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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 13 de Enero de 2021, 10:53 [ Más información ] Tweet
(IV) Capítulo 5: Homo homini lupus
El lema de aquella institución era Ignorantia Juris Non Excusat. Un principio jurídico que venía a decir que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. En teoría, el Ministerio Británico de Magia, se encargaba de regular todos los aspectos de la sociedad mágica: educación, justicia y economía. Una persona que viniera del mundo muggle no estrecharía la mano sin reparos ante aquel despropósito. La justicia unida a la política. ¿Dónde quedaba la separación de poderes? La educación unida a la política. ¿Dónde quedaba la libertad de cátedra? La economía unida a la política. ¿Dónde quedaba la ética? ¿Cómo pretendía exigir el cumplimiento de la ley incluso si esta se desconoce si se trata de una institución contraria a todos los ideales de los que se apoya? Por suerte para los muggles, era un organismo que funcionaba con relativa autonomía respecto del gobierno muggle de cada Estado, tan solo un par de contactos esporádicos para una armonización entre los ciudadanos que pasaban a formar parte de la comunidad mágica y viceversa. Richard McKing se planteaba aquellos principios desde que entró en el Ministerio. Y los había intentado cambiar. Había intentado hacer más independiente el ala del Departamento de Seguridad Mágica, que se ocupaba de la policía y de la justicia. Y había devuelto a la vida el Tribunal de Wizengamot, modernizándola y haciendo su acceso más fácil. A muchos detenidos le habían garantizado mediante este Tribunal sus derechos procesales. Algo que parecía no estar al día en el Ministerio. Algo que había sido el culmen de su disidencia con Harry Potter. Algo que en aquel momento se vulneraba y podría entrar en colisión con el Comité de Disculpas a los Muggles. Richard McKing, flanqueado por Hermione Weasley y Alexis, llegaron al Segundo nivel del Ministerio de Magia. Se adentraron en la Oficina de los Aurores. Atravesaron los cubículos abiertos de cada Auror. Con pasos decisivos, dejaron atrás la hilera de conocidos magos oscuros, mapas y recortes de El Profeta, cuyos titulares bendecía la labor del Departamento. Llegaron al despacho del Jefe de la Oficina de los Aurores. Harry Potter. La puerta estaba abierta. Les estaba esperando. Habría sido avisado por algún administrativo de la Primera Planta del Ministerio. Harry Potter, con aspecto descuidado y hedor a sudor, les indicó que pasaran. McKing no pasó inadvertida la presencia del objeto de aquella disputa: el hombre que se encontraba en una silla, detenido desde hacía meses y demacrado por haber vivido en aquella oficina desde entonces. El Ministro se sentó en la silla enfrente del Jefe de la Oficina de Aurores. Hermione Weasley cogió un taburete y se acercó a él. Alexis cerró la puerta y se quedó de pie, reposando sobre ella. McKing había hablado con la Secretaria del Ministro y Consejera, Hermione Weasley, de aquella intervención. -Sabes por qué estoy aquí, Potter -le dijo. El aludido bufó. Ya había escuchado los cargos que sobre él caían. McKing sabía que aquello era confidencial. Que solo lo sabían un par de Aurores de su confianza y poco más. No quería manchar su reputación. -Te lo puedes llevar… Al fin y al cabo eres el Ministro, ¿no? Hermione suspiró. -Alexis, cariño, ¿podrías llevarte el señor Morgan a San Mungo y comprobar que su salud está bien? -la mujer se giró hacia el tío abuelo de la muchacha que acogía en su propio hogar. -Lola está bien, doctor, no se preocupe… Le proporcionaremos un piso franco del Ministerio mientras nos aseguramos de que no corre peligro… -¡Dudo que fuera sea peor que dentro! -le interrumpió. Tenía razón. Aquel hombre había demostrado que no sabía nada acerca de Ivonne. Que su memoria había sido borrada. Y aún así le habían vulnerado todos sus derechos. Alexis salió del despacho con aquel anciano. McKing se llevó la mano a la frente. Irritado. ¿En qué momento Harry Potter consideró que aquello era necesario? ¿No veía que era un ser humano inofensivo? ¡Qué delirios tenía aquel hombre! -Muy bien, ¿piensas hacerme el