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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Lunes 25 de Enero de 2021, 16:18 [ Más información ] Tweet
(IV) Capítulo 20: Ensayo y error
Nunca había creído que era el prototipo de una adolescente fuerte e independiente. Su hermano veía películas muggles en las que las protagonistas desafiaban a sus gobiernos por revoluciones. Se presentaban voluntarias a una masacre para salvar a su hermana pequeña. O aprendían a lanzar dagas de un día para otro. Ella no se sentía identificada. Nunca entendió cómo aquello tenía tanto éxito. ¿No se sentían mal por tener unas expectativas de ellas mismas tan desproporcionadamente altas? Hasta que se dio cuenta de que ella misma era así. Más bien, se lo dio a entender su hermano mayor. Ella, Alice Longbotton, una joven fuerte e independiente. No iba a engañarse a sí misma. Era mucho más duro de lo que decían las películas. Rectificó para sí. Las películas no tenían ni idea de lo que estaban diciendo. ¿Proteger a su familia desafiando su propia muerte? Aquello estaba subestimado. La habían tachado de traidora. No podía volver al pasado. Y, si a ella o a su familia se le escapaba decir algo sobre por qué hacía lo que hacía… Pum. Muerta. Había tardado meses en aceptar su condición. No ayudaba que ya no tuviera amigos. Al menos, ante el público. Que tuviera que quedar con su mejor amiga a escondidas. Que todo su tiempo lo invirtiera en personas con aspiraciones tan crueles que solo la visión imaginaria de ellas le inducía al vómito. O que, si quería pasar un rato con aquellas personas que le habían perdonado su «traspié», tuviera que asegurarse de que nadie lo sabía. Y de que no le preguntaran nada por su motivo. Pero merecía la pena. Además, nunca se lo diría a sus amigos -no podía. Pero estaba aprendiendo a luchar. Muchos conjuros. Podría que nunca los utilizara en beneficio de la causa que ella misma perseguía. Podría que los tuviera que convocar contra ellos en alguna ocasión. Pero se sentía poderosa. Por primera vez, sentía que era buena en algo. En la magia marcial. ¿Quién lo iba a decir? Su temperamento canalizado en patadas. Tuvo suerte de poder practicarlo con Rose Weasley. Oh, no fue tan buena idea. A ella la asustó con algunos movimientos letales que le había enseñado el Ojo cuando huían a escondidas a Beauxbatons o a Durmstrang para aprender. El único punto positivo. ¿Qué otra cosa podía pensar? Se mordía la lengua para no contarlo. Se moría por revelarlo. ¡Ganaba todas las veces a Driggs! Era buena, incluso Zoe McOrez tuvo que admitirlo. Serlo le había dado fuerzas. Confianza. Y seguridad en ella misma. Al final del día, solo se tenía a ella. Extendió las piernas y aspiró aire. Se puso de pie. Se aproximó al sofá de la Sala de los Menesteres. Se sentó al lado de Peter Greenwood. Y pasó sus brazos sobre sus hombros. El muchacho cerró el abrazo en silencio. Lo oyó gimotear y lloriquear. -Es lo que pasa cuando quieres a alguien… Ellos pueden querer a otras personas -dijo Alice. El muchacho hipó. Se limpió las lágrimas con el interior de la palma de su mano. Deshizo el abrazo. Descubrió una torcida sonrisa en el rostro del joven. Tenía algo de ojeras y el pelo rizado y rubio un tanto largo. -Creía que a mí no me iba a importar… Le brindó una mirada de comprensión. -No puedes controlar lo que sientes, Peter. - Ahora mismo soy la versión humana de unos auriculares enredados -se quejó. -Menos mal que te tengo a ti -añadió. Alice bajó la mirada. -No me atrevería a contarle esto a los demás… Ella se encogió de hombros. -Ya sabéis que podéis seguir contando conmigo para lo que sea, Peter -insistió. -Sobre todo cuando a Albus y a Scorpius se les da bastante mal el tema del amor…-Peter se carcajeó entre lágrimas. Alice