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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Domingo 17 de Enero de 2021, 16:45 [ Más información ] Tweet
(IV) Capítulo 1: Resquicios
A las cinco de la mañana de aquel día, el baúl de Scorpius Malfoy había llegado a la Madriguera junto con su dueño lleno de sus cosas del colegio y de sus posesiones más apreciadas: la varita que había heredado de su padre aquel año, la escoba voladora que le había regalado su madre y un marco con una fotografía de él, con su padre y su madre embarazada que habían tomado poco antes de que el hombre tuviera que ser ingresado en el hospital. Había repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no dejarse olvidados ninguna pluma ni ningún libro de embrujos. Había llegado a la hora exacta que Albus Potter le había indicado en su carta, en la cual le indicaba que su madre había logrado coger entradas para el Mundial de Quidditch. Los amigos no se habían visto en todo el verano. Echarían de menos a Peter Greenwood. Albus Potter había estado en la Madriguera todo el verano con los primos que pasaban por allí, algo aburrido, pero sin altercados que le preocupasen. Por su parte, Scorpius había tenido un verano algo más jodido. El primer verano sin su padre. Gran parte de sus vacaciones las había pasado fuera de casa, quizás por el deseo de su madre de huir del desgarrador recuerdo de la muerte de Draco. Así, había estado unas semanas con su tía abuela Andrómeda, otras en la casa de verano de su tía Daphne y un horrible fin de semana en casa de sus abuelos Malfoy. Y finalmente, como adolescente que era deseoso de ver a sus amigos tras un largo verano, se encontraba en el salón de la Madriguera, atento a todo a lo que a su alrededor pasaba. -Es la hora de irse, Hugo, cielo- susurró la señora Weasley, dejándolo para ir a despertar a Lorcan Scarmander que se encontraba al otro lado del sofá. Seguramente, pensó Scorpius, habrían tenido que dormir allí porque no habría camas suficientes para todos los nietos Weasley, los hijos de los Weasley y todos los invitados. Fuera todavía estaba oscuro. Bajando las escaleras, Albus le decía algo incomprensible a su madre mientras se dirigían abajo. -¿Ya es la hora?- preguntó James Potter, el hermano mayor de su mejor amigo, más dormido que despierto. Sabía por las cartas de Albus que su hermano había estado aislado todo el verano a saber Merlín dónde. Por lo visto, aquella sería la primera vez que iba a estar con gente a su alrededor que no era licántropa. Era un gran desafío. Sobre todo, teniendo en cuenta que iban a un maldito Mundial. Mientras tanto, Hugo y Lorcan se vestían en silencio, demasiado adormecidos para hablar o siquiera saludarle, y luego, bostezando y desperezándose, los dos se dirigieron a la cocina. James le dio una palmada en el hombro y Albus un abrazo algo seco, pues imaginaba que aún no se había despertado del todo. Según le había contado Albus, el número de Weasley o invitados que irían desde la Madriguera aquel año al Mundial se había reducido considerablemente: los señores Arthur y Molly Weasley, Ginevra Potter, junto con sus hijos James y Albus, Hugo y su amigo Lorcan Scarmander, Lyslander Scarmander, Lily Potter y él, Scorpius Malfoy. Al parecer no todos los Weasley se sentían entusiasmados por ir a un Mundial en tiempos de guerra. La señora Weasley removía el contenido de una olla puesta sobre el fuego, y el señor Weasley, sentado a la mesa, comprobaba un manojo de granes entradas de pergamino, siempre a la vieja usanza, lo cual parecía caracterizar aquel extraño hogar. Levantó la vista cuando los chicos, los hermanos Potter, Hugo, Lorcan y Scorpius, entraron. -¿Dónde están Moonlight y Te... Te...Teddy?- preguntó James, sin lograr reprimir un descomunal bostezo. -Bueno, van a aparecerse, ¿no?- dijo la señora Weasley, cargando con la olla hasta la mesa y comenzando a servir las gachas de avena en los cuencos con un cazo.- Así que pueden dormir un poco más. Scorpius sabía que para aquella pareja de ancianos, aparecerse era algo muy difícil: había que desparecer de un lugar y reaparecer en otro casi al mismo tiempo. De aquellos jóvenes, tanto él mismo como Hugo Weasley sabían que podían hacerlo sin problemas. Sin embargo, aquello nadie lo podía saber. -O sea, que siguen en la cama...- dijo James con algo de malhumor mañanero, acercándose su cuenco de gachas.- ¿Y por qué no podemos aparecernos nosotros también? - Porque no tenéis la edad y no habéis pasado el examen.