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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(IV) Capítulo 10: La mentira oculta
La incertidumbre se respiraba. La noticia había llegado en la primera página de El Profeta. Costaba admitirlo, pero los alumnos comenzaban a estar acostumbrados a las desgracias. No obstante, aquel caso en particular fue desgarrador por su crueldad y por la incansable cantidad de sangre. Se le adjudicó el asesinato de Percival y Audrey Weasley al Ojo sin más dilación. Habían perpetuado ya varios asesinatos a la familia. Aquel no dolía menos. El funeral había sido devastador. Silencioso. Solo se escuchaba llorar a Lucy Weasley, apoyada en su hermana, la cual había decidido ir a Hogwarts antes para ocupar su mente con Madame Pomfrey. Lucy Weasley también quiso ocupar su mente con los E.X.T.A.S.I.S. No habló con nadie durante aquella semana. Todo el mundo temía acercarse a ella y que se derrumbara. Parecía una muerta en vida. La única en intentar darle apoyo había sido Rose Weasley. Su relación con Lucy Weasley era meramente inexistente. Pero eran chicas Weasley. Y las chicas Weasley siempre se habían apoyado. Rose aprovechaba el tiempo que estaba sumergida en los libros en la biblioteca para sentarse junto a su prima. En silencio. Aquello le bastó para que su prima le diera las gracias todos los días. Rose Weasley ni se quería imaginar lo que era perder a dos padres de golpe. En un asesinato tan atroz. Le dolía el estómago sólo de pensarlo. Y aquel día, en mitad del entrenamiento de Quidditch, le dolió el estómago de nuevo. Pero no por Lucy Weasley. Sino por otro problema que la mantenía en vela por las noches y que la hacía sentir responsable de asuntos que estaban fuera de su alcance. Era Rose Weasley. Era una chica Weasley. Y las chicas Weasley eran las mejores amigas que se podían tener. Había visto a Alice Longbotton en las gradas. Rose sabía que estaba allí por ella. De algún modo, la estaba animando. Rose le había contado a Alice que no estaba concentrada en los entrenamientos y que temía que aquello supusiera un empeoramiento en sus habilidades atléticas. Y saber que su amiga estaba en una constante amenaza de muerte si se derrumbaba y contaba su secreto no era lo mejor. Tenía muchas cosas en las que pensar. Todas las asignaturas. La misión de la Orden del Temple -de lo que Alice no sabía nada, pero que acudía al cerebro de Rose como un constante recuerdo de que estaban en plena guerra. La muerte de Roxanne. La muerte de Hagrid. La muerte de McGonagall. La muerte de su tío Percy y su tía Audrey. El secuestro de Albus. El secuestro de Victoire Weasley. La condición de James Potter. El atentado a King's Cross. El atentado al Ministerio. La amenaza sobre Alice. Y la agresión a manos de Gwendoline Cross. Todas aquellas cosas se habían convertido en un nudo en el estómago para Rose Weasley. Necesitaba acabar con aquello antes de que la ansiedad la alcanzara. -Weasley, ¿vas a seguir rezando a los dioses del Quidditch o te puedo pasar la Quaffle? -le gritó Malfoy. Ella le obsequió un dedo corazón, que hizo reír a Scorpius Malfoy y a Richard Carter. Aquellos dos se llevaban demasiado bien. Debía pensar que era estupendo, ¿no? Cierto, lo era, pero habían encontrado en Rose una diana para todas sus bromas. James Potter bajó de las alturas para encarar a Rose Weasley. Esta le desvió la mirada. Sabía que había estado distraída en los últimos entrenamientos. Sabía que era porque se ponía a sí misma mucha presión. Sabía que tenía que centrarse. No necesitaba que su primo se lo recordara para que sintiera que estaba cumpliendo con su función de capitán del equipo. -Rose… Esa actitud no nos va a llevar a la final -el Rey de las obviedades había hablado. -Quiero que dejes de pensar en todo lo demás y que te