lo miró de reojo. Suspiró. Su amigo se acababa de dar cuenta de que la relación abierta que aparentemente llevaba no le funcionaba. Kyle se había acabado enamorando de otro. Y había cortado lo que fuera que tenía con él. Justo cuando Peter comenzaba a sentir algo. - No puedes enfadarte con él por querer a otra persona, Peter. Sé que ahora parece como si Kyle fuera la única persona en el mundo por la que puedas sentir algo, pero… Estoy segura de que no es así. No creo en eso de las almas gemelas… El joven resopló. -¿Tú crees eso de verdad? -inquirió. Sus ojos brillaban humedecidos. Era una pregunta seria. Ella sonrió. No pudo evitar pensar en lo que le dijo Ginevra Potter antes de volver a Hogwarts. Sacudió su cabeza. Pero no negó. Ni asintió. -Kyle no era tu alma gemela -contestó, volviendo la conversación a su cauce inicial. -Debe ser algo mutuo… Es… Estoy segura de que cuando ocurra, lo sabrás, Peter. Y sabrás que esto no lo fue -añadió. -¿Tú lo has sabido en todo momento? -preguntó Peter. Se limpió la esquina de sus almendrados ojos. Ella apartó la mirada. -Me ha dolido en todo momento-contestó simplemente. Peter sonrió. Resopló. -Supongo que se tratará de eso, ¿no? -suspiró. -De que duela… -Oh, no, Peter… No siempre tiene que doler -concedió su amiga. -Es devastador cuando desaparece… Pero mientras vive… Es… Es como si respiraras otro tipo de aire que es más… Dulce para tus pulmones -le contó. -Como si hubieses estado todo el tiempo privado de un sentido…No es algo sin lo que no puedas vivir, no me malinterpretes…No es un órgano o un sentido vital…Pero es algo diferente… Es… Por eso sé que cuando te pase, lo sabrás… -Lo tuyo no ha desaparecido, lo sabes, ¿no? -Albus me odia, Peter -le dijo ella. Seriamente. Ya estaba acostumbrada a decirse aquello. Y a verlo en sus pupilas cuando se cruzaba con ellas. -Lo sé. De repente, Peter la abrazó. Aquello la pilló desprevenida. Se quedó pasmada. Dejó la calidez del Gryffindor entrar en su coraza. Supuso que aquello era lo que Peter creía que necesitaba. Se recostó en su hombro. -Ojalá pudieras volver con nosotros -se lamentó su amigo. -Todos te necesitamos -confesó. -A nuestra manera -aclaró. -Yo necesito a alguien para hablar de Kyle porque creo que ellos no me entenderían… Creo que Scorpius solo hablaría de su padre contigo porque eres la única que trasmite calma… Y… Albus te necesita porque es como si le faltara ese aire que dices… No te odia, Alice… Simplemente se siente traicionado… Pero todos te necesitamos… Alice rompió a llorar. Ella los echaba en falta. Su amistad. Estar liberada de una amenaza y estar despreocupada. Sus risas y sus trivialidades. La vida fácil. Por mucho que se quisiera engañar. Bien que ella lloraba, era de impotencia. Era raro que lo hiciera. Normalmente si se sentía con ganas de llorar, se enfadaba. Con ella misma. O con alguien ajeno a sus lágrimas. Se liberó. Lloró. No histéricamente o gritando como las personas lloraban cuando conciliaban su rabia con lágrimas, pero con un continuo sollozo de alguien que había descubierto que su maldición la haría estar sola. Y por mucho tiempo. Lloró porque su propia seguridad parecía haberse escapado del mundo. Su soledad era una realidad. Incluso allí, abrazada a su amigo, jamás se sentiría plenamente acompañada ni protegida por su amistad. No podría. Solo muerta. Peter Greenwood besó su coronilla. -Gracias, Peter -acertó a decir, entre gemidos. -Estoy bien -mintió. Descarademente. Alice Longbotton nunca lloraba. Peter no dijo nada. -Solo… Yo también os echo de menos. -Es normal, somos irresisitibles -Peter arrancó una sonrisa a su amiga. -Me tengo que ir, seguramente se estarán preguntando dónde estoy y… Se habrán enterado ya que Kyle no está conmigo… -Claro -dijo ella, limpiándose las