- contestó bruscamente la señora Weasley. Hugo lanzó una mirada llena de secretismo a Scorpius, quien tragó saliva. - ¿Y dónde se han metido esas chicas? La mujer salió de la cocina y la oyeron subir la escalera. -¿Hay que pasar un examen para poder aparecerse?- preguntó Albus para evitar levantar sospechas. Quien no había presenciado el proceso de su amigo meses atrás para salvarle. De hecho, Scorpius se dio cuenta de que su amigo Albus desconocía todo al respecto. Solo sabía de una vez que lo logró Scorpius. -Desde luego.- respondió el señor Weasley.- El Departamento de Transportes Mágicos tuvo que multar hace años a un par de personas por aparecerse sin tener el carné.- Scorpius volvió a sentir un sudor frío, así como Hugo. Nunca habían pensado en aquello, y, por suerte, solo lo hicieron en territorio de Hogwarts, donde Longbottom podría protegerles.- La aparición no es fácil, y cuando no se hace se debe puede traer complicaciones muy desagradables. Esos dos que os digo se escindieron. Hugo se atragantó con las gachas y comenzó a toser. Scorpius le observó preocupado, James también tenía la misma expresión que Lorcan y Scorpius. -¿Se escindieron?- repitió Albus, desorientado. -La mitad del cuerpo quedó atrás.- explicó el señor Weasley, echándose con la cuchara un montón de melaza en su cuenco de gachas.- Y, por supuesto, estaban inmovilizados. No tenían ningún modo de moverse. Tuvieron que esperar a que llegara el Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos y los recompusiera. Hubo que hacer un montón de papeleo, os lo puedo asegurar, con tantos muggles que vieron los trozos que habían dejado atrás... Scorpius se imaginó en ese instante un par de piernas y un ojo tirados en la acera de Oxford Street. -¿Quedaron bien?- preguntó Hugo, visiblemente afectado. -Sí.- respondió el señor Weasley con tranquilidad.- Pero les cayó una buena multa, y me parece que no van a repetir la experiencia por mucha prisa que tengan. Con la aparición no se juega. Hay muchos magos adultos que no quieren utilizarla. Prefieren la escoba: es más lenta, pero más segura. Me acuerdo de que vuestro tío Charlie tuvo que repetir el examen. La primera vez se lo cargaron porque apareció ocho kilómetros más al sur de donde se suponía que tenía que ir. Apareció justo encima de unos viejecitos que estaban haciendo la compra. -Bueno, pero aprobó a la segunda.- dijo la señora Weasley, cuando volvió a entrar en la cocina. Se oyeron unos pasos tras ella. Lily y Lyslander entraron en la cocina, pálidas y somnolientas. Mientras que la joven pelirroja había pegado un considerable estirón, la diminuta Scarmander seguía siendo pequeña a su lado. En cuanto a sus rasgos faciales, Lyslander había superado a Lily, quien seguía teniendo la expresión dulce de la niñez, por muy distante que fuese su personalidad. -¿Por qué nos hemos levantado tan temprano?- preguntó Lily, frotándose los ojos y sentándose a la mesa. -Tenemos por delante un pequeño paseo.- le contestó su madre, quien en ese momento se sentó con ellos a desayunar. -¿Paseo?- se extrañó Lorcan.- ¿Vamos a ir andando hasta la sede de los Mundiales? -No, no, eso está muy lejos.- repuso el señor Weasley, sonriendo.- Solo hay que caminar un poco. Lo que pasa es que resulta difícil que un gran número de magos se reúnan sin llamar la atención de los muggles. Siempre tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de viajar, y en una ocasión como la de los Mundiales de Quidditch... El desayuno se desarrolló entre comentarios sobre este deporte mágico y Scorpius no pudo más que estar de acuerdo en muchas de las opiniones de todos los Weasley. No eran tan diferentes como el resto del mundo creía. Al despedirse, la señora Weasley dio un beso en la mejilla a su marido y despidió a su hija, a sus nietos, y a los amigos de estos. -Bueno, pasadlo bien.- dijo la señora Weasley.- Os enviaré a Moonlight y a Teddy hacia mediodía.- añadió mientras el señor Weasley, Ginny, James, Albus, Scorpius, Lily, Lys, Lorcan y Hugo se marchaban por el oscuro patio. Hacía fresco y todavía brillaba la luna. Sólo un pálido resplandor en el horizonte, a su derecha, indicaba que el amanecer se hallaba próximo. Scorpius, que había estado pensando en los miles de magos que se concentrarían para ver los Mundiales de Quidditch, apretó el paso para caminar junto a Hugo. -Entonces, ¿cómo vamos a llegar todos sin que lo noten los muggles? -A ver, la cuestión es que unos cien mil magos están llegando para presenciar los Mundiales, y naturalmente, no tenemos un lugar mágico lo bastante grande para acomodarlos a todos.