centres en el Quidditch.. Es lo que yo hago, ya sabes, para evitar que se te nublen los pensamientos… Así que cuando comas, piensa en Quidditch, sueña con el Quidditch, respira Quidditch, conviértete en Quidditch.. Porque este año tenemos que ganar, ¿vale? No nos podemos quedar sin Copa, no bajo mi guardia… -Sí, capitán -dijo con desgana Rose Weasley. -¡Sí, capitán! -corearon Richard Carter y Scorpius Malfoy. ¿De verdad? ¿Desde cuándo uno de los requisitos para entrar en el equipo era perder neuronas? -¡Hoy podemos acabar quince minutos antes! -dicho esto, el capitán se elevó y siguió buscando la Snitch. Rose Weasley fue directa a los vestuarios. Aquel día había quedado y no podía fallar ni que se le olvidara. Por eso había acudido a las gradas Alice, ¿no? Carter y Malfoy se acercaron a ella. Si no tenía suficiente con que Malfoy y Greenwood se mofaran de ella, en los entrenamientos, Malfoy había encontrado en Carter su otro aliado. ¿Desde cuándo Scorpius Malfoy podía hacer amigos con tanta facilidad? A ella todavía le costaba que Janet Rossen accediera a ir con ella a Hogsmeade -pues tenía que hacer hueco en su agenda socialmente activa. -¿Qué te pasa, Weasley? -al ser cazadores, la taquilla de Scorpius Malfoy estaba al lado de la suya. Todos los buenos entrenamientos que tuvieron el año anterior y su conexión en Quidditch se estaban perdiendo por su maldita ansiedad de querer cargar con las desgracias del mundo mágico. Y Malfoy era lo suficientemente listo como para notar que, si no respondía a sus estrategias, era que algo andaba mal. -Sé que Albus no tenía tanta relación con tus tíos… Pero, ¿tú cómo estás? No te hemos preguntado. Rose Weasley suspiró pesarosamente. -Ahogaré mis penas en alcohol, ¿no es eso lo que Perry y tú estáis deseando ver? -le espetó con un sarcasmo tan oscuro que hizo fruncir el ceño de Malfoy. -Preguntaba en serio, Weasley… -No te preocupes, Malfoy, no dejaré que mis asuntos personales se entrometan en tu camino a la Copa -le respondió, imitando el tono que antes había utilizado James para animarla. -¡Me convertiré en Quidditch! -dijo mientras cerraba el puño y lo elevaba como si fuera un brindis. Dejó la escoba en su taquilla y la cerró con tanta fuerza que el eco metálico repercutió en todo el vestuario. Carter se giró hacia Rose Weasley. -Creía que nos habíamos librado de Lily la Amputadora… Pero… ¡Tenemos a Rose la Destructora! -se burló, entre risas a las que se sumó Scorpius Malfoy con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. -Como me llames así en tus artículos de pacotilla, me encargaré de destruirte con mis propias manos, Carter -le amenazó. El joven se encogió de hombros, despreocupado. Rose Weasley también amenazó con la mirada a Scorpius Malfoy, pero este le devolvía una mirada seria. Por supuesto, él había sufrido en su propio rostro la ira Weasley hacía unos años. Ya estaría escarmientado. Rose Weasley salió del vestuario y, sin detenerse a esperar a su mejor amiga, fue directa al punto de encuentro. Ninguna de los dos destacaría jamás por ser ingenua. Sabían que si eran vistas en público, el Ojo sabría que la amenaza que se cernía sobre Alice no era tan fuerte. Sí, si Alice rompía el Juramento Inquebrantable, supondría su muerte. Pero si Rose Weasley lo sabía -y era la única razón por la que Rose Weasley perdonaría a su mejor amiga -significaba que había encontrado un vacío legal en el contrato. Se recordó para sí misma el contrato. Alice Longbotton ayudaría al Ojo y no diría a nadie que era por el Juramento Inquebrantable, solo a sangre de su sangre. El Ojo había sido astuto: tenían a la hija del director de Hogwarts a su merced -definitivamente el Ojo sabía que iban a matar a McGonagall -y al grupo de amigos separados. Si el Ojo creía que su influencia sobre Alice Longbotton ya no