lágrimas y enrojeciéndose por haber bajado la guardia tan estrepitosamente. -Alice -Su amigo tenía una mirada de advertencia. -Siento decirte esto pero… Albus sí es tu alma gemela. Ella asintió. Y se sintió como el prototipo de adolescente fuerte e independiente de aquellas películas que veía su hermano. Era una contradicción. ¿Cómo podían esperar que las personas creyeran en la fortaleza y la independencia de una joven cuya estabilidad emocional giraba ante otra persona? ¿Si la secuestraban movía el cielo y la tierra? ¿Si le hacían daño, se aseguraba de ser ella la bala? Intentaba combatir aquello. Su hermano le dijo que aquello era, precisamente, lo que les hacía fuertes. No lo necesitaban para ser así. Las complementaban. Podrían seguir siendo fuertes e independientes si jamás los hubiesen conocido. Pero, ¿qué gracia tendría para los espectadores? Alice observó cómo su amigo se marchó de la Sala de los Menesteres. Se tumbó en el sofá y suspiró. -Soy fuerte e independiente. No necesito a nadie -se repitió como un mantra. Desde muy pequeño, era un joven que olía a libros y a historias. De todos los mundos en los que había vivido. Como si la tinta hubiera abandonado las páginas y hubiera encontrado un nuevo hogar en su piel. No pertenecía allí. Siempre había vivido más en su cabeza que en la realidad. Y cualquiera podría haberlo visto en sus ojos. Eran pozos profundos y avellana. Era una biblioteca de historias. Cuando hablaba todo el mundo lo escuchaba. Los misterios de su mente. Caminaba de las palabras hacia lugares que sus pies jamás habían presenciado. Y su prima Lily Potter siempre lo había sabido. Desde la distancia de varias hileras de mesas en la biblioteca de Hogwarts que los separaba, la joven podía escuchar el engranaje de misterios que su primo movía en su cabeza. Había dejado su cabello pelirrojo, aclarado con la edad, crecer. Como si solo le preocupara cuidar su cultivada mente. Y su aspecto físico fuera tan secundario como un corte de pelo que tardaría en llegar lo que su madre le obligara. Estaba tan sumido en su libro que no había notado la presencia de Lily Potter en la biblioteca. Como el resto de alumnos. La miraban como si fuera una intrusa. Lo era. Se sentía tan ajena a aquel ambiente que debió haberse currado un disfraz para infiltrarse. Vigilaba a su primo para asegurarse de que iba a conseguir lo que quería. Se levantó de la silla. Ni siquiera había traído libros o pergaminos con ella. Los demás habían contemplado cómo llegó y se sentó a unas mesas de su primo para observarlo durante unos diez minutos en silencio. Si no fuera su prima, habrían pensado que era una acosadora. Si no fuera Lily Potter, le habrían dicho que dejara ese hueco para alguien que lo necesitara. Se puso de puntillas para al aproximarse a Hugo Weasley. Este tenía sus brazos acogiendo el libro como si lo protegiera con su vida y con su cuerpo. Qué ingenuo. Lo leía con tanta ensoñación que creyó que lo había atrapado en un conjuro. De vez en cuando, se había dado cuenta, apuntaba anotaciones en un pergamino a su lado. Llegó a su lado. Se puso justo detrás de él. Se acercó a su oído. -¿Ese es el libro que dice Lorcan que no puede saber nadie que tienes? -preguntó en un tono de voz bastante normal. -¡SSHH!