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La Tercera Generación de Hogwarts
(ATP)
Por Carax
Escrita el Martes 6 de Junio de 2017, 16:59 Actualizada el Miércoles 13 de Enero de 2021, 10:53 [ Más información ] Tweet
(IV) Prefacio
Ya no había marcha atrás. Lo había hecho a regañadientes. Sabía que su opinión contaba bastante poco al encontrarse rodeado de personas como aquellas. Podrían haberle hechizado al menos, para no sufrir tanto. Todavía sentía el hormigueo en su estómago cuando su cuerpo y el de todos los demás se habían puesto en vertical. Después, todo aquel artefacto del infierno había temblado. ¡Aquello no podía ser seguro! Aún tenía las manos sudadas. Joder, le sudaban hasta los pies. Sentía su camiseta de algodón mojada y pegajosa, la cual emitía un olor que resumía todo por lo que estaba pasando. ¿Cuánto llevaba sin ducharse? ¿Tres días? Habían pasado demasiadas cosas como para estar pendiente de su falta de higiene. Su madre le mataría, le hubiese llevado directo a la ducha y le hubiese obligado a llevar desodorante. "Los adolescentes tenéis un olor peculiar que hay que eliminar", diría. La echó de menos. Por algo evitaba pensar en ella o en los otros dos miembros de su familia. Odiaba pensarlo, pero le estaba ocurriendo todo aquello por culpa de ellos. ¿No podía tener una vida tranquila sin una antiquísima sociedad de asesinos persiguiéndole, una hermana que colaboraba con ellos para salvarle el cuello y sin encontrarse a cargo de la que había liado todo aquel follón? Llevaba sin verlos casi medio año. El verano estaba en sus últimas semanas y era el primero que pasaba sin ellos. Tampoco era que lo hubiese pasado fatal, como si estuviese secuestrado. Es más, había estado en muchas ocasiones más cómodo que con su familia. Luego pensaba que podría tratarse de un conjuro y se le pasaba. Además, había visitado Estados Unidos gratis. Y el muggle con sus nuevas tecnologías y ropa normal, no el estúpido mundo mágico que parecía sacado de una película distópica de bajo presupuesto. Nunca llegaría a entender del todo la fascinación que muchos sentían por aquella fantasía hecha realidad. Quizás se debía a que él era Frank Longbottom, a que era squib y a que siempre había estado huyendo de la magia. Ahora la magia le perseguía. Qué irónico. Aunque habían ido a ciudades que habían hechizado con su alta arquitectura a Frank, habían pasado la mayor parte del verano en una reserva natural ubicada a 300 kilómetros de la turbulenta ciudad de San Francisco, en el Estado de California. A pesar de que se refugiaban en una casa en medio de todo aquel frondoso bosque, aquel lugar era muy concurrido por los valientes montañeros que se atrevían a recorrer el valle Yosemite. Todo aquel lugar le había fascinado: acantilados de granito, saltos de agua, ríos cristalinos, bosques de secuoyas gigantes y una gran diversidad biológica. De hecho, se encontraban allí porque era un lugar mágico -cómo no-, territorio de una inmensa manada de licántropos que los habían acogido en más de una ocasión en Luperca. Al parecer Ivonne tenía contactos más poderosos de los que nadie se imaginaba. Aún le dolía la penetrante mirada de Wakanda, examinándolo como el intruso en el Parque Nacional Redwood. Lo cierto era que una de las cosas por las que se sentía atraído a ese lugar no era precisamente que destilase magia por doquier, sino que se sentía en mitad del rodaje de Star Wars: El Retorno del Jedi, pues había sido filmado allí. Deseó con todas sus fuerzas estar allí y no a once mil metros sobre la tierra en un avión atestado de turistas ruidosos que luchaban por no morir estando allí metidos durante las seis horas restantes. No se atrevía a mirar por la ventanilla, en la que se había sentado Cornelia Brooks, pero intuía que en ese momento estaban sobrevolando el océano Atlántico. La muchacha se había reído de él por ponerse sumamente nervioso al viajar en avión. Se había opuesto deliberadamente en el momento en el que Ivonne Donovan lo propuso. Su razonable argumento era el hecho de que nadie esperaría que viajasen en un vuelo muggle, pudiendo usar polvos flú o algún hechizo que solían utilizar sus padres para evitar aquella fatídica experiencia. -Señores pasajeros, estamos atravesando un área de turbulencias. Por favor, abróchense los cinturones. Gracias.