era tan fuerte, acabarían con ella. Solo la querían para tener controlado al director de Hogwarts y para crear disidencia entre Alice y sus amigos -Merlín sabría por qué. Rose Weasley tardó en llegar al pasillo del séptimo piso. Habían elegido aquel como su punto de encuentros. Donde nadie las vería. La Sala que Viene y Va. Atendía a las necesidades de ambas por su simple existencia. La joven se acercó al tapiz de Bárnabas el Chiflado. Se paseó tres veces frente a la pared. Lo que más le costó fue despejar su mente. ¡No tenía la mente clara, maldita sea! Respiró profundamente. Pensó en que su amiga estaba esperándola. Y una puerta que cubría toda la pared se apareció ante ella. Rose Weasley abrió la Sala de los Menesteres. Rose Weasley esperaba encontrar el salón que Alice Longbotton y ella habían pedido a la Sala la primera vez. Era como si ambas tuvieran una Sala Común para las dos. Sabían -más bien Alice sabía por su padre -que podían entrar a la sala, incluso si estaba siendo utilizada, siempre y cuando supieran el propósito de esta por el otro ocupante. En el caso de Rose y Alice, era un acuerdo mutuo. La sala cubría las necesidades de las dos. Alice la esperaba en el sofá. Se abalanzó a abrazarla. No era como si fuera la primera vez que se veían en todo el curso. No obstante, sí que era la primera vez que se veían desde que Rose Weasley supo la noticia de sus tíos. -Lo siento mucho, Rose -le susurró entre los mechones rojizos de su pelo. Su amiga apretó fuertemente contra su cuerpo. Rose se apartó. Alice la miró. La joven Longbotton sabía que su amiga no quería hablar de aquello justo en aquel instante. Pero tenía que darle un abrazo, pues sabía que nadie lo habría hecho. Y, sorprendentemente, a Rose Weasley le encantaban los abrazos. Probablemente aquello solo lo sabía Alice. Privilegios de mejores amigas. -Tengo… Tengo un plan, Alice -le anunció su amiga cambiando de tema drásticamente. Muy Rose Weasley. Ella asintió y le indicó que se sentara en el sofá. Rose no le hizo caso. Ambas se quedaron de pie. -Rose, te agradezco que te estrujes la cabeza en… -¡Escúchame primero! -Vale, pero no date prisa, está al llegar y no quiero que sepa nada de esto… Rose tenía la expresión de una niña que había descubierto la magia por primera vez. -Tengo una conjetura… No está comprobada, pero no creo que pase nada si la intentamos… -Me das miedo, Rose -le advirtió Alice. -El Juramento Inquebrantable tiene un procedimiento parecido al Encantamiento Fidelio, ¿lo sabías? Ambos son encantamientos muy complejos… Sí, tienen su diferencia en el alcance y sirven para cosas totalmente diferentes… Pero -alzó su dedo índice hacia ella. -El ritual está compuesto por tres personas, entre ellas, el guardián del secreto. -Sé la teoría… -El encantamiento se rompe cuando el guardián del secreto muere… Tienen que buscar a un guardián. ¿Y si pasa lo mismo con el Juramento Inquebrantable? -No es lo mismo, Rose -suspiró Alice. Su amiga parecía que iba a tener una taquicardia. -¡No soy la única que lo piensa! -exclamó, excitada. -Piénsalo… ¿Y si muere el «Unificador»? Si muere la persona cuya varita forjó el acuerdo… ¿Y si así se extingue el contrato? ¿Quién fue? Sé que te uniste a Renata Driggs… Pero, ¿quién hizo el Juramento Inquebrantable? -Es más complicado de lo que piensas, Rose… No creo que funcione… -¿Rose? -la voz que dijo aquello hizo que el estómago de Alice se encogiese. Sonaba a traición, sorpresa y cero posibilidades de poder borrarle de nuevo la memoria. Lo primero que se le vino a la mente de Alice fue lo básico. ¿Cómo diantres había entrado allí? Alice Longbotton se giró para ver a Albus Potter. No estaban en su mejor momento. La actitud pasivo-agresiva de Albus colmaba su paciencia. Iba, como pudo ver, escoltado por sus mejores amigos. Greenwood