- Scorpius asintió. Con su padre y con la riqueza de este, los métodos de viaje de los magos de baja clase, le resultaban algo raros. - Hay lugares donde no pueden entrar los muggles, pero imagínate que intentáramos meter a miles de magos en el callejón Diagon... Así que el Ministerio siempre trabaja en ello durante meses: escalona las llegadas de los magos, un número limitado que usa transportes muggles, algunos aparecen en lugares seguros para ello... Y los que no tienen carné, como nosotros...- dijo esto con una sonrisa en voz baja.- Utilizamos trasladores y el que vamos a utilizar es el tradicional Weasley para estos casos. El joven Malfoy asintió. Sabía que clases de objetos eran esos porque en su casa su padre tenía uno en forma de jarrón. Y porque ellos mismos los habían utilizado en primero. Así que así era cómo viajaban los Weasley en grupo. Siempre le había llamado la atención aquello, y era lógico, aquellos objetos podían trasladar a un numeroso grupo de personas. Caminaron con dificultad por el oscuro, frío y húmedo sendero hacia el pueblo de Ottery St. Catchpole. Tan solo sus pasos rompían el silencio; el cielo se iluminaba muy despacio, pasando del negro impenetrable al azul intenso, mientras se acercaban al pueblo. Scorpius tenía las manos heladas. El señor Weasley miraba el reloj continuamente. Cuando emprendieron la subida de la colina de Stoatshead no les quedaban fuerzas para hablar, y a menudo tropezaban en las escondidas madrigueras de conejos o resbalaban en las mantas de hierba espesa y oscura. A Scorpius le costaba respirar, y las piernas le empezaban a fallar cuando por fin los pies encontraron suelo firme. Jamás había tenido que pasar por algo así en su familia. Sus viajes eran tan simples y cómodos. -¡Uf!- jadeó el señor Weasley, quitándose las gafas y limpiándoselas en el jersey.- Bien, hemos llegado con tiempo. Tenemos diez minutos de descanso. Hugo Weasley fue el último en llegar a la cresta de la colina, con la mano puesta en un costado para calmarse el dolor que le causaba el flato. Parecía ser el único con peor forma física del grupo de jóvenes, pues varios de ellos jugaban al Quidditch -James, Albus, Lys y Scorpius-, y los dos restantes -Lily y Lorcan- eran tan delgados que no les costó nada el peso de su propio cuerpo. Arthur Weasley se había perdido entre la hierba alta y volvió tiempo después, con una bota vieja en las manos. Eso sería el trasladador, pensó Scorpius. -Ginny, ¿te acuerdas de este objeto?- la joven sonrió algo melancólica. Quizás por el recuerdo de otro Mundial de Quidditch. - Muy bien, muchachos. No tenéis más que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será suficiente. Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los nueve se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Arthur Weasley. Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló. Scorpius pensó en lo rara que les debía parecer a los muggles a aquel momento si pasaran por allí: nueve personas, sujetando en la oscuridad aquella bota sucia, vieja y asquerosa, esperando... -Tres...-masculló Ginny Potter, mirando el reloj, como había hecho su padre.- Dos... Uno... Ocurrió inmediatamente: Scorpius sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de él hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Hugo y a Albus, cada uno a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a una enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces... Tocó tierra con los pies. Albus se tambaleó contra él y lo hizo caer. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo, cerca de su cabeza. El joven Malfoy se desembarazó de Albus y se puso en pie. Habían llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un parque. Delante de ellos había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado. Uno de ellos sujetaba un reloj grande de oro; el otro, un grueso pergamino y una pluma. Ambos vestían como muggles. En el momento en el que Ginny Potter empezó a hablar con ellos, Scorpius se percató de donde estaban y zarandeó el brazo de Albus. -¡El Coliseo Romano!- lo dijo con más euforia de la que pretendía. Rompiendo el amanecer, la colosal figura de aquel estadio milenario se alzaba en frente de ellos. Al parecer, su amigo había olvidado decirle aquel pequeño detalle: el Mundial de Quidditch en el Coliseo. Miró a su alrededor. ¿No se percatarían de ello los muggles? Seguramente los Ministerios de Magia se habrían puesto de acuerdo para facilitar la zona a los magos, lo cual era complicado pues el Foro Romano se encontraba a metros de aquel espectacular monumento. Habían llegado horas antes del primer partido de Quidditch, así que aprovecharon para pasearse por allí y comprar comida y aperitivos para zamparlos mientras veían el espectáculo. Puesto que Scorpius siempre había ido a un palco desde su casa, nunca había podido apreciar el gigantesco grupo variopinto de magos de todas partes del mundo que llegaban allí para ver el mundial: Holanda contra Irlanda. Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el la cola que conducía al interior del Coliseo, marcado por velas flotantes como las del Gran Comedor. Estaban rodeados de gritos, risas y retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Scorpius, por primera vez en mucho tiempo, no podía dejar de sonreír. Caminaron por la infinita cola alrededor del Coliseo. Habían oído que lo habían agrandado con un conjuro, pero que aun así, las entradas se habían reducido por el aforo; así como que habían puesto gradas nuevas para la ocasión. -Hay asientos para cincuenta mil personas.- explicó el señor Weasley, observando la expresión de sobrecogimiento de Scorpius.- Un antiguo compañero del Departamento me ha dicho que quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para que el Gobierno italiano les diera permiso. Durante todo el tiempo que dure el Mundial, cada centímetro de esta zona tiene un repelente mágico de muggles. Aunque ya se han hecho cargos los medios de comunicación muggles, cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan que hay una amenaza de virus tóxico, que prefieren visitar el Vaticano y salen pitando...- añadió en tono cariñoso, encaminándose delante de los demás, acercándose a la entrada que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas. Entraron a través de unos arcos con miles de años de historia. Hugo Weasley, probablemente, era el que más dejaba ver su fascinación. Cada grupo se dispersaba para unas gradas diferentes. Estaba redecorado de forma distinta a cuando Scorpius fue allí con su familia cuando era niño. El grupo del señor Weasley subió hasta llegar al final de una escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas. Scorpius tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies. Cincuenta mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del Coliseo. Desde aquella elevada posición, la arena parecía forrada de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Scorpius se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el Coliseo: publicidad mágica. Scorpius apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto unos vaqueros y un jersey. Era un elfo doméstico. Al joven le sorprendió la facilidad con la que estas criaturas, antes esclavas de la sociedad, se habían integrado tanto en el día a día mágico. Los demás compañeros de tribuna llegaron poco después, eran amigos de Ginny Potter a los que Scorpius conocía de oídas o de haberlos visto en un par de ocasiones, y tan solo conocía a Moonlight y a Teddy Lupin. Fue ese en el momento en el que Scorpius sintió la ausencia del resto de sus amigos. De Peter Greenwood. Si a él le sorprendía aquello y procedía del mundo mágico… ¡Cómo se lo habría pasado Peter! También echó de menos a Alice. Aunque quizás sería más para compartir su euforia. Y, por último, recordó a su compañera de Quidditch, pues al fin y al cabo estudiaban juntos todos los mundiales para sacar estrategias. No dudó en compartirlo con Albus. -¿Dónde está Weasley, Al? El muchacho pegó un brinco. Hugo, a su derecha suspiró. Scorpius no había recibido ninguna carta en todo el verano de Weasley, lo cual no le extrañaba. Nunca lo había hecho. Había recibido cientos de Greenwood, con fotos e incluso con una «consola». Sí que lo había hecho de Alice, porque era el único amigo que la apoyaba: todos sabían que tenía un hermano y que este había desaparecido. Seguramente era por aquella razón por la que les había vuelto la espalda, le estaba protegiendo. Y por eso, tampoco le escribía muy a menudo. Tampoco Albus le había contado nada al respecto. -Desgraciadamente, está muy ocupada como para venir a un viaje en familia - espetó Albus Potter. ¿Aquello significaba que la joven Weasley había decidido repetir su verano en compañía de Victor Krum? -Mi tío Ron dice que la va a desheredar como siga acudiendo a Krum cuando necesita ayuda- murmuró James. -De hecho, nunca la menciona en casa.- añadió Hugo. De pronto una voz que se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba el Coliseo, retumbó en cada una de las tribunas: -Damas y caballeros... ¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos a la septingentésima vigésima quinta edición de la Copa del Mundo de Quidditch!