- pidió el piloto a través de los altavoces. Frank Longbottom miró a su izquierda para encontrarse con la cara de diversión de Ivonne Donovan. Él estaba horrorizado, no había tenido que abrocharse el cinturón porque no se lo había quitado -solo para ir al baño dos veces-, ¿cómo podía ella pasárselo bien? A su izquierda, Cornelia se abrochó su cinturón -que servía simplemente para ordenar los cadáveres en caso de catástrofe-, y le sonrió. "No te preocupes, Frank; tienes a dos brujas súper poderosas a tu lado. No vas a morir", se dijo para sí. Miró a través de la ventana, para cerciorarse de que iba a morir estrellándose con el agua brava del Atlántico. El viento azotaba las alas del avión haciendo más pesaroso su camino por el cielo. Entonces, fue cuando se dio cuenta: uno de los motores de las alas parecía tener un serio problema. Salía un peligroso humo negro de éstos. -Voy a morir.- se sentenció a sí mismo. Ivonne le apretó la mano, su expresión de diversión había cambiado drásticamente. -Al habla el piloto. Os informo que vamos a tener que hacer un aterrizaje de emergencia.- Un ensordecedor murmullo avivó el avión. Frank supo que iban hacia abajo en cuanto sintió que su estómago estaba alcanzando su cabeza. El avión comenzó a descender vertiginosamente y pudo oír a muchos pasajeros llorar detrás de él. El sonido era tan alto que parecía un terremoto. Las máscaras de oxígeno salieron de la bandeja superior. Rápidamente se la colocó, mientras observaba como Cornelia le imitaba -ella no había estado tan pendiente del protocolo de emergencia como él. Ivonne mantenía, mientras tanto, una expresión seria. Como concentrada. Como si ella hubiese hecho eso al avión. -No son turbulencias, queridos.- les informó, confirmando los peores temores de Frank Longbottom.- Han venido a por nosotros. -Ivonne.- la llamó preocupada su nieta, quien parecía tener miedo de reconocer que era su abuela.- ¿Estás dirigiendo tú el avión?- La anciana, aún sujeta a la muñeca de Frank, asintió con calma. Al parecer la abuela era como la Mujer Maravilla pero en versión tercera edad.- ¿Puedo ayudarte en algo? Sintió su presión sanguínea subir precipitadamente. Vio, en las butacas de su derecha a un hombre mayor intentando ponerse la máscara de oxígeno mientras sus manos temblaban bruscamente. Una mujer a su lado se la puso mientras sus ojos lloraban. Iban a morir todos. -Tú no.- contestó, con una voz que parecía como si estuviese acumulando demasiado poder en su interior y no pudiera soportarlo. Era el peso del avión, no era como levantar una pluma.- Frank.- Al decir su nombre, sintió un escalofrío. Él estaba pendiente de todo lo que sucedía en el avión mientras éste descendía más lento de lo que esperaba, retrasando sus últimos minutos de vida.- ¡Frank!- su voz autoritaria y el apretón en su muñeca le hicieron girar la cabeza hacia Ivonne.- Llámala. Frank Longbottom tragó saliva mientras se percató de que las azafatas estaban ayudando a muchos pasajeros arriesgando su vida. Tenía miedo. No podía concentrarse. Tenía que llamarla. Había estado practicando aquello muchas veces, cuando Cornelia y su madre iban a alguna excursión por la montaña e Ivonne y él se quedaban solos para practicar magia defectuosa. Pensó en ella y la llamó a voces en su cabeza, enseñándole con sus pensamientos lo que estaba ocurriendo. -¿Sabe convocar un Patronus?- preguntó Cornelia entre sorprendida y alarmada, cuya voz sonaba amortiguada por la máscara de oxígeno. Él seguía llamándola, mientras seguía sentado en su butaca con el cinturón abrochado, porque sus padres necesitaban saber que él hacía siempre caso a las autoridades; deseando que todo aquello fuese un mal sueño. Malditos eufemismos. Era una puta pesadilla. -No, él no convoca Patronus, Cornelia.