisioneros. Pero estaba inmóvil. Aún con los ojos cerrados, los tres pudieron intuir que su cuerpo estaba tenso. ¿Qué era lo que había dicho Albus en pársel? Seb no tenía ni la menor idea. Se mordía la lengua por dentro tan fuerte que sintió un sabor salado. Sebastian McKing consideró aquello suficiente exposición a la muerte y decidió sacarles a los tres de allí. Pasó la mano con la que guardaba la espada por lo que creía que era la cara de Albus Potter -¡ouch, su nariz! -y su mano derecha por el cuello sudado de Hugo. No tuvo que concentrarse. Estaba deseando salir pirando de allí. El basilisco, de pronto, desapretó a sus presas. Escucharon a otro de ellos deslizarse hacia la lejanía. Muy bien, muy bien. Adiós a los basiliscos, sí. Sujetó con fuerza al Ravenclaw y al Slytherin. Y desaparecieron saltando en el aire.
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