sonreía con sarcasmo ante la escena. Malfoy se llevó la mano a la frente y la estrujó. Alice se giró para ver a Rose. Estaba tensa. Claro que estaba tensa. ¿Cómo le explicaban que eran amigas sin que Alice se muriera en el instante? -¿No le habías declarado la guerra a Alice? -preguntó Peter Greenwood. Muy bien, Peter, si creía que era amigo de Alice, la acababa de destrozar. -Nos estábamos peleando -anunció Rose, haciendo que sonase a una interrogación que ella misma se planteaba. Su amiga la empujó de pronto. Alice no se lo esperaba y se precipitó al sofá donde la miró con cara de pocos amigos. -Acaloradamente. -¡Rose!-se quejó Alice. Se masajeó la cabeza donde el borde dorado del sofá había arremetido con su nuca. -¿Tenéis que pelearos en la Sala de los Menesteres? -añadió Albus, para evidenciar la rareza y la incomprensión de aquel escenario. Alice se levantó. -Me ha… Acorralado -dijo, para apoyar la poco fiable teoría de Rose. -Soy la hija del director… No puede pelearse conmigo así como así… La mirada que recibió de los tres muchachos fue un poema. Oh, sí. Rose Weasley había dejado claro que a ella le daba igual donde pelearse si creía que tenía razón. Aquello no cuadraba en absoluto. Albus seguía interrogándoles con la mirada. Exigiendo una explicación. -¿Tú también colaboras ahora con el Ojo, Rose? Scorp nos ha dicho que te veía rara… Eso tendría sentido… Alice notó que a Rose le hervía la sangre por la acusación de su primo. Desde luego, si no era ella, alguien acabaría muriendo allí aquel día. Por infarto. Y si aquello seguía así, sería por el aumento de la presión cardiaca de Rose Weasley. -¿Cómo te atreves…? -le dijo Rose, ofendida. -Oh, entonces es que ahora eres amiga de Longbotton otra vez… ¿Te recuerdo que nos engañó? ¡Y que lo sigue haciendo? Es una traidora, Rose, pensaba que precisamente tú no te dejarías llevar por lo que sea que haya hecho Longbotton para convencerte… -Albus, déjala que se explique -interrumpió Scorpius Malfoy. -A lo mejor acabas perdonándola tú también…-razonó. Oh, Scorpius, qué poca idea tienes. -Además, si Rose parece que la ha perdonado, ¿qué más da? ¿Por qué no lo haces tú también? -Podríamos quedar con ella a escondidas si el Ojo sigue amenazándola… No nos entrometeremos… -propuso Peter Greenwood. Albus había estado evitando la mirada de Alice hasta ese momento. La estuvo evitando desde que fue rescatado. Desde que le advirtió que cruzados esa puerta, ya no confiará jamás en ella. No lo haría entonces. Incluso si Rose Weasley había conseguido perdonarla. Él no lo haría. Él había sufrido y ella le había dejado sufrir. Y, como le dijo Amos Diggory, «si hubiese sido cualquier otra persona en el mundo, le habría dado igual». -Quedad con ella si queréis, yo no quiero pasar un segundo más con la que ha ayudado a que mueran todos los que han muerto…-le espetó. Aquellas palabras fueron ponzoña para los presentes. Se formó un silencio. -¿Se puede saber qué acabas de decir? -espetó un joven que acababa de entrar. Albus Potter se giró para verlo. Rodó los ojos. Habría entrado allí de pura casualidad. Albus Potter había detestado a aquel muchacho desde que lo vio en Hogwarts. El ayudante de Scarmander que acaparó la atención de sus primas en la boda de su tío Charlie, había sido admitido como alumno de intercambio de último año de la Academia de Magia estadounidense en Hogwarts. Para colmar la paciencia de Albus. Por suerte, no coincidiría con él ni en sus clases ni en su casa, pues nunca iría ni se acercaría a las estancias de los Hufflepuff. -¿Y tú qué haces aquí…? -le espetó Albus, acercándose a él, inflando el pecho.. Por lo visto, aquello le hizo gracia al que conocía como Francis Abbot. -Albus… Vámonos -aconsejó sabiamente Peter Greenwood. -Oh… Vaya… -se sorprendió el nuevo intruso en la Sala de los