- El joven se sobresaltó. Dio un respingo. Se echó hacia atrás en la silla. Se llevó la mano al corazón como si se le fuera a salir. -¿Por qué no lo dices más alto? ¿En Canadá no te han escuchado? Lily esbozó una sonrisa llena de picardía. Con unas habilidades dignas de un ladrón experimentado, alcanzó una esquina del libro de Hugo Weasley y lo arrastró hacia ella. Lo cerró y lo puso sobre su pecho. Orgullosa y satisfecha de lo fácil que había sido burlar la seguridad de su primo. -Gracias, Hugo, te lo devolveré en seguida -dicho esto, se giró y se dispuso a salir de allí a paso ligero. -¡LILY LUNA POTTER! -Vociferó Hugo Weasley a su espalda. Escuchó que le perseguía. Ella aceleró el ritmo. Metió el libro en su capa. Salió finalmente de la biblioteca. Y echó a correr. Sus zancadas fueron tan grandes que sus pies se sacudían al chocar contra el suelo. Tenía bastante claro el rumbo que coger para perder a Hugo Weasley de vista. Al fin y al cabo, podría ser el más inteligente de Hogwarts… Pero no era el más atlético. Corría, jadeando, hacia la Torre de Gryffindor. En el séptimo piso. Los alumnos se apartaban cuidadosamente al verla. No era un buen momento para andar corriendo por Hogwarts sin causar sospecha. El recuerdo de Molly Weasley aún era latente.Al ver que Hugo Weasley era el que la perseguía y, sobre todo, que Lily Potter estaba desternillándose de risa… La despreocupación volvía al ambiente. Afortunadamente. -¡LILY! -la llamaba, sofocado, Hugo Weasley, con sudor en la frente y la lengua fuera. -¡No puedes leerlo! -le prohibió. Oh, sí, claro, Hugo. Eso solo haría que Lily estuviera más segura de que lo que iba a hacer. Pasó el Patio Empedrado. Se adentró en la Torre de la Gran Escalera repleta de cuadros ansiosos por ver el desenlace de aquella persecución. Lily saltó a una de las escaleras móviles antes de que zarpara hacia otro de sus niveles. Subió los escalones, mientras miró de reojo cómo Hugo esperaba a que las escaleras le recogieran. Hugo comenzó a moverlas con la varita, para disgusto de Lily. Sólo tenía que llegar al Retrato de la Dama Gorda. Por culpa de Hugo Weasley, las escaleras se movían más deprisa. ¿Cómo había conseguido hacer aquello? No tenía ni idea. Pero le estaba dando un mareo peligroso. Alzó la mirada para ver las escaleras que cruzaban por encima de su cabeza. Esas eran las últimas que la llevarían a la Dama Gorda. Suspiró. Apretó el libro con una mano a su pecho. Y saltó hacia el vacío de la Torre de la Gran Escalera para alcanzar, aunque fuera, el último escalón de aquella escalera moviente. -¡AAAAAAAAAAAH! -Su grito le infundió valor. Evitó mirar hacia el tremendo vacío y hacia su primo moviendo las escaleras y su velocidad a su placer. Sus dedos rozaron el último peldaño. Agarró con la mano derecha el escalón. Sus pies se balancearon en el vacío. Las escaleras se movían de izquierda a derecha a una velocidad vertiginosa. Atisbó a Hugo Weasley a dos niveles más debajo de ella. Y le sacó la lengua. Se impulsó como pudo con una mano. Hizo visible el libro y su mano izquierda para apoyarlas sobre el escalón. Con ambas manos sobre el escalón se incorporó sobre la escalera. Hincó sus rodillas y miró al vacío. La velocidad se incrementó. Se tambaleó. Maldito Hugo Weasley. Se puso de pie. Agarró con seguridad la baranda para sostenerse y corrió hacia el descanso de las escaleras donde reposaba el Retrato de la Dama Gorda. -Los primos no deberían hacer esas cosas, jovencita -le recriminó. -¡Motocicleta voladora! -dijo la contraseña rápidamente. Entró antes de ver que Hugo Weasley había conseguido llegar al mismo nivel. Y que sabía la contraseña. Pero ya daba igual. Era demasiado tarde para él. Pasó detrás del agujero circular hacia su sala común. Estaba llena de alumnos de Gryffindor que se preparaban para animar a Ravenclaw contra Slytherin en el partido de aquella tarde. Saltaban de unos sillones esponjosos a otros. Fue corriendo hacia las escaleras que comunicaban hacia los dormitorios de Gryffindor de chicas. Y las subió. Al llegar arriba. Se giró. Vio el rostro jadeante y sudado de su primo Hugo. Se mofó de él. -Lily, por favor… -gimió de cansancio. -No lo leas…-le suplicó. -No es asunto tuyo. Entonces, comenzó a subir las escaleras, apoyándose en la pared, derrotado. Y la pared se