- contestó Ivonne a la par que luchaba por que el avión no se estrellase contra el cristal de titanio que era en ese momento el océano. -Si convocase un Patronus, ellos sabrán que estamos dentro del avión. Están esperando a que alguno de nosotros hagamos magia para saber que no se han equivocado de avión- El artefacto volador dio una tremenda sacudida que hizo que una azafata volase filas atrás en el pasillo. Todos los pasajeros aumentaron sus chillidos y llantos.- Seguramente programaron un fallo en el avión. No están cerca de aquí, por lo que si Frank la llama lo antes posible, cuando el avión aterrice sobre el océano, vendrán a rescatarnos y nos llevarán a casa. -¡Pero tú estás haciendo magia!- chilló desesperado Frank, sin creerse que hubiese pasado aquel pequeño gran detalle por alto. Al girar su mirada de nuevo a Ivonne, vio al anciano de antes contemplar una foto antigua de una pareja mientras una lágrima surcaba su arrugada mejilla. El avión volvió a descender a una velocidad estrepitosa por un segundo. Frank sintió náuseas. -No, no está haciendo magia.- dijo Cornelia a la vez que miraba por la ventana para ver como el océano cada vez estaba más cerca.- Es ella la que está pilotando, ¿verdad? Se ha metido en la cabeza del piloto... ¡Es increíble! -¿Y desde cuándo eso deja de ser magia? Frank Longbottom nunca había tenido tanto miedo en toda su vida. Esperó que Ivonne, haciendo lo que fuere, supiese qué era lo que estaba haciendo y les salvase. Cornelia parecía nerviosa, no tanto como el muchacho, pero sí que lo suficiente como para apretar sus puños fuertemente y murmurar algo en voz baja. Si Frank fuese de alguna religión en ese momento, hubiese ofrecido su alma al dios para que les salvase. Hubiese estado rezando como aquel hombre cuya fotografía parecía haberse anexionado a su temblorosa mano. Echó un vistazo a la ventana pero no veía el mar. Cornelia le agarró fuertemente del brazo. Una sacudida procedente de sus pies hizo saltar a todo el mundo de su asiento. El duro impacto lo lanzó hacia el asiento de delante. Se oía un sonido chirriante procedente de la parte delantera del avión. El agua era un cristal afilado que había rayado todo el morro del artefacto. Finalmente, el avión se detuvo y se formó un silencio sepulcral. Fue entonces cuando la mujer que había ayudado a aquel anciano hombre rompió a llorar mientras deshacía el silencio. Todo el mundo volvió a gritar. Sí, habían sobrevivido. Pero habían aterrizado en mitad del océano y tardarían horas en volver a por ellos. Podían morir ahogados, comidos por un tiburón... O incluso de hipotermia si estaban cerca del Ártico como en aquella película de James Cameron. -Vamos, tenemos que darnos prisa.- apremió Ivonne Donovan. Se desabrochó el cinturón rápidamente, cosa que Frank Longbotton no dudó en repetir, seguido de Cornelia Brooks, que sería la última en salir de su asiento.- Me voy a meter en la mente de todos para que se paralicen... Así que necesito vuestra ayuda para sacarme de aquí mientras me concentro.- le avisó antes de cogerle fuertemente del antebrazo. Aquello era un maldito caos. La gente gritaba desesperada. El avión se balanceaba conforme a las olas que se escuchaban azotándose contra la chapa de éste. Era una tumba a no ser que salieran de allí pronto. Y, de repente, todo se hizo silencio. La gente se petrificó, paralizada. Volvió sus ojos hacia Ivonne. Ésta tenía los ojos cerrados y le empujaba con el brazo para que anduviera por aquel destartalado pasillo. Puesto que estaba un tanto absorto por el poder de aquella mujer, por el shock de haber tenido un accidente de avión y sobrevivir gracias a la magia y por... joder, era un puto accidente; Cornelia tomó la iniciativa y lideró la huida hacia la puerta de salida de emergencia que estaba justo encima de las alas. Parecía que sí que había atendido a las indicaciones de las azafatas. Sobre las alas desplegarían unas colchonetas sobre las que saltarían al agua... Con suerte él sabría nadar, pero, ¿estaría el agua tan helada que se le agarrotarían los músculos? Ivonne Donovan se había dejado caer en él. Observó cómo aquella mujer cuyas arrugas marcaban su destreza en la magia, había conseguido capturar ese momento. Se preguntó si también habrían dejado de respirar. -¿Y los dejará aquí?