Menesteres. -Así que tú eres Albus Potter… Albus estuvo cara a cara con él. Era odioso lo arrogante que aquel joven era. Había entrado a Hogwarts y no tenía otra persona con la que pasar sus ratos libres que con Alice Longbotton. Solo quería decir que ese también era un miembro del Ojo. No tenía otra explicación. Además, tenía más edad de la que se le permitía tener a los alumnos de último curso. Seguro que habían movido hilos para meter a un miembro del Ojo allí. En frente de sus narices. Y, encima, tenía el coraje de plantarle cara. A él. -¿Algún problema? -le escupió. Rose Weasley comenzó a acercarse a ellos. Peter Greenwood la retuvo. -Tú lo has querido -le susurró Rose Weasley a Peter. Alzó las manos como si la estuvieran registrando. Cruzó sus brazos sobre su pecho. Esperando, ansiosamente, al desenlace de aquella escena. -Oh, Potter… No vuelvas a insultar a Alice, ¿vale? -Crujió sus nudillos en su rostro. Sí, estaba musculado. Y era más alto que él. -Si te escucho otra vez, vas a tener muchos problemas… Albus enrojeció. De ira y rabia. -¿Quién te crees que eres para amenazarme? ¿Eh? ¡El Ojo ya no me da miedo! El joven se separó y miró a Albus como si fuera una hormiga a su lado. -¿El Ojo? -se rió. -Oh, Potter, soy mucho peor que esos para ti… Soy el hermano mayor de Alice. Había estado estudiando aquel día desde que llegó. Sabía que tenía que asegurarse de que los Aurores no se percataran de que iba a desaparecer. Iba a ser complicado, sabiendo que las precauciones se habían extremado desde que el Ojo secuestró a Imogen. Parecía cómo si todos creyeran que ella iba a ser la siguiente. ¡Cómo si el Ojo supiera quién era ella! Por supuesto, no había sido fácil salir de la casa de Hermione y Ronald Weasley. No podía permitirse ningún error, ningún intento. Si lo intentaba y no tenía éxito, la mandarían a otro sitio más lejos y… Adiós, plan. No podía permitirse aquello. No cuando estaba tan sumamente cerca de donde quería estar. O, más bien, donde ella deseaba querer estar. Tampoco es que el plan fuera impoluto. Sí, la huida había estado bien pensada… ¿Pero la fiabilidad del destino final? Una sorpresa más, ¿no? Tenía, en realidad, muchas alternativas para escapar. La primera era fingir un accidente. Pero eso había sido descartado tajantemente por las personas que estaban dispuestas a ayudarla. Oh, Lola no haría aquello sola. Se había encargado de contactar con sus amigos. Estaban deseando sacarla de su arresto domiciliario. No les dijo que los seguratas eran magos. ¡Ni mucho menos! Entonces la llevarían directa a un centro de rehabilitación. Sí que les dijo que eran del MI6, el servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido. Así fue cómo compró a sus ayudantes. Al pedir una pizza, el mensajero de Ubereats era su amigo Jack. Solo tuvieron que engañar un poco a la aplicación para que fuese Jack el mensajero. Solo él podía meterle una tarjeta de metro allí. Así, Lola ya tenía el transporte cuyo solo pensamiento hacía vomitar a los Aurores. Desde luego, podrían superar todas las pruebas que quisieran… Pero, ¿perseguir a alguien por el metro de Londres? Oh, no, eso solo es algo de muggles, queridos. El día fue gracias -desafortunadamente -a la muerte de un hermano de Ronald y su esposa. Asesinato. A ella aquello ya no le sorprendía. Se sentía James Bond en ese momento. Cuando le dijeron que estarían todo el día fuera en la Madriguera, intentó ocultar a toda costa la alegría que aquello le causó. No. No se alegraba del asesinato de una pareja de ingleses prodigios. Pero ella tenía otros planes. ¿El motivo? Oh, algo que asustaba a los hombres. Magos, Aurores, Muggles, niños o abuelos. La menstruación. Y la falta de compresas. Algo tan simple como eso. Afortunadamente, sus dos escoltas eran hombres. Probablemente su momento