Le costó imaginar que todo aquello era cierto. ¿Eran cadáveres o cuerpos durmientes los que colgaban del techo? Observó con suma cautela al ángel de la muerte. Muchos eran ya aquellos que le habían advertido sobre la inquietante labor de aquel doctor que había salido de las sombras del pasado para hacer realidad los oscuros deseos de aquella Sociedad. Conocido por el apellido de "Schneider", aquel doctor guardaba su verdadero nombre en silencio. Graham McOrez sabía con certeza que a nadie le gustaría conocer la verdad que escondía aquel meticuloso hombre: había logrado no envejecer el medio siglo que su corazón había latido sin sufrir las consecuencias del paso del tiempo. Fue entonces cuando el Clan del Ojo se percató de que su poder científico era tanto poderoso como peligroso. La verdad era la que Graham McOrez tenía ante sus ojos: fue reclutado para explotar su potencial con el fin de llegar al objetivo del Ojo. Lo que más aterrorizaba a Graham McOrez era el hecho de que aquel hombre no era mago, sino un muggle con un cerebro muy desarrollado, por lo que en el mundo mágico pasaba desapercibido. La idea de deshacerse de él había seducido a McOrez en numerosas ocasiones, pues su falta de humanidad y su visión tan funcional del mundo le aterraban hasta el punto en el que creía que su crueldad iba un paso más allá de lo permitido por la naturaleza. En cambio, jamás alzó su varita contra él. Lo hubiese hecho, y con mucho gusto, de no ser por sus claros avances que, según las malditas profecías, les ayudaría a cumplir el objetivo del Clan. Había que hacer ciertos sacrificios para poder conseguir lo que tanto ansiaban. Además, el Señor jamás se lo habría permitido. El mago, cuyas arrugas surcaban su rostro como cicatrices de guerra, había asesinado a cientos o miles de personas a lo largo de su vida. No le reconcomía el peso de la muerte que había dado a ninguna de sus víctimas. Jamás sintió la mínima duda al rebanarle el cuello a un muggle molesto o a un mago no obediente. Bajo su guadaña habían pasado hombres, ancianos y ancianas, niños y niñas, mujeres de alto rango. Y jamás, nunca en su historial como asesino, sintió la sensación que se había arrinconado en su estómago al visitar el laboratorio de Schneider. En ese momento fue cuando supo por qué nadie se atrevía a trabajar con él. Ni los más despiadados asesinos, como su hijo menor, dudaban en rechazar aquella oferta intragable. Tan solo los más jóvenes, aquellos deseosos de tener sangre en sus manos, se hacían los valientes trayendo a personas a aquel infierno. Si bien los métodos de Graham McOrez eran despiadados -ahorcamientos, desangrar a sus víctimas, cisuras en la piel, toda clase de torturas muggles o mágicas-; nunca había ido más allá. Nunca había utilizado el mortífero aparato que era la ciencia para hacer aquellas atrocidades a aquellos cuerpos ante los que Schneider se sentía orgulloso de mostrar. Habían dejado atrás la galería de cuerpos flotantes y se adentraban al laboratorio, cuyas paredes estaban cubiertas con taquillas de almacenamiento de cadáveres como si de una morgue muggle se tratara. Le había estado explicando todos sus meticulosos métodos y sus futuros experimentos, pero Graham McOrez los había descartado de su mente, pues deseaba desconocerlos. Eran las pesadillas que visitarían incluso al más cruel asesino en sus sueños. -Y aquí está el joven al que vienes a ver. Abrió una de las taquillas y un cuerpo putrefacto salió de él. El hedor hizo mella en la cara de póker del mago. Era Olivier Onlamein. Su cuerpo. El muchacho al que, tras haber sido asesinado por su propio hermano con magia, habían devuelto a la vida para ahorcarle como se merecía. Era una tortura con la que Graham McOrez estaba de acuerdo. -Mi mujer me ha comentado que en cuerpo es Onlamein, pero que su alma pertenece a otro. ¿A qué se refiere? La expresión del doctor se crispó un instante. Como si cuestionase un error que él intentaba tapar con todo su esfuerzo. -Pues significa, señor McOrez, que usted ha torturado el cuerpo de Onlamein por segunda vez. Pero, en lo relativo a su alma, usted ha torturado la de una de las víctimas de su hijo, cuyo cuerpo guardó para mis experimentos.