paseo de la vergüenza delante de todos mis Aurores, McKing? ¿Así es cómo pretendes ganarte su respeto? -Harry, por favor, escucha lo que te tenemos que decir…-le rogó Hermione en un hilo de voz. Harry Potter bufó. No sabía cómo comportarse delante de su mejor amiga si esta le había dado la espalda, intuía McKing. -Que hayas retenido tanto tiempo a un muggle sin respetar sus derechos… Es grave, Potter. Lo sabías. -¡Era la única forma de saber dónde estaba Ivonne Donovan! -les respondió irritado. -Ellos no tuvieron piedad cuando secuestraron a Albus o cuando mataron a Hagrid y a Minerva… Se hizo un silencio. McKing comprendía que Harry Potter actuaba por impulsos por la tristeza que sentía en su interior. Se había quedado huérfano de nuevo. Aquellas figuras eran paternales para él. Y, de un año para otro, les habían abandonado. Sólo tenía la pista de Ivonne Donovan. Entendía que Potter quisiera justificar sus medios con el fin que perseguía. Pero no era necesario. No era apropiado. Ni proporcional. Ni siquiera sabía quién era exactamente el señor Morgan y cómo podía ayudarle. Se había guiado por una falsa intuición. -También mataron a mi hijo, Potter -le recordó McKing. -Y eso ha destrozado a mi familia -añadió. Con serenidad. No había por qué perder los estribos por las heridas abiertas. -Y no lo utilizo para justificar mis acciones porque sé separar mis asuntos personales de los que conciernen a la seguridad mágica… Espero que compartas esa visión, pues gracias a ser comprensivo y reflexivo logramos dar con Ivonne Donovan… -Esto no lo puede saber nadie, Harry, prométemelo -le pidió rápidamente Hermione. -He hablado personalmente con Ivonne Donovan… No te he dicho nada antes porque… Porque necesitaba que te calmaras para que pudieras entender todo mejor. Ginny me ha dicho que ahora estás más relajado… Necesitamos que los Aurores nos apoyen. A nosotros y a Ivonne Donovan. Te necesitamos a ti, Harry. El aludido formó un silencio. Miró hacia el techo como si allí se encontraran todas las respuestas a las incógnitas que se estaría formulando en aquel momento. Era lógico, pues era mucha información. Al propio McKing le había costado charlas con Neville Longbotton, con Hermione Weasley y con Ivonne Donovan. Había descubierto en aquella mujer una gran aliada contra el Clan del Ojo. -No sé qué queréis que haga, si me vais a desechar de mi puesto… -No, Potter, voy a pasar por alto esta gravísima actuación -le anunció McKing. -Lo que tenemos que hacer… Por lo que te necesitamos… Es mucho más importante que cualquier diferencia que pueda existir entre tú y yo. Hermione asintió. -Necesitamos que apoyes al Ministerio -explicó. -Si Harry Potter apoya al Ministerio, nos dará más credibilidad. Estaremos unidos, Harry, la unión hace la fuerza… Es el lema de la familia que siempre ha luchado con nosotros y que, ahora, también es nuestra familia… Tienen razón… Conocerás a Ivonne Donovan más adelante… Hay que tener cuidado… Y… -Y debes reformar el Departamento -añadió McKing. -No te lo digo como Ministro, Potter, te lo digo en nombre de nuestra mayor aliada en este momento, aunque desconfíes de ella y debas seguir haciéndolo como Weasley y yo hacemos. -Vetar la entrada al resto de Aurores de otros Departamentos… Ya he hablado con el Departamento de Cooperación Mágica Internacional y nos han dado luz verde. ¡Estábamos dejando vía libre a Aurores del Ojo, Harry! Y debes ir uno por uno, Auror británico por Auror británico, sospechando como si cada uno fuera del Ojo. -¿Alexis también? -les dijo con ironía. -Tú eres el Jefe de la Oficina de Aurores, Potter, te lo dejamos a ti -contestó McKing. -Debes elegir Aurores para que vayan a vigilar Hogwarts y asegurar la zona para cuando vuelva la nieta de Ivonne Donovan… Esa es otra cuestión -Harry Potter no dijo nada, simplemente sonreía con incredulidad. -Tenemos que protegerla a ella y a su familia… Si el Ojo no tiene a los Donovan… No podrán llevar a cabo lo que sea que se proponen -finalizó Hermione. - Ni siquiera lo sabéis, ¿no? -intuyó Harry Potter. -No sabéis a lo que os enfrentáis… Yo tampoco, claro… -Las profecías de Neville, Harry -le interrumpió. -Son de verdad. A eso nos enfrentamos.