- le preguntó a Cornelia, mientras ésta luchaba por abrir la puerta de emergencia del avión, que afortunadamente se había medio abierto gracias al sistema de emergencia que habría puesto en marcha Ivonne a través de la mente del piloto.- ¡Morirán ahogados y..., bueno, al menos paralizados! - Como pensaba, la joven optó por ignorarle.- Si acabamos en un isla, rezaré por que no sea la de Lost... ¡Aviso que no sé encender un fuego ni con un mechero! Aunque total... lo más seguro es que venga un tiburón blanco y nos zampe... O peor aún, ¡una criatura marina mágica! No me importaría que fuese una sirena... -¡Frank!- le chilló la muchacha a la vez que logró al fin abrir la puerta. Un frío helador entró en el avión. Su cuerpo se estremeció inconscientemente. Estaban a la deriva en el océano. Las devastadoras olas que crujían con su fuerza el avión le impusieron tanto respeto que volvió a tardar en reaccionar. -Sal, Frank, están llegando.- le instó Ivonne, empujándole aún con los ojos cerrados. Con la otra mano le tendió un objeto que al principio no vio bien. O quizás no quiso. -¡Una pistola!- gritó alarmado. La cogió como si se tratase de una bomba atómica a punto de estallar.- Joder, me cago en la leche... ¿Tú estás segura que no eres una terrorista? -Dispara si ves que estás en peligro... Los magos no somos inmunes a una bala, querido.- le ordenó. Cornelia estaba saliendo por la puerta. Sus rizados cabellos le tapaban el rostro a causa del viento. Sacó su retorcida varita y miró al cielo. Frank apretó con más fuerza a Ivonne cuando la joven le mostró una expresión de horror. Apuntó su varita hacia arriba, como si alguien se estuviese acercando desde el cielo. Ivonne le soltó, indicándole que fuese con ella. Cogió el arma y la observó. ¿Qué cojones? No sabía ni cómo se cargaba. ¿De dónde la habría sacado? -¡Oh, no!- maldijo Cornelia mientras miraba a Frank en busca de apoyo.- ¡Son del Clan, joder! La muchacha tenía que tener una vista de halcón, porque él lo único que veía eran dos figuras sobrevolándoles montando en escoba. Encapuchados. Una de ellas se quitó la capa para revelar su identidad. Sería esa la que habría visto Cornelia. -¡No hagas nada!- se apresuró a decir Frank, bajando con caución la varita de Cornelia. -¡Estás loco!- la joven volvió a levantarla- ¡Es la asesina de McGonagall! -¡No hagas nada he dicho! ¡Son nuestro equipo de rescate!- le gritó Frank. Tenían que gritar para comunicarse debido al viento que se llevaba sus palabras muy lejos. La cara de desconcierto de Cornelia le hizo gracia. Por supuesto, ella no sabía que la despiadada asesina que iba a rescatarles era el "contacto" de Frank para cuando tuviese problemas. Ivonne podría haberla avisado de aquello antes, de no ser por él, se habrían cargado al salvavidas. La otra figura, como supuso, no era otra que la madre de Gwendoline Cross. Pero esta no se quitó la capucha. Según le había contado Ivonne, aquella mujer no podía poner en riesgo todo por lo que había estado trabajando toda su vida para ayudar a Ivonne. De hecho, podría ser asesinada tanto por los aurores del Ministerio como por el Clan. -¡Saca a tu abuela! Ambas figuras se posaron sobre el ala del avión. Cornelia fue corriendo hacia dentro del artefacto que milagrosamente seguía en pie, seguramente a causa de la magia de aquella mujer, a por la iba su nieta. Gwendoline Cross no se detuvo a que estuviesen todos reunidos. Le miró con autoridad y le indicó que se acercara a ella. No supo que pensar. Lo cierto era que llevaba sin verla desde aquel día que llegaron, tras varias jornadas andando, a la casa de campo de Ivonne. Lo dejó en la puerta y se fue a saber dónde. Lo había salvado de ser capturado por el Clan y hasta aquel momento había estado temiendo que a ella le hubiesen pillado. De no ser porque Ivonne le había insistido en llamarla con su mente en varias ocasiones para cuando se encontrase en peligro, la habría dado por muerta. -Verás, la cosa es que nunca me he montado en escoba y no me apetece para nada después de que mi avión se haya estrellado en mitad del océano...