estelar. Fabricó, con sirope de fresa y chocolate, una muestra perfecta de sangre. Se manchó con ella los pantalones. Se acercó a la puerta, llorando, encogiéndose y suplicando ayuda. Abrió la puerta y se encontró a dos hombres ante su mayor miedo. Un Oscar no habría estado mal. Uno de ellos, con la puerta abierta, fue corriendo a por compresas a un Tesco. El otro se quedó con ella en la puerta mientras Lola señalaba la sangre y se la mostraba. Su amigo Gunther, gorila en una discoteca, le propinó justo en ese momento un golpe en la nuca al Auror, que lo dejó inconsciente y lo metió dentro de la casa. Lola había visto hacer aquello a Gunther más veces de las que la ley le permitiría. Le tendió una bolsa con unos pantalones nuevos a Lola, una gorra, una peluca pelirroja y unas gafas de sol. El kit de infiltración. Lola salió corriendo hasta la boca más cercana de metro. Tenía la adrenalina tan alta que creía que estaba flotando. Hizo dos cambios rápidamente. Los Aurores la estarían buscando. En la parada de Baker Street, su amiga Josephine la estaba esperando con un abrigo rojo, un gorro de lana negro y unas gafas de lectura. ¡Qué bien se planeaban las huidas cuando tenía acceso a internet gracias a la inocente Hermione Weasley! Lola le dio su peluca y gorra a Josephine en una esquina que era un punto ciego para las cámaras de seguridad. Fue tan rápida como pudo. Lo cierto, era que las gafas le quedaban bastante bien, como pudo comprobar en el reflejo del cristal cuando se hubo metido de nuevo en el metro en dirección Temple Station. Cuando se bajó, el mensajero Jack, en su bicileta de Ubereats le dio un teléfono móvil con Internet. Google Maps. ¿Cómo sabían los magos cómo ir a los sitios sin eso? Escribió la dirección que se sabía de memoria. Nunca pensó que aquel momento fuese a ser cierto. Nunca pensó que, de ser cierto, pudiera llegar a cumplirlo. Su adrenalina por la huida se confundía por la adrenalina de lo que estaba por llegar. Se adentró al barrio del Temple. La de veces que había escuchado hablar de él. Y no había nunca. Su abuela no la dejaba ir. Decía que allí solo había problemas y drogas. Oh, bueno, considerar que el corazón de la ciudad donde se concentraban todos los abogados eran problemas y drogas no iba desencaminado. Aunque no era lo que Lola se imaginaba. No eran callejones ni mendigos. Era un encantador barrio. Siguió la línea azul de la aplicación que le indicaba dónde ir. Le había bajado el volumen. Lo primero que hizo. Odiaba la voz de aquella mujer. Al pasar por un cristal que estaba a un minuto de su destino, se quitó las gafas, la gorra y un rostro preocupado le devolvió la mirada. Su nariz respingona se arrugó y se acercó al portal con pasos decididos. Metió el móvil en el bolsillo trasero después de apagarlo. Se lamió los labios y se acomodó el pelo. Lola no solía estar nerviosa. Casi nunca le había pasado aquello. Ni cuando tenía exámenes. Ni en su primera cita con James, ni con Jack, ni con Ally, ni con Helen…Ni cuando tuvo que mudarse a casa de su tío Morgan. O cuando la interrogaron. Solo, tal vez, cuando no encontraba a su abuela y quería ir a su funeral. Sí, una sensación de manojo de nervios similar. -Vamos, Lola -se animó a sí misma en un susurro. Tocó el portero. Un sonido vibrante la recibió. Un monstruo comenzó a comerse sus vísceras y a perforarle el estómago de los nervios. -¿Residencia Crawford? -Tengo un paquete para el señor Crawford -anunció. Intentó sonar decidida. Como los trabajadores de Amazon. La puerta se abrió. Lola vaciló. -¿Se ha abierto? -preguntó la voz del señor Crawford. Lola suspiró. -¡Sí! Entró rápidamente y subió las escaleras dando brincos, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo rojo que le había dado Josephine. Olía a ella. Al menos sería una buena carta de