- Se rascó el pelo con nerviosismo.- Verá, es muy complicado hacer resucitar a una persona en cuerpo y alma. Ante usted está el primer éxito de la ciencia en este campo: resucitar el alma de una persona en el cuerpo de otra, ambas muertas. Es lo más sencillo que se puede hacer, pues el alma seguía latente gracias a la magia del cuerpo, y el cuerpo siempre es receptivo a la magia que antes lo pobló. En definitiva, he revivido a dos muertos en un solo cuerpo. McOrez gruñó ante aquel garrafal fallo del doctor. -Le recuerdo que para el resultado final tan solo contamos con el alma de un muerto y el cuerpo de un vivo. ¡Todo lo contrario a lo que usted ha logrado! - le echó en cara, claramente enfadado. El doctor Schneider sonrió enigmáticamente. Pulsó un botón que se encontraba en su mesa de acero para sus experimentos y un mecanismo, cuyo sonido procedía de la escalofriante e inmensa galería de cuerpos colgantes, se activó. Graham McOrez observó cómo uno de aquellos cuerpos desnudos venía hacia él colgado de tubos que procedían de una hilera en el techo. El cuerpo que avanzaba hacia él tenía rasgos que aquel mago conocía muy bien. Una larga y lacia melena pelirroja, de un rojizo que solo podía pertenecer a una familia maga de Inglaterra. Unas mejillas sonrosadas y algo redondeadas. Unos ojos marrones que miraban a la nada. Y una expresión de muerte en su rostro. -Se trata de nuestro futuro primer éxito en el aspecto que usted busca. McOrez sonrió de forma macabra. -¿Se trata de una Weasley, verdad? No necesitó ninguna respuesta, pues sabía que así era. Conocía por algún rumor que el doctor estaba tratando con una nieta de Arthur Weasley, persona a la que odiaba por sus ideales y por lo que su familia suponía. El hecho de experimentar con un miembro de su familia era un castigo justo para aquella tediosa familia de magos. ---------------------------------------------------------------------------
Demasiada cerveza caliente.
Había tenido una de sus peores resacas tras el Mundial de Quidditch, lo cual no era de extrañar, porque se habían dejado llevar, como cuando eran unos adolescentes incontrolables, por los barrios romanos, guiados por magos que deseaban seguir la fiesta en busca de alcohol. Moonlight había aconsejado a su amigo Ted que se emborrachase. Que él se ocuparía de vigilar a James, aunque este se hubiera ido con su abuelo Arthur y le dejaba margen para hacer lo que quisiera en Roma. Después de todo aquel verano, su amigo Ted se merecía un descanso: su relación se había acabado, vivía en la antigua casa de sus padres y a su hijo lo veía demasiado poco.
El resultado de aquella noche fue Ted volviendo a su piso antes de lo previsto, dejando a Moonlight en Roma con una borrachera insufrible. Al final encontró al señor Weasley, quien había decidido quedarse por allí con los niños para hacer visita turística. No dudaron en devolverlo a la Madriguera.
Y entonces, algo que le hubiese gustado no saber jamás, salió de la boca de Albus Potter cuando ambos se quedaron a solas en el antiguo cuarto de Ginny. Habían dejado al muchacho a cargo del joven Moonlight porque él se había ofrecido voluntario, lo cual le pareció extraño. Y de hecho, dada su condición licántropa, debería haberse quedado su hermano mayor. Aquello ya le olía a gato encerrado desde entonces.