- Gwendoline puso los ojos en blanco. Frank Longbotton suspiró, no le quedaba más remedio. Estaba entre la espada en la pared: o morir ahogado allí, o subirse en la escoba de la asesina que le había estado vigilando para matarle pero le salvó. Debía añadir que habían intimado demasiado en el momento de la vigilancia. Profundamente, de hecho. Se subió a la escoba. La joven no esperó a que Cornelia e Ivonne se subieran en la otra escoba- al parecer le habían traído otra a Ivonne, porque aquella mujer sabía montar en escoba, por supuesto, igual que sabía pilotar un avión a punto de estrellarse. Al alzar el vuelo, sintió un cosquilleo aun peor que el que tuvo cuando estaban descendiendo del suelo. Por lo visto a la chica le gustaba bastante la velocidad. Las gotas habían empezado a caer. Perfecto, pobres pasajeros. El bullicio volvió a sonar dentro del avión. Les habían abandonado. Frank Longbotton sentía que estaba defraudando sus propios valores. -Te informo de lo que va a pasar ahora.- dijo Gwendoline, mientras le cogía sus manos para que le rodease la cintura como si estuviera en una moto.- Vas a quedarte una temporada en la casa de vacaciones de Newt Scarmander... -¿Esa muchacha no sabía que aquel hombre era un bicentenario por lo menos?- Es un aliado de Ivonne, tranquilo. Él te sabrá cuidar. El viento hacía que sus ojos se entornasen y se estaba tragando el cabello rubio de Gwendoline. No quiso quejarse, porque le parecía algo inoportuno, pero lo cierto era que estaba a punto de vomitar. -¿Y por qué no puedo ir con Ivonne? Creo que ella me sabe cuidar mejor...-comentó, intentando en vano que colase. Sabía que cuando los altos cargos que manejaban aquello, aka Ivonne, tomaba una decisión era incuestionable. Le hubiese gustado seguir con ella. Era como más seguro se sentía. -Ella no está a salvo contigo, Frank. Aquello le escoció en su interior. No sabía si la manera en la que Gwendoline había pronunciado su nombre, o el hecho de que para ella fuese una amenaza. -¿Por qué? ¿Porque soy un squib incontrolable?- Aquello, al parecer, tenía la gracia suficiente para que Gwendoline se riese.- Gwen, cuidado...-dijo cuando vio un par de luces a través de la neblina. Luces en el cielo. Perfecto. Estaba delirando. Con suerte aquello era un sueño. Eso explicaría por qué había un helicóptero en mitad del océano. -Los ha llamado Ivonne, son de protección marítima... Estamos a 20 kilómetros de la costa de Irlanda. Ivonne ha hecho un gran trabajo. -Creo que estoy más preocupado por el hecho de que sea peligroso para Ivonne. Alcanzó a ver el suelo, pues antes estaba tapado por las nubes grises. Y hubiese preferido aquella vista borrosa que la que se le presentaba. La costa sur de Irlanda a 2000 metros de altura. Las náuseas volvieron. ¿Nadie había contado con el hecho de que tenía vértigo? Se retiró hacia un lado en la escoba y vomitó. El líquido espeso de color amarillo no cayó como hubiese caído en tierra firme, sino que se esparció en el aire, lo cual era lo suficientemente repugnante como para que tuviera que vomitar de nuevo. -Joder, Longbotton...- se quejó, razonablemente, Gwendoline. Frank tosió, mientras el viento se lo intentaba impedir. Debería sentirse ahora más a gusto, ¿no? Volvió a coger la cintura de Gwendoline.- ¿Estás mejor, princesa?- le preguntó con sorna. Este hizo un gesto con la cabeza para asentir, aunque Gwendoline no lo viese. No tenía ganas de hablar en ese momento.- Ivonne tiene visiones sobre el futuro... Bueno, más bien sabe casi todo lo que va a pasar, un futuro basado en las decisiones que tomamos y a dónde nos llevan... Es como siempre se ha ocultado, siempre está un paso por delante de los demás... Pero contigo se queda ciega. Es decir, si en una visión apareces tú... No ve nada. Eso también le ha pasado con otras personas a las que ha alejado de ella. Por lo tanto, no puede saber si está a salvo si estás con ella. Por eso estáis huyendo de California... Lo mejor es que estés una temporada alejado de todos hasta que sepamos por qué ocurre eso.- Frank seguía con náuseas. Asintió de nuevo, aunque la hubiera escuchado a medias.- Tu padre va a conocer hoy a Ivonne. Y después irá a verte. El joven no lo pudo soportar más y volvió a echar la bilis. Aquella vez sobre el cabello de Gwendoline Cross.
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