convirtió rápidamente en un una rampa. Hugo Weasley cayó de bruces al suelo de la Sala Común de Gryffindor y todos se giraron hacia él. -Oh, Hugo, ¿no lo sabías? -se mofó Lily Potter. -Los chicos no pueden subir a los dormitorios de las chicas. Su primo le lanzó una una mirada asesina. Lily Potter sonrió satisfecha. Contaba con que su primo no supiera aquello. Era lo que le hizo vencer a Hugo Weasley. Él siempre conocía todo sobre lo que se interesaba. Así, sabía todo sobre Hogwarts. Excepto aquello que jamás le preocuparía. Por ejemplo, que los fundadores consideraban a los muchachos Gryffindor poco fiables ante los dormitorios de las chicas Gryffindor, por lo que pusieron un hechizo en la escalera para evitar que entraran. Todos los muchachos Gryffindor sabían aquello. Todos los que tenían intenciones ocultas, por supuesto. Y, claro estaba, era algo que toda chica Gryffindor sabía para deshacerse de las personas indeseables. Hugo Weasley jamás se había interesado en subir a los dormitorios de las chicas de Gryffindor. Y por eso fue derrotado por Lily Potter. -¡LILY! -se quejó, por última vez, su primo. Se fue a su cuarto satisfecha con el libro sobre su pecho como un trofeo. Al entrar, Ellie Coleman la miró extrañada. -¿No vas al partido? -Iré después -contestó con una sonrisa que no podía evitar borrarse del rostro. -Vale -dijo, con una expresión de escepticismo en su rostro. Ya le contarían que había estado escapando de Hugo Weasley por robarle un libro. Todo el mundo creería que era su diario. Pues aquello era lo que le había contado a Lyslander. Ella se encargaría de soltar el rumor. Se tumbó en la cama dando la espalda a la puerta. Soltó un chillido de excitación en silencio. Aquel libro no era el diario de Hugo Weasley. No habría cosa más aburrida que el diario de su primo para Lily Potter. No. Aquellas páginas escondían el mayor miedo de la joven. O, al menos, eso era lo que ella pretendía desmentir. O descubrir que no era así. Lorcan le había dicho -o, más bien se le había escapado -que Hugo estaba obsesionado con unas profecías de uno de sus libros en una de sus rondas. La pelirroja podría no ser Ravenclaw. Pero no era tonta. Quizás para Lorcan Scarmander aquello era un libro normal y corriente. Con profecías fruto del delirio de cualquier mago. Más había dos variables que Lorcan Scarmander no se había detenido a considerar. Para empezar, ¿Hugo Weasley obsesionado con profecías? Todo lo que obsesionara a Hugo Weasley era importante. A Lily le frustraba reconocer aquello. Pero era así. Sí, era un libro, pero si Hugo Weasley había hecho ejercicio físico para ir tras él sólo demostraba que, primer punto, era peligroso; segundo punto, creía que sólo él podría ser dueño de aquella información. ¡Y que era de suma importancia! La segunda variable ni siquiera la sabría Hugo Weasley. Lily Potter tenía consciencia de aquellas profecías mucho antes de que Hugo Weasley las conociera. Desafortunadamente, era gracias a Frank McOrez. Aún recordó cuando el Slytherin anunció su fatal desenlace. Y, por suerte para ella, tenía buena memoria. Pasó las páginas buscando la profecía a la que se refería McOrez aquella vez. «Yo no tengo la culpa de que te mencionen en una profecía», le había dicho. Bueno, parecía que aunque él no tuviera la culpa… Nadie se iba a librar. Había tantas personas. Anónimas. Con tantos destinos fatales. Agradeció no conocer ninguna. Se centró en ella. «Y así el joven platino consumirá el alma de una niña de cabellos rojos como la sangre que ha sido derramada durante la batalla, quitándole el último suspiro para convertirse en el mago más poderoso de la historia…». Aquellas fueron exactamente las palabras con las que le advirtió de su destino aquella noche de Navidad a las afueras de la