presentación. Llegó a la planta. La puerta estaba abierta pero no había nadie en ella. Lola la abrió con cuidado. Una mujer anciana la recibía con una sonrisa. Lola frunció el ceño. -Oh, Lucrecia, te estábamos esperando… Pasa, no seas tímida… Sé que no lo eres -dijo aquella mujer. Ella obedeció. La anciana mujer cerró la puerta detrás de Lola. Le hizo quitarse el abrigo. Lola tenía las manos sudadas. ¿La estaban esperando? -La señora Weasley ha sido avisada de que ha llegado sana y salva -dijo el señor Crawford. -Pase, Penny también está aquí. Le indicó una sala, mientras él se dirigía a otra ala de la vivienda. Se giró para asegurarse de que la anciana mujer la seguía. No pudo evitar sentir un escepticismo y al monstruo de su estómago estar en alerta. Al entrar en la habitación, vio a una mujer de unos cuarenta años sentada. Ni siquiera la miró cuando entró. Estaba encorvada, apoyada sobre su mano y moviendo los pies. Su rostro era tenso, tenía lágrimas en los ojos y el rímel corrido. -Vaya, Penélope, por mucho que me lo quisieras ocultar, al final es ella la que ha venido a mí…- le reprochó Ivonne Donovan a la mujer que apartó la mirada y se secó las manos con la punta de los dedos. -Yo… Creo que me he equivocado -acertó a decir Lola. -Oh, para nada, querida -Ivonne Donovan le instó a que se sentara a su lado, en el sofá que daba justo en frente a donde estaba sentada la mujer que parecía estar derrumbada. -¿Verdad, Penélope? Te han salido muy listas, he de reconocerlo… Sin lugar a dudas, es algo que heredaron de Adam -le dijo Ivonne Donovan a Penélope Brooks. -No, señora, yo… Verá -carraspeó la garganta. -Mis padres vivían aquí… Hace tiempo…Creo… Vengo aquí por una simple intuición… Errónea, claro… Creo que se ha equivocado de persona… Ivonne Donovan agarró el antebrazo de Lola y la obligó a sentarse. -¿Se llama usted Lucrecia Morgan? -le preguntó. El corazón de Lola dio un brinco. Esta asintió. -Pues es este el lugar que estabas buscando, querida -le ofreció una sonrisa. ¿En serio estaba sonriendo cuando una mujer estaba llorando en frente de ella? Lola intuía que aquella anciana era Ivonne Donovan. Pero no creía creerlo. No. Así no era cómo se lo había imaginado. ¿Por qué lloraba aquella mujer? -Siento las molestias que te ha causado mi hija… Has debido tener una vida muy complicada, cielo. Me extrañó mucho que Julie quisiera ocultarte de mí… Y que mi hija quisiera ocultarte de mí… Pero aquí estás. -¿Cómo…? ¿Ocultarme? -La información que Lola creía que iba a recibir no era aquella.-Yo… Julie simplemente me dijo que mis padres estaban vivos… Que les perseguía el Ojo y que… Que estaban aquí… Que querían ponerme a salvo porque eran ellos los que estaban en peligro. Se hizo un silencio. -¿Eso te contó Julie? -Ivonne se rio. -¿Eso le contaste a Julie, Penny? ¿No se te ocurrió que quizás Julie no sabía que me la estabas ocultando a mí? Tus hijas son más listas que tú… -¿Usted es mi madre? ¿Penélope Brooks? -interrumpió Lola, en un hilo de voz. La mujer que tenía en frente se giró por primera vez. Lola observó mejor sus rasgos. Intentando descifrar cuáles eran los más parecidos a los suyos. Se descubrió viendo un reflejo de sus propios labios, sus pómulos. -Cariño, yo…-la voz de Penélope Brooks se rompió. -Lo siento mucho. Ivonne Donovan posó su mano sobre la mano temblorosa de Lola. -¿Y usted es mi abuela? ¿Ivonne Donovan? -dijo, atónita a sus propias palabras. -¿Y tengo una hermana? -comenzó a encontrar un peso muy grande en su pecho. -¡NO! -Querida, lo sé -le concedió Ivonne Donovan. -Tu madre fue muy imprudente… Solo quería lo que queremos todos… Prevenir las profecías… -¿Qué profecías? ¡NO! Yo no tengo familia -Lola no quería enfrentarse a la realidad que tenía ante ella. -¿Y dónde está Adam Brooks, entonces? Se hizo un silencio. -Tu padre