Albus Potter se había acercado a él, nervioso. No olía a los nervios de miedo o de incomodidad que en ocasiones podría causar su propia presencia, sino a dudas. A un manojo de dudas. Desgraciadamente no podía leer la mente del chaval, y no porque no quisiera, sino porque en eso siempre había cateado.
-Creo que mereces saber algo, Alexander.- le había llamado por su nombre y no por el de pila, lo cual ya daba que pensar. ¿Qué sabría aquel niño? Sus ojos apenas podían sostener la mirada del licántropo, quien tuvo que apartarse a echar por la boca todo el alcohol que no había echado aún.
Si Moonlight era malo en los interrogatorios era porque le gustaba ir al grano y no marear la perdiz, lo que parecía estar dispuesto a hacer el hijo de su jefe.
-Suéltalo, pequeño Harry.- le dijo, sin pretender que aquel pequeño apodo le hiciese el daño que parecía haberle hecho.
-Me enteré de una cosa tuya en el tiempo que estuve... Bueno, cuando me secuestraron.- dijo demasiado nervioso como para no contagiar a Moonlight. El joven moreno tatuado suspiró. Aquello ya estaba pintando más negro que el tizón.- He pensado que la primera persona que debía saberlo eras tú.
¿Y para eso había esperado el crío unos cuatro malditos meses? Aún no había sabido que era y ya estaba alterado.
-Vamos, Albus, dímelo, no puede ser tan malo.
Pero sí que lo era. De hecho, al enterarse, su rostro se había quedado petrificado. Le espetó que se largara de allí, con más mala educación de la que pretendía. Parecía que el muchacho había predicho aquello así que lo hizo sin dilación.
Entonces soltó un grito desgarrador. Y se apareció en un descampado. No sabía dónde. Simplemente quería estar solo. La cabeza le daba vueltas. ¿Era también por la cerveza? La peor resaca de su vida con la peor noticia de su vida.
Aquello hacía que muchas cosas cambiasen. ¿Lo sabían sus mentores? ¿Y le habían hecho creer que era una víctima sin más de un licántropo cualquiera? ¡No podían saberlo! ¡Él no podía ser el hijo de aquella bestia que se adentraba en las pesadillas de los demás! ¡NO! ¡Era el hijo del peor licántropo que había conocido la historia de la magia!
Él fue a verle en una ocasión, para observar cómo podían degenerarse los licántropos, hasta qué punto podían llegar aquellas criaturas... Su peor ejemplo de licantropía era su padre. La sangre de a quien jamás quería llegar a parecerse era su propia sangre.
Aquello desató una serie de maldiciones, de gritos ensordecedores y de puñetazos a la nada por parte de Moonlight. Lloró desconsoladamente y temblaba a la vez de impotencia.
Supo que era cierto porque todo cuadraba.
Su madre había sido violada, sabía que aquello siempre se lo habían ocultado. Y conocía el pasado oscuro de Greyback tan bien como la palma de su mano. Él habría nacido como un humano normal y Greyback le había convertido como hizo su padre con él. Su madre jamás recordó a su padre. Si lo hacía era para irse a llorar a su cuarto. Y también coincidía la mirada enrabietada que Greyback le dedicó solo a él, y que todo el mundo interpretó como un gruñido de hombre lobo a hombre lobo, cosa que no pasaba muy a menudo.
Para colmo, su abuelo era el licántropo que utilizaba el Clan del Ojo para asustar y asesinar sin piedad a sus víctimas. Quizás eso le molestaba algo menos porque la historia de Greyback la conocía mejor.
Tampoco pudo evitar pensar en el paralelismo de su historia con la de su padre. Greyback fue quien convirtió a Remus Lupin. Él había sido el que había convertido a Edward Lupin, su amigo Teddy.
Fue en ese momento de confusión por su origen, y rabia, e ira, y demasiados sentimientos encontrados; en el que decidió hacerle una visita a su padre.
Y se apareció en Azkaban.
Y allí estaba. En el lugar al que solo había ido una vez en su vida, tras rogarle a Ron Weasley que le mostrara al hombre lobo en el que jamás se convertiría. Le había dicho que necesitaba ver lo peor de su especie para evitarlo a toda costa.
Sintió el mismo olor a muerte que sintió la primera vez.