¿Qué clase de lugar era aquel? Tan solo había visto el edificio principal que acogía a visitantes y la residencia de las personas que habitaban aquel territorio sagrado. No se había introducido nunca en el Bosque. Y, mucho menos, había conocido a otros licántropos que no fueran los que siempre habían estado a su alrededor. Cuando le dijeron que ella tenía permiso para quedarse allí durante su entrenamiento como magizoologista, tuvo que sostener la cabeza entre sus manos en un intento de evitar que estallara. Para empezar, porque era algo no del todo cierto. Sí, iba a ser magizoologista, pero no era esa la verdadera razón por la que Dominique Weasley estuviera en Luperca. Tampoco era la cuestión que en un momento le habían planteado, de ser la Nuna o Ajayu de alguno de los licántropos. Por lo menos, que ella supiera. Se trataba de entrenar a la veela que llevaba dentro. Wakanda, la líder de la Manada de Luperca, había sido informada -probablemente por su tío Charlie o por el propio Moonlight -de que Dominique Weasley podía desarrollar su parte velaa. Había tenido una serie de conversaciones con aquella exótica y sagaz mujer licántropo que le había dado entender que creía en ella. En su conversión. Su teoría distaba de ser descabellada. Al igual que los licántropos sufrían en una fase intermedia cuando no lograban convertirse por completo en lobos, los veela también luchaban por convertirse. Y ella tenía genética veela. Sólo tenía que entrenarla. Para convertirse en esa criatura similar a una arpía que lanzaba fuego por las manos, como le había adelantado Moonlight. La idea no le cautivaba del todo. Una vocecita mordaz preguntaba en el fondo de su mente dónde radicaba la diferencia. ¿Acaso no era ella una defensora de las criaturas mágicas? ¿Por qué rechazar, entonces, su propia naturaleza? No hubo ni un momento en que los licántropos supusieran un problema para ella. Criaturas que se convertían en lobos. O incluso había aceptado de buena manera a los vampiros. A Aurel. Pero ella. ¿Ella? Ella era solo humana, ¿sólo humana? ¿Veela? Ella creía que podría ser magazooligsta. Y resulta que sería el objeto de estudio de su propia profesión. Reprimió el deseo de volver a gritar cada vez que pensaba en aquello. ¿Qué decía eso sobre ella? Conocía la respuesta a esa pregunta. Significaba que había algo intrínsecamente extraordinario en ella. Y que debía aceptarlo. La manada de cinco gigantescos lobos con diferentes tonalidades de pelaje se alzaban ante ella. Cuando aparecieron entre los árboles eran como ella esperaba que fueran. Tenía la imagen de su primo James de hacía meses grabada en su cabeza. Los licántropos se transformaron rápidamente y parecían tan sincronizados que creía estar viendo una sucesión de espejos ante ella. -Lo siento -se disculpó. -No pasa nada, Dominique -dijo rápidamente Umi, la única mujer licántropo de aquel conjunto. La joven pelirroja se azoró. Y no porque aquellas criaturas, ahora en forma humana, estuvieran completamente desnudas ante ella. A eso se había acostumbrado. Compartían la misma anatomía, era algo sumamente fácil a lo que adaptarse. Los colores habían subido a sus mejillas por la simple razón de que creía que les estaba haciendo perder el tiempo. Y ellos lo sabían. Hacían lo posible para darle a entender que no era así. Onawa, el jefe de aquella pequeña manada, se acercó a ella y posó su mano sobre el hombro de la muchacha. Era tan alto y esbelto que tapó todo el sol que le llegaba a la joven en mitad de aquel claro. Dominique Weasley le miró de reojo. El jefe de la manada apretó su agarre e inspiró aire. Dominique le imitó. Supuestamente debía sentir algo. Pero no fue así. Dejó salir un suspiro irritado. -Yo tardé tres años en conectar con la manada, Dominique -le confesó Halian. -Cuanto más niegues que lo puedes hacer, más tardarás en hacerlo… Además, lo único que pretendemos es que saques tu veela interior… Si lo haces sin conectar con la manada no pasa nada. El muchacho que razonaba había sido el último en formar aquella pequeña manada que Wakanda había elegido para entrenar a Dominique Weasley. Le llamaban Halian, el Joven, lo cual Dominique no llegaba a entender del todo puesto que el silencioso Hinun era mucho menor que él. Quizás significaba jovialidad, entonces tendría sentido. Halian era el que más saltaba en forma de lobo. El que más hablaba y más sonreía. Hinun, el Espíritu de la Tormenta, pese a sus trece años, parecía estar casi siempre ausente. Halian les había contado que era porque en su primera transformación, cuando tenía solamente siete años, mató a una persona. Nunca le dijeron quien fue. Simplemente lo trajeron a Luperca y, desde entonces, luchaba por integrarse en la manada. Su jefe, Onawa, el Grandioso Amanecer, era de los licántropos más veteranos de Luperca. Él y Wakanda se llamaban hermanos. Nunca se atrevía a preguntar