murió, cielo -dijo Penélope Brooks, mirándola de reojo. -Hace años. Lola tragó saliva. -Tu madre te ocultó pensando que podía evitar tu destino, Lucrecia -Ivonne Donovan la abrazó. -Yo no sabía de tu existencia hasta hace unos meses… Cuando tú misma te descubriste… La niña que adoptó Julie Morgan fue a Penélope, para hacerme un favor, eso es algo que ya deberías intuir… Cuando Penélope os tuvo a ti y a tu hermana, decidió que no quería que su madre supiera que tenía «dos iguales y dos opuestos», como dice la profecía… Oh, he desperdiciado tanto tiempo con el hijo de Longbotton… El squib no era el pobre Longbottom, Luna Scarmander y tu madre nos engañaron haciéndole un hechizo para que no pudiera ver su futuro… Muy inteligente…Así, creería que el pobre Frank era el destinado a ser el opuesto en cuanto a magia de mi Cornelia… Pero siempre fuiste tú… Su hermana. La squib. La verdadera squib de la que hablan todas las profecías…Nacida de magos y sin magia. Igual en sangre a tu hermana y opuesta a ella en la magia. ¡Con vosotras se cierra el ciclo de los Donovan! ¡Nuestra maldición! Lola bajó la mirada. Había entendido la mitad de las palabras que estaba diciendo porque un pitido ensordecedor había ocupado su cerebro. Era. Demasiada. Información. No. Ella no podía estar dentro de las malditas profecías. Su final estaría volviendo a su familia feliz. Comiendo perdices. Su final no podía ser entrar de lleno en los problemas y en el centro del huracán. Se apartó del agarre de su -¡oh!- abuela y salió a grandes zancadas de la sala. -No puedes irte, señorita Lucrecia -le dijo el señor Crawford. Ella fue al perchero. Cogió su abrigo y se lo puso. Miró al señor Crawford con fuego en sus ojos. -Mira cómo lo hago -le espetó. -Señorita Cross, por favor, sigue a Lucrecia y tráela a casa -escuchó al señor Crawford cuando dio un portazo a la puerta. Descendió las escaleras a toda prisa. Su abrigo hacía un vuelo por los descansos. Su cerebro tenía demasiado que procesar. No. No. No. No. Necesitaba un cigarrillo. Oh, dios, cómo necesitaba una calada. Aquel era buen momento para probar las drogas, ¿no? Al llegar a la entrada una figura la esperaba. -No me hagas sacar la varita -le amenazó una joven de cabellos rubios enfundada en cuero negro. Lola rodó los ojos. La apartó de un empujón y se dispuso a abrir la puerta. Gwendoline Cross arremetió contra ella y la bloqueó en el suelo. Oh, con Lola había topado. Si aquella muchacha con cara de asesina no sabía quién era Lola Morgan, lo iba a descubrir. Demasiadas peleas nocturnas tras la muerte de su abuela. Le asestó una patada en el estómago, ante lo que Cross quedó despedida y sorprendida. Lola observó cómo sacaba su varita. La apuntó hacia ella. Una imagen le cruzó la cabeza. La muerte de Julie. Oh, no, no en ese momento. ¿Por qué? -¡Petrificus Totalus! Lola oyó aquello. Sonaba a latín. Ojalá supiera latín. ¿Y supuestamente le había hecho algo? Miró a Gwendoline Cross. Esta le devolvía una mirada intrigada. Lola volvió a acercarse a la puerta. Gwendoline Cross se apareció de pronto a su lado y le dio un puñetazo en la mejilla. -¡Zorra! -le escupió Lola. Esta lanzó su puño al mentón de Gwendoline Cross, quien lo desvió como si fuera Matrix. Se giró y le dio un codazo en el pecho. Oh, eso dolía. Le inmovilizó la pierna. Y volvió a darle un puñetazo en la otra mejilla. Lola quedó postrada en sus rodillas. Gwendoline la cogió del brazo y cerró los ojos. Bufó. -¡Joder! ¿La magia no funciona contigo, o qué?-se quejó. La figura de su abuela se apareció en el portal. Vio a Lola Morgan con las mejillas enrojecidas y enzarzada en Gwendoline Cross. Ivonne Donovan sonrió. -Vamos arriba, Lucrecia -le ordenó, como si fuera una niña de cinco años que se había portado mal.
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