Aunque todos los medios habían aclarado que los dementores ya no trabajaban en Azkaban, lo cierto era que, en ocasiones, estos visitaban a los presos, pues era la única forma de supervivencia de aquella especie. El Ministerio Mágico parecía dejar que aquello ocurriera, para no tener problemas con aquellas mortíferas criaturas.
Aquel lugar estaba a rebosar de antiguos mortífagos, y Moonlight solo quería ver al líder de los carroñeros. Un auror adjudicado a aquella plaza, cuya expresión de mármol removió las entrañas del joven, se percató del inestable estado del licántropo. Temblaba y susurraba el nombre de su padre.
-Llévame a Greyback.- el auror, que conocería la fama y la reputación intacta de Moonlight a pesar de no ser querido por muchos, obedeció como un autómata.
Ambos bajaron unas escaleras de caracol hasta llegar a la sección de alta seguridad para presos peligrosos. Ya se sabía el camino hacia la celda de su padre.
-Estaré detrás de usted, en caso de cualquier altercado.
Moonlight asintió, aunque seguramente, dado su repentino ataque de rabia interior, aquel auror debía alejarse de aquel lugar. El joven se paseó por las celdas, arrastrando los pies y respirando entrecortadamente. Todo ocurrió como flashes en su cabeza, como si no quisiera estar viviendo aquello. Quizás ir a Azkaban era un impulso fallido.
Tocó las rejas que separaban a su padre de él.
-Tú lo sabías...- le siseó asqueado. Los ojos del frívolo licántropo se abrieron y su expresión apenas cambió. Ni se inmutó, lo cual molestó a Moonlight.- ¡Sabías que yo soy tu hijo!- Dijo aquellas palabras con demasiado dolor, pues solo ahí se dio cuenta de la realidad de aquello.
Entonces, el licántropo se levantó del suelo encharcado y se acercó a él, dejando un metro entre ellos que seguramente se trataba de seguridad mágica. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Moonlight al observar el estado de aquel ser, pues su licantropía había vencido a la parte humana que había dejado huella en su cuerpo y parecía un hombre lobo a medio hacer.
-¿De qué hablas?- el sonido gutural y de desprecio despertó la ira al fin en el fuero interno de Moonlight.
Golpeó con fuerza sobrenatural los barrotes haciendo retumbar el sonido por toda la galería. Respiró con fuerza a través de su barba y sus ojos parecieron salirse de sus órbitas mientras apuntaban hacia Greyback como pistolas cargadas.
-¡Tú violaste a mi madre y la dejaste embarazada! ¡Y me convertiste porque era parte de tu maldita tradición de mortífago! ¡Tú eres lo peor del mundo! ¡Y mi padre!
La risa irónica del licántropo encerrado hizo que Moonlight temblara mientras sujetaba los barrotes, como si quisiera partirlos en dos para darle una paliza a su padre.
-Es cierto.- dijo con pesadumbre.- Tienes sus labios…
No le dio tiempo a acabar la frase, pues Moonlight comenzó a golpear los barrotes de su celda con tanta saña que se rompió sus nudillos y la sangre corría por sus antebrazos. Ante su impotencia, Greyback sonreía, ya que el que ahora sabía que era su hijo no podía hacerle nada.
-¡Te mataré! ¡Lo juro!
-Pero antes, hijo...- arrastró esas palabras como si fuesen puñales recién afilados.- ¿Por qué no buscas el regalito que Voldemort nos dejó a todos?
Aquello llegó a los oídos de Moonlight mientras seguía golpeando los barrotes, pero no cesó. No fue hasta que el auror, quizás preocupado por si lograba traspasar la barrera mágica, se acercó al joven y le cogió por la espalda inmovilizando su rabia contenida.
Moonlight sacó su varita y apuntó hacia el auror, no le interesaba que contase nada sobre su visita a su padre, ni que fuese contando por ahí cómo perdía los estribos o que su padre era Greyback, o que Greyback sabía algo sobre Voldemort... No, tenía que recapacitar muchas cosas antes de que los demás se enterasen de todo. Tendría que decirle a Albus Potter que se callara. O habría consecuencias.
Miró a su padre, quien estaba expectante al hechizo que su hijo le lanzaría a un auror que tan solo cumplía con su trabajo.
No podía convertirse en la peor versión de sí mismo. No podía ser su padre.
-Obliviate.
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