si su conexión sanguínea era verdadera, pero cada vez lo dudaba menos. Tenían los mismos ojos rasgados de la América primigenia y sus gestos eran casi iguales. Onawa era mayor que Wakanda. Pero, a la legua, podía apreciarse que Wakanda era mucho más sabia y capaz de llevar Luperca ella sola. Por último, estaba Umi, la Vida. El nombre que eligió la Manada cuando aquella joven ingresó en Luperca le venía como anillo al dedo. Había conectado con ella por afinidad. Porque Umi la hacía sentir en familia. Creía que con ella tendría una oportunidad de ser la Nuna o la Ajayu que prometían… Hasta que descubrió que era la Ajayu de Onawa. Fue la gran brecha de edad lo que más le sorprendió. No obstante, era impensable no comprenderlo una vez que se veían juntos. Y allí estaba ella. Dominique Weasley. Intentado que la promesa de que se iba a convertir en velaa se cumpliera. -No puedes tener miedo de ti misma, Dominique -dijo Hinun. Aquel joven le recordaba a su hermano Louis. Quizás, simplemente, porque era menor que ella y muy reservado. Su tez morena y cabello rizado destapaban el parecido. -Creo que debería conectar primero con ella misma, Onawa. -Ella ya lo ha hecho antes…¿No? Entonces, sintió un dolor en la barriga. Eran nervios. Los nervios que, sin piedad, acudían a su interior para vaciarla de seguridad. Aceptaba de buena manera seguir a los lobos. Correr con ellos. El entrenamiento físico lo llevaba bien. También conocer cómo ellos habían conectado con la Manada. O cómo lograban transformaba. Le encantaba oír aquello porque era explicar uno de los grandes misterios del mundo mágico. Siempre se había fascinado. Ahora bien, ¿hablar de su propia naturaleza? Aquello le hacía sentir náuseas. -Tienes que dejar salir a la Dominique que estás encerrando, cielo -la animó Umi. Ella asintió. Sin decir nada. Sabía toda la teoría. Se la habían explicado mil veces. Pero cuando llegaba el momento de conectar con su interior, palidecía e incluso llegó a desmayarse en alguna ocasión. La intentaban tranquilizar diciéndole que aquello era lógico que pasara. Después de todo, convivían en ella dos identidades. -Quizás deberíamos simular una situación de peligro… Así lo lograste la última vez, ¿no? ¿Cuándo te atacó Moonlight? Exageraban. No sabía qué diantres había contado el Auror de aquel acontecimiento. Para él había sido mucho más mágico que para ella. Tan solo recordaba hablarle mientras una luz salía de su cuerpo. Y recordar cómo un licántropo descontrolado le babeaba la cara no era la imagen que quería tener para encontrarse a sí misma. -Se ha puesto blanca, Halian, mejor no le recordemos cuando presenció lo peor que puede salir de nosotros -advirtió con serenidad Onawa. Este seguía guiando su respiración a su lado. -Hoy no será el día. -Parece que no será nunca -musitó. Todos la miraron sorprendidos. -Quizás… Quizás nos hemos equivocado y lo que pasó con Moonlight fue simplemente una casualidad… Onawa negó y la acercó a su torso. La abrazó y susurró palabras en una lengua aborigen que Dominique Weasley desconocía. No era magia. No estaba formulando ningún hechizo. Pero aquello la calmó. -Seguiremos trabajando… -concluyó Umi. -Lograremos sacar a la veela y nos patearás nuestras peludas colas a todos, ya lo verás. -No, a nosotros no nos hará nada… Pero si te descontrolas con Aurel, nos harías un favor -se rio Halian, haciendo referencia al vampiro, el cual había solicitado alguna reunión con Dominique Weasley aquel verano. Ella también se rio. La rivalidad entre licántropos y vampiros era algo que siempre estaba en el tintero. Crear a una guerrera veela se había convertido en su nueva competición. Por desgracia para Aurel, los licántropos tenían más medios y más en común con la naturaleza de Dominique Weasley. Por desgracia para los Lupercales, Dominique Weasley confiaba más en Aurel. -Vamos, se está haciendo de noche y aún tenemos que volver -apremió Onawa. Rápidamente se convirtió en un lobo de pelaje ocre con destellos cobrizos y negros. El gran amanecer. Parecía haber robado los colores del cielo. Dominique se subió rápidamente a sus lomos. Se agachó y pasó sus brazos por el cuello de Onawa. Sus compañeros también se transformaron. Umi era de color blanco impoluto. Era una joven canadiense y todos parecían relacionar aquello con su pelaje. Halian era de color marrón, quizás el más común entre los licántropos. Y Hinun era gris oscuro, como la tormenta más profunda de todas. La joven sentía el denso pelaje de Onawa sobre su rostro y debajo de todo su cuerpo. El lobo se sacudió. Y comenzaron a galopar. El Parque nacional de Redwood. Cruzaban las milenarias secuoyas, la fauna y la flora nativa, praderas, el rumor del río. A veces, les llegaba el sabor del Pacífico. El escondite perfecto en un tesoro que la naturaleza regalaba a la humanidad.
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