Madriguera. Era cierto que Frank McOrez nunca le había engañado. Sí que le había herido. Y había dejado claro que no dudaría en matarla cuando llegara el momento. ¿Por qué había montado todo aquello para intentar demostrar justo lo contrario? Empezando por lo obvio: quería asegurarse. No estaba dispuesta a admitir su destino así como así. Si sabía que Hugo Weasley podría ayudar con su conocimiento -indirectamente y forzando la ayuda; quería comprobarlo. El otro motivo era su madre, Ginevra Potter. Lily Potter confío en ella desde el primer momento. ¿No había sido ella, Lily Luna Potter, la primera en ocultar que se comunicaba con Frank McOrez y que le había robado la varita para poder rescatar a Albus? Claro que entendía a su madre. Era su ídolo. Nunca dejaría de serlo. Ahora bien, no sólo era su icono, sino también su guardiana. Lo había dejado claro, ¿no? Fue ella la que le insistió en que comprobara aquella profecía. ¿Cómo sabía ella aquello? No sabía si quería saberlo. Solo guardó la información de que su madre intuía que le habían contado. O, como había apuntado en su último encuentro, «quizás el hijo de Pansy no lo sepa todo y sea otro peón más». Se detuvo en una profecía que le llamó la atención. «Cuando el fruto del amor entre dos descendientes de aquellos que acabaron con Tom Marvolo Riddle, el momento se acercará. El metamorfo será el que nos guíe. Le haremos volar. El único que sabe cómo acabará todo y cómo todo puede cambiar.El único dotado de esa sabiduría nacerá justo cuando otra vida se acabe. Llevará Nuevo Mundo si sus luceros se apagan. Llevará al Viejo Mundo si confía en sus luceros. Una luz original que proceda del agua. Una luz etérea del eros». Su nariz se arrugó. ¿No serían Teddy y su prima Vic esos dos descendientes y su hijo Remus el metamorfo que los guiara? ¿Pero por qué había una profecía que hablaba de un bebé? No le dio más importancia. No quiso entender el resto. Pasó páginas hacia la portada. Y allí estaba. Soltó una exclamación. Su madre tenía razón. « Y así el joven consumirá el alma de una niña de cabellos rojos como la sangre que ha sido derramada durante la batalla, ella le robará un beso y un suspiro para convertirlo en el mago más poderoso de la historia…» -¡No soy yo! La euforia la inundó. No. Era. Ella. Y tampoco era Frank McOrez. Era definitivamente impensable. ¿En serio creía el Ojo que ella daría su vida para que Frank McOrez se convirtiera en un gran mago? Mejor aún… ¿Qué le besaría? Tuvo que llorar de risa. Le daban naúseas de imaginárselo. No sabía cuáles eran las intenciones del Ojo, pero, afortunadamente no tenía nada que ver con aquella profecía. No obstante sintió una punzada en su estómago. ¿Entonces por qué Frank McOrez había sido instruido en que la asesinara? ¿Sabría él aquello? Su madre le había dado a entender que no y… Había tenido razón con que la profecía no se correspondía con ella. Pero, de igual modo, le había dicho que tuviera cuidado con él y con el Ojo. ¿Qué ocultaban? Suspiró. Supuso dos cosas. La primera era que si la varita aún seguía conectada a Frank McOrez probablemente él se habría dado cuenta de que Lily Potter había descubierto aquello. La segunda era que, en consecuencia, tendría que hablar con Frank McOrez y exigirle una explicación. O quizás él también debería exigir una explicación a sus superiores. Cerró el libro y lo alejó de ella. No quería saber nada más de profecías hasta solucionar aquel pequeño misterio. ¿Cuál era el verdadero plan del Ojo para ella, sino era aquel? ¿Y quién sería la pelirroja? ¿Sería, en realidad, ella? ¿Y si acababa siendo ella? ¿Pero con otra persona? Sintió miedo. Tiró el libro al suelo. Oh, Hugo siempre tenía razón. Aquello iba a acabar con su cordura.
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